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domingo, 11 de marzo de 2012

SACRILEGIO SEXUAL

EL SACRÍLEGIO DEL ACTO SEXUAL ENTRE LOS PRIMITIVOS
Del libro "Las bodas y sus ritos" de Henrich Hoffman
 Antonio Fco. Rodríguez Alvarado

     Los primitivos no luchaban contra los microbios sino contra los espíritus malignos. Los ritos de desfloración revestían una importancia extraordinaria, como corresponde al temor igualmente extraordinario que infunde el derramamiento de sangre en el primer contacto con la mujer virgen.

     El acto sexual es sacrílego y procuran que no se entere nadie para que no trascienda a los espíritus.

     El salvaje no puede ser expansivo en público sin ultrajar a los espíritus; de ahí que no trasluzcan sus afectos, ni acaricien a la mujer habiendo gente delante. El miedo al espectador es una transferencia del miedo a los espíritus.

     Deseaban a las mujeres y se contenían porque los espíritus castigaban los atentados al pudor con más severidad que nuestros códigos.

     Para evitar ser visto por los espíritus, cuando todo el mundo estaba acostado, el hombre procurando no ser visto por nadie se deslizaba en la tienda de la novia y la abandonaba al salir la aurora, sus entrevistas eran siempre nocturnas. Hasta los matrimonios añejos tenían que vivir separados y no podían unirse más que de noche y furtivamente.

     Había quienes previamente a la unión con una mujer, se casaban virtualmente con un animal o árbol como una práctica mágica destinada a transferir a éstos los gérmenes de las enfermedades y de la muerte que las influencias malsanas puedan despedir sobre los novios en el momento solemne de casarse.

     El primitivo se consideraba en pecado por sus relaciones sexuales; pasaba la luna de miel en perpetua zozobra, esquivando la imaginaria persecución de los espíritus; y no curado aún de sus miedos imaginarios, venía el parto a poner en riesgo de muerte a la esposa o al hijo. El primitivo, que no creía en muertes naturales ni por enfermedad, que todo se lo achacaba a la malevolencia de los espíritus (llegaba a suponer que el árbol que en su caída aplastaba a un hombre era derribado adrede por un espíritu vengativo).

     El primitivo no creía, como nosotros, que las palabras se las lleve el viento, sino que llegan a oídos de seres más poderosos que él, dueños de la selva, o de la tierra que labra. Por esto, mientras cazaba, pescaba, labraba, etc., usaba un lenguaje convencional, padre de la jerga, para entenderse con sus compañeros, sin ser entendidos de los espíritus, que podrían malograr sus afanes. Por lo mismo, en las conversaciones de amor, esquivaba las declaraciones francas, que denunciarían sus proyectos matrimoniales a los espíritus perseguidores de las relaciones sexuales.

     El primitivo, retraído y pudoroso en su vida ordinaria, por miedo a que le vean los espíritus, pierde todo recato en las orgías.

     Desfloración en cuadrilla o el acto de convertirse en pública la mujer el día en que se casa. El derecho de todos al disfrute de las mujeres se rescataba con este diezmo el día de bodas. Terminada la comida de bodas, a una señal del marido, los invitados varones con los más viejos y nobles en cabeza, y en columna, que llamaremos de deshonor, desfilaban ante la recién casada, que se recostaba en las rodillas del esposo, y a todos sucesivamente les daba trato de marido. El marido no entraba en posesión exclusiva de su esposa en tanto no indemnizaba a la comunidad por sustraerla al dominio público.

     La desfloración en cuadrilla, originada por el deseo de repartir entre muchos la responsabilidad de este acto, constituye sin géneros de duda un rito de agregación de la esposa al clan del marido. Con esta “liberalidad”, en el fondo egoísta, del primitivo, el marido repartía los favores de su mujer por creerlos peligrosos, y se proponía saborearlos a solas cuando tuvieran ya atenuada su virulencia.

     Cuando la novia no era virgen se prescindía de los ritos purificadores, abreviándose muchísimo la ceremonia.

    Por otro lado, los primitivos buscaban a un mortal que debía abstenerse de las relaciones sexuales, no debía tener ninguna relación amorosa, fuese con quien fuese. Además,  debía permanecer puro en toda circunstancia religiosa, y como quiera que las relaciones sexuales mancharan, el que por haberlas tenido se encontrase en estado de impureza, debía purificarse antes de todo acto religioso. Las relaciones sexuales manchan aunque las consagre el matrimonio. La castidad confería al hombre poderes sobrenaturales y por esto se explica el papel de las vestales y de las vírgenes y niños en ciertos ritos destinados a asegurar la fecundidad del suelo.


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