Translate

viernes, 23 de marzo de 2012

LEVIATÁN DE THOMAS HOBBES

LEVIATÁN
Thomas Hobbes



     Una neblinosa mañana de enero de 1649, el rey inglés Carlos 1 caminaba apresuradamente por el parque de St. James. Iba tan rápido que sus acompañantes apenas podían seguirlo. Esa mañana, su comitiva no estaba integrada por miembros de la corte, sino por guardianes de la prisión de la Torre de Londres. El rey se dirigía al patíbulo.
     El hacha que separó la cabeza del tronco del rey acabó a la vez con una tradición política de siglos de antigüedad. La ejecución de Carlos 1 demostró a toda Europa que un soberano ya no gozaba de inmunidad. Hasta entonces, había regido el principio de que Dios otorgaba directamente el poder al soberano: el rey era el representante de Dios en la tierra y sólo respondía ante el Altísimo. El regicidio o el derrocamiento se consideraban obras del diablo. La apropiación ilícita del trono se equiparó al fin del mundo. Los sangrientos dramas históricos de Shakespeare resultan tan terribles porque reflejan una fase de la historia de Inglaterra en la que el orden divino de la sucesión monárquica fue violentamente trastocado.
     Pero la ejecución de Carlos 1 de Inglaterra fue acordada legalmente en nombre del pueblo. Un rey había sido sometido a juicio por primera vez en la historia. Todavía durante el transcurso del juicio, el monarca argumentó que no podía ser juzgado, ya que un rey no podía ser enjuiciado por sus súbditos. No obstante, cincuenta y ocho de los setenta jueces firmaron su condena a muerte. La monarquía fue abolida y en los siguientes trece años, Inglaterra fue gobernada por el Parlamento.
     Entretanto, el letrado inglés Thomas Hobbes se hallaba en el exilio, en París, y enseñaba matemáticas al fugitivo hijo del rey. Pero, sobre todo, reflexionaba sobre la mejor forma de gobierno escribiendo uno de los libros políticos más importantes y oscuros de la literatura europea: Leviatán.
     En el momento de la ejecución de Carlos 1,  Inglaterra salía de una sangrienta guerra civil. Fueron siete años de incertidumbre en torno a quién pertenecía el poder en el país. Alertado por la experiencia de la guerra civil, Hobbes explicaba en Leviatán que un Estado necesita de una autoridad que garantice la paz y el bienestar de sus ciudadanos. Hobbes concibió un soberano todopoderoso con poder ilimitado y, de esta manera, estableció el fundamento teórico del absolutismo. Su soberano era un dios mortal. Sin embargo, su poder no provenía de Dios, sino que le era otorgado por un contrato que suscribían sus súbditos entre sí.



     El nombre “Leviatán” proviene originariamente del omnipotente monstruo marino que aparece en el Antiguo Testamento (Job, 41). Hobbes designa al Estado con ese nombre. Su teoría política se basa en una hipótesis básica que resulta hoy tan deprimente como lo fue para sus contemporáneos, hace ahora trescientos cincuenta años. Para Hobbes, el hombre no es un ser intelectual, sino un autómata.
     El ser humano de Hobbes no es muy diferente a una máquina que se mantiene en movimiento, esto es, con vida, sólo por el impulso de autoconservación. De acuerdo con Hobbes, el hombre no aspira a elevarse, a la bondad o a Dios. Los movimientos de un autómata (el hombre) sólo están dirigidos a lograr su propia actividad. El hombre es, por naturaleza, un ser instintivo que carece de libre voluntad. Dado que sólo está interesado en su propia conservación, actúa impulsado exclusivamente por la posibilidad de obtener alguna ventaja para él y está siempre dispuesto a enfrentarse a otros para conseguir los bienes escasos. En el peor de los escenarios imaginables, las condiciones de la naturaleza, la vida sería una guerra de todos contra todos: una lucha solitaria, pobre, brutal, salvaje y breve.
     Los hombres pueden, sin embargo, evitar estas miserias, si atienden a su razón y se unen fundando un Estado. Para poder disfrutar de una existencia segura y pacífica pactan entre sí un contrato social, en virtud del cual traspasan todos sus derechos y reivindicaciones de poder a una única instancia, el dios mortal Leviatán. La condición para ello es que todos los súbditos, sin excepción, deben aceptar someterse a su autoridad. Con el acto fundacional del Estado, los súbditos transfieren su voluntad al soberano. A partir de ese momento, dejan de poseer derechos, están obligados a la obediencia absoluta. El poder del soberano es ilimitado. Uno de los aspectos más inquietantes del planteamiento de Hobbes es que si bien los ciudadanos se someten contractualmente a plegarse a su rey sin reservas, éste no se obliga por contrato alguno con sus súbditos. La argumentación del autor es tan ingeniosa como desasosegante en este punto, ya que si el soberano no está vinculado por ningún pacto, tampoco tendrá ocasión de romperlo.
     Hobbes representa al Estado como un enorme hombre artificial. El grabado de cobre de la primera edición de la obra muestra al Leviatán como un gigante con corona, que sostiene un cetro y una espada que se alzan sobre el horizonte de un paisaje que parece de juguete. Su cuerpo está formado por innumerables hombres diminutos. . esta representación del cuerpo del Estado era común: desde la Antigüedad se había comparado al Estado con el cuerpo humano. Hasta el siglo XVll fue frecuente establecer un paralelismo entre los órganos y las funciones del Estado y los órganos del hombre. En el Leviatán, la soberanía del rey corresponde a su alma; el derecho y la ley a su voluntad; las penas y los premios, a los nervios y los tendones; sus consejeros, a su memoria; los espías y los enviados, a sus ojos y orejas; la policía, a sus manos; las agrupaciones legales, a sus músculos; la circulación del dinero a la circulación sanguínea; la riqueza, a su fuerza; la economía, a su sustento; los impuestos, a su ingesta de alimentos; la actividad legislativa, a su pensamiento; las colonias, a su descendencia y la guerra civil, a la muerte. Esta metáfora sigue presente en el lenguaje actual cuando se dice que todos los miembros del cuerpo estatal obedecen al líder que está a la cabeza.
     Las tesis de Hobbes desataron el horror de todos los sectores políticos y religiosos: a los partidarios del Parlamento les desagrada la idea de un soberano absoluto; para los monárquicos, la idea de un contrato social era como una espina clavada; la Iglesia se irritó por la concepción del hombre como un animal y le tachó de ateo; y los puritanos observaron con disgusto su falta de sentido de la moral pública. Por eso, no resulta extraño que se culpase a Hobbes de las dos tragedias acaecidas en Londres: la epidemia de peste que estalló en 1665 y el incendio que asoló la ciudad un año después. Ambas fueron consideradas el castigo de Dios por ese escrito blasfemo: Leviatán.

     Tomado de Christiane Zschirnt. Libros, Todo lo que hay que leer. Santillana Ediciones Generales S. A. de C. V.  México 2004.


No hay comentarios:

Publicar un comentario