EL SEGUNDO SEXO
Simone de Beauvoir
El segundo sexo fue la obra feminista más influyente del siglo XX. Cuando su autora murió, en 1986, las necrológicas calificaron al libro de “Biblia del Feminismo” y a Simone de Beauvoir de “Suma sacerdotisa del movimiento de las mujeres” o de “Madre del Feminismo”. Sin embargo, al ser publicado en 1949, casi cuarenta años antes había recibido un aluvión de críticas indignadas y destructivas. Aunque abría un nuevo mundo en los atildados cuartos de las hijas de la burguesía, ataviadas con sus vestidos camiseros. Leer El segundo sexo era, en palabras de una feminista nostálgica, como si a una le creciesen alas.
La idea fundamental del libro no constituía, en realidad, ninguna novedad. La frase más citada de la obra es: “las mujeres no nacen, se hacen”. Esto ya lo había dicho Wollstonecraft con otras palabras. Lo que resulta original y brillante es el modo distante y sistemático con el que Beauvoir expuso en que ámbitos y de qué manera estaban sometidas las mujeres en un mundo dominado por los hombres. La autora estudió exhaustivamente lo que significaba ser mujer en la cultura occidental: investigó los aspectos mujer y cuerpo, mujer e historia, el mito de la “mujer” y la vida cotidiana de la mujer.
La relación entre mujeres y hombres era completamente asimétrica en todos los ámbitos. Las mujeres padecían falta de libertad, dependencia y no decidían por ellas mismas. El rasero por el que se juzgaba todo era siempre el masculino. Lo femenino era “lo otro”, “lo segundo”. “Lo otro” (“lo femenino”) suponía una desviación de lo normal. “Lo otro” eran los miedos y fantasías que hay que limitar o someter al punto de vista masculino. Las mujeres no eran sujetos sino objetos que no se definían por sí mismas, sino por la visión y los valores de los hombres. La cultura dominada por los hombres convirtió a las mujeres en seres sometidos económica, política, física, jurídica e históricamente.
La obra de Beauvoir abrió camino y logró crear una conciencia femenina como ningún otro texto anterior. En los años noventa, la revista femenina Elle preguntó a eminentes mujeres francesas que significaba Simone Beauvoir para ellas. Una alabanza aventajó a todas las demás respuestas: De Beauvoir despertó a miles de mujeres, fue su confidente y su profesora, allanó el camino a las generaciones venideras. Todas las mujeres modernas le debían a ella todo cuanto habían alcanzado.
Al leer hoy las mil páginas de El segundo sexo, uno tiene la impresión de estar frente a un dinosaurio. La mayor parte de lo que la autora relata sobre la pasividad y la renuncia de las mujeres, su ignorancia sexual con el propio cuerpo, su papel en el matrimonio y el embarazo suena a época inmemorial, muy lejana en el pasado. Se debe a que la autora describe la conciencia sobre sí mismas en las condiciones del siglo XIX (y en cuanto al sentimiento sobre el cuerpo o a la propia percepción éstas eran catastróficas).
Y es que a principios de los años cincuenta todavía no había acabado el siglo XIX, al menos en lo que a la cuestión sexual se refiere. Beauvoir demostró hasta que punto la experiencia con el propio cuerpo está relacionada con la idea de la “minusvalía” de la mujer, una idea profundamente arraigada en la cultura. Si la tradición identificaba a la mujer exclusivamente con su capacidad de traer hijos al mundo, ella acababa identificándose inevitablemente con su cuerpo. Tradicionalmente, además, la mujer vivía su cuerpo únicamente como un organismo receptor pasivo, como un objeto sometido a los dictados de la naturaleza. La mujer era su cuerpo, pero éste le era ajeno. Había que soportar pasivamente sus funciones biológicas. Resulta paradójico que si bien se equipaba a la mujer con su cuerpo, éste no era ella misma. El cuerpo constituía, en cambio, una carga que generaciones de mujeres experimentaron como vergüenza, miedo y dolor. El inicio de la menstruación se vivía con repugnancia; la pérdida de la virginidad, con violencia; el coito, con repulsión; el embarazo, con miedo y la maternidad, con autosacrificio.
Felizmente, los tiempos en los que miles de mujeres jóvenes llegaban ignorantes a la noche de bodas en las que prácticamente eran violadas son historia. (En un caso mencionado por Beauvoir, una esposa totalmente desprevenida y asustada creyó que su marido estaba loco). También pertenece al pasado la época en la que se percibía el cuerpo femenino como un obstáculo que impedía el autodescubrimiento y el del mundo.
El segundo sexo sigue siendo una obra impactante. Pero ya no tiene nada que enseñar a las mujeres de veinte años sobre la conciencia de sí mismas. Sin embargo, constituye el grandioso documento de todo lo que ha cambiado para las mujeres en los últimos cincuenta años.
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