EL
EVANGELISTA
Plaza santo Domingo CDMX
Un evangelista, o
escriba, en los portales de la Plaza de Santo Domingo, en la ciudad de México, es
alguien que escribe. Cartas, solicitudes, recibos, facturas, etc. Los evangelistas llevan ese nombre porque, al
igual que los evangelistas bíblicos, escriben lo que otro dicta. En 1926,
evangelistas y tipógrafos fundaron la Asociación de Mecanógrafos y Tipógrafos
de México.
En los años 70, la figura del evangelista se coló hasta el
cine: en 1972, Ignacio López Tarso se convirtió en El profeta Mimí, donde era
un evangelista en la mañana y un asesino en serie por las noches. Tres años
después, Cantinflas se sentó en una silla frente a una mesa celeste con una
máquina de escribir grande, mecánica, negra. Una fila de mujeres le dictaba
cartas en El Ministro y yo.
Un tipo de exclusiva
procedencia mexicana y que no tiene nada que ver con los memorialistas de otros
países, es el Evangelista, o sea el encargado de redactar las cartas y escritos
de los que no pueden hacerlo por su propia cuenta. La diferencia que hay entre
estos secretarios de nuestro pueblo y los de otros países es la calidad de los
trabajos que tienen que desempeñar, pintorescos aquí en extremo porque casi
siempre se trata de misivas de amor en las que los Evangelistas tienen que
apelar a curiosos recursos de poesía y folklore, adecuados a la idiosincrasia
de los solicitantes.
Imagen Internet
Los evangelistas están
instalados en la plaza de Santo Domingo y su trabajo fue regularizado por los
Ayuntamientos de la época colonial concediéndoseles un número que era el
despacho necesario para ejercer sus funciones. He aquí como los describe la
misma fuente de donde hemos tomado los datos para hablar de las costumbres
mexicanas de hace dos siglos.
“El tipo que voy a describirte; carísimo
lector, era por regla general, un ser que a su extremada pobreza unía su
natural inclinación a la independencia individual, como que, en efecto, de
nadie dependía y a nada se sujetaba, ni aún a la tiranuela gramática. El
Diccionario era para él un mueble inútil, pues sólo procuraba darse a entender,
no necesitando de otros elementos para desempeñar bien su oficio sino de los
siguientes: en lo espiritual, un caletre algo aguzado, y en lo material una vieja
papelera de cubierta inclinada, dos sillas de asiento de tule para él y para su
cliente, unos cuantos cuadernos de papel de diversas formas, clases, colores y
tamaños, un tintero, dos o tres plumas de ave y una navaja para tajarlas. Como
era a la vez fabricante y expendedor de tinta de huisache, tenía a los pies de
la papelera un cántaro lleno de aquel líquido y en la boca de ese cántaro un
pocillo de loza poblana que le servía de unidad de medida. Con los productos de
esta pequeña industria el Evangelista aumentaba un tanto cuanto los que le
proporcionaban los honorarios de su oficio, bastante escasos de por sí”.
Imagen Internet
“Generalmente, el Evangelista era un
individuo ya entrado en años, y tenía que habérselas con personas de todas
clases y condiciones”.
Esto
por lo que se refiere al evangelista del siglo pasado y aún al de los
principios del presente. El tipo ha cambiado notablemente amoldándose a las
necesidades del progreso pues actualmente tiene máquinas de escribir y sus
facultades se han desarrollado hasta el grado de que no se concreta a las
cartas de amor y a la correspondencia de los menesterosos sino que se puede
enzarzar con el más peliagudo epistolario, desempeñar funciones de copista
literario, hacer escritos, presentar informes y desempeñar, en una palabra las
más delicadas funciones del secretario más entendido.
La competencia que abarca ya a todos los
sectores de las actividades, le ha quitado la exclusividad al portal de Santo
Domingo y a la fecha el Evangelista se instala en los zaguanes, pone máquinas
de escribir en los “escritorios públicos”, y ya no es en suma el tipo romántico
que venimos describiendo sino uno de tantos seres que luchan por la vida
confundidos con la corriente humana, sin características definitivas.
Teodoro Torres. Orígenes de las Costumbres.
Ediciones. Editora Mexicana S. A. México, D. F. 1935