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viernes, 29 de marzo de 2013

HIPATIA DE ALEJANDRÍA. Jenaro Villamil y Antonio Fco. Rguez. A.


HIPATÍA DE ALEJANDRÍA
UNA MUJER PARA LA CIENCIA
Jenaro Villamil y Antonio Fco. Rguez. A.



Dos milenios antes de que se popularizara la imagen de mujeres científicas como Marie Curie, existió un personaje excepcional que simboliza con su vida y su leyenda todos los ideales humanos de desarrollo, autonomía y búsqueda incesante del conocimiento: Hypatia de Alejandría.

     Trescientos años antes de Cristo, Alejandro Magno –el joven conquistador griego- llegó a Egipto, fundando la ciudad de Alejandría en el delta del Nilo; Tolomeo, General de Alejandro, asumió el gobierno de Egipto y al notar la compleja interacción entre el conocimiento científico y el pensamiento religioso tomó una serie de medidas para cambiar esta situación, favoreciendo el conocimiento: fundó el Museo, institución dedicada a la investigación y enseñanza, cuyo modelo tomó del famoso Liceo de Aristóteles, que había sido su maestro, al igual que lo fue de Alejandro.

     En el Museo se incorporaron todas las escuelas filosóficas conocidas hasta entonces, convocando y concentrando cientos de profesores de todas partes del mundo antiguo; se fundó la famosa biblioteca, los jardines botánicos, observatorios astronómicos, aulas e incluso un zoológico. En los siguientes 100 años Alejandría se convertiría en una auténtica metrópoli cosmopolita del mundo antiguo, de poco más de un millón de habitantes, llegando incluso a sustituir a Atenas como centro de la cultura helénica. Al ser colonizado Egipto por el Imperio Romano, en el año 30 a. C. Alejandría se convirtió en el centro intelectual de todo el imperio; con el avance del cristianismo sobre éste, la ciudad se caracterizó por ser un crisol constituido por cristianos, judíos y paganos.

     Bajo este contexto aparece Hipatía ("La más grande"); no se sabe bien si nació en el 355 d. C. o en el 370 d. C. Hija del célebre filósofo, matemático, astrónomo y profesor Teón de Alejandría. Resulta un hecho inédito que en tiempos donde la mujer era considerada mucho menos que el hombre, su padre haya puesto tanto empeño en su educación, tanto física (la belleza de Hipatia era legendaria) como intelectual, transmitiéndole todos sus conocimientos y fomentando la curiosidad por entender el mundo y la pasión por el conocimiento.

     Para el año 400 de nuestra era, Hipatía se había convertido en una influyente académica de la corriente neoplatónica alejandrina, con un enorme prestigio de justa y sabia, que atraía a estudiantes de todo el mundo conocido hasta su casa, principal lugar de sus enseñanzas. Era también consejera de los magistrados y directora de la biblioteca del Serapeo, sucesora de la gran biblioteca, destruida en algún momento entre los siglos lll y lV. También se sabe que era muy valorada y reverenciada por amplios sectores políticos y académicos a pesar de su paganismo, siendo considerada, en palabras de Sócrates Escolástico: “a pesar de su religión, un modelo de virtud”.

     Hesequio, alumno suyo escribió: “Vestida con el manto de los filósofos, se abría paso en medio de la ciudad, explicaba públicamente los escritos de Platón, de Aristóteles, o de cualquier filósofo, a todos los que quisieran escuchar (…) Los magistrados solían consultarla en primer lugar para la administración de los asuntos de la ciudad”.


     La intensa actividad científica de Hipatía, su carácter pagano, ya que no se convirtió al cristianismo en una época en que la cristiandad estaba en su apogeo y Alejandría era junto con Jerusalén, Antioquia y Constantinopla uno de los grandes centros cristianos, sólo por debajo de Roma, y su abierta oposición a la política intolerante y excluyente de Cirilo, Obispo de Alejandría, quien había expulsado a los judíos de la ciudad provocaron, que en la cuaresma del año 415 una turba de cristianos enardecidos la interceptaran en su camino a la Biblioteca, la bajaran de su carruaje, la llevaran arrastrando al templo Cesáreo (antiguo templo romano convertido en Catedral de Alejandría) y ahí la desnudaran y desollaran viva con conchas de  mar afiladas hasta causarle la muerte, para posteriormente desmembrarla, quemarla y esparcir sus cenizas por la ciudad. Aunque hubo muchos reclamos por su muerte y exigencias de justicia por parte de la gran cantidad de discípulos y amigos influyentes que Hipatia tenía, nunca se castigó el crimen; las sospechas como autor intelectual recayeron en Cirilo, pero nunca se le comprobó nada ni se le penalizó; él mantuvo su gran influencia como Obispo de la ciudad y a su muerte fue canonizado, pasando a la historia como San Cirilo de Alejandría, uno de los Doctores de la Iglesia.


     Posteriormente en el siglo V, con la cristianización completa del imperio, incluida la Escuela Filosófica de Alejandría en tiempos del emperador Justiniano l (constructor de Santa Sofía) el peso de Hipatía entre los filósofos paganos se contrapunteó con la figura de Santa Catalina de Alejandría, mártir cristiana del siglo lll. Eventualmente la historia de ambas se mezcló y confundió, llegando a creerse que la historia del martirio de Santa Catalina se inventó para contrarrestar el de la pagana Hipatía.
     Aunque la vasta obra de Hipatia se perdió en su totalidad, se sabe de su existencia por la extensa correspondencia que mantuvo con algunos de sus discípulos y amigos, como Sinesio de Cirene, Hesequio de Alejandría y, sobre todo, Orestes, prefecto imperial en Egipto, uno de sus más cercanos amigos, quien se bautizó en Constantinopla antes de regresar a Egipto y que trató, en repetidas ocasiones de convertirla al cristianismo por su seguridad, a lo que ella se negó sistemáticamente.

     Tanto la vida como el legado de Hipatía se ha reinterpretado a través de los siglos, sin embargo la relevancia del mismo es indudable, abarcando áreas tan extensas como el estudio matemático de las cónicas (el cual retomó Isaac Newton más de 12 siglos después), la simplificación del pensamiento griego para las masas, la observación del firmamento y la invención científica. A Hipatía se le atribuye la creación de un astrolabio plano, aparato utilizado para medir la posición de los planetas, las estrellas y del sol. Otro de sus inventos fue un aparato para destilar el agua y de una barra para determinar la densidad en líquidos.
     También ha dado nombre a obras teatrales, revistas feministas y lésbicas (la leyenda cuenta que nunca se casó y siempre se mantuvo virgen, lo que generó suspicacias sobre su sexualidad), novelas, un tipo de letra de procesadores de texto (Hipatia Sans Pro), a un asteroide, a un cráter en la luna (que se encuentra entre los que llevan los nombres de su padre, Teón y de Cirilo, el Obispo de Alejandría) e incluso a la película del director español Alejandro Amenábar, titulada Ágora, que se inspiró en la figura de la científica egipcia. (Muy buena película).

     El pensamiento y vida de Hipatía de Alejandría se puede resumir en esta frase, atribuida a ella: “Es mejor tener pensamientos, aunque sean del tipo erróneo, que no tener pensamientos de ningún tipo”.

     Su religión..¡la Filosofía!


   Su padre la convirtió en la primer mujer filósofa, matemática, astrónoma y cientifica de la historia y una turba de católicos vino a convertirla en la primer VIRGEN PAGANA. Admirable vida de esta gran mujer, primera y gran catedrática universitaria. Mártir para ilustrados y feministas.


viernes, 22 de marzo de 2013

LOS ÁNGELES DEL CONOCIMIENTO


LOS ÁNGELES DEL CONOCIMIENTO
Antonio Fco. Rodríguez Alvarado


Todos los días del año,
en casi todas las casas del mundo,
no hay niño que no quiera satisfacer su curiosidad
y sus ansias de conocimientos.

E inician la edad de los:
¿Por qué?

- Mamá,
- Papá,
- ¿qué es eso?
- ¿para qué es eso?
- ¿por qué eso es así?
- ¿por qué quema el sol?
- ¿por qué brilla de noche la luna?
- ¿por qué los pececitos no se ahogan en el agua?
- ¿por qué vuelan los pajaritos?
- ¿por qué mi papá te besa al salir y al regresar a casa?
- Mamá, papá - ¿por qué me quieren tanto?
- Bueno, yo también los quiero - ¿pero no sé porqué?

Un rato de silencio,
y de nuevo a la carga...

- ¿Diosito es bueno?
- ¿nos quiere mucho a todos?
- ¿y nos envía angelitos para cuidarnos, a nosotros los niños?
- ¡Si, yo tengo a mi ángel de la guarda, y platico mucho con él!
- ¡Ah, y le rezo, cómo ustedes me han enseñado!
- ¡cómo me gustaría, que mi angelito me prestara alitas para volar con él!
- ¡Así volaría con él para ir a visitar a Diosito!
- ¡Sé que se puede, porqué me he portado muy bien!
- ¡No, es así… mamá, papá!
- ¡Digan que sí!

Diosito, que está en todo lugar y en todo momento.
Admirado de todos estos angelitos terrestres
y compadecido de la falta de entendimiento
y paciencia de algunos padres.
Formó a los educadores y a los maestros y
mandó un ejército especial de ángeles
para satisfacer  a sus pequeños hijos. 

Todo esto ¡Gracias a Dios!



PECES ROJOS. Sergio Pitol



CARPAS DORADAS DE HENRY MATISSE Y PECES ROJOS DE SERGIO PITOL



Sergio Pitol, 80 años, pasión intacta. 
Lee "Peces rojos" y únete a la celebración: 
Estaba en segundo año de secundaria. Mi abuela me había regalado un pequeño portafolio rígido de cuero para guardar libros, cuadernos y demás utensilios escolares, con la esperanza de que dejase de perderlos a cada rato. A mi casa llegaba regularmente una revista médica muy bien ilustrada, de cuyo interior se podía desprender la reproducción de una obra maestra del arte. Yo recortaba esas páginas para guardarlas en una caja de tesoros personales.

     Un día, al abrir la revista me quedé aturdido. Nada había visto tan deslumbrador como aquella página colorida. Un cuadro bañado de luz, iluminado desde arriba, pero también desde el interior de la tela. En una pecera nadaban unos cuantos peces rojos cuyo reflejo se mecía en la superficie del agua. Era el triunfo absoluto del color. El cubo que contenía a los peces formaba parte del eje vertical del cuadro y se apoyaba en una mesa redonda sostenida por un solo pie. Estaba, claro, en el centro. Todo el resto de la tela era una selva de hojas hermosas y de flores; estaban en el primer plano, en el fondo, se las veía a través del cristal del recipiente, enardecidas, arracimadas, luminosas, perfectas. Si hubiese vivido en la Antártida, o en el corazón de Sonora, o del Sahara, donde nadie nunca ve flores ni peces ni agua, podría comprender que aquella precipitación florida me hiciera enloquecer. Pero vivía en Córdoba, al lado de Fortín de las Flores, en medio de jardines suculentos, y aun así aquello me parecía un milagro. Fijé la página con pegamento en la parte interior dura de mi maletín. Algunos compañeros colocaban allí fotos de Lucha Reyes, de Toña la Negra, las grandes voces del momento, o de boxeadores, escenas de películas, perros, vírgenes y santos, modelos de aviones o automóviles flamantes; otros, nada. Conviví con mis peces rojos y su entorno fascinante durante tres años. Fue mi mejor amuleto; una señal, una promesa. Vi después reproducciones de obras de su autor, pero no ésa. En el Museo Moderno de Nueva York me detuve con asombro ante formidables óleos suyos.


     Años después, al entrar en una sala del museo Pushkin de Moscú, la que alberga algunos de los óleos más extraordinarios de Matisse, me encontré de golpe con el original de aquellos Peces rojos míos. Más que una experiencia estética fue un trance místico, una revaloración instantánea del mundo, de la continuidad del mundo. 


Addendum.

Hoy, 12 de abril del 2018 acaba de fallecer en la ciudad de Xalapa, Veracruz, este excelente escritor galardonado con el Premio Cervantes.
Se le recuerda en la foto con dos grandes amigos: José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis.



lunes, 18 de marzo de 2013

LIBRO MÁGICO


LIBRERO NOCTURNO
Antonio Fco. Rodríguez Alvarado
  
     Es un librero mágico hecho de madera de sándalo que todos los días a las 12 de la noche se transforma en una bella mujer y ya no tengo necesidad de leer porque ella me enseña a vivir. 

     Cada amanecer, despierto envuelto de esa aromática esencia y lleno de amor por mi lectura favorita. Amo ese librero, amo la madera de ese libro, la misma que perfumó al hacha que la cortó, que la hirió. 

  Cada noche es un tema especial pero siempre, repito, lleno de amor. Me ha enseñado todos los libros sagrados y todas las mitologías del mundo, poemas de Petrarca, Borges, Benedetti, Lorca, Sabines, Neruda, Paz, Díaz Mirón, Plaza, Storni, Shakespeare, Baudelaire, Martí, Alberti, Becquer y decenas más. 

     He disfrutado el amor por la cultura en todos mis sentidos: pinturas, música, poesía, oratoria, viajes, pláticas de ancianos y de sabios, pero nada me ha dejado mejor sabor de boca que lo que me ha enseñado esta mujer.


Árbol de Sándalo

jueves, 14 de marzo de 2013

Elisabeth Kübler-Ross y la Tanatología


ELISABETH KÜBLER-ROSS Y LA TANATOLOGÍA

Arnoldo Kraus y Ruiz Pérez Tamayo



Elisabeth Kübler-Ross nació el 8 de julio de 1926 en Zurich, Suiza, y murió el 24 de agosto de 2004 en Estados Unidos, donde residía desde 1958. Estudió medicina en Zurich y psiquiatría en Colorado. Desde el inicio de su educación clínica se interesó por los pacientes terminales, debido sobre todo a la poca e inadecuada atención que se les brindaba.  Su libro Sobre la muerte y el morir (On Death and Dying) es considerado un parteaguas en relación con los pacientes y enfermos terminales. En él denuncia el silencio que hacia ellos se tiene, tanto por parte del personal médico y paramédico como de los familiares; la publicación de ese libro (1969) la convirtió en una autora conocida internacionalmente. Kübler-Ross dedicó su vida a entender los vericuetos de la muerte y los intentos por medio de los cuales la sociedad occidental busca alejarse del tema de la muerte. En sus últimos años adoptó una posición esotérica.

     A partir de sus reflexiones describió las etapas por las que pasan los pacientes cuando se enteran que su enfermedad es probablemente letal a corto plazo. Éstas son:

1. Negación. Es la primera respuesta que tiene el afectado cuando se le informa que tiene una enfermedad terminal. En esta etapa usualmente el paciente sufre ansiedad.

2. Enojo. “¿Por qué yo?”, suelen preguntarse los enfermos. Rabia y resentimiento son parte de esta etapa. Enojo hacia Dios o contra los seres cercanos son también parte de este proceso.

3. Regateo. En esta etapa el enfermo acepta su diagnóstico pero intenta modificar un poco su realidad por medio del regateo, prometiéndole, por ejemplo, a Dios o a los seres cercanos, que si le otorgan algunos años más de vida modificará su estilo de comportamiento, su personalidad, sus actitudes. De obtenerse esa recompensa ofrecerá “algo” a cambio.

4. Depresión. Las mermas que produce la enfermedad como fatiga, dolor, dependencia, miedo y pérdida de algunas funciones suelen devenir depresión.

5. Aceptación. La última etapa del proceso se denomina aceptación, aunque no necesariamente implica que se acompañe de serenidad.

Estas etapas pueden traslaparse y no es infrecuente que los enfermos experimenten dos de ellas al mismo tiempo. Ese esquema sigue siendo vigente y no pocos médicos lo utilizan para apoyar y explicar a sus enfermos lo que significa “el proceso de morir”. La descripción de esos estados y de lo que se vive antes de fallecer son unas de sus mayores aportaciones.

     Kübler-Ross gozó de más simpatía y aprecio en la opinión pública que en la médica. Intuyó la necesidad de imbuir al lego en los temas que a ella le preocupaban y de discutir “abiertamente” el problema de la muerte. Con frecuencia enardecía a sus colegas cuando hablaba acerca de las enormes distancias que existen entre las necesidades de los pacientes terminales y las preocupaciones de los médicos. Buena parte de sus escritos fueron consagrados al entendimiento de los sufrimientos de los moribundos, a lo que piensan los familiares de quienes van a morir y lo que representa para los médicos la muerte. Se interesó en las vivencias de los niños y niñas con cáncer y en los avatares de personas afectadas por SIDA (infección por VIH), sobre todo niños.



Publicó nueve libros relacionados con el tema de la muerte. Destacan La muerte. Las etapas finales del crecimiento (1975), Los niños y la muerte (1983), La rueda de la vida (1997), El túnel y la luz (1999). Fue reconocida con veinticinco doctorados internacionales honoris causa.


EL DOCTOR MUERTE Y SU MÁQUINA DEL SUICIDIO


EL “DOCTOR MUERTE” Y SU “MÁQUINA DEL SUICIDIO”
Arnoldo Kraus y Ruy Pérez Tamayo



Jack Kevorkian nació en Pontiac, Michigan, en mayo 28 de 1928. En 1952 se graduó en la Universidad de Michigan donde obtuvo la especialidad como patólogo. En 1956 publicó el artículo The Fundis Oculi and the Determination of Death; ese artículo describe las técnicas de Kevorkian para fotografiar los ojos de las personas que estaban a punto de morir. A partir de entonces se le adjudicó el mote de “Doctor Death”. En 1970 es nombrado jefe de patología del Hospital General de Saratoga. Años después decide abandonar la carrera de patología.

     En la década de los ochenta se anunció como médico asesor para problemas relacionados con la muerte. En 1989 construyó su “máquina del suicidio”. La máquina permitía a un paciente inyectarse por sí solo una dosis letal.      El 22 de noviembre de 1998 el programa 60 minutos de la cadena CBS proyectó un vídeo donde se observa cómo Kevorkian le administra una inyección letal a Thomas Youk, quien tenía 52 años y sufría esclerosis lateral amiotrófica. En abril de 1999 se le acusó de asesinato en segundo grado, por lo que fue condenado a pasar entre 10 y 25 años en prisión; asimismo, se le condenó, por haber utilizado “sustancias controladas” a pasar entre 3 y 7 años en la cárcel. Se calcula que antes de haber sido encarcelado, Kevorkian había ayudado a morir al menos a 130 personas. Kevorkian fue puesto en libertas en junio del 2011 tras cumplir ocho años de cárcel. Murió el 4 de junio del 2011.

          Según Derek Humphry – fundador de la Sociedad Hemlock-,  Kevorkian es un mártir de la causa de los pacientes que desean morir con dignidad. En los Estados Unidos Kevorkian ha sido el principal promotor de las discusiones acerca de la eutanasia; para algunos, Kevorkian es un enfermo mental obsesivo, mientras que para otros, se trata de un prisionero de conciencia.
     Su vida fue llevada a la televisión por la cadena HBO en la cinta “You don´t know Jack”,  y Al Pacino, que interpretó al doctor, recibió un Emmy por su papel en la última edición de estos premios.

El doctor Jack con su "máquina del suicidio"

     Debe cavilarse en lo siguiente, se esté o no de acuerdo con Kevorkian: sus actos han sido fundamentales para iniciar el debate sobre eutanasia en buena parte del mundo.


domingo, 10 de marzo de 2013

El principio del vacío, Joseph Newton


EL PRINCIPIO DEL VACÍO...
JOSEPH NEWTON



Usted tiene el hábito de juntar objetos inútiles en este momento, creyendo que un día (no sabe cuando) podrá precisar de ellos.

Usted tiene el hábito de juntar dinero sólo para no gastarlo, pues piensa en el futuro podrá hacer falta.

Usted tiene hábito de guardar ropa, zapatos, muebles, utensilios domésticos y otras cosas del hogar que ya no usa hace bastante tiempo.


...Y,  ¿dentro suyo?
...Usted tiene el hábito de guardar broncas, resentimientos, tristezas, miedos, etc.

No haga eso. Es anti-prosperidad.

Es preciso crear un espacio, un vacío, para que las cosas nuevas lleguen a su vida.
Es preciso eliminar lo que es inútil en usted y en su vida, para que la prosperidad venga.
Es la fuerza de ese vacío que absorberá y atraerá todo lo que usted desea.


Mientras usted está material o emocionalmente cargando cosas viejas e inútiles, no habrá espacio abierto para nuevas oportunidades.
Los bienes precisan circular. Limpie los cajones, los armarios, el cuarto del fondo, el garaje.
Dé lo que usted no usa más.
La actitud de guardar un montón de cosas inútiles amarra su vida.
No son los objetos guardados que estancan su vida, sino el significado de la actitud de guardar.
Cuando se guarda, se considera la posibilidad de falta, de carencia.
Es creer que mañana podrá faltar, y usted no tendrá medios de proveer sus necesidades.
Con esa postura, usted está enviando dos mensajes para su cerebro y para su vida:

1º... usted no confía en el mañana
2º... usted cree que lo nuevo y lo mejor NO son para usted, ya que se alegra con guardar cosas viejas e inútiles.

Deshágase de lo que perdió el color y el brillo y deje entrar lo nuevo en su casa... y dentro de si mismo...

miércoles, 6 de marzo de 2013

LA SIRENA Manuel Mújica Láinez


LA SIRENA
MANUEL MÚJICA LÁINEZ

 año 1541 
Corren a lo largo de los grandes ríos, desde las empalizadas de Buenos Aires hasta la casa fuerte de Nuestra Señora de la Asunción, las noticias sobre los hombres blancos, sobre sus victorias y sus desalientos, sus locos viajes y la traidora pasión con que se matan unos a otros. Las conducen los indios en sus canoas y pasan de tribu en tribu, internándose en los bosques, derramándose por las llanuras, desfigurándose, complicándose, abultándose. Las llevan las bestias feroces o curiosas: los jaguares, los pumas, las vizcachas, los quirquinchos, las serpientes pintarrajeadas, los monos, papagayos y picaflores infinitos. Y las transmiten también en su torbellino los vientos contrarios: el del sudeste, que sopla con olor a agua; el polvoriento pampero; el del norte, que empuja las nubes de langostas; el del sur, que tiene la boca dura de escarcha.
La Sirena oyó hablar de ellos hace años, desde que aparecieron asombrando al paisaje fluvial las expediciones de Juan Díaz de Solís y Sebastián Caboto. Por verles abandonó su refugio de la laguna de Itapuá. A todos les ha visto, como vio más tarde a quienes vinieron en la flota magnífica de don Pedro de Mendoza, el fundador. Y ha crecido su inquietud. Sus compañeros la interrogaban, burlones:
-¿Has encontrado? ¿Has encontrado?
Y la Sirena se limitaba a mover la cabeza tristemente.
No, no había encontrado. Se lo dijo al Anta de orejas de mula y hocico de ternera que cría en su seno la misteriosa piedra bezoar; se lo dijo al Carbunclo que ostenta en la frente una brasa; se lo dijo al Gigante que habita cerca de las cataratas estruendosas y que acude a pescar en la Peña Pobre, desnudo. No había encontrado. No había encontrado.


Ya no regresó a la laguna de Itapuá. Nadaba perezosamente, semiescondida por el fleco de los sauces, y los pájaros acallaban el bullicio para oírla cantar.
Va de un extremo al otro de los ríos patriarcales. No teme ni a los remolinos ni a los saltos que levantan cortinas de lluvia transparente; ni al rigor del invierno ni a la llama del estío. El agua juega con sus pechos y con su cabellera; con sus brazos ágiles; con la cola de escamas azules prolongada en tenues aletas caudales color del arco iris. A veces se sumerge durante horas y a veces se tiende en la corriente tranquila y un rayo de sol se acuesta sobre la frescura de su torso. Los yacarés la acompañan un trecho; revolotean en torno suyo los patos y las palomas llamadas apicazú, pero presto se fatigan, y la Sirena continúa su viaje, río abajo, río arriba, enarcada como un cisne, flojos los brazos como trenzas, y hace pensar en ciertas alhajas del Renacimiento, con perlas barrocas, esmaltes y rubíes.
-¿Has encontrado? ¿Has encontrado?
La mofa: ¿Has encontrado?
Suspira porque presiente que nunca hallará. Los hombres blancos son como los aborígenes: sólo hombres. Tienen la piel más fina y más clara, pero son eso: sólo hombres. Y ella no puede amar a un hombre. No puede amar a un hombre que sólo sea hombre, ni a un pez que sea sólo pez.
Ahora nada por el Río de la Plata, rumbo a la aldea de Mendoza. El Gigante le ha referido que unos bergantines descendieron de Asunción, y por los faisanes ha sabido que sus jefes se aprestan a despoblar a Buenos Aires. Precaria fue la vida de la ciudad. Y triste. Apenas han transcurrido cinco años desde que el Adelantado alzó allí las chozas. Y la destruirán.
En la vaguedad del crepúsculo, la Sirena distingue los tres navíos que cabecean en el Riachuelo. Más allá, en la meseta, arden los fuegos del villorrio destinado a morir.
Se aproxima cautelosamente. No ha quedado casi nadie en los bergantines. Eso le permite acercarse. Nunca ha rozado como hoy con el pecho grácil las proas; nunca ha mirado tan vecinas las velas cuadradas que tiemblan al paso de la brisa.
Son unos barcos viejos, mal calafateados. La noche de junio se derrumba sobre ellos. Y la Sirena bracea silenciosamente alrededor de los cascos. En el más grande, en lo alto de la roda, bajo el bauprés, advierte una armada figura, y de inmediato se esconde, temerosa de ser descubierta. Luego reaparece, mojado el cabello negro, goteantes las negras pestañas.
¿Es un hombre? ¿Es un hombre armado de un cuchillo? O no... o no es un hombre... El corazón le brinca. Vuelve a zambullirse. La noche lo cubre todo. Únicamente fulgen en el cielo las estrellas frías y en la aldea las fogaradas de quienes preparan el viaje. Han incendiado la nao que hacía de fortaleza, la capilla, las casas. Hay hombres y mujeres que lloran y se resisten a embarcar, y los vacunos lanzan unos mugidos sonoros, desesperados, que suenan como bocinas melancólicas en la desierta oscuridad.
Al amanecer prosigue la carga de los bergantines.
Partirán hoy. En lo que fue Buenos Aires, sólo queda una carta con instrucciones para quienes arriben al puerto, aconsejándoles cómo precaverse de los indios y prometiéndoles el Paraíso en Asunción, donde los cristianos cuentan con setecientas esclavas para servirles.
Las naos remontan el río, entre las islas del delta. La Sirena las sigue a la distancia, columpiándose en el vaivén de las estelas espumosas.
¿Es un hombre? ¿Es un hombre armado de un cuchillo?
Tuvo que aguardar a la luz indecisa de la tarde para verle. No había abandonado su puesto de vigía. Con un tridente en la derecha y una rodela embrazada, custodiaba el bauprés del cual tironeaban los foques al menor balanceo. No, no era un hombre. Era un ser como ella, de su casta ambigua, hombre hasta la mitad del cuerpo, pues el resto, de la cintura a los pies, se transformaba en una ménsula adherida al barco. Una barba rígida, triangular, le dividía el pecho. Le rodeaba la frente una pequeña corona. Y así, medio hombre y medio capitel, todo él moreno, soleado, estriado por las tormentas, parecía arrastrar el navío al impulso de su torso recio.
La Sirena ahogó un grito. Surgieron en la borda las cabezas de los soldados. Y ella se ocultó. Se sumergió tan hondo que sus manos se enredaron en plantas extrañas, incoloras, y el olear se llenó de burbujas.


La noche arma de nuevo sus tenebrosas tiendas, y la hija del Mar se arriesga a arrimarse a la popa y a deslizarse hasta el bauprés, eludiendo las manchas amarillas de los faroles encendidos. A su claridad el Mascarón es más hermoso. Se le sube la luz por las barbas de dios del Océano hacia los ojos que acechan el horizonte.
La Sirena le llama por lo bajo. Le llama y es tan suave su voz que los animales nocturnos que rugen y ríen en la cercana espesura callan a un tiempo.
Pero el Mascarón de afilado tridente no contesta y sólo se escucha el chapotear del agua contra los flancos del bergantín y la salmodia del paje que anuncia la hora junto al reloj de arena.
Entonces la Sirena comienza a cantar para seducir al impasible, y las bordas de los tres navíos se pueblan de cabezas maravilladas. Hasta irrumpe en el puente Domingo Martínez de Irala, el jefe violento. Y todos imaginan que un pájaro está cantando en la floresta y escudriñan la negrura de los árboles. Canta la Sirena y los hombres recuerdan sus caseríos españoles, los ríos familiares que murmuran en las huertas, los cigarrales, las torres de piedra erguidas hacia el vuelo de las golondrinas. Y recuerdan sus amores distantes, sus lejanas juventudes, las mujeres que acariciaron a la sombra de las anchas encinas, cuando sonaban los tamboriles y las flautas y el zumbido de las abejas amodorraba los campos. Huelen el perfume del heno y del vino que se mezcla al rumor de las ruecas veloces. Es como si una gran vaharada del aire de Castilla, de Andalucía, de Extremadura, meciera las velas y los pendones del Rey.
El Mascarón es el único en quien no hace mella esa voz peregrina.
Y los hombres se alejan uno a uno cuando cesa la canción. Se arrojan en sus cujas o sobre los rollos de cuerdas, a soñar. Dijérase que los tres bergantines han florecido de repente, que hay guirnaldas tendidas en los velámenes, de tantos sueños.
La Sirena se estira en el agua quieta. Lentamente, angustiosamente, se enlaza a la vieja proa. Su cola golpea contra las tablas carcomidas. Ayudándose con las uñas y las aletas empieza a ascender hacia el Mascarón que, allá arriba, señala el camino de los tesoros. Ya se ciñe a la ménsula rota. Ya rodea con los brazos la cintura de madera.
Ya aprieta su desesperación contra el tronco insensible.
Le besa los labios esculpidos, los ojos pintados.
Le abraza, le abraza y por sus mejillas ruedan las lágrimas que nunca lloró. Siente un dolor dulcísimo y terrible, porque el corto tridente se le ha clavado en el seno y su sangre pálida mana de la herida sobre el cuerpo esbelto del Mascarón.
Entonces se oye un grito lastimero y la estatua se desgaja del bauprés. Caen al río, estrechados en una sola forma, y se hunden, inseparables, entre la fuga plateada de los pejerreyes, de los sábalos, de los surubíes.


Argentina (1910-1984). La obra de este escritor dibuja una rica y variada trayectoria fabuladora. Autor de novelas, cuentos, biografías, poemas, crónicas de viaje y ensayos, varias de sus obras han sido llevadas al cine y a la televisión. Ha recibido numerosos galardones y sus libros han sido traducidos a más de quince idiomas. El relato de la sirena viene en su fabuloso libro MISTERIOSA BUENOS AIRES. 

lunes, 4 de marzo de 2013

EL CAMIÓN DE LA BASURA


EL CAMIÓN DE LA BASURA
¡NUNCA PERMITAS QUE OTROS COMPLIQUEN TU VIDA! 
  
ANÓNIMO



¿Con qué frecuencia permites que las majaderías de otras personas cambien tu estado de ánimo?

¿Te das permiso de enojarte cuando otro conductor te agrede por un error de tránsito, o un mesero “igualado” te trata irrespetuosamente, un jefe exigente te pide más de lo que te corresponde de hacer, o cuando un compañero de trabajo arruina tu día?

Lo que realmente distingue a una persona exitosa es el control que tenga sobre el manejo de la ira.
Hace algunos años aprendí esta lección, iba yo sentado en el asiento trasero de un taxi en Nueva York, cuando de repente un coche salió de no sé dónde; el taxista frenó súbitamente, se oyó el rechinar de las llantas y a escasos centímetros evitó chocar con el otro auto.

El conductor del coche que casi causa el accidente empezó a gritarnos con palabras groseras y altisonantes.
El taxista sólo sonrió y le saludó amable.

Así que yo sorprendido le pregunté: - “¿Por qué hace eso?” ese tipo por poco destruye el taxi y nos envía directo al hospital.

Entonces el taxista me dio la lección más increíble de mi vida la que ahora yo llamo: “La ley del camión de la basura”.
Muchas personas, me dijo, son como un camión de basura. Están llenos de enojo, frustración y desaliento.
Una vez que han acumulado mucha basura, necesitan un lugar en donde depositarla.
Y si tú se los permites… la depositan en ti y ellos quedan liberados.



“¿Cada cuánto yo permito que los camiones de basura me contaminen?”. “¿Y con qué frecuencia tomo mi basura y las tiro sobre las personas que más amo como: mi esposa, hermanos, hijos o amigos?”.

Aquel día me propuse: “A no ser el basurero de nadie”.

Empecé a ver con más claridad a las personas con complejo de camión de basura. Y decidí a partir de ese día no dejar que depositen en mí… su porquería.

No he vuelto a permitir que los camiones de basura tomen el control de mis sentimientos y mucho menos de mis emociones.

Aprendí que sonreírles a los insatisfechos, malhumorados y frustrados es la mejor medicina que puede ayudarles a cambiar su perspectiva de la vida.
O por lo menos les puede iluminar su día.

“Sé amable con ellos, porque cada persona con la que tropiezas a diario está librando sus propias batallas”.
Pero no te descuides… y está siempre atento… porque por todos lados circulan “Camiones con basura”.

¡¡ SER FELIZ ES FÁCIL PERO NOSOTROS LO COMPLICAMOS SIEMPRE!!

¡ÁNIMO! Y QUE MI BUEN DIOS TE BENDIGA… HOY Y SIEMPRE.