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domingo, 11 de marzo de 2012

MAL VIENTO

MAL VIENTO
Antonio Fco. Rodríguez Alvarado

     En náhuatl amo cualli ehecatl (viento no bueno). No es un viento común y corriente; es un espíritu maligno que vive en los remolinos de polvo; es un concentrado de emanaciones sobrenaturales (demonios, nahuales o espíritus malignos), muchas veces producto de actividades mágicas intencionalmente dañinas, el cual se apodera del espíritu de la persona y le ocasiona enfermedad.

     Comenta Olavarrieta (1989: 89-90), el mal aire que “anda suelto”, es “como (el viento) norte; azota a la persona a la hora que da vuelta como remolino” (una de las manifestaciones del Diablo la constituye el “remolino de viento”). La persona, al momento de recibirlo, siente un mareo, y después “le agarran fríos de calentura”, le dan vómitos, “se tuerce”. Para curarle se la debe “limpiar” con albahaca (Ocimum basilicum), sahumarla con copal, sacudirla con ramas de tinaja, y pasarle por el cuerpo un huevo “de rancho” (fecundado) de color oscuro, “colorado”. Este huevo absorbe el aire contenido en el cuerpo del enfermo y, al romperse y vaciarse su contenido dentro de un vaso con agua, se forman pequeñas burbujas: “se ve como el aire anda adentro”. A continuación, el especialista encargado de la curación hace un agujero en una de las esquinas de la casa y entierra ahí el huevo, haciendo sobre el lugar una cruz de ceniza. Por último, pone agua bendita sobre la frente y la nuca del enfermo.

     Existen lugares y días especiales en los que las personas corren mayor riesgo de enfermar por su causa; es mayor el riesgo de “agarrar” un mal viento en los cruces de caminos o de las calles de la ciudad, y la primera semana de marzo es especialmente peligrosa a este respecto. Esta última situación se explica debido a que muchos brujos, o aspirantes a serlo, durante esta semana se dedican con particular intensidad a la realización de rituales mágicos, y éstos hacen que se formen malos aires.

     Carla M. Rita (1979: 277-278, 310) estudiando a los Huaves de San Mateo del Mar, Oaxaca, comenta: efectivamente, siendo los remolinos almas de muertos vagantes, aunque no hagan daño intencionalmente son muy peligrosos. Es por ello que la gente se pone de lado en cuanto ve uno o siente un soplo de aire o sino, escupe al suelo para eliminar su efecto nocivo. Comenta además, esta autora, que una mujer poco antes de salir encinta vio acercársele, en la calle, un remolino de aire; y en lugar de ponerse a un lado, había continuado su camino y el remolino le había pasado entre las piernas y penetrando en su regazo, había enquistado allí un cuerpo extraño. Como sufría muchísimo a causa del embarazo fue examinada, al tercer mes, por una comadrona la cual advirtió que el feto tenía una forma extraña, moviéndose como una bola en constante movimiento en el regazo de la mujer, por lo que optó por darle a beber un poco de “balsamita”, un abortivo, expulsándose  así agua y una rara esfera de la dimensión de un puño. La comadrona la cortó por la mitad y del interior vio salir tres abejas; recogió entonces todo y lo echó sobre el fuego encendido fuera de la choza, a fin de que el “mal” no atacara nuevamente a quien recién se había librado de él, o se transfiriera a otra persona. Al terminar la combustión quedó sólo un grano de la consistencia de una piedra.

     Tranfo (1974: 291-292) estudiando a los otomíes, refiere que es un defecto innato, de naturaleza moral y se remonta a los tiempos del bautismo, cuando el cura ya sea por cansancio o por tentación del demonio, bautice mal al niño, por lo que éste empezará a presentar violentos dolores hasta provocarle desmayos y al parecer anorexia que lo encaminará hacia una caquexia sin salvación. La única solución es la de repetir el rito del bautismo.

     Nutini e Isaac (1989: 59, 66, 158, 176), refieren que entre los nahuas de Tlaxcala y Puebla cuando se aparece un remolino la gente acostumbra santiguarse, rezar, quemar copal y palmas,  gritar “chinga a tu madre” y repicar las campanas. En una fuerte tormenta se dispara cohetes previamente bendecidos, se dibujan cruces en el suelo y se hacen rogativas para que amaine el tiempo. Los graniceros, tecitlazque o quiatlazque queman cruces y ramas de capulín o romero sin cobrar, aunque reciben una pequeña suma cada año. Se colocan cruces y palmas benditas en los campos para proteger las cosechas.

     Figueroa (1994: 288), señala que los cohetes son sagrados y se queman a la hora de la oración. Quemándolos, el Diablo y los otros espíritus malos huyen de las cosas santas.

     Weitlaner (1954: 169), comenta que en la Chinantla queman en las casas las hojas de li mu to, o flor de hoja de pozole (Calathea lutea Aubl) cuando se desata una fuerte tempestad, para calmar la fuerza del viento.

     Incháustegui (1977: 10, 13, 16, 139, 204) refiere que los mazatecos temen a “Shindá Ji”, El Maligno, El Señor Negativo del Poniente, amo de los “malos aires” a los cuales libera de su caverna al anochecer para que se apoderen del espíritu de los hombres. Este es el Señor principal de las desgracias, los accidentes, las enfermedades. Es un viento que no se ve. En las casas en donde tienen enfermos, barren y tiran toda la basura después de 4 días en dirección al poniente donde vive Shindá Ji, quien recoge la enfermedad y la guarda “de donde la sacó” para vaciarla nuevamente a los caminos, al siguiente anochecer.

     Flanet (1997: 143), refiere que entre los mixtecos, la persona que quiere dañar a un enemigo lo espera cerca del pozo de agua a donde va a bañarse; cuando ya se ha bañado, “su sangre está caliente” y entonces quien lo está esperando “le echa aire”, sopla siete veces en su dirección; a los pocos días caerá enfermo y probablemente morirá. Véanse aire, Yual Ejegat, el lloro, congelo.

     San Agustín en el siglo lV d.C. acerca de los demonios decia: “son animales etéreos porque toman parte en la naturaleza de los cuerpos etéreos; están hechos del aire espeso y húmedo que respiramos, como aseguran algunos sabios”.

     Baytelman (2002:330) comenta que entre los tlahuicas de Morelos, la limpia del “aire” se hace con Jarilla (Senecio salignus), Tulipán ((Tulipa gesneriana L), Istafiate (Artemisa ludoviciana), Ruda (Ruta chalepensis), Pirul (Schinus molle) y un huevo. Después de la limpia, el curandero lleva su ofrenda a un hormiguero. Generalmente hay una culebra al fondo de cada hormiguero.


     Extraído de mi libro "Los Tuxtlas, nombres geográficos pipil, náhuatl, taíno y popoluca". Analogía de las cosmologías de las culturas mesoamericanas. El cual incluye un diccionario de localismos y mexicanismos.



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