ECLIPSES
VISIÓN PREHISPÁNICA
ANTONIO
FCO. RODRÍGUEZ ALVARADO
Eclipses. Precedentes
de la época prehispánica aún se conservan vestigios de los rasgos religiosos de
la adoración al Sol y a la Luna y a los demás elementos de la naturaleza.
Refiere González (1975: 138), Los eclipses
causaban gran temor entre los mexicanos. En las crónicas se mencionan gran
número de estos fenómenos, casi siempre relacionados con alguna calamidad
posterior: hambre o sequía, por ejemplo. Los eclipses de Sol eran vistos con
especial aprehensión, porque se temía que éste desapareciera para siempre. Todo
el pueblo –hombres, mujeres y niños-, organizaban gran gritería y se
autosacrificaban en piernas y orejas. Además había un sacrificio especial de
albinos.
Según Manrique (1991: 35, 37, 40), el nombre mismo de los eclipses en casi todas las lenguas indígenas de México revela la creencia de que algo o algún ser sobrenatural se comía al Sol o a la Luna. En náhuatl al eclipse de Sol se le llama Tonatiuh cualo (“comedura del Sol”), y el eclipse de Luna se dice Metztli cualo (“comedura de Luna”). Si el eclipse era de Luna, las mujeres preñadas temían que así como la Luna era comida podía suceder con el niño que llevaba en el vientre y que nacería sin labios y sin nariz, o con algún otro defecto o malformación, y para impedir que eso pasara se ponían una navaja de obsidiana en la boca o sobre el vientre para defender al feto de la mala influencia del eclipse. También era creencia común que el niño que una preñada esperaba podía convertirse en ratón por efecto del eclipse de Luna y que eso pariría. En relación a los lacandones, éstos llaman al eclipse chibil, “mordedura” porque creen que un jaguar se come a la luminaria (la Luna o el Sol), y que si se lo comiera por completo, el mundo se acabaría. Para que esto no suceda, rezan pasivamente a Hach Ak Yum, el dios principal y superior a todos, para que lo impida, en contraste con los ritos estrepitosos de los otros grupos mayenses.
Según Manrique (1991: 35, 37, 40), el nombre mismo de los eclipses en casi todas las lenguas indígenas de México revela la creencia de que algo o algún ser sobrenatural se comía al Sol o a la Luna. En náhuatl al eclipse de Sol se le llama Tonatiuh cualo (“comedura del Sol”), y el eclipse de Luna se dice Metztli cualo (“comedura de Luna”). Si el eclipse era de Luna, las mujeres preñadas temían que así como la Luna era comida podía suceder con el niño que llevaba en el vientre y que nacería sin labios y sin nariz, o con algún otro defecto o malformación, y para impedir que eso pasara se ponían una navaja de obsidiana en la boca o sobre el vientre para defender al feto de la mala influencia del eclipse. También era creencia común que el niño que una preñada esperaba podía convertirse en ratón por efecto del eclipse de Luna y que eso pariría. En relación a los lacandones, éstos llaman al eclipse chibil, “mordedura” porque creen que un jaguar se come a la luminaria (la Luna o el Sol), y que si se lo comiera por completo, el mundo se acabaría. Para que esto no suceda, rezan pasivamente a Hach Ak Yum, el dios principal y superior a todos, para que lo impida, en contraste con los ritos estrepitosos de los otros grupos mayenses.
Corona (1976) refiere que entre los
purépecha, se le dice cucho a la persona que tiene el labio superior partido.
Literalmente cucho significa “tomado por la Luna”.
Mariángela Rodríguez (1986: 18, 42)
refiere que entre los Mayos: “Cuando hay un eclipse de Luna en todas las casas
se hace un “ruidajo” con lo que la gente
encuentra, palos, piedras, tapas de ollas, y las embarazadas no paran de dar
vueltas alrededor de la casa, porque si no lo hacen los hijos nacen mal (con
defectos físicos), y la gente dice: ‘Se enfermó la Luna porque se peleó con el
Sol y hay que hacer ruido para que se alivie’. Cuando se trata de un eclipse de
Sol, las mujeres cuidan de taparse la cabeza, ya que de lo contrario cada
cabello puede convertirse en una culebra”.
Thompson (: 288-289) comenta que entre los
mayas de la península de Yucatán así como entre los mayas tzeltales y
kanhobales está muy difundida la creencia de que los eclipses se deben a las
peleas conyugales del Sol y la Luna; el Sol la emprende contra su mujer por sus
liviandades cuando vivían en la Tierra o porque es muy chismosa. Los choles
palencanos y algunos yucatecos creen que los eclipses lunares los causan un
jaguar, una variedad de hormigas llamada xulab en yucateco o algunos demonios.
Por doquier es costumbre hacer mucho ruido para distraer la atención del
agresor y salvar al Sol o a la Luna agredidos. La gente golpea tambores y botes
de hojalata, disparan rifles y cohetes y pega a los perros para hacerlos aullar.
Es creencia común de los mayas que la Luna brilla menos que el Sol porque éste
le sacó un ojo al quejarse la gente de que no podía dormir por ser la noche tan
clara como el día. Otros dicen que perdió un ojo en una pelea con el Sol.
Ruz (T. ll, 1982: 52), refiere que entre
los tojolabales, los eclipses de ambos cuerpos celestes son vistos con grave
angustia, pues se teme que una vez derrotados por sus enemigos (el Sol por la
Luna enfurecida, y ésta por las b’ajte’, hormigas negras que pretenden
devorarla), el fin del mundo sería cierto. Por ello, cuando ocurren, la gente
se refugia en la iglesia, tocando campanas, tambores, cuernos, puertas, e
incluso instrumentos de labranza para “ayudar” a que se haga nuevamente la luz.
Tozzer (1982: 114-115, 117, 119, 195),
refiere que entre los lacandones el Sol es llamado Kin y la Luna Akna; cuando
hay un eclipse de Luna, es momento de gran peligro nacional, el cual aumenta
cuando es eclipse de Sol, se dice que Nohotsakyum (El Gran Padre), el cual vive
en Yaxchilán, está enfermo, y se
efectúan ritos y ofrendas a los dioses. Todas las personas se abstienen de su
trabajo regular y cada familia permanece dentro de su propia casa durante el
tiempo de un eclipse. Se puede comer toda clase de animales. Un eclipse lunar
es un acontecimiento menos importante y se considera que la hija de
Nohotsakyum, Ertup (Pequeña) o Upal (Su Hija), está enferma. En el caso de un
eclipse de Sol se celebra un rito con el canto siguiente: Mi más excelente
Padre, no permitas que se oculte el supremo fuego. Sal, calor, te pagaré (con
una ofrenda), excelente Padre. Sal, calor pobre, veo al dios perseguido. En
nada he errado. No me asocio con nadie, oh Padre, no me asocio con mis
compañeros, oh Padre.
Foster (1972: 20), en Tzintzuntzan,
Michoacán como en varias culturas mesoamericanas percuten los tambores para
alejar al monstruo que, durante un eclipse, amenaza con devorar al Sol; tocan
la flauta para ayudar al Sol a salir todas las mañanas.
Thomas (1974: 98, 104, 113). Entre los
zoques de Rayón, Chiapas existe la creencia de que los eclipses de Luna
producen la muerte de niños. La luz de velas benditas (san’tu ano’ ‘a) protege
una casa durante los eclipses de Sol y de Luna de los brujos, el mal espíritu y
los demonios de la naturaleza, que se dice aparecen de noche. Estas velas las
proporcionan los rezadores que realizan ellos mismos el rito de bendición; si
no se las bendice, se dice que no se encenderán cuando se las necesite.
González (1982: 109-110), comenta que los
tarahumares se atemorizan cuando hay un eclipse. Dicen que el Sol está enfermo,
que hay que aliviarlo y medicinarlo con sus ofrendas y sacrificios, porque si
se muere, se morirán ellos también. Ya sea que se desplome y los apachurre a
todos; que deje de llover, o que nieve intempestivamente echando a perder todos
sus sembrados.
Bennett y Zingg (1986: 528) comentan de
los mismos tarahumares que los eclipses de Sol les provocan enorme aflicción
por estar convencidos que se está acabando el mundo, que simultáneamente en
toda la sierra se baila el dutubúri.
Carla M. Rita (1979: 283, 311) comenta que
entre los huaves de San Mateo del Mar, Oaxaca, el eclipse de Luna (acaram mïm
kaaw, comer mamá luna) es el que asume gran importancia con respecto a las
gestantes pues si éstas no se retiran a sus casas para no verlo, parirán un
niño con manchas oscuras en el cuerpo (acaram mikaaw) semejantes a las que
aparecen en las manos de las personas ancianas. Cuando se manifiestan en un
ojo, el niño nacerá tuerto. Con el fin de que el feto que vive dentro de la
luna se asuste y deje de roerla, tocan las campanas de la iglesia durante los
eclipses.
Galinier (1987: 425-426, 429), refiere que
para los otomíes la vida sólo puede nacer de la disociación de la Luna y el Sol
(o fuego) por lo cual durante los eclipses golpean una coa con una piedra, así
como tambores u objetos de metal para tratar de impedir la conjunción de las
fuerzas celestes antagónicas de ambos astros. La Luna tiene un aspecto doble,
ya que es a un tiempo fuente de vida y amenaza de muerte. Por ello se busca
ahuyentar a las fuerzas lunares que ponen en peligro la vida. Refiere que los
otomíes temen que las embarazadas expuestas durante los eclipses de Sol o de
Luna tengan al nacer niños con labio leporino, un pie deforme, un brazo
atrofiado o nazcan sordomudos. Por tal motivo, evitan orinar o defecar afuera
durante la noche.
López Austin (l, 2004: 413), entre los
mexicas, los albinos, hombres de color encendido y niños con dos remolinos en
el cabello (yontecuezcomayo) eran entregados al Sol, a la Luna o a Tláloc para
aumentar la energía de los dioses cuando los eclipses o la sequía demostraban
que éstos estaban hambrientos o en peligro.
Según Tranfo (1974: 335), entre los
otomíes las embarazadas deben portar debajo de sus ropas objetos metálicos,
preferentemente un cuchillo el cual cortará el rayo enviado por la luna a la
gestante.
Moscoso (1991: 125-126) estudiando a los
tzotziles recoge las impresiones que de los terremotos y eclipses tienen los brujos y los médico-folk:
Los médico folk saben que cuando hay un
eclipse ya del sol o de la luna, son un castigo o, cuando menos, advertencia de
Dios Nuestro Señor, para no seguir haciendo males a los demás en este mundo y
en respuesta se hincan con las caras inclinadas hacia la tierra y poniendo todo
el corazón elevan las oraciones enseñadas por sus padres para estos momentos de
prueba: “Madre Tierra, protégenos, no nos abandones en las manos de nuestros
enemigos…”
En cuanto a los brujos, saben que algunos
malos hombres, muy poderosos, quieren llegar hasta Dios, o hasta nuestro padre
San Salvador (Sol-Jesucristo) o a la luna
y dominarlos y es por eso que sucede el eclipse. Se sienten temerosos,
pues ellos mismos saben que sus obras no son buenas y por lo mismo piensan que
aquel temblor (o eclipse) representa el castigo que Dios les ha enviado a
ellos. Y por eso, lo primero que hacen es ir inmediatamente a una cueva y en
ella rezan a los malos espíritus pidiéndoles su protección.
García de León (1969: 284), entre los
nahuas-pipiles los eclipses de Luna pueden ser la causa de que una mujer dé a
luz un niño muerto o deforme. Durante un eclipse las mujeres embarazadas deben
quedarse dentro de la casa, y en caso de salir deben amarrarse un trapo negro
en el vientre.
Huerta (1981: 63-64, 218) comenta que en
San Andrés Chicahuaxtla, Oaxaca, a las once y treinta de la mañana del siete de
marzo de 1970, en el apogeo del eclipse de sol, cerca de 30 indígenas triquis
en el interior del templo, con velas encendidas en sus manos, rezaban
atemorizadas por el repentino oscurecimiento. Las plegarias de los triquis
apuntaban a desviar las potencias naturales de los astros, rogaban a éstos como
dioses en las imágenes de San Pedro y San Pablo, representando el primero al
sol y el segundo a la luna. Asimilan las divinidades cristianas a esos astros.
Del pleito del Sol (San Pedro) y de la luna (San Pablo) no habría resultados
buenos para los que habitamos la tierra (Shischec), considerada otro dios. Esta
veneración a los santos como dioses: San Pedro como el sol (Cuhui) y San Pablo
como la luna (Yahuí) es una muestra del sincretismo religioso con dominio de la
religión vernácula sobre la cristiana.
Ríos (s/f: 18), nos recuerda una narración
del escritor Manuel Rejón García (Marcos de Chimay) sobre el incidente ocurrido
durante una pelea sostenida entre mayas y españoles, la cual parecía inclinarse
a favor de los mayas, que por el conocimiento del terreno, pensaban emboscarlos
aprovechando la oscuridad y el silencio de la noche, no contando con que habría
un eclipse de luna (creen que la luna se muere, o la pican un género de
hormigas que llaman Xubab) y temerosos de su desaparición definitiva,
pusiéronse a tocar toda clase de instrumentos produciendo el mayor ruido
posible para salvarla, y perdieron en consecuencia, la pelea indicada, al ser
advertidos los españoles de lo que les deparaba la suerte, y salir a su
encuentro.
Winfield (1985: 80-81), relata que en las
Higueras, municipio de Vega de Alatorre, Veracruz hay una vieja práctica de
arrojar fierros al chilar a fin de prevenir los efectos nefastos atribuidos a
los eclipses solares. Y otra manera de evitar la mala influencia de los
eclipses consiste en colocar, cuando la planta está floreando, dos cintas, una
de color rojo y otra negra sobre una estaca en el campo, de tal manera que
queden a una altura mayor que la de la planta, para que sea fácilmente visible.
Todos estos mecanismos efectuados por los
hombres para la defensa de la integridad y perpetuidad de sus astros y/o dioses
constituyen lo que se conoce como magia defensiva. Como bien lo comentan
Álvarez/ Álvarez (1986: 109), son actos mágicos que a través de medios
defensivos (apotropeas), como hacer ruidos, disparos, encender fuego,
pronunciar fórmulas mágicas o llevar amuletos, pretenden alejar catástrofes o
contrarrestar los influjos maléficos.
Extraído de mi libro
"Los Tuxtlas, nombres geográficos pipil, náhuatl, taíno y popoluca".
Analogía de las cosmologías de las culturas mesoamericanas. El cual incluye un
diccionario de localismos y mexicanismos. Ediciones Culturales Exclusivas, Boca
del Río, Veracruz, México. 2007.
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