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martes, 31 de julio de 2012

DIÁLOGO CON EL CORAZÓN. Poesía. Antonio Fco. Rguez. A.


DIÁLOGO CON EL CORAZÓN

ANTONIO FCO. RODRÍGUEZ ALVARADO




ANOCHE, EN MI RECAMARA,
 ANTES DE ACOSTARME
HABLÉ CON MI CORAZÓN
LE DIJE:
- ¡YA ESTOY CANSADO QUE DÍA A DÍA,
NOCHE A NOCHE ESTÉS PENSANDO  EN ELLA!

- ¿NO VES QUE SUFRO, QUE NO PUEDO VIVIR EN PAZ?
ESCUCHÉ COMO MIS PALABRAS REBOTABAN COMO UN  ECO POR TODA LA HABITACIÓN,
Y SENTÍ ENLOQUECER CUANDO ESE ECO SE TRASLADÓ  A MI CABEZA,
DENTRO Y FUERA DE MÍ TODO EMPEZÓ A TEMBLAR,
CREÍ VER QUE HASTA LA LUZ DE LA LÁMPARA SE APAGABA Y ENCENDÍA,
QUE LAS FOTOS DE MI AMADA PUESTAS EN LA PARED
Y EN MI BURO GIRABAN ALREDEDOR MÍO.

SENTÍ MIEDO, DE ESTAR ENLOQUECIENDO
SENTÍ MIEDO DE ESTAR PERDIENDO
EL CONTROL DE MI CORAZÓN
ÉL NO ME ESTABA ESCUCHANDO,
ESTABA SORDO A MIS PALABRAS Y A MI RAZÓN.

ME ACOSTÉ, CANSADO DE ESTAR LUCHANDO CONTRA UN NECIO,
CUYA OBSTINACIÓN REBASABA A LA MÍA,
CUYA DETERMINACIÓN Y  CORAJE NO PODÍA VENCER
APOYÉ MI CABEZA EN UNA  ALMOHADA
Y CASI AL MOMENTO SENTÍ EN MIS OÍDOS
EL LATIR DE MI CORAZÓN,
SENTÍ SU VOZ QUE ME DECÍA:

- ¿CÓMO QUIERES QUE DEJE DE LATIR POR ELLA?
- ¿CÓMO QUIERES QUE LA APARTE DE MÍ?
- ¿QUÉ NO VES QUE ELLA ES COMO LA CUERDA DE UN RELOJ,
Y SIN ELLA DEJARÍA DE LATIR?
- ¡YO SOY TU VIDA, AL IGUAL QUE ELLA ES LA VIDA PARA MÍ!
- ¿QUIERES QUE MURAMOS JUNTOS, TÚ Y YO?
- ¡PIENSA QUE AL HACERLO…   TAMBIÉN ELLA MORIRÁ!

SÓLO HASTA ENTONCES COMPRENDÍ:
QUE EL OBSTINADO,
EL CERRADO A LA RAZÓN ERA MI ATORMENTADO PENSAMIENTO…
Y NO MÍ CORAZÓN.

Veracruz, Ver.  31-07-2012.

lunes, 30 de julio de 2012

LEYENDA DE LOS 5 SOLES, COSMOGONÍA


LEYENDA DE LOS 5 SOLES
COSMOGONÍA




     Cosmogonía. La tradición nahua enseña que el Tloque nahuaque, el Ser Supremo, creó a los dioses inferiores, a los cielos y a los hombres; que en este estado el mundo, tuvo cuatro edades, que en cada una de ellas desapareció la especie humana por un cataclismo, salvándose una pareja, hombre y mujer, para la nueva procreación de seres humanos. Enseña también la tradición que en cada edad de éstas se destruía el sol, y era creado uno nuevo para que siguiera alumbrando a la tierra; y por esto llamaron a las cuatro edades, los Cuatro Soles.



     Los toltecas tenían una leyenda acerca de la creación de un quinto sol. La relación que de ella hace el padre Sahagún es tan curiosa como interesante. “decían que antes que hubiese día en el mundo, que se juntaron los dioses en aquel lugar que se llama Teutioacan (Teteohuacan, hoy Teotihuacan), dijeron los unos a los otros: dioses, ¿quién tendrá cargo de alumbrar el mundo? Luego a estas palabras respondió un dios que se llamaba Tecuciztecatl y dijo: Yo tomo a cargo de alumbrar el mundo: luego otra vez hablaron los dioses y dijeron: ¿quién será otro más? Al instante se miraron los unos a los otros, y conferían quien sería el otro, y ninguno de ellos osaba  ofrecerse a aquel oficio, todos temían y se excusaban. Uno de los dioses de que no se hacía cuenta y era buboso no hablaba, sino que oía lo que los otros dioses decían: los otros le hablaron y le dijeron: sé tú el que alumbres, bubosito, y él de buena voluntad obedeció a lo que le mandaron y respondió: en merced recibo lo que me habéis mandado, sea así, y  luego los dos comenzaron a hacer penitencia cuatro días. Después encendieron fuego en el hogar, el cual era hecho en una peña que ahora llaman teutexcalli. El dios llamado Tecuciztecatl todo lo que ofrecía era precioso, pues en lugar de ramos ofrecía plumas ricas que se llaman manquetzalli; en lugar de pelotas de heno, ofrecía pelotas de oro; en lugar de espinas ensangrentadas, ofrecía espinas de coral colorado, y el copal que ofrecía era muy bueno. El buboso, que se llamaba Nanaoatzin, en lugar de ramos ofrecía cañas verdes atadas de tres en tres, todas ellas llegaban a nueve: ofrecía bolas de heno y espinas de maguey, y las ensangrentaba con su misma sangre, y en lugar de copal, ofrecía las postillas de las bubas. A cada uno de estos se le edificó una torre como monte; en la cual hicieron penitencia cuatro noches, y ahora se llaman estos montes tzacualli, están ambos cerca del pueblo de San Juan que se llama Teutioacan. De que se acabaron las cuatro noches de su penitencia, esto se hizo al fin o remate de ella, cuando la noche siguiente a la media noche habían de comenzar a hacer sus oficios, antes un poco de la medianía de ella, le dieron sus aderezos al que se llamaba Tecuciztecatl, a saber: un plumaje llamado aztacomitl, y una jaqueta de lienzo, y al buboso tocárosle la cabeza con papel que se llama amatzontli, y le pusieron una estola y un maxtli ambos de papel. Llegada la media noche, todos los dioses se pusieron en derredor del hogar. En este ardió el fuego cuatro días, se ordenaron los dioses en dos frentes a cada lado del fuego y luego los dos sobredichos, se pusieron delante del fuego de cara a él, en medio de los dos frentes de los dioses, todos los cuales estaban levantados, y luego hablaron y dijeron: Ea, pues, Tecuciztecatl, entra tú en el fuego: y él luego acometió para echarse en el; y como el fuego era grande y estaba muy encendido, sintió la gran calor, hubo miedo, y no osó echarse en el y se volvió atrás. Otra vez tornó para echarse en la hoguera haciéndose fuerza, y llegándose se detuvo, no osó arrojarse en la hoguera, cuatro veces probó, pero nunca se osó echar. Estaba puesto mandamiento que ninguno probase cuatro veces. Los dioses luego hablaron a Nanaoatzin y le dijeron: ¡Ea, pues, Nanaoatzin, prueba tú! Y como le hubieron hablado los dioses, se esforzó, y cerrando los ojos, arremetió y se echó en el fuego, y luego comenzó a rechinar y resplendar en el fuego como quien se asa. Como vio Tecuciztecatl que se había echado en el fuego y ardía, arremetió y se echo en la hoguera, y dizque un águila entró en ella y también se quemó y por eso tiene las plumas hoscas o negrestinas. A la postre entró un tigre y no se quemó, sólo se chamuscó, y por eso quedó manchado de negro y blanco; de este lugar se tomó la costumbre de llamar a los hombres diestros en la guerra Cuauocelotl, y dicen primero cuautli por que la águila primero entró en el fuego, y se dice a la postre ocelotl porque el tigre entró a la postre del águila al fuego. Después que ambos se hubieran arrojado al fuego, y que se habían quemado, luego los dioses se sentaron a esperar a que prontamente viniera a salir el Nanaoatzin. Habiendo estado gran rato esperando, se comenzó a poner colorado el cielo, y en todas partes apareció la luz del alba. Dicen que después de esto los dioses se hincaron de rodillas para esperar por donde saldría Nanaoatzin hecho sol: miraron a todas partes volviéndose en derredor, más nunca acertaron a pensar y a decir de que parte saldría, en ninguna cosa se determinaron; algunos pensaban que saldría de la parte del norte, y se pararon a mirar hacia él; otros hacia el mediodía, a todas partes sospechaban que habría de salir, porque por todas partes había resplandor del alba: otros se pusieron a mirar hacia el oriente, y dijeron, aquí de esta parte ha de salir el sol. El dicho de éstos fue verdadero: dicen que los que miraron hacia el oriente fueron Quetzalcóatl, que también se llama Ehecatl y otro que se llama Totec y por otro nombre Anahuacitecu, y por otro nombre Tlatlauhcatezcatlipoca, y otros que se llaman Minizcon, que son innumerables, y cuatro mujeres, la primera se llama Tiacapan, la segunda Teicu, la tercera Tlacocoa,”la gran compradora”, la cuarta Xocoyotl; y cuando vino a salir el sol, pareció muy colorado, y que se contoneaba de un lado a otro, y nadie lo podía mirar, porque quitaba la vista de los ojos, resplandecía y echaba rayos de si en gran manera, y sus rayos se derramaron por todas partes; y después salió la luna en la misma parte del oriente a par del sol: primero salió el sol y tras él la luna, por la orden que entraron en el fuego por  la misma salieron hechos sol y luna. Y dicen los que cuentan fábulas o hablillas, que tenían igual luz con que alumbraban, y de que vieron los dioses que igualmente resplandecían, se hablaron otra vez y dijeron: ¡Oh dioses! ¿Cómo será esto? ¿Será bien que vayan a la par? ¿Será bien que igualmente alumbren? Y los dioses dieron sentencia y dijeron: sea de esta manera, y luego uno de ellos fue corriendo, y dio con un conejo en la cara a Tecuciztecatl, y le oscureció la cara, ofuscándole el resplandor, y quedo como ahora esta su cara. Después que hubieron salido ambos sobre la tierra estuvieron quietos, sin moverse de un lugar el sol y la luna, y los dioses otra vez se hablaron y dijeron: ¿Cómo podemos vivir? No se menea el sol, ¿hemos de vivir entre los villanos? Muramos todos y hagámosle que resucite con nuestra muerte, y luego el aire se encargó de matar a todos los dioses y los mató, y se dice que uno llamado  Xólotl, rehusaba la muerte, y dijo a los dioses: ¡Oh dioses! No muera yo, y lloraba en gran manera, de suerte que se le hincharon los ojos de llorar, y cuando llegaba a él el que mataba, echó a huir y se escondió entre los maizales, y se convirtió en pie de maíz que tiene dos cañas, y los labradores le llaman Xólotl, y fue visto y hallado a los pies del maíz; otra vez echó a huir y se escondió entre los magueyes, y se convirtió en maguey que tiene dos cuerpos que se llama mexolotl; otra vez fue visto, y echó a huir, y se metió en el agua, y se hizo pez, que se llama axolotl (ajolote), y de allí lo tomaron y lo mataron; y dicen que aunque fueron muertos los dioses, no por eso se movió el sol, y luego el viento comenzó a zumbar y ventear reciamente, y el le hizo moverse para que anduviese su camino; y después que el sol comenzó a caminar, la luna se estuvo queda en el lugar donde estaba. Después del sol comenzó la luna a andar; de esta manera se derivaron el uno del otro y así salen en diversos tiempos, el sol dura un día, y la luna trabaja en la noche o alumbra en ella.

     El P. Mendieta trae una variante de la leyenda anterior, pues en su relación los dioses adorados en Teotihuacan eran animales: Tlotli, gavilán o halcón, se encargó de hacer andar al sol, aunque sin conseguirlo; Citli, liebre, le tiró flechas de que el sol se defendió y con una de las mismas saetas mató a Citli. Los dioses desmayaron entonces, resolvieron sacrificarse y morir, siendo el sacrificador Xólotl, quien terminada su obra se sacrificó a sí mismo.

     Boturini dice que el buboso no era dios, sino uno de los concurrentes de la metamorfosis intentada por  Centeotl, dios del maíz, llamado también Inopintzin, el dios huérfano. Arrojado el buboso a la hoguera se convirtió en hermoso globo de fuego; un águila se arrojó a las llamas, tomó con el pico el sol y lo transportó a los cielos.

     Veytia dice que en un año chicome  tochtli, siete conejo, suspendió su curso el sol por espacio de un día natural, lo que causó grandes estragos, hasta que un mosquito le picó una pierna y le hizo proseguir su carrera.

     El significado histórico de este mito tolteca, es dice Orozco y Berra, la dedicación de las pirámides de Teotihuacan al sol y a la luna. Teotihuacan, como su nombre lo dice (Teteohuacan), estaba consagrado a los antiguos dioses; existía con sus pirámides desde los tiempos más remotos; era un santuario venerado en que eran adorados los animales, una de las concepciones más bajas en las religiones inventadas por los hombres. Los toltecas aunque deístas, admitían el culto de los astros del día y de la noche, ni les era desconocido el fuego simbólico; y a fuerza de conquistadores, o por más civilizados, impusieron sus creencias en la ciudad santa; los dioses  antiguos fueron derrocados de sus altares, y se ostentó la imagen del sol sobre el Tonatiuh Itzacual, y de la luna, su compañera, en el Meztli Itzacual. El hecho importaba la pérdida de la religión primitiva y la substitución del culto extranjero. Vencidos y vencedores tenían empeño en perpetuar el recuerdo.

     Orozco y Berra interpreta el mito de un modo satisfactorio. La escena pasa en la asamblea de los dioses, de los sacerdotes sus representantes, y del pueblo. Se busca quien se atreva a iniciar el cambio; se ofrece Tecuciztecatl; faltaba un compañero y se le encuentra en el asqueroso Nanahuatzin; aquél, la casta sacerdotal, rica y poderosa; éste, el pueblo pobre que admitía ansioso ser regenerado por la nueva civilización. A la hora en que debía verificarse la substitución de deidades, Tecuciztecatl vaciló y Nanahuatzin colocó resueltamente en la pirámide la imagen del sol, y , a su ejemplo, aunque tras largo vacilar, llevó a la luna a su asiento el irresoluto sacerdote. Los soldados no fueron extraños al cambio: el águila llevó al cielo en el pico al astro del día, y el tigre transportó a la compañera de la noche. Por eso los guerreros cuautli y ocelotl, águilas y tigres fueron siempre considerados en el ejército. La luna, menos reverenciada que el sol, para perder el brillo recibió en el rostro un golpe con un conejo: era para marcar el signo del año del acontecimiento; desde entonces los pueblos de Anahuac descubrían el tochtli cronológico en esas sombras indecisas que se advierten en la redonda cara de la luna llena. Al principio los astros no se movían, era que el nuevo culto no progresaba, y fue indispensable el viento, la predicación, para hacerlos caminar. Cuando los nuevos númenes ganaron prosélitos, los antiguos dioses perecieron, pues fueron derribados de sus altares: Xólotl resistió el último; tres veces metamorfoseado, acabó por sucumbir. En la nueva religión se tributaba culto al sol, a la claridad del día, y a la luna durante la noche, siguiendo tal vez las fases de la melancólica diosa.

     Antes del universo conocido, sólo existía un cielo, que llamaron “el décimo tercero”. En el vivían el ser supremo, Tonacatecutli (El señor de nuestra carne) y su esposa tonacacihuatl o Xochiquetzalli: no tuvieron principio, eran eternos. Esta pareja divina procreó cuatro hijos: el primogénito fue Tlatlauhcatezcatlipoca, de color rojo; fue adorado por los de Tlaxcala y Huexotzinco bajo el nombre de Camaxtle; el segundo hijo fue Yayauhcatezcatlipoca, de color negro y de peor índole que sus hermanos; el tercer hijo fue Quetzalcóatl, llamado también Yohualehecatl, de color blanco; el cuarto fue Omiteotl: nació sin carnes, era solo el esqueleto; se llamaba también Inaquizcoatl; entre los mexicanos era conocido por Huitzilopochtli, por ser zurdo.

     
     Estos cuatro dioses, después de seiscientos años de inactividad, se reunieron y conferenciaron acerca de lo que debían ordenar y de las leyes que debían imponer a lo que creasen, y puestos de acuerdo, comisionaron a Quetzalcóatl y a Huitzilopochtli para proceder a la creación. Los dos númenes formaron desde luego el fuego, del cual sacaron un medio sol, que alumbraba poco por no ser entero. Crearon también al primer hombre, Oxomoco, y a la primera mujer, Cipactonal. Les ordenaron a ambos que labraren la tierra, y a ella que hilara y que tejiera, y le dieron ciertos granos de maíz para las adivinaciones y hechicerías y para curar las enfermedades de su descendencia. Crearon también a Mictlantecutli, dios del infierno, y a su esposa Mictlancihuatl. Por último formaron el calendario ordenando el tiempo, que distribuyeron en días, meses y años.

     Dejando por mansión de Tonacatecutli el décimo tercer cielo, crearon otros. En el primer cielo estaban las estrellas Citlalatona y Citlalmina, la primera macho, la segunda hembra. En el segundo cielo estaban las Tezauhcihuame , “mujeres espantosas” llamadas también Tzitzinime, puros esqueletos, destinadas a bajar y a comerse a los hombres cuando fuera el fin del mundo, que sería cuando se acabasen los dioses o Tezcatlipoca derribase al sol existente. En el tercer cielo estaban como guardianes cuatrocientos hombres, que creó Tezcatlipoca y que eran de cinco colores, amarillos, negros, blancos, azules, colorados. En el cuarto cielo estaban las aves, y de allí bajan a la tierra. En el quinto cielo se albergaban culebras de fuego, de donde provenían los cometas y los meteoros ígneos. El sexto cielo era la región del aire. El séptimo, la del polvo. En el octavo cielo se reunían los dioses, y nadie subía más arriba. Se ignoraba lo que había en los cielos del noveno al doce.

     Dieron al agua organización particular. Los cuatro dioses hermanos formaron a Tlaloccantecutli y a su esposa Chalchiuhicueye, quienes quedaron como dioses del líquido elemento. Verse Tlaloc.

     En la maza de las aguas Quetzalcóatl y Huitzilopochtli habían creado un gran pez llamado Cipactli, y reunidos con los otros dos dioses, hicieron la tierra del Cipactli, y la declararon dios bajo el nombre de Tlaltecutli, y por eso lo pintan tendido sobre un pescado.

    Nació un niño del connubio de Oxomoco y Cipactonal, y lo llamaron Piltzintecutli (Niñito señor), y no teniendo compañera, los dioses le formaron una de los cabellos de Xochiquetzal.

     Viendo los cuatro dioses hermanos que el medio sol servía de poco, Tezcatlipoca se convirtió en sol entero. Sol y luna andaban en el aire sin tocar el cielo; el luminar del día, saliendo por oriente, sólo llegaba al meridiano, de donde se tornaba al punto de salida; de lo alto del cielo al occidente lo que se mira no es el sol, sino su reflejo, y de noche no anda ni parece. En ese tiempo crearon los cuatro dioses a los gigantes, hombres de tantas fuerzas que arrancaban los árboles con las manos, y sólo se mantenían comiendo bellotas de encino. Para complemento de la creación, Huitzilopochtli vio revestirse de carne su esqueleto.

     Este segundo período duró 13 ciclos o sea 676 años. Al fin de ellos, Quetzalcóatl dio un golpe con un palo a Tezcatlipoca, lo derribó del cielo al agua, y se puso a ser sol en su lugar. Al caer en el agua Tezcatlipoca, se convirtió en tigre, convirtiéndose en la constelación que llamamos la Osa Mayor, el tigre Tezcatlipoca que sube a lo alto del cielo para descender enseguida al mar. El dios y los tigres por el formado se comieron a los gigantes y acabaron con ellos. Los hijos de los hombres, maceguales, sólo se mantenían comiendo piñones.

     Transcurrieron otros 676 años, al fin de los cuales el tigre Tezcatlipoca le dio una coz al sol Quetzalcóatl, y lo derribó del cielo. Su caída produjo un viento tan fuerte que arrastró a los maceguales, y los que sobrevivieron quedaron convertidos en monos. Tlaloccantecutli quedó transformado en sol, y alumbró la tierra 364 años; pero Quetzalcóatl llovió fuego del cielo, quitó a Tlaloc de sol y colocó en su lugar a Chalchiuhicueye, la cual duró como sol 312 años.
Contando el período de inacción y los de los cuatro soles, pasaron desde el principio de la creación 2028 o sea 39 ciclos de 52 años cada uno. Nótese que 39 es el triple de 13, número simbólico de los nahoas.

     Al terminar el período de sol de Chalchiuhicueye, se produjo un diluvio sobre la tierra, en que los hombres se convirtieron en peces; los cielos se desequilibraron y se derrumbaron sobre el Cipactli o sea Tlaltecutli. Los cuatro dioses, para reparar esta catástrofe, en el año ce tochtli, un conejo, primero después del diluvio, crearon cuatro hombres: Atemoc, Itzacoatl, Itzmaliya y Tenoch. Penetraron después por debajo de la tierra haciendo cuatro horadaciones y salieron a la superficie superior, donde se convirtieron, Tezcatlipoca en el árbol tezcacuahuitl, y Quetzalcóatl en el árbol quetzahuexotl, y estos árboles, los hombres y los dioses levantaron los cielos y los sustentaron firmes con las estrellas en la forma que ahora se ven. El Tonacatecutli, para premiar tan grande acción, hizo a sus hijos señores de cielos y estrellas, y el camino que en ellos recorrieron Tezcatlipoca y Quetzalcóatl lo marca la Vía Láctea. Después de restablecidos los cielos, los dioses dieron nueva vida a la tierra, que había muerto en el cataclismo.

     El año ome acatl, dos caña, segundo después del diluvio, Tezcatlipoca dejo su nombre y tomó el de Mixcoatl,”culebra de nube”, sacó lumbre por la frotación de dos palos, e instituyó la fiesta del fuego, encendiendo muchas y grandes fogatas.
El chicuace acatl, seis caña, nació Centeotl, hijo de Piltzintecutli.

     El chicuei calli, ocho casa, dieron vida los dioses a los macehuales, esto es, al común de los hombres, como antes estaban.

     El ce acatl, una caña, de la segunda trecena, viendo los dioses que la tierra no estaba alumbrada, determinaron formar el sol, que además de iluminar la tierra, comiese corazones y bebiese sangre. Al efecto se pusieron a hacer la guerra, para la cual Tezcatlipoca formó cuatrocientos hombres y cinco mujeres: los hombres murieron dentro de cuatro años, y las mujeres quedaron vivas.

     El matlactlitecpatl, diez pedernal, 23 de la era, Xochiquetzalli, mujer de Piltzintecutli, murió en la guerra, y fue la primera de su sexo que murió en la lucha.

     El matlactli omei acatl, trece caña, 26 de la era, Quetzalcóatl arrojó a su hijo, que había tenido sin concurso de mujer, en una gran hoguera, de donde salió hecho sol. Tlaloc, que tenía un hijo en Chalchiuhicueye, lo arrojó al rescoldo, y salió hecho luna, que por eso parece cenicienta y oscura. Ambos astros empezaron a caminar uno tras otro sin alcanzarse, yendo por el aire sin tocar el cielo.

     El ce tecpatl, un pedernal, 27 de la era, subió Camaxtle al octavo cielo y creó cuatro hombres y una mujer para dar de comer al sol; pero apenas formados, cayeron al agua, se tornaron al cielo y no hubo guerra. Frustrado este intento, Camaxtle, el ome calli, dos casa, 28 de la era, dio con un bastón sobre una peña, y al golpe brotaron cuatrocientos chichimecas otomíes que poblaron la tierra antes que los mexicanos. Camaxtle se puso a hacer penitencia sobre la peña, sacándose sangre con púas de maguey, de lengua y orejas, y oró a los dioses para que los cuatro hombres y la mujer creados en el octavo cielo bajaran a matar a los bárbaros para dar de comer al sol. A los ocho años, el matlactlicalli, diez casa, el 36 de la era, bajaron los seres apetecidos y se posaron en los árboles, donde les daban de comer las águilas. Los bárbaros vivían entretenidos, embriagándose con el jugo del maguey; pero acertaron a ver a los seres extraños, se acercaron a ellos, bajaron éstos de los árboles y dieron muerte a los chichimecas, a excepción de Ximuel, Mimich y del mismo Camaxtle que se había hecho chichimeca.

     El nahui tecpatl, cuatro casa, 43 de la era, se oyó un gran ruido en el cielo, cayó un venado de dos cabezas, lo tomó Camaxtle y se los dio por dios a los de Cuitlahuac, quienes le daban de comer conejos, culebras y mariposas. El chicuei tecpatl, ocho pedernal, 47 de la era, Camaxtle movió guerra a los comarcanos y los vencía porque llevaba en las batallas el venado a cuestas. La guerra se prolongó diecinueve años; pero el ce acatl, uno caña, 66 de la era, Camaxtle fue vencido y perdió el venado con que triunfaba. Fue la causa de esta derrota, que encontrándose con una de las cinco mujeres creadas por Tezcatlipoca, tuvo en ella a Ceacatl, de lo cual ofendido el dios, le retiró su amparo.

     Ce acatl, el hijo de Camaxtle, siendo ya joven, hizo cruda penitencia corriendo por los montes, y sacándose sangre, y todo su anhelo era que los dioses lo hiciesen gran guerrero; su ruego fue atendido, pues llegó a ser tan valiente que lo tomaron por señor los habitantes de Tollan.

     Orozco y Berra, aludiendo a la cosmogonía mexicana que en extracto acabamos de exponer, dice lo siguiente:

     Estas fábulas por absurdas que parezcan, contienen mitos astronómicos, religiosos y sociales. Explican las ideas que abrigaban aquellos pueblos acerca de la formación de la tierra, su relación con los cielos, juicios que formaban acerca de la esfera celeste, movimiento de los astros, posición de las estrellas fijas. Grandes cataclismos habían precedido al último orden existente, producidos por los cuatro elementos reconocidos por todos los pueblos antiguos: la tierra, el fuego, el aire y el agua; la estructura del universo había padecido; los soles, personificación de los dioses, habían sido derribados y sustituidos por otros.

     Descúbrase en los mitos que nos ocupan, la invención y el culto del fuego; la adoración de los astros, predominando sobre todo, el sol; la unidad de la idea dios, degenerada en la pluralidad de los dioses; la guerra convertida en religión para proporcionar al padre de la luz corazones que comer y sangre que beber; el hombre, último en la creación y despreciable, transformado en la ofrenda más grata a la divinidad. Las razas humanas con sus colores típicos y característicos no les son desconocidas. Aparecen las artes domésticas; el maíz se da a la mujer como alimento y para servir a los encantamientos y adivinaciones. Brotan los chichimecas de las peñas al golpe de la vara mágica de un dios; son las tribus broncas y salvajes en el estado primitivo, contrapuesto al más adelantado de la civilización.

     Hay otro mito, también mexicano, que al dar a conocer el origen de la especie humana, distingue las diversas razas de Anahuac. Entre los antiguos cronistas, el P. Mendieta es el que refiere el mito con más sencillez y claridad. Dice así:
“… comienza a contar y tomar principio de sus generaciones, de un viejo anciano Iztacmixcohuatl, “Serpiente de nube blanca”, “Vía Láctea” que residía en aquellas siete cuevas llamadas Chicomoztoc, de cuya mujer llamada Ilancuey, “la que tiene naguas de vieja” dicen que hubo seis hijos. Al primero llamaron Xelhua, al segundo Tenuch, al tercero Ulmecatl, al cuarto Xicalancatl, al quinto Mixtecatl, al sexto Otomitl. El primero, llamado Xelhua, dicen que pobló a Guacachula (Cuauquechollan) y a Izocan (hoy Izúcar) y Epatlan, Teopantlan, y después a Teohacan (Teohuacan, hoy Tehuacan), Cozcatlan y Teutitlan; del segundo, llamado Tenuch (Tenoch), vinieron los que se dice Tenuchca, que son los puros mexicanos, llamados por otro nombre mexica. Del tercero y cuarto, llamados Ulmecatl y Xicalancatl, también descendieron muchas gentes y pueblos. Estos poblaron donde hoy está edificada la ciudad de los Ángeles (Puebla) y Totomihuacan. Del quinto hijo Mixtecatl, vienen los mixtecas, habitadores de aquel gran reino llamado Mixtecapan. Del postrer hijo llamado Otomitl descienden los otomíes. El mismo viejo Iztacmixcohuatl, padre de los sobredichos, hubo de otra mujer llamada Chimalmatl, un hijo que se llamó Quetzalcóatl.

     Ilancueye se compone de ilantli, vieja, de cueitl, naguas, y de e, que tiene: “La que tiene naguas de vieja”. Es la personificación de la tierra.

     Tiacapan. (El primer nacido, derivado de tiacauh, principal, fuerte.) Nombre que daban a la mayor de las cuatro hermanas de Tlazolteotl, diosa de los placeres carnales.

     Teicu. De te, de alguno, icutli, hermano o hermana menor: Hermano o hermana menor de alguien. La segunda de las cuatro hermanas de Ixcuina o Tlazolteotl, diosa de los placeres carnales.

     Tlacocoa. (Apócope de tlacocoani, part. act. De tlacocoa, comprar muchas cosas: La gran compradora).

     Tlaco. Medio, mitad: La de en medio. Una de las hermanas de Tlazolteotl.

     Xocotzin. (Xocotl, fruto, tzin, diminutivo estimativo). Nombre que daban a la cuarta y última hermana de Tlazolteotl, diosa de los placeres carnales. 

     Extraído de mi libro inédito Minidiccionario enciclopédico náhuatl 2003. La mayor parte del   artículo es  tomado Cecilio A. Robelo: Dicc. de Mitología Nahoa 2001.

TEOTIHUACAN VERDADERO SIGNIFICADO



TEOTIHUACAN

ANTONIO FCO. RODRÍGUEZ ALVARADO



     

     Teotihuacan, del nahuat-pipil teo, dios + ti, fuego + hua, que tienen + can, lugar: “Lugar en donde tienen el fuego de los dioses”. Algunos historiadores por desconocimiento del idioma pipil a la silaba ti, la han denominado silaba de enlace, lo que es completamente erróneo. La leyenda de los 5 soles confirma esta toponimia. En este lugar se encontraba el fuego divino del cual nacerían Tonatiuh - Nanahuatzin  y Metztli - Tecucistécat. El mismo error se aplica a Tihuatlan, el cual proviene de ti, fuego, hua, que tienen, tlan, cerca de o donde abunda: “Cerca de donde tienen fuego”. En este lugar han querido ver la palabra Tihuatlan como deformación o perversión de la palabra Cihuatlan, donde están bien estructuradas las raíces cihua, mujeres + tlan, donde abundan: “Donde abundan las mujeres”. Chantico, la diosa del hogar, del fuego volcánico, venerada en Xochimilco por los orfebres, procede de las raíces nahuas chan (tli), hogar + ti, fuego + co, lugar: “En el fuego del hogar”. En su tocado llevaba el símbolo de la guerra: una corriente de agua y otra de fuego. Tenía también la divinidad del chile, por el ardor que provoca la especie. Un ser sobrenatural zoque lleva el nombre nahuat-pipil de la “Tisigua”  de ti, fuego + sigua mujer: “Mujer de fuego (candente)”. Por último, en la región de Los Tuxtlas, Veracruz se encuentra el volcán Titepec, que también proviene del nahuat-pipil ti, fuego + tepet, cerro + c, en, lugar. “En el cerro de fuego (volcán)”.

Véase la Leyenda de los 5 Soles.


Tomado de mi libro inédito. Dioses, demonios y enfermedades del  México Prehispánico.


lunes, 16 de julio de 2012

LA ZARPA, José Emilio Pacheco.

LA ZARPA

José Emilio Pacheco

 

Padre, las cosas que habrá oído en el confesionario  aquí en la sacristía…Usted es joven, es hombre. Le será difícil entenderme. No sabe cuánto me apena quitarle tiempo con mis problemas, pero ¿a quién sino a usted puedo confiarme? De verdad no sé cómo empezar. Es pecado alegrarse del mal ajeno. Todos lo cometemos ¿no es cierto? Fíjese usted cuando hay un accidente, un crimen un incendio. Qué alegría sienten los demás porque no fue para ellos al menos una entre tantas desgracias de este mundo.

     Usted no es de aquí, padre, no conoció México cuando era una ciudad pequeña, preciosas, muy cómoda, no la monstruosidad que padecemos ahora en 1971. Entonces nacíamos y moríamos en el mismo sitio sin cambiarnos nunca de barrio. Éramos de San Rafael, de Santa María, de la colonia Roma. Nada volverá a ser igual… Perdone, estoy divagando. No tengo a nadie con quién hablar y cuando me suelto… Ay, padre, que vergüenza, si supiera, jamás me había atrevido a contarle esto a nadie, ni a usted. Pero ya estoy aquí. Después me sentiré más tranquila.

     Mire Rosalba y yo nacimos en edificios de la misma calle, con apenas tres meses de diferencia. Nuestras madres eran muy amigas. Nos llevaban juntas a la Alameda y a Chapultepec. Juntas nos enseñaron a hablar y a caminar. Desde que entramos en la escuela de párvulos Rosalba fue la más linda, la más graciosa, la más inteligente. Le caía bien a todos, era amable con todos. En primaria y secundaria lo mismo: la mejor alumna, la que portaba la bandera en las ceremonias, bailaba, actuaba o recitaba en los festivales. “No me cuesta trabajo estudiar”, decía. “Me basta oír algo para aprendérmelo de memoria.”

     Ay, padre, ¿por qué las cosas están mal repartidas? ¿Por qué a Rosalba le tocó lo bueno y a mí lo malo? Fea, gorda, bruta, antipática, grosera, díscola, malgeniosa. En fin… Ya se imaginará lo que nos pasó al llegar a la preparatoria cuando pocas mujeres alcanzaban esos niveles. Todos querían ser novios de Rosalba. A mí que me comieran los perros: nadie se iba a fijar en la amiga fea de la muchacha guapa.

     En un periodiquito estudiantil publicaron: “Dicen las malas lenguas que Rosalba anda por todas partes con Zenobia para que el contraste haga resplandecer aún más su belleza única, extraordinaria, incomparable”.  Desde luego la nota no estaba firmada. Pero sé quién la escribió. No lo perdono aunque haya pasado más de medio siglo y hoy sea muy importante.

     Qué injusticia ¿no cree? Nadie escoge su cara. Si alguien nace fea por fuera la gente se las arregla para que también se vaya haciendo horrible por dentro. A los 15 años, padre, ya estaba amargada. Odiaba a mi mejor amiga y no podía demostrarlo porque ella era siempre buena, amable, cariñosa conmigo. Cuando me quejaba de mi aspecto me decía: “Que tonta eres. Cómo puedes creerte fea con esos ojos y esa sonrisa tan bonita que tienes”. Era sólo la juventud, sin duda. A esa edad no hay quien no tenga su gracia.

     Mi madre se había dado cuenta del problema. Para consolarme hablaba de cuánto sufren las mujeres hermosas y qué fácilmente se pierden. Yo quería estudiar Derecho, ser abogada, aunque entonces daba risa que una mujer anduviera en trabajos de hombre. Habíamos pasado juntas toda la vida y no me animé a entrar en la universidad sin Rosalba.

     Aún no terminábamos la preparatoria cuando ella se casó con un muchacho bien que la había conocido en una kermés. Se la llevó a vivir al Paseo de la Reforma en una casa elegantísima que demolieron hace mucho tiempo. Desde luego me invitó a la boda pero no fui. “Rosalba, ¿qué me pongo? Los invitados de tu esposo van a pensar que llevaste a tu criada.”

     Tanta ilusión que tuve y desde los dieciocho años me vi obligada a trabajar, primero en el Palacio de Hierro y luego de secretaria en Hacienda y Crédito Público. Me quedé arrumbada en el departamento donde nací, en las calles de Pino. Santa María perdió su esplendor de comienzos de siglo y se vino abajo. Para entonces mi madre ya había muerto en medio de sufrimientos terribles, mi padre estaba ciego por sus vicios de juventud, mi hermano era un borracho que tocaba la guitarra, hacía canciones y ambicionaba la gloria y la fortuna de Agustín Lara. Pobre de mi hermano: toda la vida quiso hacerse digno de Rosalba y murió asesinado en un tugurio de Nonoalco.

     Pasamos mucho tiempo sin vernos. Un día Rosalba llegó a la sección de ropa íntima, me saludó como si nada y me presentó a su nuevo esposo, un extranjero que apenas entendía el español. Ay, padre, aunque no lo crea, Rosalba estaba más linda y elegante que nunca, en plenitud, como suele decirse. Me sentí tan mal que me hubiera gustado verla caer muerta a mis pies. Y lo peor, lo más doloroso, era que ella, con toda su fortuna y su hermosura, seguía tan amable, tan sencilla de trato como siempre.

     Prometí visitarla en su nueva casa de Las Lomas. No lo hice jamás. Por las noches rogaba a Dios no volver a encontrármela. Me decía a mi misma: Rosalba nunca viene al Palacio de Hierro, compra su ropa en Estados Unidos, no tengo teléfono, no ninguna posibilidad de que nos veamos de nuevo.

     A esas alturas casi todas nuestras amigas se habían alejado de Santa María. Las que seguían allí estaban gordas, llenas de hijos, con maridos que les gritaban y les pegaban y se iban de juerga con mujeres de ésas. Para vivir en esa forma mejor no casarse. No me casé aunque oportunidades no me faltaron. Por más amolados que estemos siempre viene alguien a nuestra espalda recogiendo lo que tiramos a la basura.

     Se fueron los años. Sería época de Ávila Camacho o Alemán cuando una tarde en que esperaba el tranvía bajo la lluvia la descubrí en su gran Cadillac, con chofer de uniforme y toda la cosa. El automóvil se detuvo ante un semáforo. Rosalba me identificó entre la gente y se ofreció a llevarme. Se había casado por cuarta o quinta vez, aunque parezca increíble. A pesar de tanto tiempo, gracias a sus esmeros, seguía siendo la misma: su cara fresca de muchacha, su cuerpo esbelto, sus ojos verdes, su pelo castaño, sus dientes perfectos…



     Me reclamó que no la buscara, aunque ella me mandaba cada año tarjetas de navidad. Me dijo que el próximo domingo el chófer  iría a recogerme para que cenáramos en su casa. Cuando llegamos, por cortesía la invité a pasar. Y aceptó, padre, imagínese: aceptó. Ya se figurará la pena que me dio mostrarle el departamento a ella que vivía entre tantos lujos y comodidades. Aunque limpio y arreglado, aquello era el mismo cuchitril que conoció Rosalba  cuando andaba también de pobretona. Todo tan viejo y miserable que por poco me suelto a llorar de rabia y de vergüenza.

     Rosalba se entristeció. Nunca antes había regresado a sus orígenes. Hicimos recuerdos de aquellas épocas. De repente se puso a contarme que infeliz se sentía. Por eso, padre, y fíjese en quien se lo dice, no debemos sentir envidia: nadie se escapa, la vida es igual de terrible con todos. La tragedia de Rosalba era no tener hijos. Los hombres la ilusionaban un momento. En seguida, decepcionada, aceptaba a algún otro de los muchachos que la pretendían. Pobre Rosalba, nunca la dejaron en paz, lo mismo en Santa María que en la preparatoria o en esos lugares tan ricos y elegantes que conoció más tarde.

     Se quedó poco tiempo. Iba a una fiesta y tenía que arreglarse. El domingo se presentó el chofer. Estuvo toca y toca el timbre. Lo espié por la ventana y no le abrí. Qué iba a hacer yo, la fea, la gorda, la quedada, la solterona, la empleadilla, en ese ambiente de riqueza. Para que exponerme a ser comparada de nuevo con Rosalba. No seré nadie pero tengo mi orgullo.

     Ese encuentro se me grabó en el alma. Si iba al cine o me sentaba a ver la televisión o a hojear revistas siempre encontraba mujeres hermosas parecidas a Rosalba. Cuando en el trabajo me tocaba atender alguna muchacha que tuviera algún rasgo de ella, la trataba mal, le inventaba dificultades, buscaba formas de humillarla delante de los otros empleados para sentir: Me estoy vengando de Rosalba.

     Usted me preguntará, padre, qué me hizo Rosalba. Nada, lo que se llama nada. Eso era lo peor y lo que más furia me daba. Insisto, padre: siempre fue buena y cariñosa conmigo. Pero me hundió, me arruinó la vida, sólo por existir, por ser tan bella, tan inteligente, tan rica, tan todo.

     Yo sé lo que es estar en el infierno, padre. Sin embargo, no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague. Aquella reunión en Santa María debe de haber sido en 1946. De modo que esperé un cuarto de siglo. Y al fin hoy, padre, esta mañana la vi en la esquina de Madero y Palma. Primero de lejos, después muy de cerca. No puede imaginarse, padre: ese cuerpo maravilloso, esa cara, esas piernas, esos ojos, ese cabello, se perdieron para siempre en un tonel de manteca, bolsas, manchas, arrugas, papadas, várices, canas, maquillaje, colorete, rimel, dientes falsos, pestañas postizas lentes de fondo de botella.

     Me apresuré a besarla y abrazarla. Había acabado lo que nos separó. No importaba lo de antes. Ya nunca más seríamos una la fea y otra la bonita. Ahora Rosalba y yo somos iguales. Ahora la vejez nos ha hecho iguales.

  

Cuento extraído de su novela "El Principio del Placer". Ediciones Era, S. A. de C. V. México, D. F.  1997