EL
HALCÓN
Vivía en Florencia un joven llamado Federico
Alberighi, gentil y cortes, enamorado de una noble dama llamada Juana: una de
las mujeres más hermosas y amables. Hizo todo para conquistarla: gastando sus
grandes recursos. Pero Juana, honesta, bella y casada, no se dio por enterada
de sus agasajos ni le prestó atención. Federico empobreció, sin más bien que
una pequeña alquería y un espléndido halcón; por lo cual, viendo que no podría
desempeñar con dignidad el rol de ciudadano de Florencia, decidió irse a Campi,
donde tenía su alquería. Entonces, pasaba su tiempo cazando pájaros con su
halcón, soportando su indigencia. Un día, el marido de Juana enfermó e hizo
testamento: nombró heredero de sus enormes riquezas a su hijo; estableciendo
que su bienamada esposa se convertiría en su heredera, si el joven muriese sin
descendencia. Ya viuda, Juana retirose a una propiedad cercana a la de
Federico, con quien el muchacho entabló amistad y de cuyo halcón quedó
prendado, sin animarse a pedírselo a su amigo. Así, el chico enfermó, quedando
su madre muy preocupada, y pasaba el día junto a él, preguntándole
constantemente qué lo afligía para dejarlo en ese estado, rogándole que le
dijese qué deseaba, que ella lo conseguiría como fuese. Él responde que si ella
le consigue el halcón, se curará. Ella comenzó a reflexionar sobre la actitud a
tomar. Recordaba el amor sin respuesta de Federico, diciéndose: "¿Cómo
podré pedirle el halcón, su único sostén y motivo de gozo?" Y permaneció
confundida; sabiendo que, de pedirlo, lo obtendría. Por eso, nada respondió. Al
final, su amor de madre le hizo prometer a su hijo que iría por el pájaro. El
chico se mostró mejorado inmediatamente. Al día siguiente, ella se dirigió a la
casita de Federico, quien, al oír a Juana, corrió a la entrada. Ella lo saludó
graciosa y femeninamente, luego que él dirigiese una respetuosa reverencia, y
dijo: "Federico: he venido a resarcirte de los perjuicios que has tenido a
causa mía; te ofrezco como recompensa que me invites a comer." Respondiole
Federico: "No recuerdo haber sufrido daño por culpa vuestra: si hice cosas
de mérito, fue por el amor que despertasteis en mí; y la gracia que me hacéis
me es tan cara que no la cambiaría por todos los bienes perdidos". La hizo
entrar y la condujo al jardín, mientras se encargaba de la comida. Federico
jamás había lamentado haber dilapidado su fortuna como aquel día, para agasajar
dignamente a la mujer amada. Recorría la casa buscando dinero u objetos para
empeñar: nada encontró. Se acercaba la hora de comer, y su deseo de honrar a la
dama era grande; miró de pronto a su querido halcón; y, sin alternativa, dedujo
que sería adecuado para su dama. Entonces, le retorció el cuello y lo puso a
asar. Puesta la mesa con los blanquísimos manteles que conservaba, volvió
alegre al jardín, e invitó a la dama a pasar al comedor.
Luego, a Juana le
pareció llegado el momento de explicar el motivo de su visita: "Federico,
si recuerdas tu vida pasada y mi honestidad, que quizás consideraste dureza, te
maravillarás al saber qué me trae aquí; pero si supieras hasta dónde llega el
amor paternal, sabrías excusarme. Yo tengo un hijo, lo cual me obliga contra mi
voluntad a pedirte un don que sé te es caro; y éste es tu halcón, del que mi
hijo se ha encaprichado de tal forma que si no lo consigo puede agravarse en su
enfermedad hasta morir. Por eso te ruego, por tu noble carácter; que me des el
halcón, para conservar la vida de mi hijo, y te esté eternamente
agradecida." Federico, al saber que no podía complacer su pedido, se echó
a llorar. Luego habló: "Señora: desde que en vos puse mi amor, la fortuna
me ha sido adversa; pero todas mi penas son leves comparadas con la de ahora,
cuando me pedís un don que no puedo concederos: en cuanto oí que deseabais
almorzar en mi casa, estimé que sería digno agasajaros de la mejor manera,
según mis posibilidades. Recordé al halcón que ahora solicitáis, juzgándolo
alimento adecuado; y en el almuerzo lo habéis comido; y me duele terriblemente
no tenerlo ya, y no creo volver a estar en paz." Y mandó traer las plumas,
pico, y garras del ave, para mostrar que decía la verdad. La señora, le
reconvino primero por servirle tal ave, aunque agradeció su generosidad, aún en
la pobreza; después, recordando a su hijo, regresó a casa. El hijo (al saber
que no tendría al halcón, o porque su enfermedad no tuviese cura), falleció
días después, con gran dolor de su madre. Luego de mucho tiempo, recibió Juana
el consejo de sus hermanos de volver a casarse. Y aunque no fuese la idea de su
agrado, recordó a Federico, su valor, y su última magnificencia para honrarla,
y les respondió: "Aunque permanecería viuda, si consideráis que debo
casarme, no tomaré otro marido que Federico Alberighi", ante el asombro de
sus hermanos. Agrega: "Es cierto que nada tiene; pues quiero a un hombre
sin riquezas, que a unas riquezas sin hombre". Conociendo a Federico,
consintieron en darle a su hermana por esposa, junto con las riquezas que
poseía. Y Federico, convertido en marido de la mujer amada, y en poder de una
fortuna tan grande como la quitada por la fortuna, vivió alegremente el resto
de sus días.
Excelente cuento tomado de su libro EL
DECAMERON.
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