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martes, 11 de junio de 2013

EL RELOJ CENTENARIO Salvador Herrera G.

EL RELOJ CENTENARIO

                                          SALVADOR HERRERA GARCÍA

Hace 113 años que el reloj público marca el devenir de la vida catemaqueña.


     Torrecilla de tres cuerpos, construida con bloques de laja, de caprichosa arquitectura y rematada por una ochavada cúpula. Hace más de un siglo, desde sus 33 metros de altura, y hora tras hora, las campanadas del reloj han acompasado las alegrías y las tristezas de muchas generaciones.

La torre del reloj es obligado punto de referencia urbana. Erigida en 1900, en pleno porfiriato, es símbolo de una época, así como del espíritu progresista y tenaz de sus constructores.

     Fue el alcalde don Francisco Mortera Cinta, de muy grata memoria, quien tuvo la idea de edificar la torre para alojar el reloj público. Realizó la obra el maestro constructor don Ventura Cárdenas. Y tocó al mecánico don Arnulfo Andrade, coatepecano casado con una catemaqueña, instalar la maquinaria de manufactura alemana; la que desembarcada en Veracruz, fue traída hasta Catemaco a lomo de bestias, por lodosos caminos de herradura.

     En la construcción de la torre se emplearon grandes bloques de laja, provenientes de los bancos de laja volcánica que abundaban cerca del pueblo; eran unidos con argamasa de cal, obtenida al triturar y quemar millares de huesos y conchas del lago.


Gran expectación causaría entre los catemaqueños de hace una centuria ser testigos de la edificación de esa torre “tan alta”. Más alta que la chaparra torre del pequeño templo... Y visible desde diversos puntos del poblado.


     La inauguración se efectuó el día 15 de septiembre del año 1900. Se cuenta que por la mañana se leyó el bando solemne que daba cuenta del reloj público, el primero que conocería la población. Ahí estaban reunidos las autoridades civiles y militares, el señor obispo de la diócesis de Tehuantepec, los notables del pueblo y muchos invitados, que desde “ lugares lejanos” como Veracruz, Tlacotalpan, Alvarado, Santiago, San Andrés y Acayucan, acudieron a invitación de su amigo, el alcalde Mortera.

     Con las primeras campanadas comenzó el jolgorio. Bailes, jarana, fandango y verbenas celebraron el acontecimiento.

     Al transcurrir del tiempo, la torre del reloj ha sido mudo testigo del acontecer. Se ha convertido en un icono, símbolo representativo del pueblo de Catemaco, con el lago, el cerro Puntiagudo y la misma imagen de la Virgen del Carmen.



      Ha cumplido más de 100 años. Y ahí está, enhiesta. Testimonio de una época, y del afán progresista de ciudadanos que amaron entrañablemente a su pueblo y legaron una obra que trascendió las generaciones... Y cuyas sonoras campanas han medido y marcado, por más de un siglo, el tiempo catemaqueño.



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