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domingo, 18 de marzo de 2012

EL MATADOR DE AMARU, LA SERPIENTE ALADA

EL MATADOR DE LA SERPIENTE ALADA   
Luis Eduardo Valcárcel (1891-1987)
Historiador y antropólogo peruano



     No era Maita Kapaj amigo de placeres ni hacia vida cortesana; atraíale el peligro de las aventuras. Dotado de sobrehumanas fuerzas musculares, de su gusto  habría de ser el ejercitarlas en el dominio de los poderes extraños. Una difícil campaña contra fuertes enemigos, una atrevida exploración por tierras salvajes, eran tentadoras para el Inca. No le satisfacían los simulacros en que nadie pudo competir con él. Cuántas veces en sus juegos descalabró a un compañero, en un descuido, al no frenar el impulso desbordante de sus personales energías. Maita Kapaj anhelaba lanzarse en alguna descomunal empresa. Recordaba que sus ayos entreteníanle, cuando niño, con el relato fabuloso, espeluznante de la vida y costumbres de la Gran Selva, dominio absoluto de una temible fauna. Serpientes voladoras, gatos de fuego, feroces alimañas, eran señores sin contradicción ante quienes el hombre aparecía como débil e impotente criatura.
     - Iré a conquistar ese país. Tengo gran deseo de navegar en el Amarumayu   - dijo un día Maita Kapaj a su augusto padre el Emperador Lloque Yupanki.
     El anciano monarca sufrió congoja con el temerario proyecto, aunque seguro estaba del poder de su hijo e imperial heredero.
     - Riesgosa es la empresa, Auki.
     - Riesgosa es, por eso la busco.
     - Quiera el Sol proteger tu camino.

*     *     *

     Organizada la expedición, Maita Kapaj salió de la Corte cumplidas las ritualidades del Inti-raimi y antes de que comenzaran las del Anta-Asitua, porque era el mejor tiempo para viajar por los bosques.
     Hizo su primer alto en el glacial Chawaitiri, donde recibiose la provisión de carnes conservadas, la chalona y el charki, así como las demás vituallas. Siguió a Paukartampu, donde se incorporaron a su comitiva los diestros guías, los baquianos de la región selvática que conducirían a los expedicionarios por el laberinto del bosque.
     Descansó un día en Challapampa y al siguiente iniciaba el escalamiento de la puna, en que se yergue como centinela el Apu Knaj-wai. Desde su cumbre pudo Maita Kapaj admirar con asombro y recogimiento el panorama de la selva. Dirigió el intiwata, el rendido saludo al padre del Imperio, que allí nace lleno de majestad y grandeza. Desde la nevada cumbre pudo también extasiarse ante el sublime espectáculo de la cordillera. “Mirador del Mundo” debiera llamarse, pues desde su altura se domina la tierra en sus infinitas perspectivas.
     Maita Kapaj, henchido de gozo, dio gracias a los dioses por el supremo don de maravilla que alcanzaba en esos instantes. Con crecido optimismo prosiguió su viaje, descendiendo por la interminable cuesta que conduce a Tampumayu y Kosñipata.
     La expedición cuzqueña sufría los rigores tropicales de la zona yunka. Penetraba en el mundo misterioso de la selva, que la fantasía pobló de horribles monstruos.
     Los baquianos referían al calor de la lumbre, en la soledad nocturna,  historias truculentas de extraños personajes: era el Amaru (serpiente) el más temido, por su poder y ferocidad. Bestia de enorme cuerpo, reptil y serpiente con alas y garras; cubierto de durísima coraza, movíase con rapidez increíble y tan pronto atacaba en tierra afirmándose en sus cortas y gruesas extremidades como desde el aire, en que se cernía raudo como descomunal vampiro. Era el Amaru la pesadilla del bosque, el terror de la fauna selvática, porque ningún animal lograba oponérsele.
     Dios y bestia, dominaba sin contraste desde el comienzo de las edades. Era la personificación del río; como él, serpenteaba y crecía y desbordábase en daño y muerte de todo ser viviente.
     Al volar cubría el cielo de tinieblas y al arrastrarse temblaba la tierra; con su silbido agudísimo rasgábanse los mantos del silencio.
     Maita Kapaj esperó el plenilunio.
     La bestia, al filo de la medianoche, abandonaba su cubil. Había que encontrarla a la orilla del río; ahí en el descampado, Maita Kapaj la aguardaría oculto en los matorrales próximos.
     Un extraño fenómeno se presentó en la atmósfera, una espesa sombra fue avanzando hasta eclipsar la luna, sombra movible que producía espanto. Agujereó el espacio el grito múltiple del pavor; estremecíase el bosque entero y aun las fieras más altivas buscaban refugio en cuevas y hoyadas.
     Maita Kapaj salió a lo raso, con ánimo sereno. La bestia se abalanzó segura de aplastarlo; era como si la selva se derrumbase; tal el pavoroso estrépito que sus movimientos producían. Mas el inca esperaba el golpe y supo esquivarlo con presteza. Otra vez el monstruo acometió al osado y nuevamente pudo librarse éste del ataque, aprovechando, más bien, con relampagueante prontitud, para hundir en lo blando del monstruoso animal su afilado champi. De la herida manaba abundante sangre, como si un torrente bajase de la montaña. Enfurecida la sierpe volvió a levantarse en el aire, cayendo de ella como un diluvio rojo que manchaba al campo y al propio Inca. Maita Kapaj, con agilidad pasmosa, hurtóle el cuerpo una y otra vez hasta conseguir quitarse de encima tan tremendo enemigo con una nueva y mortal puñalada en las entrañas que trajo por tierra el enorme cuerpo del Amaru, causando un verdadero estupor en quienes atónitos presenciaban la fantástica lucha. La bestia en su agonía, siguió persiguiendo al matador, que de alcanzarle un solo golpe de la larga y gruesa cola, no contara la historia.
     Maita Kapaj, ileso, triunfante, remató a la bestia, quebrándole un ojo con el arma.
     El Amaru quedó muerto y de su sangre formose como un afluente del gran río.
     El Inca, bañado en ella, recibió el bautismo mítico; desde entonces, toda hazaña, por inverosímil que fuese, era tribuida al matador de la serpiente alada.


                                           Amaru. serpiente sagrada que representa el infinito



OBEDIENCIA
 Luis E. Valcárcel
    
     Era Chunta Wachu un bravo capitán. Había peleado en campañas esforzadas contra los kollas; y esta vez el inca le mandó a las Tierras Nuevas (Mosoj Allpa), como jefe de una expedición.
     Chunta Wachu era maduro hombre de lucha, veterano en lides y muy señor de los suyos, quienes le prestaban ciega obediencia. Tanta fue la devoción de sus soldados que los viejos cronistas, para ponderar la que se debe a los jefes contaban esta historia.
     Chunta Wachu y su ejército habían llegado a una estación en pleno bosque y acamparon a la orilla de un arroyo, protegiéndose de toda sorpresa de los pérfidos antis. Distribuidos los vigías, encendidas las fogatas y armadas las tiendas, el Real Incaico quedó instalado.
     Hubo el jefe de ausentarse por negocios de urgencia. Precisaba al interés de la expedición salir secretamente; fuera la búsqueda de un camino oculto, fuera un reconocimiento indispensable para el buen éxito de la jornada, lo cierto es que Chunta Wachu dejó el campamento al mando de un lugarteniente y con esta inflexible consigna:
     - “En ningún caso ni por motivo alguno el ejército podrá abandonar sus actuales posiciones”.
     La orden del capitán fue acatada con religiosa obediencia. Y fueron pasando los días y la luna fue cambiando y las noches eran más largas. Escaseaban las raciones. Llegó el momento en que la correspondía a uno había de repartirse entre diez.
     Nada se lograba averiguar acerca del paradero de Chunta Wachu. En algunas leguas a la redonda había sido buscado inútilmente.
     Languidecían las huestes del amado capitán, pero ningún soldado pensó siquiera en desobedecer la orden impartida. Integra la guarnición se mantuvo en su puesto, no importándole la muerte que diezmaba ya sus filas.
     Nunca más retornó Chunta Wachu: sus fieles soldados perecieron todos, aguardándole. La obediencia hasta morir.
     La trágica historia cuenta que el denodado capitán fue víctima de la temible serpiente alada, el Amaru de las leyendas, de quien sufrió secuestro mientras dormía en una cueva. Él y quienes le acompañaban habían de servir de alimento a la voraz enemiga, la cual reservó para lo último el bocado del jefe.
     El viejo cronista de Kosko afirma que Chunta Wachu logró fugarse, mientras dormía la siesta el monstruo de quien era cautivo. Huyó con la celeridad que pudo, mas no fue tanta que consiguiera ponerse fuera del alcance de su perseguidor.
     Cuando la serpiente le tiene ya muy cerca, se produce el milagro. Chunta Wachu se transforma en árbol, la sierpe ciega de ira, se abraza a él como para ahogarle con sus poderosos anillos.
     Se enreda en el tronco, mas el árbol crece y crece echando en su tallo tremendas púas que destrozan el cuerpo de Amaru.
     Enhiesto y corpulento elévase en el bosque el árbol de la chonta. Enrédanse en su tallo, como ofidios las plantas trepadoras. En la mitología incaica es el símbolo de la obediencia militar, sin perjuicio de que sus durísimas maderas se ofrezcan para lanzas y makanas de indudable eficacia bélica.


3 comentarios:

  1. vaya, leí esta leyenda cuando era un niño en un libro que creo que se llamaba MIS LECTURAS ESCOGIDAS no estoy muy seguro, lo leí una vez y nunca se me olvido hasta ahora que ya soy adulto, esto se lo contare a mi hija

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  2. Excelentes y muy interesantes leyendas, el Perú posee una cultura increíble

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  3. Cuantos capitulos tiene y cualea son de la leyenda del matador sw la serpiente alada? Porfavor ALGUIEN SABE.

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