LEYENDA DE LOS 5 SOLES
Cosmogonía. La
tradición nahua enseña que el Tloque nahuaque, el Ser Supremo, creó a los
dioses inferiores, a los cielos y a los hombres; que en este estado el mundo,
tuvo cuatro edades, que en cada una de ellas desapareció la especie humana por
un cataclismo, salvándose una pareja, hombre y mujer, para la nueva procreación
de seres humanos. Enseña también la tradición que en cada edad de éstas se
destruía el sol, y era creado uno nuevo para que siguiera alumbrando a la
tierra; y por esto llamaron a las cuatro edades, los Cuatro Soles.
Los toltecas
tenían una leyenda acerca de la creación de un quinto sol. La relación que de
ella hace el padre Sahagún es tan curiosa como interesante. “decían que antes
que hubiese día en el mundo, que se juntaron los dioses en aquel lugar que se
llama Teutioacan (Teteohuacan, hoy Teotihuacan), dijeron los unos a los otros:
dioses, ¿quién tendrá cargo de alumbrar el mundo? Luego a estas palabras
respondió un dios que se llamaba Tecuciztecatl y dijo: Yo tomo a cargo de
alumbrar el mundo: luego otra vez hablaron los dioses y dijeron: ¿quién será
otro más? Al instante se miraron los unos a los otros, y conferían quien sería
el otro, y ninguno de ellos osaba
ofrecerse a aquel oficio, todos temían y se excusaban. Uno de los dioses
de que no se hacía cuenta y era buboso no hablaba, sino que oía lo que los
otros dioses decían: los otros le hablaron y le dijeron: sé tú el que alumbres,
bubosito, y él de buena voluntad obedeció a lo que le mandaron y respondió: en
merced recibo lo que me habéis mandado, sea así, y luego los dos comenzaron a hacer penitencia
cuatro días. Después encendieron fuego en el hogar, el cual era hecho en una peña
que ahora llaman teutexcalli. El dios llamado Tecuciztecatl todo lo que ofrecía
era precioso, pues en lugar de ramos ofrecía plumas ricas que se llaman
manquetzalli; en lugar de pelotas de heno, ofrecía pelotas de oro; en lugar de
espinas ensangrentadas, ofrecía espinas de coral colorado, y el copal que
ofrecía era muy bueno. El buboso, que se llamaba Nanaoatzin, en lugar de ramos
ofrecía cañas verdes atadas de tres en tres, todas ellas llegaban a nueve:
ofrecía bolas de heno y espinas de maguey, y las ensangrentaba con su misma
sangre, y en lugar de copal, ofrecía las postillas de las bubas. A cada uno de
estos se le edificó una torre como monte; en la cual hicieron penitencia cuatro
noches, y ahora se llaman estos montes tzacualli, están ambos cerca del pueblo
de San Juan que se llama Teutioacan. De que se acabaron las cuatro noches de su
penitencia, esto se hizo al fin o remate de ella, cuando la noche siguiente a
la media noche habían de comenzar a hacer sus oficios, antes un poco de la
medianía de ella, le dieron sus aderezos al que se llamaba Tecuciztecatl, a
saber: un plumaje llamado aztacomitl, y una jaqueta de lienzo, y al buboso
tocárosle la cabeza con papel que se llama amatzontli, y le pusieron una estola
y un maxtli ambos de papel. Llegada la media noche, todos los dioses se pusieron
en derredor del hogar. En este ardió el fuego cuatro días, se ordenaron los
dioses en dos frentes a cada lado del fuego y luego los dos sobredichos, se
pusieron delante del fuego de cara a él, en medio de los dos frentes de los
dioses, todos los cuales estaban levantados, y luego hablaron y dijeron: Ea,
pues, Tecuciztecatl, entra tú en el fuego: y él luego acometió para echarse en
el; y como el fuego era grande y estaba muy encendido, sintió la gran calor,
hubo miedo, y no osó echarse en el y se volvió atrás. Otra vez tornó para
echarse en la hoguera haciéndose fuerza, y llegándose se detuvo, no osó
arrojarse en la hoguera, cuatro veces probó, pero nunca se osó echar. Estaba
puesto mandamiento que ninguno probase cuatro veces. Los dioses luego hablaron a
Nanaoatzin y le dijeron: ¡Ea, pues, Nanaoatzin, prueba tú! Y como le hubieron
hablado los dioses, se esforzó, y cerrando los ojos, arremetió y se echó en el
fuego, y luego comenzó a rechinar y resplendar en el fuego como quien se asa.
Como vio Tecuciztecatl que se había echado en el fuego y ardía, arremetió y se
echo en la hoguera, y dizque un águila entró en ella y también se quemó y por
eso tiene las plumas hoscas o negrestinas. A la postre entró un tigre y no se
quemó, sólo se chamuscó, y por eso quedó manchado de negro y blanco; de este
lugar se tomó la costumbre de llamar a los hombres diestros en la guerra
Cuauocelotl, y dicen primero cuautli por que la águila primero entró en el
fuego, y se dice a la postre ocelotl porque el tigre entró a la postre del
águila al fuego. Después que ambos se hubieran arrojado al fuego, y que se
habían quemado, luego los dioses se sentaron a esperar a que prontamente
viniera a salir el Nanaoatzin. Habiendo estado gran rato esperando, se comenzó
a poner colorado el cielo, y en todas partes apareció la luz del alba. Dicen
que después de esto los dioses se hincaron de rodillas para esperar por donde
saldría Nanaoatzin hecho sol: miraron a todas partes volviéndose en derredor,
más nunca acertaron a pensar y a decir de que parte saldría, en ninguna cosa se
determinaron; algunos pensaban que saldría de la parte del norte, y se pararon
a mirar hacia él; otros hacia el mediodía, a todas partes sospechaban que
habría de salir, porque por todas partes había resplandor del alba: otros se
pusieron a mirar hacia el oriente, y dijeron, aquí de esta parte ha de salir el
sol. El dicho de éstos fue verdadero: dicen que los que miraron hacia el
oriente fueron Quetzalcóatl, que también se llama Ehecatl y otro que se llama
Totec y por otro nombre Anahuacitecu, y por otro nombre Tlatlauhcatezcatlipoca,
y otros que se llaman Minizcon, que son innumerables, y cuatro mujeres, la
primera se llama Tiacapan, la segunda Teicu, la tercera Tlacocoa,”la gran
compradora”, la cuarta Xocoyotl; y cuando vino a salir el sol, pareció muy
colorado, y que se contoneaba de un lado a otro, y nadie lo podía mirar, porque
quitaba la vista de los ojos, resplandecía y echaba rayos de si en gran manera,
y sus rayos se derramaron por todas partes; y después salió la luna en la misma
parte del oriente a par del sol: primero salió el sol y tras él la luna, por la
orden que entraron en el fuego por la
misma salieron hechos sol y luna. Y dicen los que cuentan fábulas o hablillas,
que tenían igual luz con que alumbraban, y de que vieron los dioses que
igualmente resplandecían, se hablaron otra vez y dijeron: ¡Oh dioses! ¿Cómo
será esto? ¿Será bien que vayan a la par? ¿Será bien que igualmente alumbren? Y
los dioses dieron sentencia y dijeron: sea de esta manera, y luego uno de ellos
fue corriendo, y dio con un conejo en la cara a Tecuciztecatl, y le oscureció
la cara, ofuscándole el resplandor, y quedo como ahora esta su cara. Después
que hubieron salido ambos sobre la tierra estuvieron quietos, sin moverse de un
lugar el sol y la luna, y los dioses otra vez se hablaron y dijeron: ¿Cómo
podemos vivir? No se menea el sol, ¿hemos de vivir entre los villanos? Muramos
todos y hagámosle que resucite con nuestra muerte, y luego el aire se encargó
de matar a todos los dioses y los mató, y se dice que uno llamado Xólotl, rehusaba la muerte, y dijo a los
dioses: ¡Oh dioses! No muera yo, y lloraba en gran manera, de suerte que se le
hincharon los ojos de llorar, y cuando llegaba a él el que mataba, echó a huir
y se escondió entre los maizales, y se convirtió en pie de maíz que tiene dos
cañas, y los labradores le llaman Xólotl, y fue visto y hallado a los pies del
maíz; otra vez echó a huir y se escondió entre los magueyes, y se convirtió en
maguey que tiene dos cuerpos que se llama mexolotl; otra vez fue visto, y echó
a huir, y se metió en el agua, y se hizo pez, que se llama axolotl (ajolote), y
de allí lo tomaron y lo mataron; y dicen que aunque fueron muertos los dioses,
no por eso se movió el sol, y luego el viento comenzó a zumbar y ventear
reciamente, y el le hizo moverse para que anduviese su camino; y después que el
sol comenzó a caminar, la luna se estuvo queda en el lugar donde estaba.
Después del sol comenzó la luna a andar; de esta manera se derivaron el uno del
otro y así salen en diversos tiempos, el sol dura un día, y la luna trabaja en
la noche o alumbra en ella.
El P. Mendieta
trae una variante de la leyenda anterior, pues en su relación los dioses
adorados en Teotihuacan eran animales: Tlotli, gavilán o halcón, se encargó de hacer
andar al sol, aunque sin conseguirlo; Citli, liebre, le tiró flechas de que el
sol se defendió y con una de las mismas saetas mató a Citli. Los dioses
desmayaron entonces, resolvieron sacrificarse y morir, siendo el sacrificador
Xólotl, quien terminada su obra se sacrificó a sí mismo.
Boturini dice
que el buboso no era dios, sino uno de los concurrentes de la metamorfosis
intentada por Centeotl, dios del maíz,
llamado también Inopintzin, el dios huérfano. Arrojado el buboso a la hoguera
se convirtió en hermoso globo de fuego; un águila se arrojó a las llamas, tomó
con el pico el sol y lo transportó a los cielos.
Veytia dice que
en un año chicome tochtli, siete conejo,
suspendió su curso el sol por espacio de un día natural, lo que causó grandes
estragos, hasta que un mosquito le picó una pierna y le hizo proseguir su
carrera.
El significado
histórico de este mito tolteca, es dice Orozco y Berra, la dedicación de las
pirámides de Teotihuacan al sol y a la luna. Teotihuacan, como su nombre lo
dice (Teteohuacan), estaba consagrado a los antiguos dioses; existía con sus
pirámides desde los tiempos más remotos; era un santuario venerado en que eran
adorados los animales, una de las concepciones más bajas en las religiones
inventadas por los hombres. Los toltecas aunque deístas, admitían el culto de
los astros del día y de la noche, ni les era desconocido el fuego simbólico; y
a fuerza de conquistadores, o por más civilizados, impusieron sus creencias en
la ciudad santa; los dioses antiguos
fueron derrocados de sus altares, y se ostentó la imagen del sol sobre el
Tonatiuh Itzacual, y de la luna, su compañera, en el Meztli Itzacual. El hecho
importaba la pérdida de la religión primitiva y la substitución del culto
extranjero. Vencidos y vencedores tenían empeño en perpetuar el recuerdo.
Orozco y Berra
interpreta el mito de un modo satisfactorio. La escena pasa en la asamblea de
los dioses, de los sacerdotes sus representantes, y del pueblo. Se busca quien
se atreva a iniciar el cambio; se ofrece Tecuciztecatl; faltaba un compañero y
se le encuentra en el asqueroso Nanahuatzin; aquél, la casta sacerdotal, rica y
poderosa; éste, el pueblo pobre que admitía ansioso ser regenerado por la nueva
civilización. A la hora en que debía verificarse la substitución de deidades,
Tecuciztecatl vaciló y Nanahuatzin colocó resueltamente en la pirámide la
imagen del sol, y , a su ejemplo, aunque tras largo vacilar, llevó a la luna a
su asiento el irresoluto sacerdote. Los soldados no fueron extraños al cambio:
el águila llevó al cielo en el pico al astro del día, y el tigre transportó a
la compañera de la noche. Por eso los guerreros cuautli y ocelotl, águilas y
tigres fueron siempre considerados en el ejército. La luna, menos reverenciada
que el sol, para perder el brillo recibió en el rostro un golpe con un conejo:
era para marcar el signo del año del acontecimiento; desde entonces los pueblos
de Anahuac descubrían el tochtli cronológico en esas sombras indecisas que se
advierten en la redonda cara de la luna llena. Al principio los astros no se
movían, era que el nuevo culto no progresaba, y fue indispensable el viento, la
predicación, para hacerlos caminar. Cuando los nuevos númenes ganaron
prosélitos, los antiguos dioses perecieron, pues fueron derribados de sus
altares: Xólotl resistió el último; tres veces metamorfoseado, acabó por
sucumbir. En la nueva religión se tributaba culto al sol, a la claridad del
día, y a la luna durante la noche, siguiendo tal vez las fases de la
melancólica diosa.
Antes del
universo conocido, sólo existía un cielo, que llamaron “el décimo tercero”. En
el vivían el ser supremo, Tonacatecutli (El señor de nuestra carne) y su esposa
tonacacihuatl o Xochiquetzalli: no tuvieron principio, eran eternos. Esta
pareja divina procreó cuatro hijos: el primogénito fue Tlatlauhcatezcatlipoca,
de color rojo; fue adorado por los de Tlaxcala y Huexotzinco bajo el nombre de
Camaxtle; el segundo hijo fue Yayauhcatezcatlipoca, de color negro y de peor
índole que sus hermanos; el tercer hijo fue Quetzalcóatl, llamado también
Yohualehecatl, de color blanco; el cuarto fue Omiteotl: nació sin carnes, era
solo el esqueleto; se llamaba también Inaquizcoatl; entre los mexicanos era
conocido por Huitzilopochtli, por ser zurdo.
Estos cuatro
dioses, después de seiscientos años de inactividad, se reunieron y
conferenciaron acerca de lo que debían ordenar y de las leyes que debían
imponer a lo que creasen, y puestos de acuerdo, comisionaron a Quetzalcóatl y a
Huitzilopochtli para proceder a la creación. Los dos númenes formaron desde
luego el fuego, del cual sacaron un medio sol, que alumbraba poco por no ser
entero. Crearon también al primer hombre, Oxomoco, y a la primera mujer,
Cipactonal. Les ordenaron a ambos que labraren la tierra, y a ella que hilara y
que tejiera, y le dieron ciertos granos de maíz para las adivinaciones y
hechicerías y para curar las enfermedades de su descendencia. Crearon también a
Mictlantecutli, dios del infierno, y a su esposa Mictlancihuatl. Por último
formaron el calendario ordenando el tiempo, que distribuyeron en días, meses y
años.
Dejando por
mansión de Tonacatecutli el décimo tercer cielo, crearon otros. En el primer
cielo estaban las estrellas Citlalatona y Citlalmina, la primera macho, la
segunda hembra. En el segundo cielo estaban las Tezauhcihuame , “mujeres
espantosas” llamadas también Tzitzinime, puros esqueletos, destinadas a bajar y
a comerse a los hombres cuando fuera el fin del mundo, que sería cuando se
acabasen los dioses o Tezcatlipoca derribase al sol existente. En el tercer
cielo estaban como guardianes cuatrocientos hombres, que creó Tezcatlipoca y
que eran de cinco colores, amarillos, negros, blancos, azules, colorados. En el
cuarto cielo estaban las aves, y de allí bajan a la tierra. En el quinto cielo
se albergaban culebras de fuego, de donde provenían los cometas y los meteoros
ígneos. El sexto cielo era la región del aire. El séptimo, la del polvo. En el
octavo cielo se reunían los dioses, y nadie subía más arriba. Se ignoraba lo
que había en los cielos del noveno al doce.
Dieron al agua
organización particular. Los cuatro dioses hermanos formaron a Tlaloccantecutli
y a su esposa Chalchiuhicueye, quienes quedaron como dioses del líquido
elemento. Verse Tlaloc.
En la maza de
las aguas Quetzalcóatl y Huitzilopochtli habían creado un gran pez llamado
Cipactli, y reunidos con los otros dos dioses, hicieron la tierra del Cipactli,
y la declararon dios bajo el nombre de Tlaltecutli, y por eso lo pintan tendido
sobre un pescado.
Nació un niño
del connubio de Oxomoco y Cipactonal, y lo llamaron Piltzintecutli (Niñito
señor), y no teniendo compañera, los dioses le formaron una de los cabellos de
Xochiquetzal.
Viendo los
cuatro dioses hermanos que el medio sol servía de poco, Tezcatlipoca se
convirtió en sol entero. Sol y luna andaban en el aire sin tocar el cielo; el
luminar del día, saliendo por oriente, sólo llegaba al meridiano, de donde se
tornaba al punto de salida; de lo alto del cielo al occidente lo que se mira no
es el sol, sino su reflejo, y de noche no anda ni parece. En ese tiempo crearon
los cuatro dioses a los gigantes, hombres de tantas fuerzas que arrancaban los
árboles con las manos, y sólo se mantenían comiendo bellotas de encino. Para
complemento de la creación, Huitzilopochtli vio revestirse de carne su
esqueleto.
Este segundo
período duró 13 ciclos o sea 676 años. Al fin de ellos, Quetzalcóatl dio un
golpe con un palo a Tezcatlipoca, lo derribó del cielo al agua, y se puso a ser
sol en su lugar. Al caer en el agua Tezcatlipoca, se convirtió en tigre,
convirtiéndose en la constelación que llamamos la Osa Mayor, el tigre
Tezcatlipoca que sube a lo alto del cielo para descender enseguida al mar. El
dios y los tigres por el formado se comieron a los gigantes y acabaron con
ellos. Los hijos de los hombres, maceguales, sólo se mantenían comiendo
piñones.
Transcurrieron
otros 676 años, al fin de los cuales el tigre Tezcatlipoca le dio una coz al
sol Quetzalcóatl, y lo derribó del cielo. Su caída produjo un viento tan fuerte
que arrastró a los maceguales, y los que sobrevivieron quedaron convertidos en
monos. Tlaloccantecutli quedó transformado en sol, y alumbró la tierra 364
años; pero Quetzalcóatl llovió fuego del cielo, quitó a Tlaloc de sol y colocó
en su lugar a Chalchiuhicueye, la cual duró como sol 312 años.
Contando el
período de inacción y los de los cuatro soles, pasaron desde el principio de la
creación 2028 o sea 39 ciclos de 52 años cada uno. Nótese que 39 es el triple
de 13, número simbólico de los nahoas.
Al terminar el
período de sol de Chalchiuhicueye, se produjo un diluvio sobre la tierra, en
que los hombres se convirtieron en peces; los cielos se desequilibraron y se
derrumbaron sobre el Cipactli o sea Tlaltecutli. Los cuatro dioses, para
reparar esta catástrofe, en el año ce tochtli, un conejo, primero después del
diluvio, crearon cuatro hombres: Atemoc, Itzacoatl, Itzmaliya y Tenoch.
Penetraron después por debajo de la tierra haciendo cuatro horadaciones y
salieron a la superficie superior, donde se convirtieron, Tezcatlipoca en el
árbol tezcacuahuitl, y Quetzalcóatl en el árbol quetzahuexotl, y estos árboles,
los hombres y los dioses levantaron los cielos y los sustentaron firmes con las
estrellas en la forma que ahora se ven. El Tonacatecutli, para premiar tan
grande acción, hizo a sus hijos señores de cielos y estrellas, y el camino que
en ellos recorrieron Tezcatlipoca y Quetzalcóatl lo marca la Vía Láctea. Después de
restablecidos los cielos, los dioses dieron nueva vida a la tierra, que había
muerto en el cataclismo.
El año ome
acatl, dos caña, segundo después del diluvio, Tezcatlipoca dejo su nombre y
tomó el de Mixcoatl,”culebra de nube”, sacó lumbre por la frotación de dos
palos, e instituyó la fiesta del fuego, encendiendo muchas y grandes fogatas.
El chicuace
acatl, seis caña, nació Centeotl, hijo de Piltzintecutli.
El chicuei
calli, ocho casa, dieron vida los dioses a los macehuales, esto es, al común de
los hombres, como antes estaban.
El ce acatl, una
caña, de la segunda trecena, viendo los dioses que la tierra no estaba
alumbrada, determinaron formar el sol, que además de iluminar la tierra,
comiese corazones y bebiese sangre. Al efecto se pusieron a hacer la guerra,
para la cual Tezcatlipoca formó cuatrocientos hombres y cinco mujeres: los
hombres murieron dentro de cuatro años, y las mujeres quedaron vivas.
El
matlactlitecpatl, diez pedernal, 23 de la era, Xochiquetzalli, mujer de
Piltzintecutli, murió en la guerra, y fue la primera de su sexo que murió en la
lucha.
El matlactli
omei acatl, trece caña, 26 de la era, Quetzalcóatl arrojó a su hijo, que había
tenido sin concurso de mujer, en una gran hoguera, de donde salió hecho sol.
Tlaloc, que tenía un hijo en Chalchiuhicueye, lo arrojó al rescoldo, y salió
hecho luna, que por eso parece cenicienta y oscura. Ambos astros empezaron a
caminar uno tras otro sin alcanzarse, yendo por el aire sin tocar el cielo.
El ce tecpatl,
un pedernal, 27 de la era, subió Camaxtle al octavo cielo y creó cuatro hombres
y una mujer para dar de comer al sol; pero apenas formados, cayeron al agua, se
tornaron al cielo y no hubo guerra. Frustrado este intento, Camaxtle, el ome
calli, dos casa, 28 de la era, dio con un bastón sobre una peña, y al golpe
brotaron cuatrocientos chichimecas otomíes que poblaron la tierra antes que los
mexicanos. Camaxtle se puso a hacer penitencia sobre la peña, sacándose sangre
con púas de maguey, de lengua y orejas, y oró a los dioses para que los cuatro
hombres y la mujer creados en el octavo cielo bajaran a matar a los bárbaros
para dar de comer al sol. A los ocho años, el matlactlicalli, diez casa, el 36
de la era, bajaron los seres apetecidos y se posaron en los árboles, donde les
daban de comer las águilas. Los bárbaros vivían entretenidos, embriagándose con
el jugo del maguey; pero acertaron a ver a los seres extraños, se acercaron a
ellos, bajaron éstos de los árboles y dieron muerte a los chichimecas, a
excepción de Ximuel, Mimich y del mismo Camaxtle que se había hecho chichimeca.
El nahui
tecpatl, cuatro casa, 43 de la era, se oyó un gran ruido en el cielo, cayó un
venado de dos cabezas, lo tomó Camaxtle y se los dio por dios a los de
Cuitlahuac, quienes le daban de comer conejos, culebras y mariposas. El chicuei
tecpatl, ocho pedernal, 47 de la era, Camaxtle movió guerra a los comarcanos y
los vencía porque llevaba en las batallas el venado a cuestas. La guerra se
prolongó diecinueve años; pero el ce acatl, uno caña, 66 de la era, Camaxtle
fue vencido y perdió el venado con que triunfaba. Fue la causa de esta derrota,
que encontrándose con una de las cinco mujeres creadas por Tezcatlipoca, tuvo
en ella a Ceacatl, de lo cual ofendido el dios, le retiró su amparo.
Ce acatl, el hijo
de Camaxtle, siendo ya joven, hizo cruda penitencia corriendo por los montes, y
sacándose sangre, y todo su anhelo era que los dioses lo hiciesen gran
guerrero; su ruego fue atendido, pues llegó a ser tan valiente que lo tomaron
por señor los habitantes de Tollan.
Orozco y Berra,
aludiendo a la cosmogonía mexicana que en extracto acabamos de exponer, dice lo
siguiente:
Estas fábulas
por absurdas que parezcan, contienen mitos astronómicos, religiosos y sociales.
Explican las ideas que abrigaban aquellos pueblos acerca de la formación de la
tierra, su relación con los cielos, juicios que formaban acerca de la esfera
celeste, movimiento de los astros, posición de las estrellas fijas. Grandes
cataclismos habían precedido al último orden existente, producidos por los
cuatro elementos reconocidos por todos los pueblos antiguos: la tierra, el
fuego, el aire y el agua; la estructura del universo había padecido; los soles,
personificación de los dioses, habían sido derribados y sustituidos por otros.
Descúbrase en
los mitos que nos ocupan, la invención y el culto del fuego; la adoración de
los astros, predominando sobre todo, el sol; la unidad de la idea dios,
degenerada en la pluralidad de los dioses; la guerra convertida en religión
para proporcionar al padre de la luz corazones que comer y sangre que beber; el
hombre, último en la creación y despreciable, transformado en la ofrenda más
grata a la divinidad. Las razas humanas con sus colores típicos y
característicos no les son desconocidas. Aparecen las artes domésticas; el maíz
se da a la mujer como alimento y para servir a los encantamientos y
adivinaciones. Brotan los chichimecas de las peñas al golpe de la vara mágica
de un dios; son las tribus broncas y salvajes en el estado primitivo,
contrapuesto al más adelantado de la civilización.
Hay otro mito,
también mexicano, que al dar a conocer el origen de la especie humana,
distingue las diversas razas de Anahuac. Entre los antiguos cronistas, el P.
Mendieta es el que refiere el mito con más sencillez y claridad. Dice así:
“… comienza a
contar y tomar principio de sus generaciones, de un viejo anciano
Iztacmixcohuatl, “Serpiente de nube blanca”, “Vía Láctea” que residía en
aquellas siete cuevas llamadas Chicomoztoc, de cuya mujer llamada Ilancuey, “la
que tiene naguas de vieja” dicen que hubo seis hijos. Al primero llamaron
Xelhua, al segundo Tenuch, al tercero Ulmecatl, al cuarto Xicalancatl, al
quinto Mixtecatl, al sexto Otomitl. El primero, llamado Xelhua, dicen que pobló
a Guacachula (Cuauquechollan) y a Izocan (hoy Izúcar) y Epatlan, Teopantlan, y
después a Teohacan (Teohuacan, hoy Tehuacan), Cozcatlan y Teutitlan; del
segundo, llamado Tenuch (Tenoch), vinieron los que se dice Tenuchca, que son
los puros mexicanos, llamados por otro nombre mexica. Del tercero y cuarto,
llamados Ulmecatl y Xicalancatl, también descendieron muchas gentes y pueblos.
Estos poblaron donde hoy está edificada la ciudad de los Ángeles (Puebla) y
Totomihuacan. Del quinto hijo Mixtecatl, vienen los mixtecas, habitadores de
aquel gran reino llamado Mixtecapan. Del postrer hijo llamado Otomitl
descienden los otomíes. El mismo viejo Iztacmixcohuatl, padre de los
sobredichos, hubo de otra mujer llamada Chimalmatl, un hijo que se llamó
Quetzalcóatl.
Ilancueye se
compone de ilantli, vieja, de cueitl, naguas, y de e, que tiene: “La que tiene
naguas de vieja”. Es la personificación de la tierra.
Tiacapan. (El
primer nacido, derivado de tiacauh, principal, fuerte.) Nombre que daban a la
mayor de las cuatro hermanas de Tlazolteotl, diosa de los placeres carnales.
Teicu. De te, de
alguno, icutli, hermano o hermana menor: Hermano o hermana menor de alguien. La
segunda de las cuatro hermanas de Ixcuina o Tlazolteotl, diosa de los placeres
carnales.
Tlacocoa.
(Apócope de tlacocoani, part. act. De tlacocoa, comprar muchas cosas: La gran
compradora).
Tlaco. Medio,
mitad: La de en medio. Una de las hermanas de Tlazolteotl.
Xocotzin. (Xocotl,
fruto, tzin, diminutivo estimativo). Nombre que daban a la cuarta y última hermana
de Tlazolteotl, diosa de los placeres carnales.
Extraído de mi libro inédito Minidiccionario enciclopédico náhuatl 2003. La mayor parte del artículo es tomado Cecilio A. Robelo: Dicc. de Mitología Nahoa 2001.