TITEPEC O VOLCÁN DE SAN MARTÍN TUXTLA
Titepec. Del pipil ti(t), fuego + tépe(t), cerro + c, en. A su vez del náhuatl Tletépetl de tle(tl), fuego + tépe(tl), cerro + c, en:
“En el Cerro de Fuego”, hoy volcán de San Martín. Culminación de la Sierra de
San Martín que va de Punta Varilla a Roca Partida. Volcán basáltico, a 1650 m.snm, situado en la
parte NW de la región de los Tuxtlas, Veracruz. Sus coordenadas geográficas son 18° 33´ latitud norte y 95°12´ longitud oeste.
Sus laderas están cubiertas por cenizas volcánicas y material fragmentado que arrojó en sus erupciones de 1664 y 1793 (del 2 de marzo hasta el 18 de octubre) causando víctimas y destrucción de tierras cultivables, y erupciones menores en 1797, desde entonces permanece inmóvil. El cráter, de un kilómetro aproximadamente de diámetro, tiene tres conos de erupción cubiertos por la vegetación, descubiertos por Francisco Zérega, cuando lo visitó en 1859. Clima húmedo y templado con veranos calurosos, los bosques que la cubren han sido talados en muchos lugares para sembrar milpas e instalar potreros. Explorado por José Mariano Mociño en 1793, cuando se hallaba en erupción. El 23 de septiembre subió a él, y visitó su cráter, aún con peligro de la vida. Se tiene registro que durante esta erupción hubo una nube de cenizas que se oscureció el cielo por lo que fue necesario encender velas para iluminarse. Del 8 al 9 de febrero de 1899, la temperatura bajó a 8 grados bajo cero coronando de hielo la cima del volcán. Este volcán, junto con el Citlaltépetl o Pico de Orizaba son los dos únicos volcanes activos de todo el territorio veracruzano. Se llama San Martín en honor a un soldado llamado San Martín, vecino de la Habana, el cual fue el primero que lo vio desde los navíos del capitán Juan de Grijalva, en 1518.
Sus laderas están cubiertas por cenizas volcánicas y material fragmentado que arrojó en sus erupciones de 1664 y 1793 (del 2 de marzo hasta el 18 de octubre) causando víctimas y destrucción de tierras cultivables, y erupciones menores en 1797, desde entonces permanece inmóvil. El cráter, de un kilómetro aproximadamente de diámetro, tiene tres conos de erupción cubiertos por la vegetación, descubiertos por Francisco Zérega, cuando lo visitó en 1859. Clima húmedo y templado con veranos calurosos, los bosques que la cubren han sido talados en muchos lugares para sembrar milpas e instalar potreros. Explorado por José Mariano Mociño en 1793, cuando se hallaba en erupción. El 23 de septiembre subió a él, y visitó su cráter, aún con peligro de la vida. Se tiene registro que durante esta erupción hubo una nube de cenizas que se oscureció el cielo por lo que fue necesario encender velas para iluminarse. Del 8 al 9 de febrero de 1899, la temperatura bajó a 8 grados bajo cero coronando de hielo la cima del volcán. Este volcán, junto con el Citlaltépetl o Pico de Orizaba son los dos únicos volcanes activos de todo el territorio veracruzano. Se llama San Martín en honor a un soldado llamado San Martín, vecino de la Habana, el cual fue el primero que lo vio desde los navíos del capitán Juan de Grijalva, en 1518.
Un
arbusto de jazmín de España: con este título el escritor H. Remy (1992)
relata la epopeya vivida por los habitantes de Ixtla ante la erupción de 1793.
Debido a la belleza de su contenido transcribo literalmente una parte de él:
“Fue en 1793, en la hora de las grandes conmociones políticas. ¿Todo se unió
tan bien en la naturaleza que las revoluciones físicas y las revoluciones
morales se dieron la mano? El cielo era puro, la atmósfera dulce; era la vida
bajo su velo más ligero. Solo, el bosque, tranquilo en sus sombrías
profundidades, dejaba correr sobre la copa de sus árboles gigantescos un
murmullo desconocido. Bajo esta presión desconocida, la hoja temblaba un
momento y todo volvía al silencio. El mes de mayo vertía todos los tesoros de
su rica copa y el sol sus más bellos rayos; la montaña y la planicie sonreían
bajo sus cálidas caricias. Al anochecer, el horizonte se tiñó de colores
extraños. Sordos bramidos llegados de quien sabe dónde turbaron el eco de las
montañas y recorrieron barrancos y torrentes. Los perros aullaban y la mula
piafaba, como si el fuego la hubiera rodeado. Sin embargo, San Martín estaba
calmado, e Ixtla, aldea confiada (que se encontraba a algunas millas del
volcán, asentada sobre una de las grupas alargadas que se extienden hacia el
océano), porque su volcán seguía silencioso, se durmió, en medio de estos
presagios, en una profunda seguridad.
Cerca de
la media noche, lejanos fragores y violentas sacudidas rompieron sin más aviso
esta engañosa calma. El cráter vomitaba a boca llena sus cóleras acumuladas
desde hacía tiempo. Desde la primera sacudida había tomado las proporciones de
un gigante. La lava corría, las rocas llovían, la ceniza se tendía como un
mantel de fuego; el firmamento se había velado ante estas lúgubres majestades
de la muerte. Todo rugía; la tempestad sacudía los bosques y desgarradoras
agonías torcían desde la brizna de hierba hasta el palo más elevado. Se dice
que también el oro, la plata y el cobre corrían en sus filones puestos al
desnudo, igual que corre el flujo del torrente. En verdad, San Martín había
vaciado sus quemantes entrañas; Ixtla acababa de desaparecer.
El volcán
nunca más ha dejado de escuchar su terrible voz. Se durmió en el mismo sueño
que la aldea, y cerca del mudo volcán el pueblo no se ha reconstruido. Ixtla y
San Martín eran lo mismo; la cólera de uno acabó con la vida del otro;
descansan los dos envueltos en la misma mortaja.
El
espanto se propagó lejos sobre el ala del trueno. De todos los lugares, pronto
llegaron los hijos de la tribu. Se excavó, se buscó, se interrogó a todas las
ruinas, se escuchó incluso el ruido más ligero. Muchos cadáveres fueron
retirados de esta tumba de fuego para darles un sitio en una tumba fresca.
Hacía cuatro días que se excavaba cuando retiraron de entre algunos restos a
una joven niña agotada, pero viva y sin heridas. Desde hacía cuatro días que,
en este estrecho espacio, asía entre sus brazos, apretado contra su pecho,
inmóviles los dos, uno por el frío de la muerte y la otra por falta de espacio,
aun joven niño, su hermano, al que había tratado de salvar.
Haila era
su nombre.
Durante
todo el tiempo que había durado su acto de abnegación, Haila había conservado
su belleza, su energía, su decisión. Su pecho se había acostumbrado al frío del
cadáver. Tomaba su propia vitalidad por la del niño: ¿acaso esperaba un milagro
– el milagro que todos los desgraciados han invocado y que rara vez ha venido
en la hora necesitada? – Devuelta al día y a la vida, hubo que quitarle su
preciso fardo; dejó que lo tomaran. Era su vida, su savia la que se llevaban.
Sin embargo, su salud se recuperó; hay tanta fuerza, tanta energía en una mujer
de quince años. Recobró su belleza, su frescura, pero no su felicidad ni sus
aspiraciones. Las fiestas de su corazón se habían desvanecido bajo una capa de
lava. La vista de un niño la desgarraba, no podía soportarlo. Jamás quiso
casarse u ordenarse religiosa. El aspecto de una cabaña la hacía erizarse; la
casa le daba miedo; palidecía repentinamente, como si todas las angustias de
esa noche horrible, que duró para ella cuatro días, se hubieran materializado
ante sus ojos. Se iba a sentar, a descansar y a dormir a la sombra de un árbol,
donde parecía perseguir el fantasma encantado de un sueño más dulce.
Haila
vivió mucho tiempo así, sola en el barrio que antiguamente había sido su aldea.
Porque lo que más amamos, me dijo un indio, es la cabaña y la aldea en donde
está plantada la cabaña. Luego un día se apagó como la lámpara que no se ha
alimentado o que la brisa demasiado fuerte cansó. Reposa aquí, cerca de un
arbusto de jazmín de España, en medio de las ruinas de Ixtla.
La quise
mucho- continúo el indio, que parecía ser el guardián de la tumba siempre
fresca- ¡Si, la quise mucho! ¡Era tan bella bajo una corona de jazmín; sus ojos
eran tan dulces y su mirada tan aterciopela! La había tomado de la grácil
estrella de la noche. Su sonrisa era un perfume; su voz suave como el murmullo del
colibrí. Era flexible como nuestras lianas, como la flor bajo el rocío de la
mañana. Pero hubo una desgracia entre nosotros. Permanece como una santa
imagen. La invoco con frecuencia: aún creo poder alcanzar mi felicidad perdida.
No se quien de los dos tuvo más valor. Si a mí me faltó, 22 años de dolor deben
pagar mis culpas.
Amaba a
las flores y sabía más cosas secretas y misteriosas que todas las jóvenes
mujeres del pueblo de Ixtla. Muchas veces recogí para ella lo que la sabana y
el monte, la laguna y la colina habían creado en seductores caprichos mariposas con alas de zafiro y de rubí. Ella aceptaba
mis flores pero jamás me dejó ceñir su frente con ninguna de esas coronas que
trenzaba con todo mi amor. Su miraba fue a veces un benévolo intérprete. ¡Tenía
tanta sencillez y nobleza! ¡Oh, si todas las niñas del pueblo tuvieran su
valor, la nación sería grande!
Fui yo
quien sembró el jazmín. Debió haber cubierto otra cosa que una tumba, y sin
embargo florece como si los que la amaron aún vinieran a pedirle su canto, sus
perfumes y sus flores. ¿Acaso la vida no es más que una mentira, y el amor un
sueño vano? Haila tenía suficiente fuerza, voluntad y devoción para ser de mí
un hombre. Uniendo la savia de su corazón con la fuerza de mí brazo, habríamos
abierto en la montaña un rico surco en donde nuestra tierra hubiera dado más de
lo que logran las intrigas y las miserias de la gran cabaña. Hace ya mucho
tiempo que la perdí; mucho tiempo ha pasado desde que su voz ha dejado de
hablar en mí oído y, sin embargo, aún la amo, como la amé cuando la vi por
primera vez.
Lo que
hago de bueno es su obra; mis faltas y mis errores me pertenecen. Algunas veces
tengo como una vaga aparición de sus formas en el sueño. Veo su gracia y siento
que su mirada me envuelve; las lágrimas que se escapan de sus ojos no me
entristecen. Tomo valor aun para el tiempo en que el despertar ha roto el
sueño. ¿El sueño, por el tiempo que dura, no es mejor que la realidad? ¿Acaso
no nos gusta acariciarlo aún después de que ha dejado de ser?
La
esperanza se ha marchitado en mí corazón, como la hoja bajo las ardientes
ráfagas del sur. Vivo porque la vida es un deber, a decir verdad en este
momento muy triste. Me consuelo pensando en que Haila haya podido amarme, que
valemos más que nuestros amos y que nuestras mujeres valen más que nosotros.
El indio arrancó una rama floreada del jazmín de
España, me la dio y despareció en el monte.
Ixtlán. Del náhuatl ixtli, cara, faz, superficie + la
desinencia abundancial tlán:
“Delante, en presencia, ante los ojos” o “Llanura”, otra acepción proviene de itz(tli), obsidiana + tlan, cerca de, o donde abunda: “Donde
abunda la obsidiana”. Antiguo pueblo situado a unos 8 kilómetros al oriente del
volcán de San Martín Tuxtla o Titepec, del cual huyeron sus habitantes por una
terrible erupción, que cubrió completamente a su poblado con gruesa capa de
arena por el año de ¿1532?
me gustaria saber la fuente de este fragmento. No lo lei en las narraciones de Dn Leon Medel. Podrías informarme. Te felicito por el amor a la Tierra de los Cara Grande.
ResponderEliminar