EL
COCODRILO QUE DEVORÓ A LA LUNA
Antonio
Fco. Rodríguez Alvarado
Imagen Internet
Se despidió la tarde,
llevándose el sol todo su espectro de luces y colores. Pequeñas fogatas titilantes
aparecían en el firmamento, dando paso a nuestro pequeño y nocturno sol de
plata, el cual empezó a dispersar las densas sombras, e iluminó la noche.
En una apartada región de la tierra, el colosal
cocodrilo se molestó de su brillo, le había interrumpido su modorra. Y al verla
reflejada en el centro de las cenagosas aguas del pantano, no lo pensó más:
dejo su sitio preferido junto a las raíces de su querido mangle, y dejando
atrás lirios y juncos, sigilosamente se sumergió, confundido entre las algas, hasta
lo más profundo, para llegar debajo del reflejo de la luna. Tomó fuerte impulso
para subir a la superficie y abriendo descomunalmente sus fauces... se la tragó.
El apagón provocado por el saurio
desconcertó al resto de los animales noctívagos, quienes emitiendo quejumbrosos
sonidos fueron escuchados por las estrellas del cielo. Éstas, en castigo, lanzaron cientos de rayos sobre el cuerpo del
osado animal que al no soportar el gran dolor liberó a la luna de sus entrañas.
Se dice que a partir del gran número de
heridas y quemadas recibidas, el cocodrilo tiene desde entonces su piel llena
de crestas y protuberancias óseas.
Nadie más ha vuelto a meterse con la luna.
Y cada vez que veo a las ranas comiéndose a las luciérnagas me acuerdo de esta
malograda selenofagia.
Xalapa, Ver. México.
07.07.17
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