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jueves, 27 de junio de 2013

EL DECALOGO DE BERTRAND RUSSELL


EL DECALOGO DE BERTRAND RUSSELL
TOMADO DEL BLOG  RECUERDOS DE PANDORA

Bertrand Russell fue un gran matemático y uno de los filósofos más influyentes del siglo XX. Luchó a lo largo de toda su vida en contra de las supersticiones milenarias, pero no enfrentándose directamente a ellas, sino divulgando la razón a través de sus libros, sus ponencias y en cualquier oportunidad que se encontrara por el camino.
     El 16 de diciembre de 1951, aprovechó una colaboración para la New York Times Magazine para divulgar una vez más la razón, mediante un artículo titulado The best answer to fanaticism: Liberalism. Al final de este artículo, Russell exponía un decálogo que, según él, todo profesor debería desear enseñar a sus alumnos.
     Posiblemente el decálogo -al que Russell se refirió como mandamientos- no sea una enseñanza completa en sí, pero enseña los pasos necesarios que toda persona ha de intentar dar para encontrarse con la razón y alejarse de todo tipo de supersticiones y creencias sin fundamento alguno.

1. No estés absolutamente seguro de nada.

2. No creas conveniente actuar ocultando pruebas, pues las pruebas terminan por salir a la luz.

3. Nunca intentes oponerte al raciocino, pues seguramente lo conseguirás.

4. Cuando encuentres oposición, aunque provenga de tu esposo o de tus hijos, trata de superarla por medio de la razón y no de la autoridad, pues una victoria que dependa de la autoridad es irreal e ilusoria.

5. No respetes la autoridad de los demás, pues siempre se encuentran autoridades enfrentadas.

6. No utilices la fuerza para suprimir las ideas que crees perniciosas, pues si lo haces, ellas te suprimirán a ti.

7. No temas ser extravagante en tus ideas, pues todas la ideas ahora aceptadas fueron en su día extravagantes.

8. Disfruta más con la discrepancia inteligente que con la conformidad pasiva, pues si valoras la inteligencia como debieras, aquélla significa un acuerdo más profundo que ésta.

9. Muéstrate escrupuloso en la verdad, aunque la verdad sea incómoda, pues más incómoda es cuando tratas de ocultarla.

10. No sientas envidia de la felicidad de los que viven en el paraíso de los necios, pues sólo un necio pensará que eso es la felicidad.

Estos diez mandamientos, difícilmente resumibles, nos enseñan a ser escépticos, pero sin cerrarnos a posibles evidencias que desconozcamos; A respetar al resto y permitir que todos expongan su opinión, sin que nadie la intente imponer a la fuerza mediante el miedo o la opresión; A seguir adelante con nuestras opiniones, por muy excéntricas que sean; A ser franco y no ocultar la realidad, aunque esta vaya en contra de nuestro propio beneficio.

Ni la fuerza, ni la autoridad, ni la mentira tienen valor alguno en un mundo donde únicamente ha de triunfar la razón, por encima de todo.


viernes, 14 de junio de 2013

LA PLANCHADA Antonio Fco. Rguez. A.


LA PLANCHADA
LA MEJOR ENFERMERA…TODO ESPÍRITU.
ANTONIO FCO. RODRÍGUEZ A.



Existen algunas leyendas que al  leerlas, analizarlas y  reescribirlas  ponemos algo de nuestra interpretación. Cada versión es respetable, es la mirada, que uno les da.

     La leyenda de La Planchada ya la escuchaba cuando hacía mis “pininos” en los hospitales siendo estudiante de medicina. Se comenta que ayuda al personal médico (médicos-enfermeras) en la atención a los pacientes hospitalizados. A los pacientes los ayuda a curar y sobre todo a sanar, misión más elevada. Se dice, además, que fue víctima de una gran decepción amorosa. En su misión diaria ella guarda la incógnita de su rostro, como esperando no recibir agradecimientos por tan loable labor. Y nunca pensé que algún día la iba a conocer, como fue...

     Recordé lo ocurrido hace 6 años en el IMSS de Cabada, Ver.

     Estaba cubriendo mi guardia nocturna sabatina del servicio de urgencias, esa noche cayó una pertinaz lluvia, no llegaban pacientes por lo que me fui a acostar a una de las camas de hospitalización, me estaba dejando arrullar por el sonido de la lluvia cuando sentí que alguien se sentó a mi lado en la cama, giré la cabeza, abrí los ojos y vi a una enfermera impecablemente uniformada, no le pude ver la cara, más sin embargo, sentí una gran paz interior, cerré los ojos y me quedé dormido.  

     Ahora, cada vez que me acuerdo de ese momento, me vuelve a embargar esa hermosa sensación increíblemente real.

     Mi punto de vista del motiv líder, para mí, es el siguiente:

     Pienso que la leyenda de La Planchada debe de tener un origen más humanitario y noble que una decepción amorosa de una enfermera por algún médico residente. Yo visualizo a esta dama como una gran enfermera llena de vocación, entrega y servicio para sus pacientes, y que por alguna adversidad vio frustrada su vida cuando ella menos deseaba que así fuera. Y esta innata necesidad altruista de servir a sus enfermos propició que ella volviera del más allá para continuar su misión: cuidar y sanar con amor a sus pacientes.
  
     Este para mí es el motivo principal por el cual esta gran alma regresó.

     Ella es la metempsicosis de Yaso (la curación), de Higia (la higiene, la salud), de Panacea (la curación de todo), de Egle (el brillo, el esplendor) y de Aceso. Todas ellas hijas de Asclepio o Esculapio el dios de la medicina e hijo de Apolo.


     A nombre de Peón (el sanador) médico de los Dioses... Bienvenida seas "Planchada".





martes, 11 de junio de 2013

EL RELOJ CENTENARIO Salvador Herrera G.

EL RELOJ CENTENARIO

                                          SALVADOR HERRERA GARCÍA

Hace 113 años que el reloj público marca el devenir de la vida catemaqueña.


     Torrecilla de tres cuerpos, construida con bloques de laja, de caprichosa arquitectura y rematada por una ochavada cúpula. Hace más de un siglo, desde sus 33 metros de altura, y hora tras hora, las campanadas del reloj han acompasado las alegrías y las tristezas de muchas generaciones.

La torre del reloj es obligado punto de referencia urbana. Erigida en 1900, en pleno porfiriato, es símbolo de una época, así como del espíritu progresista y tenaz de sus constructores.

     Fue el alcalde don Francisco Mortera Cinta, de muy grata memoria, quien tuvo la idea de edificar la torre para alojar el reloj público. Realizó la obra el maestro constructor don Ventura Cárdenas. Y tocó al mecánico don Arnulfo Andrade, coatepecano casado con una catemaqueña, instalar la maquinaria de manufactura alemana; la que desembarcada en Veracruz, fue traída hasta Catemaco a lomo de bestias, por lodosos caminos de herradura.

     En la construcción de la torre se emplearon grandes bloques de laja, provenientes de los bancos de laja volcánica que abundaban cerca del pueblo; eran unidos con argamasa de cal, obtenida al triturar y quemar millares de huesos y conchas del lago.


Gran expectación causaría entre los catemaqueños de hace una centuria ser testigos de la edificación de esa torre “tan alta”. Más alta que la chaparra torre del pequeño templo... Y visible desde diversos puntos del poblado.


     La inauguración se efectuó el día 15 de septiembre del año 1900. Se cuenta que por la mañana se leyó el bando solemne que daba cuenta del reloj público, el primero que conocería la población. Ahí estaban reunidos las autoridades civiles y militares, el señor obispo de la diócesis de Tehuantepec, los notables del pueblo y muchos invitados, que desde “ lugares lejanos” como Veracruz, Tlacotalpan, Alvarado, Santiago, San Andrés y Acayucan, acudieron a invitación de su amigo, el alcalde Mortera.

     Con las primeras campanadas comenzó el jolgorio. Bailes, jarana, fandango y verbenas celebraron el acontecimiento.

     Al transcurrir del tiempo, la torre del reloj ha sido mudo testigo del acontecer. Se ha convertido en un icono, símbolo representativo del pueblo de Catemaco, con el lago, el cerro Puntiagudo y la misma imagen de la Virgen del Carmen.



      Ha cumplido más de 100 años. Y ahí está, enhiesta. Testimonio de una época, y del afán progresista de ciudadanos que amaron entrañablemente a su pueblo y legaron una obra que trascendió las generaciones... Y cuyas sonoras campanas han medido y marcado, por más de un siglo, el tiempo catemaqueño.



martes, 4 de junio de 2013

VIAJE A NUESTRAS RAÍCES Antonio Fco. Rguez. A.

VIAJE A NUESTRAS RAÍCES
ANTONIO FCO. RGUEZ. A.



     Hace un par de años viajé a la sierra tarahumara, en donde conocí a los raramurí (pies ligeros), compartí con ellos el tesguino, de ahí pasé a conocer a los huicholes quienes me invitaron peyotl en una ceremonia religiosa.

     Empecé a caminar y mis pasos me condujeron a través de la montaña hacia un corpulento y frondoso árbol, de cerca observé que estaba hueco por dentro, entré ¡y que emoción! Tenía un manantial cuyas aguas formaban una cascada que se rompía al nacimiento de un gran río.

     Me adentré, aún más, en el huey ameyalli (gran manantial) y una cihuamazacóatl (mujer boa), que era el espíritu guardián del lugar, se ofreció a llevarme montado sobre ella, recorrimos días y noches eternas, sólo paramos para descansar y comer raíces, yerbas y frutos que ella me señalaba. Me sentía un moderno Quetzalcóatl rumbo a su divinización para convertirse en Tlahuizcapantecutli, Señor de la Aurora, o  lucero celestial de Venus. En las mañanas era común ver árboles con frutos de oro, los cuales fueron sembrados por Tonatiuh, el Sol,  y por las noches los árboles con frutos de plata sembrados por Metztli, la Luna.  Partes del piso brillaban como estrellas, era citlalcuitlatl (excremento de estrellas), la obsidiana. Sobre la rivera se miraba el teocuitlatl argéntico y áureo. A lo lejos las milpas de centli (maíz) tenían un fulgor   verde chalchihuitl  (jade). El canto de las aves, el rugido del ocelotl (jaguar) y las dulces y encantadoras voces de las chanecas que jugaban en el río y en las copas de los árboles lacustres eran parte misma de este exótico y mágico lugar. En el cielo había un esplendor de densas nubes atravesadas por policromos rayos solares que daban un gran colorido a la tierra y entrando la noche todo se llenaba de una paz que pintaba el mundo de gamas claro-oscuras. Esto era vivir y soñar en un mismo instante. De pronto, el río se metió dentro de una enorme montaña y salió dividido a través de 7 cuevas, supe por mi compañera que ahí era Chicomoztoc. Se miraban partir de cada una de las cuevas a indígenas sobre sus acalli (canoas) , sobre troncos, o simplemente caminando sobre la orilla, en busca de la tierra prometida. A lo lejos un ahuizotl, gran nutria sobrenatural, se estaba comiendo a un joven indígena, mi guía me dio a entender que no podíamos intervenir. De un momento a otro ¡qué bellezas! Pirámides colosales hechas por quinames o gigantes estaban a la vista: Teotihuacan, Tula, Tenochtitlan. El río desembocó sobre unos grandes lagos, el Anahuac me dijo mi compañera. Así llegamos a un bellísimo jardín en Texcoco, el cual era  creado, cuidado y conservado por el Rey Sabio y Poeta Nezahualcóyotl. Y ahí estaba él sentado con Azcalxochitzin sobre unos equipates admirando las pequeñas cascadas del hermoso azuzul, hablándole y declamándole poemas sobre su amor a ella y al único Dios, en el cual siempre creyó… Ipalnemohuani, dador de la vida, a través de cuyo poder se manifiesta la naturaleza y del que los dioses menores derivan de su fuerza y su existencia. El rey me invitó a su palacio en donde comimos ricos manjares y finalmente me fui a  dormir sobre una estera de plumas de aves preciosas para que el sueño fuera ligero y hermoso.

     Un frío de montaña me despertó y de pronto me vi acostado en un petate o estera de palma, que me habían puesto los huicholes. Así de esta forma vi interrumpido mi “viaje”. Y aún así... al levantarme creí ver en el suelo un hondo surco serpiginoso que se perdía a la distancia rumbo a una gran ceiba...