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viernes, 22 de febrero de 2013

YAPPAN EL HOMBRE ALACRÁN


YAPPAN
Antonio Fco. Rodríguez Alvarado


Es un mito que cuenta que cuando los animales eran hombres, hubo uno que, con el fin de que los dioses lo convirtieran en el más hermoso animal de la tierra, decidió abandonar a su mujer para mantenerse en castidad y habiendo emprendido hacer penitencia en la peña Tehuihuetl; algunas diosas, enteradas de que el penitente sería convertido en alacrán y de que su picadura podría ser mortal si seguía en penitencia, decidieron enviar a la bella diosa Xochiquetzal, quien logra seducirlo y hacerlo pecar bajo su huipil, cayendo en adulterio; por lo cual Yáotl, a quien habían encargado los dioses que velase sobre su conducta, le lanzó un fuerte golpe y Yappan, quien no obstante alza sus brazos para defenderse, quedó sin cabeza, y su cuerpo convertido en un alacrán negro. No contento Yáotl por este castigo, ejecutó el mismo a Tlahuitzin, mujer de Yappan, la cual quedó también transformada en alacrán rubio, y al mismo Yáotl, por haberse excedido en la comisión, lo convirtieron los dioses en langosta. Los indígenas añadían que la vergüenza de aquel delito era la causa de que los alacranes huyan de la luz y se escondan bajo las piedras. Y de que debido al acto carnal la picadura de este animal no fuera tan mortal. 

XOCHIQUETZAL

miércoles, 13 de febrero de 2013

MARINA mujer de mar, mujer de amor


MARINA
Antonio Fco. Rodríguez Alvarado

Imagen de Internet

Mujer de mar,
mujer de amor.

Tus labios me saben a sal.

Las olas que bañan tu cuerpo
me saben a besos.

Y tú, con tus momentos de calma
y tempestad me sabes a mar.

Y yo, nadando siempre hacia ti,
me hundo en el remolino
de tu cuerpo al alcanzarte.

Eres la isla -oasis del náufrago
en el mar-desierto.

Tus ojos...
los faros en la noche.

Tu vientre...
la playa del placer.

Tu voluptuosidad...
la vida y la muerte.

Tu voz…
el arrullo y la brisa.

Tu amor...
lo más bello que he tenido.



Imagen de Internet

Tu sonrisa y tu risa…
el cielo del mar.

Mujer de mar,
mujer de amor,
tú que llegas...
Bienvenida a mí.


sábado, 9 de febrero de 2013

LA REINA JOSÉ EMILIO PACHECO


LA REINA
POR JOSÉ EMILIO PACHECO



JOSÉ EMILIO PACHECO... NOS LLEVA A VIVIR EL CARNAVAL DE VERACRUZ CON EL CUENTO LA REINA...."Desde un inesperado balcón las Osorio, muertas de risa, se hicieron escuchar entre las músicas y gritos del carnaval:-Gorda, gorda: sube, Que andas haciendo allí abajo, revuelta con la plebe y los chilangos? La gente decente de Veracruz no se mezcla con los fuereños, mucho menos en carnaval."


Adelina apartó el rizador de pestañas y comenzó a aplicarse el rimmel. Una línea de sudor manchó su frente. La enjugó con un clínex y volvió a extender el maquillaje. Eran las diez de la mañana. Todo lo impregnaba el calor. Un organillero tocaba el vals Sobre las olas. Lo silenció el estruendo de un carro de sonido en que vibraban voces incomprensibles. Adelina se levantó del tocador, abrió el ropero y escogió un vestido floreado. La crinolina ya no se usaba pero, según la modista, no había mejor recurso para ocultar un cuerpo como el suyo.
Se contempló indulgente en el espejo. Atravesó el patio interior entre las macetas y los bates de béisbol, las manoplas y gorras que Óscar dejó como para estorbarle el camino, entró en el baño y subió a la balanza. Se descalzó. Pisó de nuevo la cubierta de hule junto a los números. Se quitó el vestido y probó por tercera vez. La balanza marcaba 80 kilos. Debía estar descompuesta: era el mismo peso registrado una semana atrás al iniciar los ejercicios y la dieta.
Caminó otra vez por el patio que era más bien un pozo de luz con vidrios traslúcidos. Un día, como predijo Óscar, el patio iba a desplomarse si Adelina no adelgazaba. Se imaginó cayendo en la tienda de ropa. Los turcos, inquilinos de su padre, la detestaban. Cómo iban a reírse Aziyadé y Nadir al verla sepultada bajo metros y metros de popelina.
Al llegar al comedor vio como por vez primera los lánguidos retratos familiares: ella a los seis meses, triunfadora en el concurso el bebé más robusto de Veracruz. A los nueve años, en el teatro Clavijero, declamando Madre o mamá de Juan de Dios Peza. Óscar, recién nacido, flotante en un moisés enorme, herencia de su hermana. Óscar, el año pasado, pitcher en la Liga Infantil de Golfo. Sus padres el día de la boda, él aún con uniforme de cadete. Guillermo en la proa de Durango, ya con gorra e insignias de capitán. Guillermo en el acto de estrechar la mano al señor presidente en ocasión de unas maniobras navales. Hortensia al fondo, con sombrilla, tan ufana de su marido y tan cohibida por hallarse entre la esposa del gobernador y la diputada Goicochea. Adelina, quince años, bailando con su padre el vals Fascinación. Qué día. Mejor ni acordarse. Quién la mandó invitar a las Osorio. Y el chambelán que no llegó al Casino: prefirió arriesgar su carrera y exponerse a la hostilidad de Guillermo-su implacable y marcialmente sádico profesor en la Heroica Escuela Naval-antes que hacer el ridículo valsando con Adelina.
-Qué triste es todo-se oyó decirse-. Ya estoy hablando sola. Es por no desayunarme-. Fue a la cocina. Se preparó en la licuadora un batido de plátanos y leche condensada. Mientras lo saboreaba hojeó Huracán de amor. No había visto ese número de la Novela  Semanal, olvidado por su madre junto a la estufa. Hortensia es tan envidiosa… ¿Por qué me seguirá escondiendo sus historietas y sus revistas como si yo todavía fuera una niñita?
“No hay más ley que nuestro deseo”, afirmaba un personaje en Huracán de amor. Adelina de inquietó ante el torso desnudo del hombre que aparecía en el dibujo. Pero nada comparable a cuando encontró en el portafolios de su padre Corrupción en el internado para señoritas y La seducción de Lisette. Si Hortensia--- o peor: Guillermo-la hubieran sorprendido…
Regresó al baño. En vez de cepillarse los dientes se enjuagó con Listerine y se frotó los incisivos con la toalla. Cuando iba hacia su cuarto sonó el teléfono.
-Gorda
-¿Qué quieres, pinche enano maldito?
-Cálmate, gorda, es un recado de our father. ¿Por qué amaneciste tan furiosa, Adelina? Debes de haber subido otros cien kilos.
-Qué te importa, idiota, imbécil. Ya dime lo que vas a decirme. Tengo prisa.
-¿Prisa? Ah sí, seguramente vas a desfilar como reina del carnaval en vez de Leticia ¿no?
-Mira, estúpido, esa negra, débil mental, no es reina ni es nada. Lo que pasa es que su familia compró todos los votos y ella se acostó hasta con el barrendero de la Comisión Organizadora. Así quién no.
-La verdad, gorda, es que te muere de envidia. Qué darías por estar ahora arreglándote para el desfile como Leticia.
---El desfile? Ja, ja, no me importa el desfile. Tú, Leticia y todo el carnaval me valen una pura chingada.
-Qué lindo vocabulario. Dime dónde lo aprendiste. No te lo conocía. Ojala te oigan mis papás.
-Vete al carajo.
-Ya cálmate, gorda. ¿Qué te pasa? ¿De cuál fumaste? Ni me dejas hablar… Mira, dice mi papá que vamos a comer aquí en Boca del Río con el vicealmirante; que de una vez va ir a buscarte la camioneta porque luego, con el desfile, no va a haber paso.
-No, gracias. Dile que tengo mucho que estudiar. Además ese viejo idiota del vicealmirante me choca. Siempre con sus bromitas y chistecitos imbéciles. Pobre de mi papá: tiene que celebrárselos.
-Haz lo que te dé la gana, pero no tragues tanto ahora que nadie te vigila.
-Cierra el hocico y ya no estés chingando.
-¿A que no le contestas así a mi mamá? ¿A que no, verdad? Voy a desquitarme, gorda maldita. Te vas a acordar de mí, bola de manteca.
Adelina colgó furiosa el teléfono. Sintió ganas de llorar. El calor la rodeaba por todas partes. Abrió el ropero infantil adornado con calcomanías de Walt Disney. Sacó un bolígrafo y un cuaderno rayado. Fue a la mesa del comedor y escribió:

Queridísimo Alberto:
Por milésima vez hago en este cuaderno una carta que no te mandaré nunca y siempre te dirá las mismas cosas.
Mi hermano acaba de insultarme por teléfono y mis papás no
me quisieron llevar a Boca del Río. Bueno, Guillermo
seguramente quiso: pero Hortensia lo domina. Ella me odia,
por celos, porque ve cómo me adora mi papá y cuánto se
preocupa por mí.
Aunque si me quisiera tanto como yo creo ya me hubiera
mandado a España, a Canadá, a no sé dónde, lejos de este
infierno que mi alma, sin ti, ya no soporta.
Se detuvo. Tachó que mi alma, sin ti, ya no soporta.
Alberto mío, dentro de un rato voy a salir. Te veré de nuevo,
por más que no me mires, cuando pases en el carro alegórico
de Leticia. Te lo digo de verdad: Ella no te merece. Te ves
tan & tan, no sé cómo decirlo, con tu uniforme de cadete. No ha
habido en toda la historia un cadete como tú. Y Leticia no es
tan guapa como supones. Sí, de acuerdo, tal vez sea atractiva,
no lo niego: por algo llegó a ser reina del carnaval. Pero su
tipo resulta, cómo te diré, muy vulgar, muy corriente. ¿No te
parece?
Y es tan coqueta. Se cree muchísimo. La conozco desde que
estábamos en kinder. Ahora es íntima de las Osorio y antes
hablaba muy mal de ellas. Se juntan para burlarse de mí
porque soy más inteligente y saco mejores calificaciones.
Claro, es natural: no ando en fiestas ni cosas de éstas, los
domingos no voy a dar vueltas al zócalo, ni salgo todo el
tiempo con muchachos. Yo sólo pienso en ti, amor mío, en el
instante en que tus ojos se volverán al fin para mirarme.
Pero tú, Alberto, ¿me recuerdas? Seguramente ya has
olvidado de que nos conocimos hace dos años-acababas de
entrar en la Naval-una vez que acompañé a mi papá a Antón
Lizardo. Lo esperé en la camioneta. Tú estabas arreglando un
jeep y te acercaste. No me acuerdo de ningún otro día tan
hermoso como aquel en que nuestras vidas se encontraron
para ya no separarse jamás.
Tachó para ya no separarse jamás.
Conversamos muy lindo mucho tiempo. Quise dejarte como
recuerdo mi radio de transistores. No aceptaste. Quedamos en
vernos el domingo para ir al zócalo y a tomar un helado en el
“Yucatán”.
Te esperé todo el día ansiosamente. Lloré tanto esa noche…
Pero luego comprendí: no llegaste para que nadie dijese que tu
interés en cortejarme era por ser hija de alguien tan importante
en la Armada como mi padre.
En cambio, te lo digo sinceramente, nunca podré entender
por qué la noche del fin de año en el Casino Español bailaste
todo el tiempo con Leticia y cuando me acerqué y ella nos
presentó dijiste: “mucho gusto”.
Alberto: se hace tarde. Salgo a tu encuentro. Sólo unas
palabras antes de despedirme. Te prometo que esta vez sí
adelgazaré y en el próximo carnaval, como lo oyes, yo voy a
ser La Reina! (Mi cara no es fea, todos lo dicen.) me llevarás
a nadar a Mocambo, donde una vez te encontré con Leticia?
(por fortuna ustedes no me vieron: estaba en traje de baño y
corrí a esconderme entre los pinos.)
Ah, pero al año próximo, te juro, tendré un cuerpo más
hermoso y más esbelto que el; suyo. Todos los que nos miren te
envidiarán por llevarme del brazo.
Chao, amor mío. Ya falta poco para verte. Hoy como siempre
es toda tuya.
Adelina

Volvió a su cuarto. Al ver la hora en el despertador de Bugs Bunny dejó sobre la cama el cuaderno en que acaba de escribir, retocó el maquillaje ante el espejo, se persignó y bajó a toda prisa las escaleras de mosaico. Antes de abrir la puerta del zaguán respiró el olor a óxido y humedad. Pasó frente a la sedería de los turcos: Aziyadé y Nadir no estaban: sus padres se disponían a cerrar.
En la esquina se encontró a dos compañeros de equipo de su hermano. (¿No habían ido a Boca del Río?) Al verla maquillada le preguntaron si iba a participar en el concurso de disfraces o había lanzado su candidatura para Rey Feo.
Respondió con una mirada de furia. Se alejó taconeando bajo el olor a pólvora de buscapiés, palomas, y brujas. No había tránsito: la gente caminaba por la calle tapizada de serpentinas, latas, y cascos de cerveza. Encapuchados, mosqueteros, payasos, legionarios romanos, ballerinas, circasianas, amazonas, damas de la corte, piratas, napoleones, astronautas, guerreros aztecas y grupos y familias con mascaras, gorritos de cartón, sombreros zapatistas o sin disfraz avanzaban hacia la calle principal.
Adelina apretó el paso. Cuatro muchachas se volvieron a verla y le dejaron atrás. Escuchó su risa unánime y pensó que se estarían burlando de ella como los amigos de Óscar. Luego caminó entre las mesas y los puestos de los portales, atestados de marimbas, conjuntos jarochos, vendedores de jaibas rellenas, billeteros de la Lotería Nacional.
No descubrió a ningún conocido pero advirtió que varias mujeres la miraban con sorna. Pensó en sacar el espejito de su bolsa para ver si, inexperta, se había maquillado en exceso. Por vez primera empleaba los cosméticos de su madre. Pero, dónde se ocultaría para mirarse?
Con grandes dificultades llegó a la esquina elegida. El calor y el estruendo informe, la promiscua contigüidad de tantos extraños le provocaban un malestar confuso. Entre aplausos apareció la descubierta de charros y chinas poblanas. Bajo gritos y música desfiló la comparsa inicial: los jotos vestidos de pavos reales. Siguieron mulatos disfrazados de vikingos, guerreros aztecas y penachos de rumbera.
Desfilaron cavernarios , kukuxklanes, la corte de Luis XV con sus blancas pelucas entalcadas y sus flasos lunares, Blanca Nieves y los Siete Enanos (Adelina sentía que la empujaban y las manoseaban), Barbazul en plena tortura y asesinato de sus mujeres, Maximiliano y Carlota en Chapultepec, pieles rojas, caníbales teñidos de betún y adornados con huesos humanos (la transpiración humedecía su espalda), Romeo y Julieta en el balcón de Verona, Hitler y sus mariscales llenos de monóculos y suásticas, gigantes y cabezudos, James Dean al frente de sus rebeldes sin causa, Pierrot, Arlequín y Colombina, doce Elvis Presleys que trataban de cantar en inglés y moverse como él. (Adelina cerró los ojos ante el brillo del sol y el caos de épocas, personajes, historias.)
Empezaron los carros alegóricos, unos tirados por tractores, otros improvisados sobre camiones de redilas: el de la Cervecería Moctezuma, Miss México, Miss California, notablemente aterrada por lo que veía como un desfile salvaje, las Orquídeas del Cine Nacional, el Campamento Gitano-niñas que lloriqueaban por el calor, el miedo de caerse y la forzada inmovilidad-, el Idilio de los Volcanes según el calendario de Helguera, la Conquista de México, las Mil y una Noches, pesadilla de cartón, lentejuelas y trapos.


La sobresaltaron un aliento húmedo de tequila y una caricia envolvente:-Véngase, mamasota, que aquí está su rey-. Adelina, enfurecida, volvió la cabeza. Pero ¿hacia quién, cómo descubrir al culpable entre la multitud burlona o entusiasmada? Los carros alegóricos seguían desfilando: los Piratas en las isla del Tesoro, Sangre Jarocha, Guadalupe la Chinaca, Raza de Bronce, Cielito Lindo, la Adelita, la Valentina y Pancho Villa, los Buzos en el país de las sirenas, los astronautas y los extraterrestres.
Desde un inesperado balcón las Osorio, muertas de risa, se hicieron escuchar entre las músicas y gritos del carnaval:-Gorda, gorda: sube, Que andas haciendo allí abajo, revuelta con la plebe y los chilangos? La gente decente de Veracruz no se mezcla con los fuereños, mucho menos en carnaval.
Todo el mundo pareció descubrirla, observarla, repudiarla. Adelina tragó saliva, apretó los labios: Primero muerta que dirigirles la palabra a las Osorio. Por fin, el carro de la reina y sus princesas, Leticia Primera en su trono bajo las espadas cruzadas de los cadetes. Alberto junto a ella muy próximo. Leticia toda rubores, toda sonrisitas, entre los bucles artificiales que sostenían la corona de hojalata. Leticia saludando en todas direcciones, enviando besos al aire.
-Cómo puede cambiar la gente cuando está bien maquillada.- se dijo Adelina. El sol arrancaba destellos a la bisutería del cetro, la corona, el vestido. Atronaban aplausos y gritos de admiración. Leticia Primera recibía feliz la gloria que iba a durar unas cuantas horas, en un trono destinado a amanecer en un basurero. Sin embargo Leticia era la reina y estaba cinco metros por encima de quien la observaba con odio.
-Ojalá se caiga, ojalá haga el ridículo delante de todos, ojalá de tan apretado le estalle el disfraz y vean el relleno de hulespuma en sus tetas- murmuró entre dientes Adelina, ya sin temor de ser escuchada.
-Ya verá el año que entra: los lugares van a cambiarse. Leticia estará aquí abajo muerta de envida y...-Una bolsa de papel arrojada desde quién sabe dónde interrumpió el monólogo sombrío: se estrello en su cabeza y la baño de anilina roja en el preciso instante en que pasaba frente a ella la reina. La misma Leticia no pudo menos que descubrirla entre la multitud y reírse. Alberto quebrantó su pose de estatua y soltó una risilla.
Fue un instante. El carro se alejaba. Adelina se limpio la cara con las mangas del vestido. Alzo los ojos hacia el balcón en que las Osorio manifestaban su pesar ante el incidente y la invitaban a subir. Entonces la bañó una nube de confeti que se adhirió a la piel humedecida. Se abrió paso, intentó correr, huir, hacerse invisible.
Pero el desfile había terminado. Las calles estaban repletas de chilangos, de jotos, de mariguanos, de hostiles enmascarados y encapuchados que seguían arrojando confeti a la boca de Adelina entreabierta por el jadeo, bailoteaban para cerrarle el paso, aplastaban las manos en sus senos, desplegaban espantasuegras en su cara la picaban con varitas labradas de Apizaco.
Y Alberto se alejaba cada vez más. No descendía del carro para defenderla, para vengarla, para abrirle camino con su espada. Y Guillermo, en Boca del Río, ya aturdido por la octava cerveza, festejaba por anticipado los viejos chistes eróticos del vicealmirante. Y bajo unas máscaras de Drácula y de Frankenstein surgían Aziyadé y Nadir, la acosaban en su huida, le cantaban, humillante y angustiosamente cantaban, un estribillo improvisado e interminable:-A Adelina/le echaron anilina/por no tomar Delgadina. / Poor noo toomaar Deelgaadiinaa.
Y los abofeteó y pateó y los niños intentaron pegarle y un Satanás y una Doña Inés los separaron. Aziyadé y Nadir se fueron canturreando el estribillo. Adelina pudo continuar la fuga hasta que al fin abrió la puerta de su casa, subió las escaleras y halló su cuarto en desorden: Óscar estuvo allí con sus amigos de la novena de béisbol, Óscar no se quedó en Boca del Río. Óscar volvió con su pandilla. Óscar también anduvo en el desfile.
Vio el cuaderno en el suelo, abierto y profanado por los dedos de Óscar, las manos de los otros. En las páginas de su última carta estaban las huellas digitales, la tinta corrida, las grandes manchas de anilina roja. Cómo se habrán burlado, cómo se estarán riendo ahora mismo, arrojando bolsas de anilina a las caras, puñados de confeti a las bocas, rompiendo huevos podridos en las cabezas, valiéndose de la impunidad conferida por sus máscaras y disfraces.
-Maldito, puto, enano cabrón, hijo de la chingada. Ojalá te peguen. Ojalá te den en toda la madre y regreses chillando como un perro. Ojalá se mueran tú y la puta de Leticia y las pendejas de las Osorio y el cretino cadetito de mierda y el pinche carnaval y el mundo entero.

Y mientras hablaba, gritaba, gesticulaba con doliente furia, rompía su cuaderno de cartas, pateaba los pedazos arrojaba contra la pared el frasco de maquillaje, el pomo de rimmel, la botella de Colonia Sanborns.
Se detuvo. En el espejo enmarcado por figuras de Walt Disney miró su pelo rubio, sus ojos verdes, su cara lívida cubierta de anilina, grasa, confeti, sudor, maquillaje y lágrimas. Y se arrojó a la cama llorando, demoliéndose, diciéndose:
-Ya verán, ya verán el año que entra.



lunes, 4 de febrero de 2013

SÓCRATES, EL TRIPLE FILTRO


SÓCRATES Y EL TRIPLE FILTRO

En la antigua Grecia, Sócrates fue famoso por su sabiduría y por el gran respeto que profesaba a todos.

Un día un conocido se encontró con el gran filósofo y le dijo:

- “¿Sabes lo que escuché acerca de tu amigo?”

- “Espera un minuto”, replicó Sócrates. “Antes de decirme nada quisiera que pasaras un pequeño examen. Yo lo llamo el examen del triple filtro.”

- “¿Triple filtro?”

- “Correcto”, continuó Sócrates. “Antes de que me hables sobre mi amigo, puede ser una buena idea filtrar tres veces lo que vas a decir. Es por eso que lo llamo el examen del triple filtro.”

- “El primer filtro es la verdad. ¿Estás absolutamente seguro de que lo que vas a decirme es cierto?”

- “No”, dijo el hombre, “realmente solo escuché sobre eso y...”

- “Bien”, dijo Sócrates. “Entonces realmente no sabes si es cierto o no.”

- “Ahora permíteme aplicar el segundo filtro, el filtro de la bondad. ¿Es algo bueno lo que vas a decirme de mi amigo?”

- “No, por el contrario...”

- “Entonces, deseas decirme algo malo sobre él, pero no estás seguro de que sea cierto.”

- “Pero podría querer escucharlo porque queda un filtro: el filtro de la utilidad. ¿Me servirá de algo saber lo que vas a decirme de mi amigo?”

- “No, la verdad que no.”

- “Bien”, concluyó Sócrates, “si lo que deseas decirme no es cierto, ni bueno, e incluso no es útil... ¿para qué querría saberlo?” 







domingo, 3 de febrero de 2013

LUNA LUNITA LUNITA LUNA


LUNA LUNITA
LUNITA LUNA
FERNANDO HERNÁNDEZ RODRÍGUEZ




Luna lunita lunita luna es una serie de poemas breves que describen plantas, montes y animalitos de la región de Los Tuxtlas (topotes, garzas, cocuyos, etc.), mediante el uso de las comparaciones y el apoyo de un lenguaje sumamente accesibles. El título se eligió obedeciendo a la profundidad que el astro sugiere y a la objetividad que noche tras noche nos ofrece.


A MI NIETA
Gracias mi vida
Por llenarme
de saliva

PEQUEÑECES
Mi nietecita está loca
porque todo cuanto toca
se lo lleva hasta la boca.
¡Oca, oca, moca, moca¡

ALMENDRO
Fronda
Fruta
Sombra

JULIO Y AGOSTO
Lluvia
Sapo
Nube
Charco

LA NOCHE
El día impoluto
cambió su traje
por uno de luto

MESES TOPOTEROS
La
Luna
se despedazó
en la laguna

GARZA BLANCA
Bebe, garcita, bebe,
que eres de nieve

TOPOTES BLANCOS
-       ¿Qué cosas brillan entre las mallas?
¡Chispas de plata de mi atarraya¡


TOPOTES AMARILLOS

La plata y  el oro
de mi chinchorro


EL ALBA

Nacida oportuna
del sol y la luna


LUCIÉRNAGA

La cocuya
lleva un bebito
en forma de sol
que alumbra bonito


HILO DE AGUA

Este arroyito
que ves
es una culebrita
al revés

LAS ESTRELLITAS (DE Aline)

Las estrellitas
no te salen a ver
porque parece
que va a llover


LAS RANITAS

Aguacatitos patones
que triscan en los rincones


INFORME UNO

Noche de luna
noche caliche
mi niña duerme
junto a la chiche


INFORME DOS

Noche de nieve,
noche de horchata,
mi niña duerme
sin darme lata


TENEBROSIDAD

Las noches sin calma
y aullidos de can
son noches fantasmas
que al panteón se van


7º. SENTIDO

EL silencio tiene sonidos
que escucho en otro
de mis sentidos:
el de la oscuridad


UFANÍA

Mi niña me besa
con leche en los labios,
 me deja en la cara
aroma de establo


LUNA LLENA

Luna lunera:
¡Vístete de blanco
para que a mis ojos
parezcas de talco!


CREPÚSCULO

El viento se llevará la tarde
entre las llamas de un cielo que arde.


DESVELO

Las lunas velan
como las velas.


DORMILONA

La noche duerme en mi
cama…
Y despertará hasta
mañana…


FIESTA DE PUEBLO

Las ruedas de la fortuna,
con sus luces en derroche,
juntan con soles y lunas
a los días y a las noches.


AMANECER

El sol se delata
como el campesino;
y va apartando nubes,
como aquél las matas
por entre el camino.


CALOR

El sol estaba
en el ventanal
cuando saqué
mi alma a entibiar.


LAS BURBUJAS

Las pompas de jabón
son copias menudas
del sol al carbón


EL FERROCARRIL

Sobre raíles en un mar de arena
barbulla su columna de humo
el largo y pesado tren oscuro
como en el agua su chorro la ballena.


ALTRUISTA

Nuestro sol, para marcharse,
regresa sobre sus pasos
para dejarle a la tarde
la sangre de sus ocasos.


MENSAJEROS

El monte que vigila
la llegada mañanera
le avisará al corazón
con un sol de primavera.



El amor con que yo pienso
se parece mucho a ti;
el amor con que yo sueño
se quedó cuando te vi.


VENENOSITA

La viborita
de cascabel
tiene una
campanita
que avisa
para morder.


COCOS PLAYEROS

Los corazones del cocal,
secos ya por el tiempo,
se han soltado con el viento
para llegarse a la mar.


ENGAÑIFA

Ya me pintaron las cejas;
no me quedaron tan viejas.


IMPRESIÓN

Me tragué una campana;
por eso me late
el corazón cada mañana.


LUNA ll

Tus ojos que velan
parecen de brujas;
de brujas que vuelan.


LUNA lX

Luna: Fontana quieta,
baja a hora temprana
para bañar a mi nieta
ahora que tiene ganas.


LUNA Xl

Grande memela de nata,
si no fueras mi comida,
sentiríate también
un comal hecho de lata
donde cuecen las tortillas.


TARDEADA

Los ocasos surgen
para rever el cielo;
para teñir las nubes,
para mirar las aves,
para ennubar las frondas,
y para seguir los vuelos
que en cada ronda tienen las tardes.



REMOS (l)

Las alas de mi navío
son
dos remos besando el río.


REMOS (ll)

Las alas de las piraguas
son
sus remos tocando el agua.


CHISPAS

Los noctilucos
vienen a flotar
entre los bejucos
de mi bejucal.


CANCIÓN LUNAR

Luna lunera
fruta de cera;
Luna lunota
bella pelota;
Luna lunada
chula monada;
Luna luneta
niña discreta;
Luna lunura
¡eres pintura?
Luna lunita
Lunita luna
eres bonita
 como ninguna.


CÚMULOS

Las nubes
 son dunas
 que suben
 hasta la luna.


RENOVACIÓN

Las olas no son viejas
 porque se refrescan
 como las ideas.


TARDE ABRILEÑA

Está la tarde con sueño,
y atirantada en la calle,
parece una cosa sin dueño.


Fernando Hernández Rodríguez. Nació en Catemaco, Ver.  Realizó el magisterio en la Escuela Normal “Enrique C. Rébsamen” de la ciudad de Xalapa, Veracruz. Y la Especialidad en Lengua y Literatura Española en la Normal Superior de México.


sábado, 2 de febrero de 2013

EL CIEGO Y EL CAZADOR


EL CIEGO Y EL CAZADOR
(Cuento del África Occidental)
(Del libro “La voz de los sueños y otros cuentos prodigiosos”)


Había una vez un hombre ciego que vivía con su hermana en una cabaña junto al bosque.
El ciego era un hombre muy inteligente. Aunque no podía ver; parecía saber más sobre el mundo que quienes tienen una vista de lince. Todos los días se sentaba a la puerta de su cabaña y charlaba con la gente que pasaba.
Los que tenían problemas o querían saber algo acudían a consultarle, porque el ciego siempre daba buenos consejos y acertaba en todas sus respuestas.
- ¿Cómo puedes ser tan sabio? – le preguntaba la gente con asombro.
El ciego siempre contestaba con una sonrisa:
-Porque veo con las orejas – decía.
Un día, la hermana del ciego se enamoró de un cazador de otro poblado, y muy pronto decidieron celebrar la boda. La pareja se casó y, tras el banquete, el cazador fue a vivir a la cabaña de su esposa.
Pero el cazador nunca tenía tiempo para estar con el hermano de su mujer.
- ¿De qué sirve un hombre ciego? – solía decir.
Y su mujer le respondía:
-Esposo mío, mi hermano sabe más sobre el mundo que la gente que ve.
- ¡Ja, ja, ja! – Reía el cazador-. ¿Qué puede saber del mundo un hombre que se ha pasado la vida en la oscuridad? ¡Ja, ja, ja, ja…!
Cada día, el cazador se adentraba en el bosque con una lanza, flechas y trampas, y, cuando regresaba al poblado al caer la tarde, el ciego siempre le decía:
-¿Por qué no me llevas mañana a cazar contigo?
Pero el cazador respondía que no con la cabeza.
-¿De qué sirve un hombre ciego?- repetía.
Así pasaron los días y las semanas y los meses, y cada tarde el ciego le decía al marido de su hermana:
-¿Por qué no me llevas mañana a cazar contigo?
Y cada tarde el cazador le decía que no.
Pero una tarde, el hombre ciego lo encontró de muy buen humor, porque el cazador había capturado una gacela enorme. Su mujer la asó al fuego y, cuando acabaron de cenar, el cazador se volvió hacia el ciego y le dijo:
- Está bien, mañana vendrás a cazar conmigo.
Así que a la mañana siguiente los dos hombres se fueron juntos al bosque. El Cazador cargaba con la lanza, las flechas y las trampas, y llevaba de la mano al ciego para guiarlo por el sendero que serpenteaba entre los árboles.
Tras varias horas de camino, el ciego se detuvo de pronto y tiró de la mano del cazador.
-¡Chsss!- dijo-. ¡Por aquí cerca hay un león!.
El cazador miró a su alrededor, pero no vio nada.
-Por aquí hay un león – insistió el ciego-, pero no te preocupes. Tiene la barriga llena y duerme con un cachorrito a la sombra de un árbol. No temas: no nos atacará.
Los dos hombres siguieron caminando, y poco después el cazador comprobó que el ciego tenía razón: al margen del camino había un gran león que dormía la siesta a la sombra de un árbol.
Cuando pasaron de largo, el cazador preguntó:
- ¿Cómo has sabido que por aquí había un león?
El hombre ciego respondió con una sonrisa:

- Porque veo con las orejas - dijo.
Al cabo de un rato, el ciego se detuvo otra vez y tiró de nuevo de la mano del cazador.
- ¡Chsss! – dijo -. ¡Por aquí hay un elefante!
El cazador miró a su alrededor, pero no vio nada.
- Por aquí hay un elefante – insistió el ciego -, pero no tenemos que preocuparnos…Se está bañando en una charca y no nos atacará.
Los dos hombres siguieron caminando por le sendero y poco después bordearon una charca donde se bañaba un elefante enorme. El agua le llegaba hasta las rodillas, y se echaba chorros de lodo en la espalda.
Cuando pasaron de largo, el cazador preguntó:
-¿Cómo has sabido que por aquí había un elefante?
Y el hombre ciego respondió con una sonrisa:
-Porque veo con las orejas- dijo.
Los dos hombres siguieron caminando hasta llegar a un claro del bosque. Entonces el cazador dijo:
-Tenderemos las trampas aquí.
El cazador tendió una de las trampas y le enseñó al ciego a preparar la otra. Cuando las dos trampas estuvieron montadas, el cazador dijo:
-Mañana volveremos para ver que hemos capturado.
Los dos hombres regresaron al poblado y, al día siguiente, se levantarnos temprano para adentrarse de nuevo en el bosque. El cazador le tendió la mano al ciego para guiarle, pero el hombre ciego dijo:
- No es necesario: ahora ya conozco el camino.
Y echaron a andar. El ciego iba delante, pero ni una sola vez tropezó con las raíces que sobresalían del suelo ni con las ramas ni con los árboles caídos sobre el sendero. El ciego recordaba a la perfección cómo era el camino: giraba cuando había que girar y esquivaba todos los baches del terreno.
Los dos hombres caminaron durante varias horas hasta llegar al claro del bosque donde el día anterior habían tendido las trampas. El cazador vio en seguida que había un pájaro atrapado en cada una de ellas. El pájaro de su trampa era pequeño y tenía un plumaje sucio y gris, mientras que el de la trampa del ciego era toda una belleza, con plumas de color carmesí, verde y dorado.
- Hemos atrapado un pájaro cada uno - le dijo el cazador al ciego - Siéntate aquí mientras voy a sacarlos de las trampas.
El ciego obedeció, y se esperó sentado mientras el cazador se dirigía a las trampas, diciéndose a sí mismo:

“Un hombre que no ve, no podrá distinguirlos”.
¿Y qué piensan que hizo?
Pues le dio al ciego el pequeño pájaro gris y se quedó con el hermoso pájaro de plumas carmesíes, verdes y doradas.
El ciego tomó el pajarito gris y se levantó, y luego los dos hombres emprendieron el camino de vuelta al poblado.
Cuando llevaban un buen rato andando, el cazador dijo:
-Si eres tan inteligente y puedes ver con las orejas, respóndeme a una pregunta: ¿Por qué hay tanto odio y tanta ira y tantas guerras en este mundo?
Y el ciego contestó:


- Porque el mundo está lleno de gente como tú, que se queda con lo que no es suyo.

Al oír aquello, el cazador se sintió muy avergonzado.
Entonces cogió el pequeño pájaro gris de las manos del ciego y le entregó el hermoso pájaro de plumas carmesíes, verdes y doradas. Luego le rogó que lo disculpara:

- Perdóname- dijo.

Y siguieron caminando y caminando, y, al cabo de un rato, el cazador dijo:

-Si eres tan inteligente y puedes ver con las orejas, respóndeme a una pregunta:
¿Por qué hay tanto amor y tanta bondad y tanta ternura en el mundo.

Y el ciego contestó:

-Porque el mundo está lleno de gente como tú, que aprende de sus errores.

Siguieron caminando y caminando hasta que por fin llegaron a casa.
Y, desde aquel día, cada vez que el cazador oía que alguien le preguntaba al ciego:

“¿Cómo puedes ser tan sabio?”, pasaba el brazo sobre el hombro del hermano de su esposa y respondía con una sonrisa:

- Porque ve con las orejas…y escucha con el corazón.