MICAYOBI
Micayobi. Del pipil
mika, o del náhuatl micqui, muerto, difunto + youi(lia), permanecer en alguna
parte hasta en la noche: “Permanecer con el difunto hasta en la noche”. Antigua
superstición basada en el temor de acudir a entierros o al panteón cuando se padece
de úlceras, heridas o enfermedades de la piel, porque el espíritu del muerto
puede complicarlas con una erisipela. También se arriesgan las mujeres que se
encuentren menstruando. De la misma manera, si un pariente de la casa del
muerto se enferma, es por el Micayobi. Se dice, además, que la persona que haya
estado en contacto con un difunto, o con pertenencias apreciadas de éste, es
por ello contaminada, convirtiéndose en portador del mal viento, aire o cáncer
del muerto; pudiendo infectar o agravar a cualquier enfermo que visite. Comenta
Clemente Campos (2003: 29), que para evitar adquirir el Micayobi algunos se
ramean con flor de cempasúchil, albahaca o cualquier flor del cementerio, de
esta manera se neutraliza el efecto de la infección. ||
Comenta López Austin (1984: 293), que Micayobi es la enfermedad que se
supone es causada por un difunto que desea llevarse con él a la victima.
|| Refiere Peredo (1993: 211) que en
algunas zonas de la sierra de Zongolica, Mikayoba es el poder o maleficio que
adquieren, y transmiten a todo lo que tocan, quienes entran en contacto con un
cadáver. || Guiteras Holmes (1965:
129-130) refiere que entre los tzotziles al momento de levantar del suelo a un
cadáver para sacarlo de su casa, se pone en su lugar un puñado de chilitos
rojos secos; una anciana le da a un viejo un leño encendido, con el que éste le
prende fuego al chile y arroja, asimismo, otro puñado al fogón, para librar a
la casa de la “presente” del difunto. Durante tres días se enciende el fuego,
se quema el chile y se ponen rescoldos ardientes a la puerta, pues el frío de
la muerte es dañino, y hay que evitar que se quede el mal, en este lapso, en
que el difunto no acostumbra estar lejos de sus seres queridos y desea su
compañía. || Refieren González (1982: 127, 140) e Irigoyen
(1974: 137) que entre los tarahumares los que acompañan al difunto, al regresar
encienden una hoguera de táscate (enebro, en tarahumar aorí), que da un humo
purificador, intenso y aromático, y con la cobija (gemaka) en los hombros sostenida
con los brazos abiertos, se inclinan para ahumarse y que así desaparezca el
olor del muerto.
Entre los mixes, esta enfermedad
recibe el nombre de encono, y es tan malo que hasta a la siembra perjudica.
Deben de bañarse y cambiarse de ropa para no transmitirlo. En caso de contagiar
a un enfermo, deben de bañar a éste con hojas de hierba santa (acuyo) ya hervidas.
Ciclo de vida entre los mixes (1983: 73). ||
Cruz (1946: 303-304) comenta que tanto entre los mixes como entre los
mixteco-zapotecas cuando alguien sucumbe colocan de guardián un perro negro en
la puerta de la casa mortuoria para impedir que el alma en pena del difunto
encuentre a los vivos de la casa; si el alma le suplica al perro que lo deje
entrar, éste le pone como condición que le cuente todos los pelos del cuerpo.
El alma empieza a contar uno a uno y cada vez que el perro comprende que ya va
a terminar, se sacude con violencia; el alma pierde la cuenta, se fastidia y se
va. Al mismo tiempo se busca una persona extraña a la familia para que barra,
sacuda y saque todas las pertenencias del muerto y después de apartar cuatro
tizones apaga la lumbre del brasero, y se dirige al panteón para quemar sus
pertenencias en una hoguera, misma que alumbrará al descarnado en los caminos
de la otra vida. Las ropas del difunto se tienden al sol “para que se les vaya
lo malo”, ya de regreso a la casa se quema chile para ahuyentar al ánima por si
a ésta se le ocurre retornar a su morada anterior. La necrofobia, el horror a
los muertos, los motiva a ceremonias ritualistas y hasta a maldecir a los
muertos si intentan abandonar sus sepulcros, en donde sí son venerados, es
decir, en el único sitio que les corresponde. || Newbold (1975: 150-151) refiere que entre los
zapotecas del istmo cualquier contacto con un difunto o simplemente su
presencia en el mismo cuarto hacen que se absorba el calor del cadáver, lo cual
no pone en peligro a una persona sana, pero puede ser fatal para un enfermo o
un infante. Los que han permanecido al lado de un difunto conservan su calor
hasta que se bañan, se lavan el cabello y lavan la ropa contaminada. A esta
creencia se debe quizá el meticuloso aseo que se ve dondequiera. De la Fuente
(1977: 206-207) refiere que los zapotecas de Yalálag se sacuden la tierra del
cementerio al salir de él, y se lavan cuidadosamente las manos y los pies, más
tarde, para desprenderse un mal que la tierra pudiera comunicarles. Al día
siguiente, por la mañana, las parientas, vecinas y amigas se presentan para
recoger la ropa, lavarla en el río y eliminarle así un “mal” contagioso, o una
influencia de este carácter. Antiguamente se arrojaba al hombre un jicarazo de
agua y con este líquido se trazaba en el suelo una raya, apartadora del mal que
se aleja y las gentes que queden en casa. El petate y alguna otra prenda
personal del muerto eran llevados y/o quemados fuera del pueblo. Los rezos que
se dicen están destinados a alejar el espíritu del difunto, que pudiera rondar
por la casa, y a que siga su camino rumbo al lugar del descanso.
Extraído de mi libro
"Los Tuxtlas, nombres geográficos pipil, náhuatl, taíno y popoluca".
Analogía de las cosmologías de las culturas mesoamericanas. El cual incluye un
diccionario de localismos y mexicanismos.
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