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viernes, 30 de enero de 2015

OTOÑO MARÍA BOETTIGER DE ÁLVAREZ

OTOÑO
MARÍA BOETTIGER DE ÁLVAREZ



A mi hermana Emilia

Van cayendo las hojas suavemente
sobre el césped cubierto de rocío;
las aves se recogen tristemente
en sus húmedos nidos: sienten frío.

Va muriendo la tarde; nubes grises
van ocultando el sol tras la montaña
y se están esfumando sus matices
entre la niebla que los campos baña.

Amarillentas hojas van rodando
al golpe de las lluvias otoñales,
y parece que el bosque está llorando
y remeda un lamento en los zarzales.

Todo es triste: las blancas margaritas
hoy están esparcidas por el suelo,
y sus pequeñas hojas, ya marchitas,
también, como en la tarde, están de duelo.

En la vieja casona, una luz arde,
y una mujer, ya grises los cabellos,
contempla la caída de la tarde,
viendo del sol los últimos destellos;

Y su mirada lánguida y sombría
se extiende por el campo entristecido...
¡Que es doloroso ver morir el día
teniendo ya el cabello encanecido!
***
Que así como las hojas van cayendo,
sus bellas ilusiones se esfumaron,
y sus sueños de amor fueron muriendo
como el sol, que las cumbres ocultaron.

Que así como la hoja desprendida
y las flores marchitas deshojadas,
pasaron ¡ay! las dichas de su vida
a perderse en las sombras olvidadas;

Y mira el sol hundirse tras el monte,
sintiendo el alma llena de congojas,
¡Al ver que se obscurece el horizonte,
ella llora también, como las hojas!...


María Boettiger de Álvarez

Foto y poesía aportada por su bisnieta Alicia Martínez Álvarez (nieta de Guillermo Álvarez Boettiger)


miércoles, 28 de enero de 2015

AQUÍ NO SE SIENTAN LOS INDIOS Juan de Dios Peza

AQUÍ NO SE SIENTAN LOS INDIOS
JUAN DE DIOS PEZA

Ignacio M. Altamirano

     El Hospital de Terceros de San Francisco que fue derribado hace tiempo, levantándose en su lugar el hermoso edificio de Correos, era amplio y sólido, y allí estuvo por muchos años la Escuela Nacional de Comercio y Administración.

     En el ángulo que daba para la calle de la Mariscala y el callejón de la Condesa, estaban los elegantes salones y la biblioteca de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.

     En el salón principal y en derredor de una mesa de caoba con elegante carpeta, sentábase el maestro Ignacio Manuel Altamirano con alguno de sus discípulos, y entre ellos Justo Sierra, Jorge Hammeken y yo, a redactar el periódico La Tribuna, en el que todos poníamos los cinco sentidos para que fuese cada número digno de la cultura de los redactores y del buen nombre de su director.

     Altamirano, como es sabido, era indio puro, se había formado por sí mismo, y con el orgullo de su raza, refería las amarguras de su infancia, cuando en su pueblo natal asistía descalzo a la escuela, en que se sentaban de un lado los niños de razón, blancos e hijos de hacendados, y del otro los indígenas, casi desnudos y en su totalidad muy pobres.

     Cierta noche, después de que Altamirano nos había encantado con su conversación, entró un caballero, indio también, elegantemente vestido, con levita negra cruzada, llevando en una mano el sombrero de copa y en la otra un bastón de caña de Indias, con puño de oro.

   ¿No ha venido el señor Payno? –preguntó.

     –No, señor –le respondí–. Puede usted esperarlo.

     –Muy bien –contestó el caballero, e iba a sentarse en uno de los magníficos sillones, cuando Altamirano dirigiéndole una mirada terrible, le dijo:

     –Vaya usted a esperarlo en el corredor, porque en estos sillones no se sientan los indios.

     El caballero aquel, muy cortado, se salió sin decir palabra.
   ¡Maestro! –exclamó Justo Sierra–. ¿Qué ha hecho usted?

Justo Sierra Méndez

     –Voy a explicarlo, hijos míos. Era yo un niño muy pobre, desnudo, descalzo, que hablaba el mexicano mejor que el español, y cuando en la escuela de mi pueblo me aprendí cuanto aquel maestro me enseñaba, éste me tomó de la mano, me llevó con mi padre y le dijo: “Ya no tengo nada que enseñar a este muchacho; llévelo usted con esta carta al director del Instituto de Literatura de Toluca, para que allí lo ponga en condiciones de hacer una  carrera, y así conquiste el porvenir que se merece”.

Ignacio M. Altamirano

     “A la mañana siguiente, mi padre se echó un huacal a la espalda, con tortillas gordas y unos quesos frescos, me tomó de la mano y salió conmigo de Tixtla, para caminar hasta Toluca. Dormíamos a campo raso y bebíamos agua en los arroyos que encontrábamos”.

     Excuso decir que llegamos a Toluca rendidos, a las cuatro de una tarde nebulosa y fría.

     “Para no perder tiempo, mi padre se fue conmigo al Instituto y buscamos a don Francisco Modesto Olaguíbel, que era el rector, o en su ausencia, al licenciado don Ignacio Ramírez, que era el vicerrector. Ni uno ni otro estaban, y mi padre, llevándome de la mano, se encontró con este caballero que acaba de entrar y que estaba empleado en la secretaría.”

     “–No están –le dijo con tono agrio–; pero puedes esperarlos.”
     “Mi padre, en el colmo de la fatiga, se sentó en una silla, y yo, a sus pies, en la alfombra”. Cuando este caballero nos vio, miró con profundo desprecio a mi padre y le dijo:

     “–Vete con tu muchacho al corredor, porque aquí no se sientan los indios.

     “Hoy, no hago más que pagar con la misma moneda, al que duramente trató al autor de mis días…”


     Y en los ojos del maestro, que parecían diamantes negros, brillaron dos lágrimas de dolor, que fulguraban con el melancólico brillo de un triste recuerdo…

Juan de Dios Peza

JUAN DE DIOS PEZA
     Nació en 1852 en la ciudad de México. Inició sus estudios en la Escuela de Agricultura, después pasó al Colegio de San Ildefonso y en 1867 ingresó en la Escuela Nacional Preparatoria. Se convirtió en el estudiante predilecto del pensador mexicano Ignacio Ramírez, "El Nigromante". Fue también alumno de Ignacio Manuel Altamirano. Al egresar de ese centro de estudios se incorporó a la Escuela de Medicina, donde establecería gran amistad con Manuel Acuña, quien lo llegó a estimar al grado de llamarlo "hermano", pero no terminó esta carrera y se dedicó a las letras.
     Como poeta, su estilo corresponde al realismo, si bien propenso a la ternura. Su obra, de gran popularidad y aceptación en su patria, tuvo traducciones al ruso, francés, inglés, alemán, húngaro, portugués, italiano y al japonés.



EL MAESTRO Y SUS NIÑOS ¿QUIÉN ENSEÑA A QUIÉN? ELENA PONIATOWSKA

EL MAESTRO Y SUS NIÑOS ¿QUIÉN ENSEÑA A QUIÉN?
ELENA PONIATOWSKA
(Fragmento)

     Patricio Redondo desembarcó en Coatzacoalcos en 1940; era español y era republicano. Había sufrido. No era muy joven. Quizá pensó llegar hasta el centro de la República así como todos los caminos llevan al Zócalo pero se detuvo en San Andrés Tuxtla. Bajo un árbol reunió a tres o cuatro niños y empezó a hablarles de cosas muy sencillas: el sol, la luz, el oxígeno que respiramos, el peso del aire y el pájaro que sabe sostenerse en él. Los niños que pasaban por la calle se acercaron para tomar lugar bajo el árbol. Los materiales de trabajo eran palitos, hojas, flores secas, cajitas de cerillos, cualquier cosa a la mano. El instrumento era la voz del maestro. Pero también eran las voces de los niños, porque Patricio Redondo los hizo hablar de ellos mismos, de su casa de sus intereses.

     -A ver ¿qué es un niño?

     Algunos dibujaron una albóndiga con patas, otros una araña con un moño en la cabeza.

     -A ver ¿qué es una mamá?

     Una niña escribió:

Mi mamá se enfermó.
Se la llevaron al hospital.
Se estuvo como mil días.
   
      Tuve el privilegio de conocer a Patricio Redondo y de quererlo, con su guayabera blanca y sus anteojos, sus zapatos de caminante. Era un hombre recio, a veces tajante, prodigiosamente alerta; sabía para qué había venido al mundo. En el Distrito Federal le llamaban mucho la atención los papeleritos, aquellos que el 16 de septiembre se subían al Caballito para ver el desfile. “Estos niños no se arredran ante nada, estos niños tienen mucho que enseñarnos”. Él mismo vivió siempre frugalmente, lo único que le hacía falta eran los niños. Poseído, tenía una sola obsesión: educar a los niños, una sola palabra: aprender.

     En el Kikos pedía café con leche en vaso y con nuestras conchas hacíamos “chopitas”. Él hablaba, nunca se dispersó, su tema único de conversación era el niño, hacerlo crecer, estirarlo, ensancharlo, ponerlo en actividad y de paso también activar el espíritu de sus padres, de su familia, de la comunidad. “¿Cómo, por qué, para qué?” insistía. Los niños lo miraban con ojos afiebrados. ¿Cómo sacar a flote su ingenio, su capacidad creadora, su fe en sí mismos, y sobre todo su seguridad? A diferencia de los niños españoles, los nuestros son tímidos, prudentes, se dejan bocabajear. Saben y guardan silencio. “Niños, la escuela es la vida, vamos a estudiar siempre. ¿Qué le pasa a la leche cuando hierve?”

     Quizá Patricio no lo sabía pero Sor Juana también estudiaba en todas las cosas que Dios nos dio. Una prelada muy santa y muy tonta que creyó que el estudio era cosa de la Inquisición le ordenó a sor Juana que no estudiase y durante los tres meses que ella fue superiora del convento, Sor Juana no abrió uno solo de sus amados libros, pero en cuanto a no estudiar no lo pudo cumplir porque estudiaba en todo lo que Dios creó, nada veía sin reflejar, nada escuchaba sin consideración, y aunque no estudiara en los libros, su maestro era toda maquinaria universal, y hasta en la cocina y frente a los pucheros descubrió secretos naturales, como un huevo por ejemplo, y dedujo que si Aristóteles hubiera sabido guisar, habría escrito mucho más.

     Apenas tuvo lápices de colores y hojas blancas, Patricio se llevó a los niños de excursión; insectos, mariposas, flores de muchos pétalos, nervaduras de hojas, tréboles. Los .niños dibujaron en sus hojas lo que habían visto, trocitos de vida, trocitos de naturaleza. Con la ayuda del pueblo la escuela adquirió paredes y fue techada, el árbol echó raíces. No es que las paredes fueran indispensables pero la escuela se volvió un taller. Harían cuadernitos, imprimirían en una prensa manual, fácil de manejar, sus pensamientos. Activos, dinámicos, los niños empezaron a mostrar entusiasmo por lo que hacían y por sí mismos como hacedores. Impacientes aguardaban la hora de ir a esta escuela siempre abierta, sin cerrojos.

     “Soy porque hago” parecían decir o ¿soy lo qué hago? Requerían mayor atención. El diálogo. Patricio lo dijo: “Maestro no es el que simplemente enseña a los alumnos sino el que sabe aprender de ellos”. Patricio Redondo no sólo quería identificarse con los niños, también con los papás, los árboles, las actividades, la gente de San Andrés Tuxtla, la de Veracruz, la del país entero. Nunca más volvió a hablar de España, ni de sus experiencias anteriores. Eso ya era pasado, ya estaba muerto, no importaba. Sólo los niños de México. También quiso humildemente, él, ya maduro, él quien era maestro de maestros, obtener su maestría en educación, interrumpida por la Guerra Civil Española, en la Universidad de Veracruz como una muestra de respeto a México.

     Patricio Redondo creía que una de las mayores obligaciones del maestro era formar hábitos de trabajo y encender la chispa, que la permanente actividad del espíritu es un antídoto contra la pasividad tradicional. Educación para la vida, educación para “saber hacer”, para dominar hasta donde es posible los fenómenos de la naturaleza y procesar los frutos de la tierra.
Elena Poniatowska Amor

     Patricio Redondo quería construir hombres de esos niños veracruzanos capaces de resumir desde los siete años en algunos de los cuadernitos escritos, formados, ilustrados e impresos por ellos mismos: “Mexicanitos”, “Xóchitl”, “Nacú”, este texto de la niña Marisa Morales Paredes:

NIÑO

     El niño es travieso. Hay unos que son malcriados, juguetones, inquietos, trabajadores, inteligentes. Les gusta leer, escribir y estudiar.
     Se sale a la calle a jugar sin permiso y su mamá le pega.

     El niño va creciendo hasta ser muchacho, después hombre, porque tiene que trabajar. Luego se va haciendo viejito, hasta que muere. 




martes, 27 de enero de 2015

LA ÚLTIMA VISITA DEL CABALLERO ENFERMO Giovanni Papini

LA ÚLTIMA VISITA DEL CABALLERO ENFERMO
GIOVANNI PAPINI

     Nadie supo jamás el verdadero nombre de aquel a quien todos llamaban el Caballero Enfermo. No ha quedado de él, después de su impensada desaparición, más que el recuerdo de sus sonrisas y un retrato de Sebastianbo del Piombo, que lo representa envuelto en una pelliza, con una mano enguantada que cae blandamente como la de un ser dormido. Alguno de los que más lo quisieron -yo estoy entre esos pocos- recuerda también su cutis de un pálido amarillo, transparente, la ligereza casi femenina de los pasos, la languidez habitual de los ojos.

     Era, verdaderamente, un sembrado de espanto. Su presencia daba un color fantástico a las cosas más sencillas; cuando su mano tocaba algún objeto, parecía que éste ingresara al mundo de los sueños. Nadie le preguntó cuál era su enfermedad y por qué no se cuidaba. Vivía andando siempre, sin detenerse, día y noche. Nadie supo nunca dónde estaba su casa, nadie le conoció padres o hermanos. Apareció un día en la ciudad y, después de algunos años, otro día, desapareció.

     La víspera de este día, a primer hora de la mañana, cuando apenas el cielo empezaba a iluminarse, vino a despertarme a mi cuarto. Sentí la caricia de su guante sobre mi frente y lo vi ante mí, con la sonrisa que parecía el recuerdo de una sonrisa y los ojos más extraviados que de costumbre. Me di cuenta, a causa del enrojecimiento de los párpados, que había pasado toda la noche velando y que debía haber esperado la aurora con gran ansiedad porque sus manos temblaban y todo su cuerpo parecía presa de fiebre.

     -¿Qué le pasa? -le pregunté-. ¿Su enfermedad lo hace sufrir más que otros días?

     -¿Mi enfermedad? -respondió-. Usted cree, como todos, que yo tengo una enfermedad? ¿Qué se trata de una enfermedad mía? ¿Por qué no decir que yo soy una enfermedad? Nada me pertenece. ¡Pero yo soy de alguien y hay alguien a quien pertenezco.

     Estaba acostumbrado a sus extraños discursos y por eso no le contesté. Se acercó a mi cama y me tocó otra vez la frente con su guante.

     -No tiene usted ningún rastro de fiebre -continuó diciéndome-, está usted perfectamente sano y tranquilo. Puedo, pues, decirle algo que tal vez lo espantará; puedo decirle quién soy. Escúcheme con atención, se lo ruego, porque tal vez no podré repetirle las mismas cosas y es, sin embargo, necesario que las diga al menos una vez.

     Al decir esto se tumbó en un sillón y continuó con voz más alta:

     -No soy un hombre real. No soy un hombre como los otros, un hombre con huesos y músculos, un hombre generado por hombres. Yo soy -y quiero decirlo a pesar de que tal vez no quiera creerme- yo no soy más que la figura de un sueño. Una imagen de Shakespeare es, con respecto a mí, literal y trágicamente exacta; ¡yo soy de la misma sustancia de que están hechos los sueños! Existo porque hay uno que me sueña, hay uno que duerme y suena y me ve obrar y vivir y moverme y en este momento sueña que yo digo todo esto. Cuando ese uno empezó a soñarme, yo empecé a existir; cuando se despierte cesaré de existir. Yo soy una imaginación, una creación, un huésped de sus largas fantasías nocturnas. El sueño de este uno es tan intenso que me ha hecho visible incluso a los hombres que están despiertos. Pero el mundo de la vigilia no es el mío. Mi verdadera vida es la que discurre lentamente en el alma de mi durmiente creador.

     "No se figure que hablo con enigmas o por medio de símbolos. Lo que le digo es la verdad, la sencilla y tremenda verdad.

     "Ser el actor de un sueño no es lo que más me atormenta. Hay poetas que han dicho que la vida de los hombres es la sombra de un sueño y hay filósofos que han sugerido que la realidad es una alucinación. En cambio, yo estoy preocupado por otra idea. ¿Quién es el que me sueña? ¿Quién ese uno, ese desconocido ser que me ha hecho surgir de repente y que al despertarse me borrará? ¡Cuántas veces pienso en ese dueño mío que duerme, en ese creador mío! Sus sueños deben de ser tan vivos y tan profundos que pueden proyectar sus imágenes hasta hacerlas aparecer como cosas reales. Tal vez el mundo entero no es más que el producto de un entrecruzarse de sueños de seres semejantes a él. Pero no quiero generalizar. Me basta la tremenda seguridad de ser yo la imaginaria criatura de un vasto soñador?

     "¿Quién es? Tal es la pregunta que me agita desde que descubrí la materia en que estoy hecho. Usted comprende la importancia que tiene para mí este problema. De su respuesta depende mi destino. Los personajes de los sueños disfrutan de una libertad bastante amplia y por eso mi vida no está determinada del todo por mi origen sino también por mi albedrío. En los primeros tiempos me espantaba pensar que bastaba la más pequeña cosa para despertarlo, es decir, para aniquilarme. Un grito, un rumor, podían precipitarme en la nada. Temblaba a cada momento ante la idea de hacer algo que pudiera ofenderlo, asustarlo, y por lo tanto, despertarlo. Imaginé durante algún tiempo que era una especie de divinidad evangélica y procuré llevar la más virtuosa vida del mundo. En otro momento creí que estaba en el sueño de un sabio y pasé largas noches velando, inclinado sobre los números de las estrellas y las medidas del mundo y la composición de los mortales.

     "Finalmente me sentí cansado y humillado al pensar que debía servir de espectáculo a ese dueño desconocido e incognoscible. Comprendí que esta ficción de vida no valía tanta bajeza. Anhelé ardientemente lo que antes me causaba horror, esto es, que despertara. Traté de llenar mi vida con espectáculos horribles, que lo despertaran. Todo lo he intentado para obtener el reposo de la aniquilación, todo lo he puesto en obra para interrumpir esta triste comedia de mi vida aparente, para destruir esta ridícula larva de vida que me hace semejante a los hombres. No dejé de cometer ningún delito, ninguna cosa mala me fue ignorada, ningún terror me hizo retroceder. Me parece que aquel que me sueña no se espanta de lo que hace temblar a los demás hombres. O disfruta con la visión de lo más horrible o no le da importancia y no se asusta. Hasta hoy no he conseguido despertarlo y debo todavía arrastrar esta innoble vida, irreal y servil.

     "¿Quién me liberará, pues, da mi soñador? ¿Cuándo despuntará el alba que lo llamará a su trabajo? ¿Cuándo sonará la campana, cuándo cantará el gallo, cuándo gritará la voz que debe despertarlo? Espero hace tiempo mi liberación. Espero con tanto deseo el fin de este sueño, del que soy una parte tan monótona.

     "Lo que hago en este momento es la última tentativa. Le digo a mi soñador que yo soy un sueño, quiero que él sueñe que sueña. Esto pasa también a los hombres. ¿No es verdad? ¿No ocurre que se despiertan cuando se dan cuenta de que sueñan? Por esto he venido a verlo y le he hablado y desearía que mi soñador se diese cuenta en este momento de que yo no existo como hombre real y entonces dejaré de existir, hasta como imagen irreal. ¿Cree que lo conseguiré? ¿Cree que a fuerza de repetirlo y de gritarlo despertaré sobresaltado a mi propietario invisible?"

     Al pronunciar estas palabras el Caballero Enfermo se quitaba y se ponía el guante de la mano izquierda. Parecía esperar de un momento a otro algo maravilloso y atroz.

     -¿Cree usted que miento? -dijo-. ¿Por qué no puedo desaparecer, por qué no tengo libertad para concluir? ¿Soy tal vez parte de un sueño que no acabará nunca? ¿El sueño de un eterno soñador? Consuéleme un poco, sugiérame alguna estratagema, alguna intriga, algún fraude que me suprima. ¿No tiene piedad de este aburrido espectro?

     Como yo seguía callado, él me miro y se puso en pie. Me pareció mucho más alto que antes y observé que su piel era un poco diáfana. Se veía que sufría enormemente. Su cuerpo se agitaba, como un animal que trata de escurrirse de una red. La mano enguantada estrechó la mía; fue la última vez. Murmurando algo en voz baja, salió de mi cuarto y sólo uno ha podido verlo desde entonces.


     Giovanni Papini, periodista, crítico, novelista y poeta, nació en enero de 1881 en Florencia, Italia. Fundó la revista Leonardo, fue redactor del diario Regno y colaboró con La Voce, portavoz del movimiento filosófico y político del futurismo italiano. Creó las revistas Anima (1911) y Lacerba (1913). En 1906 publicó El crepúsculo de los filósofos y Lo trágico en lo cotidiano; en 1912 aparece su primera novela autobiográfica, Un hombre acabado. Entre sus numerosas obras destacan Gog (1931) y El libro negro (1951).

Las siguientes aseveraciones son de Wikipedia:

     La crítica europea considera que su mejor obra es Gog, una colección de relatos filosóficos, escritos en un estilo brillante y satírico, y hasta el propio Papini confesó amarla sobre todas las otras. A ella le siguió, muchos años después, como continuación, El libro negro, con igual estilo brillante y satírico. Sin embargo, Un hombre acabado (autobiografía) es considerada por muchos otros como su obra maestra.

     Por otra parte, su obra El Diablo, una de las últimas, fue objeto de grandes discusiones y controversias. En ella explica cómo el amor de Dios al ser tan grande y magnífico, al llegar el Juicio Final, se compadecerá de todos los sufrientes, cerrará el infierno y redimirá a todos los pecadores, lo cual es incompatible con la doctrina de la Iglesia Católica. Además, entre sus obras religiosas están Historia de Cristo, San Agustín, La escala de Jacob, Cartas del Papa Celestino VI a los hombres y Juicio Universal (póstuma).


     En palabras de Jorge Luis Borges, "Si alguien en este siglo es equiparable al egipcio Proteo, ese alguien es Giovanni Papini, que alguna vez firmara Gian Falco, historiador de la literatura y poeta, pragmatista y romántico, ateo y después teólogo".1 El propio Borges dice que "hay estilos que no permiten al autor hablar en voz baja. Papini, en la polémica, solía ser sonoro y enfático".


miércoles, 21 de enero de 2015

LECCIONES DE MI MADUREZ

LECCIONES DE MI MADUREZ
TOMADO DE BRESLEV ESPAÑOL

Un texto muy simple y a la vez maravilloso. Conviene imprimirlo y leerlo todos los días
Lo escribió una anciana de noventa años de edad, oriunda de Cleveland, Ohio, USA:
A fin de festejar mi madurez, me senté a escribir las 40 lecciones que aprendí de la vida:

1. La vida no es justa, pero a pesar de todo es bastante buena.

2. Cuando tengas alguna duda, simplemente da el primer pasito.

3. La vida es demasiado breve como para desperdiciarla odiando gratuitamente…

4. Tu lugar de trabajo no te va a atender cuando estés enfermo. Pero tus amigos y tus padres sí, así que mantente en contacto.

5. Paga a tiempo todas tus deudas.

6. No tienes que salir ganando en todas las discusiones. Está de acuerdo con el desacuerdo.

7. Llora junto a otra persona. Es mucho más eficaz que llorar solo.

8. Está bien hablar con Dios. Él nos escucha.

9. Empieza a ahorrar para cuando te jubiles, empezando con el primer sueldo que recibas.

10. En lo que a chocolates se refiere, no vale la pena resistirse.

11. Haz las paces con el pasado para que no interfiera en tu futuro.

12. Está bien que tus hijos te vean llorando.

13. No compares tu vida con la de los demás. Nunca se puede saber…

14. Si hay una relación interpersonal que hay que guardar en secreto, no formes parte de ella.

15. Todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Si te mereces algo, Dios te lo va a dar.

16. Respira profundamente. Es muy tranquilizante.

17. Descarta todo aquello que no uses, o no sea bello o no te cause alegría.

18. Todo lo que no te mata, en realidad te fortalece.

19. En lo que se refiere a hacer las cosas que te gustan en la vida, nunca aceptes “no” por respuesta.

20. Usa las velas más bonitas, la ropa más bonita, la fragancia más bonita. No guardes nada para una “ocasión especial”. Hoy es ese día especial.

21. La erudición que obtiene la persona nadie puede quitársela.

22. Nadie está encargado de tu felicidad, fuera de ti mismo.

23. Sé extravagante hoy. No esperes a la vejez para empezar a usar ese traje violeta.

24. Toma las así llamadas “desgracias” en la debida proporción. ¿Acaso dentro de cinco años todavía van a tener importancia?

25. Perdona a cada persona por cada cosa que te hace.

26. Que no te importe lo que los demás piensen de ti.

27. El tiempo lo cura casi todo. Dale tiempo.

28. Por peor que pueda ser una situación, al final va a cambiar.

29. No te tomes a ti mismo tan en serio. Los demás tampoco se toman en serio.

30. Cree en los milagros.

31. Dios te ama, porque así es Él. No porque Le hayas hecho o no hayas hecho algo.

32. Envejecer es muchísimo mejor que la otra alternativa (morir joven).

33. Al fin y al cabo, lo único verdaderamente importante es el amor.

34. Sale a dar un paseo todos los días. Hay milagros en todas partes.

35. La envidia es una pérdida de tiempo. Ya tienes todo lo que necesitas.

36. Lo mejor todavía no llegó.

37. No importa cómo te sientas – levántate, vístete y sal de la casa.

38. La vida no viene envuelta de regalo, pero sí son un regalo.


39. Los amigos son los familiares que nosotros mismos elegimos.


viernes, 16 de enero de 2015

MI PROFESORA DE ESPAÑOL… Daphne Maritza Alvarado

MI PROFESORA DE ESPAÑOL…
(Daphne de Luzuriaga Lara)
DAPHNE MARITZA ALVARADO DE LUZURIAGA
Daphne De Luzuriaga

Hoy al acompañar a mi hijo adolescente a inscribirse a la escuela, vinieron en mi mente recuerdos de cuando yo iba a la secundaria, la ETI Núm. 8... y esos recuerdos enfocaron principalmente mi materia favorita: ESPAÑOL y no era tanto la materia, ¡eh!... sino la profesora que la impartía. Ella era muy dulce y sobretodo muy inteligente… no había preguntas sin respuestas.. todo, todo lo sabía, y su clase, más que un deber, era como el postre de todas las demás materias...

     Recuerdo como nos clasificaba, por el sonido de nuestra voz, y en cierta manera le daba al aprendizaje un toque de diversión... cantábamos, jugábamos, sin dejar nunca de brindarnos esa sabiduría que la caracterizada... De algunos de nuestro grupo no sólo fue una simple maestra de Español, llegó a ser confidente y en más, una gran amiga... porque sabía cómo, no sólo impartir sus conocimientos, sino también llegar al corazón de una adolescente... que a veces, para una madre, esto es muy difícil...

     Ella compartía también historias personales con nosotros a manera de enseñanza... ella amaba la naturaleza...todo lo que tenía vida...principalmente los gatos...¡ah!... y se me olvidaba el color violeta que a veces también portaba en sus cabellos...

     Le gustaba mucho el Rock y sobre todo, se sabía más de 1000 poesías sin decirles aún lo experta que era para declamarlas...

     Y en estos momentos que recuerdo mis días de secundaria y que mi maestra de Español viene a mi mente, sé que muchos aún la recuerdan así como yo.

     Hace poco, de visita por Minatitlán, Veracruz, mi pequeña y amada ciudad me invitaron, a una conferencia de El arte de la buena escritura... y cuando supe que mi maestra de español era quien iba a darla, me aliste para ir...

Daphne de Luzuriaga

     Y si, ahí estaba ella... con su mirada dulce, su caminar ya lento, sus manos temblorosas... y no saben cómo le costaba mantenerse de pie; pero saben, ella nunca ha perdido el porte ni la elegancia, todos estaban absortos escuchándola... una vez más brindando sus conocimientos, y dándonos consejos sobre libros que nos podrían ayudar.

     Pero bueno, hay algo que no les he contado... yo era la más suertuda de mi clase... porque ella no sólo es mi maestra de Español... ¡ella es mi madre!...

     y hoy que estoy lejos... y que se me juntaron todos estos recuerdos...

     Quiero decirte, mamá, que te admiro mucho... y que de todo lo que aprendí en tus clases, aprendí que... la oración diaria perfecta es:..."No importa que hagas de tu vida, sino al lado de quien lo hagas".

     Te amo mamá... Feliz día... hoy es tu cumpleaños y no podré estar contigo, pero por medio de estos pensamientos te mando un abrazo tan fuerte, tan fuerte que te haga temblar...


Daphne Maritza

     P.D. Este escrito es para ti mamá pero quise compartirlo con mi fraternal ciudad, porque sé que muchos, muchos, te recuerdan así... No como una maestra de Minatitlán, sino como LA MAESTRA DE MINATITLÁN... Te amo.



     Publicado en el Diario "La Opinión” 30 de enero de 2010.

domingo, 11 de enero de 2015

LO QUE VIO NUXI, EL HOMBRE QUE VISITÓ EL MUNDO DE ABAJO

LO QUE VIO NUXI, EL HOMBRE QUE VISITÓ EL MUNDO DE ABAJO
RELATO LACANDÓN MAYA
ADAPTACIÓN DE JUAN FELIPE HOYOS

Muy escondido detrás de las ramas, escuché esta historia que contaba la abuela que junto a la fogata hablaba…

     Para muchas culturas latinoamericanas antiguas, el mundo de abajo es un hermoso lugar al que van las almas de los hombres, mujeres, niños y niñas cuando mueren, así como también las de los animales, del agua, la tierra y el aire. Para algunos, este mundo está abajo, para otros arriba; es como cuando ves que el cielo se refleja en las aguas de un  lago: ¿el cielo estará arriba o estará abajo?

     Pues bien, hace mucho tiempo, Sucunkiúm, el Señor del mundo de abajo, decidió darles a conocer su reino a los vivos, pues los hombres vivían siempre con temor a lo que vendría después de la muerte. Cuando alguien muy querido moría, se llenaban de tristeza porque no sabían qué pasaría con su pariente o amigo, y se despedían de él acongojados. Entonces Sucunkiúm, que amaba a todos los seres, decidió llevar al mundo de abajo a un hombre llamado Nuxi, para que conociera el lugar adonde iban las almas. Justo antes de partir, le dijo:

     - Nuxi, te llevaré al mundo de abajo. Cuando regreses al mundo de los vivos debes contar todo lo que viste a tu gente.

     - Así lo haré, y mantendré los ojos muy abiertos para no perder de vista ni un detalle – le respondió Nuxi.

     Primero atravesaron el bosque del mundo de abajo, que estaba poblado por los más hermosos pájaros, venados, conejos y jaguares. Nuxi que era un experto cazador, sacó su arco y sus flechas para cazar algunos animales, pero, para su sorpresa, aunque eran alcanzados por sus flechas, ningún animal moría; eran las almas de los animales y no podían morir otra vez.

     Avanzando juntos por el bosque llegaron al borde de un camino. Entonces se detuvieron, y Sucunkiúm exclamó:

     - Querido Nuxi, este es el camino que toman quienes van a mi reino. Al recorrerlo, se enfrentan a cuatro difíciles pruebas – le dijo, y en seguida le explicó de qué se trataba-:
Cuando van por el camino, salen a su encuentro unos furiosos perros, unas gallinas gigantes y un enjambre de piojos. Luego deben cruzar un río lleno de lagartos. Vamos. Escondámonos detrás de las ramas y aguardemos a que un alma pase.

     Nuxi esperaba detrás del follaje lleno de curiosidad. Entonces apareció el alma de un hombre bajando por el camino. Cuando se encontró con los enormes y feroces perros, el hombre les tiró un hueso de su esqueleto y escapó corriendo. Cuando aparecieron ante él las gallinas gigantes para picotearlo, les lanzó unos granos de maíz que sus familiares le habían dejado en la tumba, y cuando salieron los piojos a picarlo, se sacó unos cuantos pelos de la cabeza para que no lo molestaran. Había superado las primeras tres pruebas, pero le faltaba la última y más peligrosa: el río lleno de lagartos.

     Nuxi tragaba saliva; no se le ocurría qué podría hacer ahora el alma del hombre para poder atravesar tan peligroso río. En esas bajó corriendo por el camino el alma de un perro.

     El hombre se alegró mucho de verlo, pues era el alma de un viejo perro suyo. Entonces el perro exclamó:

     -Amo, súbete a mi espalda y agárrate fuerte de mis orejas. Yo te ayudaré a pasar al otro lado.

     Así fue que se lanzaron al agua y nadando juntos llegaron a la otra orilla. Nuxi se emocionó mucho al ver que estaban a salvo, y le pareció que en realidad las pruebas eran cosa fácil. Sin embargo, pronto apareció otra alma en el camino. También esta superó las pruebas de los perros, las gallinas y los piojos; y, cuando llegó al río de lagartos, también se encontró con el alma de su perro. Pero este, al ver a su amo, le dijo:

     -Amo, me trataste cruelmente siempre, me cortaste las orejas y la cola, así que ahora no tendrás de qué agarrarte para pasar el río. Lo único que puedo hacer por ti, y lo haré porque soy un buen perro, es contarte un secreto: en realidad puedes pasar solo, porque los lagartos que ves no existen.

     Entonces el alma del hombre se metió en el río, mientras temblaba de terror, hasta hundirse del todo. Poco después salió al otro lado. Nuxi no podía creerlo, de manera que miró a Sucunkiúm buscando una explicación.

     -En realidad, no hay ningún peligro en el camino de los muertos –le dijo entonces-. Los perros, las gallinas, los piojos y los lagartos están allí para apurar a las almas e impedir que tomen el camino de regreso a la tierra, pero no  les pueden hacer ningún daño. El río tampoco existe, es la imagen de la corriente de lágrimas de las esposas y amigos que los lloran desde el otro mundo. Esa es la verdad que tienes que contar en el mundo de los vivos, Nuxi, la verdad que no debes olvidar.


     Nuxi regresó a la tierra de los vivos y allí le contó todo a su gente. Desde ese momento, su gente no sufre cuando alguien parte al mundo de abajo, porque sabe que estará bien y que todos los peligros después de la vida son sólo una ilusión.


     Tomado del libro: relatos fantásticos del mundo de abajo. adaptación de Juan Felipe Hoyos/ ilustraciones de Francisco Villa. Primera edición SEP/Norma Ediciones, 2006. Libros del Rincón.