CURANDO
LAS PENAS…
Paola
Klug
Imagen de Internet
Doña Chole traía un
dolor muy fuerte en el pecho; ciertamente la molestia la había tenido durante
años pero últimamente se había hecho insoportable vivir así. Se encaminó entre
la maleza y subió cuesta arriba del cerro buscando el hogar de la curandera.
Allí estaba ella, afuera de su jacal dando de comer a sus gallinas.
Doña Chole le explicó a
grandes rasgos los síntomas de su enfermedad:
-Me duele el pecho y me
cuesta respirar, a veces se me atoran los suspiros en la garganta y me dan
ganas de llorar.
-¿Desde cuándo
empezaste con ese dolor?
-Desde muy chamaca,
tendría yo unos 12 o 13 años -respondió Doña Chole mientras se sentaba en la
banquita de madera-
-A ver cuéntame porque
te empezó el dolor, acuérdate bien como fue porque de la enfermedad depende el
remedio.
Doña Chole se quedó
pensativa mirando hacia los granos que se disputaban las gallinas, luego cerró
sus ojos y una lágrima salió de ellos. La curandera la miraba atenta sin decir
nada.
-Me empezó el dolor
cuando él se fue. Como le dije, yo era una chamaca por aquellos tiempos. Las
familias no estaban de acuerdo en que nosotros estuviéramos juntos, entonces me
escapé con él y nos fuimos pal monte. Vivimos allí en una casita chiquita unos
meses sin que nadie nos molestara pero entonces llegaron los milicos. Nos
pegaron a los dos, a mí me violaron y me dejaron tumbada entre la hierba
dándome por muerta, a él se lo llevaron y nunca regresó. No pude regresar con
mi familia ni a mi pueblo y tuve que buscar otro lugar pa vivir, pero de cuando
en cuando me iba a dar una vuelta a la casita que me construyo para ver si
había vuelto, pero nunca lo hizo.
-¿No tuviste otro
hombre?
-No
La curandera asintió
con su cabeza sonriendo dulcemente a Doña Chole, luego entró a su casa y sacó
un racimo de hierbas; unas estaban frescas y otras estaban secas. La vida y la
muerte estaban entre sus manos arrugadas. Al regresar, la curandera comenzó a
cantar una canción que Doña Chole no entendía pero que le sacaba las lágrimas.
Luego prendió un cigarro y le aventó el humo del tabaco en el rostro, para
terminar dándole una friega con las hierbas que traía en las manos.
El dolor en su pecho
desapareció inmediatamente, Doña Chole no recordaba lo que era vivir sin dolor
y sentía que algo le faltaba.
-Vas a sentirte así
unos días, después estarás bien.
-¿Que tenía?
-Penas viejas en el
buche. Quité de tu espíritu las manos de los milicos y le recordé a tu alma que
era libre y que nadie la había tocado, por eso chillaste. Te arranque la culpa
y la vergüenza que no tenías que sentir y las saqué al aire con el tabaco.
Tu hombre ya no está
aquí, pero eso tú lo sabes desde hace mucho. También solté el lazo con el que
lo amarraste porque no lo dejabas ir y hacías que también le doliera tu dolor,
ahora los dos son libres. Quizá se verán luego, se encontraran en otra vuelta o
no, pero ya tienen que seguir con su camino y su camino ya no los lleva juntos
en esta vida.
Doña Chole le pagó el
favor a la curandera con lechugas y tomates de su tierra, se despidió amablemente
y le agradeció curarle las penas. Y aunque nunca más tuvo otro hombre en su
vida, ya no sentía tristeza por no estar con aquél que le había sido
arrebatado. Doña Chole por fin pudo estar en paz consigo misma cuando ya no
deseó estar con sus fantasmas.