“CHOGOSTA”
GEOFAGIA
EN AMÉRICA PRECOLOMBINA
Y
EL CRISTO NEGRO
Antonio
Fco. Rodríguez Alvarado
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CHOGOSTA. Del pipil
xogoctali de xogoc, agrio, ácido + tali,
tierra. En náhuatl proviene de xococ, agrio, ácido + tlalli,
tierra: “Tierra o barro de sabor ácido y/o agrio”. Un alimento ancestral, es un
lodo chicloso, un poco duro, de color blanco y tonos rosas o anaranjados que se
extrae cerca de Jáltipan, más o menos a un metro de hondo. Su sabor es ácido,
por lo que una vez que es extraída, se amasa o tritura y vacía en un recipiente
con agua, para después hacerla bolitas y meterla a un horno tradicional, un
tapanco o tapestle (catre) que se localiza siempre arriba de los fogones del
lugar, por cinco a diez días, oreándose con el humo y calor de las brasa y de
unas hierbas llamadas gogopetas hasta que las rueditas se encuentran tostadas y
se comen como golosinas. GOGOPETA. Proviene del pipil gogok, picante, que quema la boca, o fuerte, y petat, petate. En náhuatl, las raíces son cócoc y pétlatl.
Imágenes Internet
Los bebedores lo usan como botana. Se come “por vicio”
(geofagia por déficit de calcio). Es utilizada como fuente de calcio por las
embarazadas. Se suele vender usualmente en fiestas religiosas (García de León,
Guitera Holmes, Rodríguez Alvarado).
No confundir con las lajas que son
suelos deslavados de colores moteados. Generalmente se encuentran en el
subsuelo. Son muy duros y sin materia orgánica, infértiles. No tienen ningún
uso y también son llamados “suelos agrios”. Se encuentran en la orilla de los
caminos o en las cárcavas. Algunas personas los comen (aunque no tienen
similitud con el suelo con que se prepara la “chogosta”).
GEOFAGIA. Consumo regular y deliberado de
materiales terrosos como suelos, arcillas y otras substancias minerales. La
geofagia humana puede estar relacionada con la pica, un desorden alimenticio
caracterizado por una necesidad anormal de consumir sustancias no alimenticias.
Desde la época greco-romana se mantiene en la farmacopea tradicional la
constancia de que existe un consumo habitual o circunstancial (embarazo, niñez,
enfermedad) de arcillas y tierras en grupos indígenas de todos los continentes,
conocidos para entonces. Se encuentra
principalmente en África, China, Indonesia, Sudamérica.
Un trabajo publicado en la revista
American Journal of Clinical Nutrition mostraba, en 1979, la incidencia de
geofagia en el sur de EEUU, en zonas rurales de Mississipi. Incluso en algunos
lugares se puede comprar arcilla para su consumo. Los autores localizaron los
25 lugares de los cuales la población extraía la arcilla, y contabilizaron que
hasta un 57% de las mujeres y un 16% de los niños de ambos sexos tomaban
arcilla, pero en ningún caso varones adultos y adolescentes (…), no se halló
correlación entre geofagia y hambre, anemia o problemas de parásitos en los
intestinos -uno de los problemas consecuencia de la geofagia, si se consumen
tierras con larvas, es precisamente los parásitos.
En cualquier caso, el consumo de
diferentes tipos de tierras por los indígenas americanos está ampliamente
documentado en la literatura etnográfica y sus usos se pueden agrupar en cuatro
categorías que con mucha frecuencia se presentan interrelacionadas:
1.-medicina; 2.-condimento; 3.-sustituto alimenticio y 4.-objeto ritual.
Suelo como comida y como detoxificante, se
observa especialmente en los pueblos indígenas, en los largos periodos de
hambre esta práctica toma un enorme valor ya que permite tener una sensación de
saciedad, asimismo en otros pueblos el suelo es mezclado con plantas para que
este adsorba todas las fitotoxinas de ellas (Los estudios han demostrado una
gran disminución en estos pueblos por la intoxicación con glicoalcaloides
[papas, tomates, remolacha y pimientos] y aflatoxinas [toxinas producidas por
hongos en granos y cereales], especialmente la AfB1).
El 5 de Junio de 1800, el grupo de Humboldt
encontró a los otomacos, etnias semi-sedentarias que vivían ante todo de la
pesca y recolección. Humboldt escribe: Cuando el nivel del agua en el Orinoco y
sus ríos tributarios es bajo, los otomacos viven de la pesca y de las
tortugas...cuando tienen lugar las inundaciones, que duran de dos a tres meses,
tragan tierra en cantidades increíbles....Los otomacos consumen diariamente
durante varios meses de medio a tres cuartos de libra de arcilla grasa, rica en
hierro, amasada en bolas puestas luego en la parrilla endureciéndolas al fuego,
sin que su salud sufra por ello...dicen que es la arcilla la que los sacia y no
los pocos alimentos que ingieren en ese tiempo. Y no sólo eso, sino que incluso
en la época en la que la comida abundaba, los otomacos de vez en cuando sacaban
esas bolas de tierra cocida, que llamaban “poyas”, para rasparlas y consumir su
polvillo. Consumían además casabe, al igual que muchos otros pueblos indígenas
de la región.
Los otomacos
(actualmente extintos) vivían alrededor de la boca del Orinoco y otros en las
costas de Cumaná, Nueva Barcelona y Caracas.
POYA, bolas de una greda comestible muy
fina y grasienta, que conservaban amontonadas en sus casas los indios otomacos,
guamos y otros de Venezuela. Esta
arcilla era seleccionada, moldeada y «ligeramente endurecida al fuego» la dura
costra tira un poco al rojo, lo cual debe atribuirse al óxido de hierro que
contiene (Humboldt, 1985 [1799]: 435). En el momento de comerla la humedecían
de nuevo. En la estación de sequía, en la que la pesca era abundante, el indio
otomaco no consumía esas cantidades, sino que «raspa sus bolitas de poya y
mezcla un poco de arcilla a sus alimentos» (Humboldt, 1985 [1799]: 436). el
hecho de que las endurecían al fuego, ya que coincide con la preparación de
nuestros artefactos, que están también ligeramente cocidos. El autor citado nos
da noticia de otros muchos lugares del mundo en los que igualmente se consumía
tierra, entre otros en la isla de Java en la que comían por golosina una arcilla
ferruginosa que «tuestan después de haberla enrollado en pequeños cuernos»
(Humboldt, 1985 [1799]: 439). Hay que hacer notar que este tostado no es por
gusto, aunque parece que le da mejor sabor, ya que las tierras deben de cocerse
para reducir su posibilidad de contaminación bacteriana.
Cuando están embarazadas, las mujeres
yanomamis (amazonas de Venezuela y Brasil) comen pellas de un barro blancuzco
de las orillas de los caños, en plena Orinoquia venezolana. Lo hacen por el
aporte de minerales que les supone y en eso no difieren mucho de los guacamayos
que van por las mañanas a picotear las colpas, o ribazos de barro, para purificar
su organismo. En Java, en Indonesia,
se ingería tierra arcillosa mezclándola con agua hasta hacer una pasta modelada
después en tubos o huesos que se tostaban. Eso se llamaba “ampo” y se vendía en
los mercados. Las javanesas lo tomaban para adelgazar porque comiendo tierra
perdían el apetito. Arcillas comestibles se vendían asimismo en Bolivia, y los
lapones, al norte de Europa, en momentos de escasez, podían comer un polvo
blanco rico en minerales, una especie de harina de viejos fósiles pulverizados.
Esa harina lapona, estudiada por Retzius, poseía muchas propiedades y tenía
resto de hasta 19 especies de infusorios. Antaño en España había quien comía la
arcilla con la que se fabricaban las alcarrazas, unas vasijas de tierra tan
porosa y poco cocida que dejaban rezumar el agua y su evaporación servía para
enfriar el líquido que quedaba dentro. En su única referencia a Ecuador el
explorador alemán nos dice que en las cercanías de Quito, todas las casas
indígenas tenían grandes vasijas con «agua o leche de Llanka», arcilla fina
diluida (Humboldt, 1985 [1799]: 440) dentro de las medicinas tradicionales o
alternativas.
Se dice que en el siglo
XVII, algunos nobles españoles comieron tanta tierra, que las autoridades
religiosas y el gobierno impusieron severas penalidades. En cualquier caso, hubo una fuerte
persecución de este uso de tierras comestibles en tiempos de la colonia en todo
el continente americano. Por ejemplo, en el pueblo de Huehuetlán, en 1625,
comer tierra se castigaba con más de cien azotes y la pérdida de los derechos a
tener algún cargo público durante cuatro años (Castello, 1986: 104). Es
probable que esta persecución fuera debida al carácter mágico religioso de la
medicina indígena con independencia de la acción empírica de los principios
activos de sus remedios. En este sentido, es interesante que algunos santuarios
católicos de gran prestigio, tanto antigua como actualmente, estén levantados
sobre terrenos con este tipo de tierras comestibles, generalmente relacionados
con algún hecho milagroso. En ellos se ofrecen a los fieles tabletas con estas
tierras benditas para curar sus enfermedades por la intervención divina. Estas
tabletas suelen tener impresa una imagen religiosa. Al menos en el mexicano
Santuario de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos en Jalisco, algunas de ellas
tienen simplemente impresa la hoja en la que se cocieron.
Óscar H. Horst (1990:169-176) ha
investigado la geofagia o práctica ceremonial de ingerir arcilla o tierra en
cuatro centros religiosos mesoamericanos, dos de ellos santuarios marianos.
La creencia precolombina en el poder
curativo de la tierra, herencia manifiesta en tabletas terrosas de color
blanco, decoradas con figuras religiosas moldeadas que venden en el mercado de
Esquipulas. Se ingieren disueltas o masticadas. Las tabletas están hechas en
molde miden 8 cm de largo, 5 cm de ancho, y entre 1 y 2 cm de grueso. Se venden
en puestos de recuerdos y golosinas en paquetitos de fácil transporte. La
geofagia ceremonial se presenta en otros santuarios de Cristos negros: en Tila,
Chiapas, la “tierrita del Señor” se extrae de un banco de arcilla vecino a la
cueva donde la tradición ubica la aparición de la imagen (Navarrete s/fa); en
Veracruz, llaman “chogosta” a las pequeñas bolas de barro con ceniza, por
ejemplo en Otatitlán y en la región de Pajapan (García de León, 1976). En el
Santuario del Señor del Pozo –Cristo Blanco-, de Venustiano Carranza, Chiapas,
la arcilla blanca la obtienen de un banco cercano. En el Santuario de Chimayó,
Nuevo México (conocido como el “Lourdes de América”), levantado sobre las rojas
tierras de las montañas de la Sangre de Cristo y fundado en 1805 en honor al
Señor de Esquipulas, la “tierra bendita” sale del Pocito, abierto en una
capilla interior (Borgheyi 1956).
La tierra bendita que mana de su pocito,
entre otros usos, es preparada en infusión por los peregrinos para curar
síntomas similares a los que cura el taku. Ejemplos semejantes son el Santuario
de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos de Jalisco y el Santuario del Señor
del Santo Entierro de Carácuaro en México y el Santuario del Cristo Negro de
Esquipulas en Guatemala, entre otros.
En este punto recordé el cuento “En Semana
Santa, no…” del libro Tepozpizaloya, sierra de Jalisco, de Graciela S.
Szymanski. Relata una procesión llevando a Cristo, San Caralampio y la Virgen:
“La procesión daba vuelta de la iglesia nueva a la iglesia vieja y había la
obligación de llegar a la tienda de don Tiburcio. Unos hacían lo posible por ir
hincados; cogiendo tierra y metiéndosela en la boca, cumplían con los sacramentos
porque la tierra es sacrosanta”.
La fama curativa del Cristo Negro
acrecentó el fervor, sobre todo si entre los favorecidos estuvo nada menos que
el Primer Arzobispo de Guatemala fray Pedro Pardo de Figueroa, quien en 1737,
después de haber orado ante la imagen
sanó de enfermedad contagiosa. En gratitud ordenó erigir el imponente
santuario o iglesia de Santiago de Esquipulas, terminado en 1758 y consagrado
con gran pompa al siguiente año, acontecimiento que contribuyó a la rápida
propagación del culto.
Para la primera mitad del siglo XIX el
canónigo Juan Paz Solórzano dio a conocer una lista de templos y capillas en
Guatemala, en los cinco países de Centroamérica y en México dedicados a este
culto.
En México y Centroamérica existen cerca de
25 localidades con capillas, iglesias parroquiales y santuarios donde se les
rinde culto. Los más importantes son los de Esquipulas; Tila, Chiapas;
Otatitlán, Veracruz; Tlacolula, y Chimayó, Nuevo México, donde hay un santuario
dedicado al Cristo de Esquipulas.
La creciente popularidad alcanzada en los
últimos años del siglo XVI en el sur de Estados Unidos y Mesoamérica, postulan
que se debió a la persistencia indígena en el simbolismo del color negro, a la
creencia en el poder curativo de la ingestión de tierra, y a la fama de los
milagros que pronto trascendió a los pueblos indígenas y españoles.
Hay raíz indígena en el culto del Señor de
Otatitlán, lugar de peregrinación del centro de Veracruz, la región del
Papaloapan y el norte de Oaxaca, cercano a Tuxtepec, donde los aztecas
mantenían una guarnición militar para custodiar la ruta comercial a Xicalango y
un templo dedicado a Yacatecuhtli (Señor de la nariz), deidad mexicana del
comercio, también llamado Tonalámatl de los Pochteca, se le representa en el
Códice Féjérvary-Mayer con el cuerpo pintado de negro, el área de la boca en
rojo y un prominente apéndice nasal. Entre los mayas Ek Chuac (Estrella Negra)
es su dios del comercio y aparece en el Códice Madrid con el cuerpo pintado de
negro y el área de la boca en rojo. Este último dios era venerado en tierra de
indios chortís, en donde al terminar la conquista se fundó la población de
Esquipulas, a la que en 1595 se entregó la imagen de un crucificado tallado por
el escultor Quirio Cataño. La importancia comercial del emplazamiento, situado
cerca de la confluencia entre Honduras, El Salvador y Guatemala, aunado a la
pronta fama del poder milagroso del color oscuro, hizo que el culto rebasara
las fronteras de la Nueva España.
Navarrete (2000: 64).
Esto me parece un sucedáneo a la comunión
o ritual, que se denominaba teocua (comer al dios o divinidad), en el que se
creaban las ixiptla (figuras de los dioses, o alusivas a ellos, con harina de
grano de huautli), Las ceremonias en las que se hacía ayuno, ofrendas y danzas,
no sólo se hacían con fines de pedimento de lluvia, sino también para
saneamiento de padecimientos cuyo origen se atribuía a faltas morales y
relacionadas con el agua, como la sífilis y la deformación de huesos por fiebre
reumática, respectivamente. “Quienes tenían faltas y las confesaban ante los
sacerdotes de Tlazoltéotl y Tezcatlipoca, éstos les prescribían que después de
la confesión tenían que comer los ixiptla (figura que representaba al dios),
con lo cual se rompía el ayuno”.
Por ello, esta arcilla era asociada a
tiempos de ayuno, abstinencia y pobreza.
“Este controvertido tema, es diagnosticado
a menudo como enfermedad o trastorno, físico o mental Sin embargo, también
existen regiones “civilizadas” en donde se sigue practicando tal ingesta (o
abundan los trastornados), lo cual se considera aberrante. Quizás aberrante sea
la mente de aquellos llamados científicos que descalifican hechos como este sin
buscarles explicación.
Mercedes Guinea, descubrió en los sitios
de Atacames y Japotó en la costa de Ecuador unos artefactos de tierra que
bautizó como empanadillas. Posteriormente se enteró que son tan reconocidas por
los actuales ecuatorianos como el de los tamales, bollos, humitas u otros
alimentos cotidianos que se envuelven en hojas de bijao (Calathea sp. o
Heliconia bihai L) o de choclo de maíz (Zea mays), y muy probablemente la
Achira (Canna edulis) para su cocinado. Las empanadillas son básicamente
distintas tierras que fueron envueltas en hojas, y sometidas después a una
ligera cocción u horneado. La cocción las endureció, mientras que la hoja
produjo una impresión que aún se conserva.
Empanadilla de Atacames
Empanadilla de Japoto
Bollo. Una masa envuelta en hoja de
plátano o maíz, de diversos tamaños y semejante a los tamales de la Nueva
España. Este término es el que se emplea en la costa ecuatoriana en la
actualidad.
En Suramérica llaman choclo a la envoltura
del maíz, la cual los náhuatl, llamaron totomoxtle. En quichua, la llaman
chala, que algunos una vez seca la usan para liar cigarrillos. La achira, es
conocida en náhuatl como acaxochitl, también es llamada caña de Papantla
(azafrancillo) y por su forma “pico de gallo”. El bijao, sabemos bien que en
náhuatl es llamado achiote.
Humita. Del quichua huminta, torta de
maíz. Pasta hecha de maíz tierno
rallado, pimiento y otros condimentos que, dividida en trozos, se envuelve en
chala, se cuece en agua o se asa en el rescoldo (brasas).
Especialmente, en el caso del bijao sus
hojas pueden resistir el horneado, el asado a la brasa y la cocción prolongada.
Para darle la flexibilidad necesaria para amoldarse sin romperse, antes de
usarlas se mojan en agua caliente, o se pasan ligeramente por el fuego, después
cuando la masa está cocinada se desprenden fácilmente, dejando su huella si la
finura de la masa lo permite. Aparte de su función de contenedor la hoja del
bijao transmite un agradable sabor al alimento que se cuece en ella.
Imágenes de acaxochitl
La evidencia más temprana en el área
andina de un posible consumo de tierras es la encontrada en unos coprolitos del
sitio precerámico Huarmey en la costa peruana, en fechas en torno a 2500 a.C.
Dillehay et al. (1997: 50). Y en fechas
aún más tempranas (5770-3000 a.C.) identificaron en el valle de Zaña unos
hornos para producir cal a partir de piedras calcáreas. Propusieron, como el
uso más probable del producto, su consumo junto a hojas de coca.
Browman (2004: 134-135), en la introducción
de un estudio de las tierras comestibles a la venta actualmente en el mercado
de Oruro en Bolivia, habla de media docena de tierras comestibles (pasa,
katawi, lejía, makaya, millu y sirsukena) encontradas en distintos contextos
arqueológicos de las costas de Perú y Chile y de la cuenca del Titicaca,
abarcando un periodo cronológico desde 510 a.C. hasta 1450 d.C.
Recientemente Richard Cooke ha mostrado
objetos procedentes de sus excavaciones en Cerro Juan Díaz, en Panamá, que son
similares a las empanadillas.
Algo más de suerte tenemos con las noticias
de los cronistas. El jesuita Bernabé Cobo en su Historia del Nuevo Mundo nos da
noticia de cuatro tipos diferentes de arcillas y tierras (pasa, chaco, millu y
tacu) preparadas de diversos modos (salsas, polvos, cocimientos), que los
indios del Perú comían con diversos fines curativos y detoxificantes e incluso
como golosina para las mujeres (Cobo, 1964 [1653]: 115-116). Nos interesa
especialmente su referencia a la forma de presentación del Tacu, ya que este
tipo de presentación se ajusta al aspecto físico de las empanadillas
«la cual, en panes y bollos venden los
indios en las plazas y se aprovechan della para curar cámaras de sangre» (Cobo,
1964 [1653]: 116).
Debemos esta inestimable información a la
etnohistoriadora Chantal Caillavet.
Con la misma intención de curar estas
diarreas sanguinolentas los indígenas de Picoaza, a seis horas de camino de
Puerto Viejo, no lejos del yacimiento de Japoto, bebían en 1605 «los polvos de
cierta tierra blanca quemada» (Ponce, 1992: 46)
Browman (2004) nos ofrece el
resultado del análisis de 24 tipos de tierras comestibles a la venta en el
mercado de Oruro en Bolivia.
Arcilla rojiza
procedente de Armenia y usada en medicina, en pintura y como aparejo en el arte
de d (...) Decaimiento, vómitos, diarrea y fiebre, al igual que dolores de
cabeza. También calambres, artritis (...) Filosilicatos de magnesio y hierro.
Entre otras
propiedades, la sílice tiene la de ser un importante agente antitóxico.
Comparando nuestros análisis con los datos
que aportan los autores anteriormente citados y especialmente con los de
Browman (2004: 136-38), ya que son más precisos, encontramos que las
empanadillas se asemejan en mayor medida a las tierras que incluye en los dos
primeros grupos en los que se dividen las del mercado de Oruro: Grupo de los
filosilicatos y Grupo de sodio y calcio. En el primero de los grupos está la
llamada pasa (aymara) o chaco (quechua) que son esmectitas (silicatos de
aluminio hidratado de K, Mg y Fe). Los autores citados coinciden en su uso para
la adsorción de las fitotoxinas, como antihemorrágico y en dolores estomacales.
Browman, hace notar que entre sus ventajas dietéticas está la de proveer de
complementos minerales esenciales, pero esto parece una apreciación suya y no
de los usuarios. La pasa se vende en polvo, en barras y como golosina (Cobo,
1964 [1653]: 115 y Browman, 2004: 136). Girault (1984: 526) cita un Recetario
Anónimo del 1873 en el cual se indica que su acción se potencia si se mezcla
con otra tierra, taku. Del segundo grupo las más similares son las calcitas, en
concreto: katawi, hakemasa y taku. El katawi de Oruro es fundamentalmente cal o
calcita con trazas de algún elemento arcilloso, que se prepara como salsa y se
consume con quinoa o cañihua, y el de los Kallawayas (Girault, 1984: 532),
estalactitas calcáreas, útiles en las hemorragias bucales. Cobo no la menciona.
La hakemasa analizada por Browman es un carbonato de calcio, con magnesio y
silvita. Girault (1984: 533) la identifica como toba caliza y Cobo tampoco la
menciona. Coinciden en su uso como antihemorrágico, añadiendo el primero sus
poderes curativos contra el susto (Browman, 2004: 137) y citando el segundo un
manuscrito anónimo de 1680 que aporta su utilidad en casos de disentería
(Girault, 1984: 533). Finalmente, el taku es una caolinita, con algo de
esmectita, para Browman (2004: 138), una arcilla limonita para Girault (1984:
533) (cocida o no), y tierra amarilla rica en hierro similar al Bolo Arménico
del Viejo Mundo para Cobo (1964 [1653]: 115). Los tres coinciden en que se
vende como panes, bolas o bollos y, aunque aquí parece haber una mayor
diversidad de opiniones, se usa para el mal de aire, hemorragias, diarreas y
parálisis. Otra notable coincidencia con nuestros hallazgos es la composición
de las bolas de poya de los otomacos. Humboldt (1985 [1799]: 435) hace notar
que estas no son esteatitas como parecía pensarse, si no que, por el contrario,
tienen en su composición una mayor cantidad de sílice que de alúmina, junto a
óxido de hierro y cal. Nuestras empanadillas tienen un casi cuatro veces más
sílice que alúmina. Coinciden con esto las preferencias de las medicinas
naturistas actuales que consideraran que las arcillas más interesantes desde el
punto de vista terapéutico son las más ricas en sílice.
Quizás sea el taku, o
mejor aún, la mezcla de taku y pasa de la que habla el Recetario Anónimo de
1873 citado más arriba (Girault, 1984: 526).
Análisis y composición
mineralógica
Actualmente Nicole Platel ha analizado
aplicando las técnicas habituales y añadiendo las ventajas de la Microscopía
Electrónica de Barrido (MEB) que en resumen, se trata de una tierra calcárea
ligeramente cocida conteniendo pequeños granos calcáreos y abundantes pequeños
agregados rojos-oxidados, cuya concentración puede alcanzar 54 % de hematita,
transformada en magnetita en el transcurso de la cocción.
Conclusión
Todo lo anteriormente expuesto nos permite
saber que las llamadas empanadillas, entre otros nombres, son tierras
comestibles del tipo del taku o la pasa, e incluso de la poya, cuyo consumo
pervive desde tiempos prehispánicos en distintas regiones del continente
americano. Que además de su uso ritual, su uso principal estaría relacionado
con sus propiedades de adsorción de toxinas y protección de las mucosas del
tracto intestinal ante estos tóxicos químicos, dentro de una dieta muy rica en
alimentos con alto contenido en distintas fitotoxinas. Si bien la presencia en
su composición de calcio, hierro y otros minerales necesarios para el buen
funcionamiento del cuerpo humano también debió contribuir a otros aspectos de
la salud de sus consumidores. Las empanadillas se cocieron o tostaron para
impedir la proliferación bacteriana, y de paso mejorar su sabor, envueltas en
hojas como cualquier otro tamal o bollo. El tamaño pequeño de la mayor parte
parece indicar que su función no fue la de ser un sustituto alimenticio, como
en el caso de los otomacos, si no que se consumiría como condimento, con fines
medicinales e incluso como golosina.
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