SAVITRI
Y SATIAVA
Esta princesa, pedida
en matrimonio por numerosos príncipes, no se atrevió a decidirse por ninguno.
Entonces; su padre le ordenó que se buscase por sí misma un esposo, digno de
ella por el nacimiento y las cualidades. Savitri visitó las ermitas de los alrededores
y fijó su elección en Satiava, hijo de un rey destronado y ciego. Ashvapati lo
aceptó por yerno; pero la joven supo que Satiava había sido condenado, según un
oráculo, a morir después de un año de haberse casado. A pesar de todo, no
vacila porque su corazón había ya hablado, y encarga a su padre que pida la
mano de Satiava.
El casamiento se llevó a efecto.
Inmediatamente Savitri abandona sus galas y se pone el traje ordinario de los
anacoretas para compartir la condición de su esposo.
La joven desposada hace numerosos
sacrificios en honor de los dioses, para obtener de éstos el perdón de Satiava,
pero en vano; los dioses no se manifiestan, y pronto llega el día en que
Satiava debe morir.
En dicho día, Satiava marcha a la selva,
llevando un hacha; Savitri lo sigue disimulando su angustia.
Desde los árboles floridos caía sobre la
pareja amorosa el canto de los pájaros y el grito de los pavos reales; delante
de ellos se ofrecía el espectáculo encantador de los arroyuelos formando
cascadas de fuego. Satiava decía a su compañera: "Admira la belleza de
todo lo que nos rodea", Pero Savitri no podía apartar los ojos de la
fisonomía de su esposo, porque su corazón ardía en su pecho, considerando que
iba a perder para siempre a Satiava, porque así lo habían dispuesto los hados.
Savitri cogió frutas y flores y llenó de
ellas una cesta. Satiava tomó su hacha y con su auxilio derribó algunos
árboles. Pero de repente se sintió presa de una pesada laxitud en todos los
miembros y se tendió en tierra como para dormir. Savitri se sentó a su lado y
apoyó en su propio pecho la cabeza de su esposo. El instante horrible se
aproximaba y Savitri lo esperaba con terror, vertiendo lágrimas silenciosas.
De pronto apareció ante sus ojos
espantados un enorme gigante, con los cabellos rojos y los ojos terribles y
ardientes. En el momento clavó en Satiava su mirada de fuego.
Savitri, loca de amor, cogió entre sus
brazos la cabeza de su esposo, como para impedir que el gigante le quitara lo
que ella tanto quería, y exclamó con voz alterada por el terror:
"¿Quién eres, tú
en quien creo reconocer a un dios? Dime quién eres, y qué es lo que quieres de
mí".
El dios le anunció, en un lenguaje
singular que no era ni más ni menos que Yama, el dios de la muerte.
Al oír aquella noticia, la virtuosa
Savitri sintió que el frío de la muerte penetraba en sus miembros. Un sudor
abundante y frío cubrió todo su cuerpo. "Tú vienes —dijo al dios—, vienes
a arrancarme mi esposo muy amado. Gracia te pido, oh dios poderoso, te pido
gracia para él. Toma, si quieres, mi vida, pero déjalo continuar su existencia
virtuosa entre sus padres ciegos..." El dios frunció el entrecejo y dijo
con voz parecida al ruido de una tormenta: "No intentes desobedecer las
órdenes de los dioses".
-Oh, dios poderoso! Yo, desgraciada de mí,
no hago más que implorar gracia; no soy más que una mortal; pero, generoso tú,
como todos los dioses, concédeme lo que te pido. "¿y que es lo que me
pides?" —La vida de mi amado esposo, en cambio de la mía. "No puedo
concederte eso."
Entonces, para retrasar el instante en que
habría de separarse de Satiava, al que ella dirige sostenidas miradas llenas de
amor, Savitri pidió al dios... "Concédeme una gracia que voy a implorarte:
puesto que habrás de quedar satisfecho con la muerte de Satiava, devuelve a los
padres de mi esposo el uso de sus ojos, cerrados a la luz hace ya muchos
años." El dios respondió: "Les concedo la facultad de ver". Y se
bajó para coger a Satiava con un lazo que tenía en la mano. Pero Savitri separó
el nudo fatal.
"Concédeme todavía una cosa: el padre
de Satiava ha perdido su reino; va a perder a su hijo; haz que el virtuoso
anciano recupere su poder y sus riquezas y que tenga cien hijos más." El
dios Yama concedió esta otra gracia a la atractiva Savitri. Después se inclinó
nuevamente hacia Satiava. Pero Savitri lo rechazó otra vez.
"Oh dios poderoso, espera aún; el día
no ha terminado. Déjame contemplar una hora más al que voy a perder para
siempre, y de quien yo esperaba tener numerosos hijos. Concédeme, te suplico,
oh Yama, que igualas en poder a Indra, concédeme esos hijos en quienes vuelva a
encontrar las virtudes de su padre."
El dios concedió también aquella merced
después de vacilación. Pero el dolor y el amor retratados en los rasgos de
Savitri habían conmovido su corazón de dios, y no pudo negar a la princesa lo
que le pedía.
Entonces Savitri, levantando hacia él su
cara radiante de alegría, le dijo estas palabras: Oh dios, he recibido tu
palabra de dios; tendré numerosos hijos, en quienes volveré a encontrar las
cualidades de su padre. El padre, por lo tanto, no me puede ser arrebatado.
Puesto que sin él no puedo tener descendencia, no puedes llevar contigo a
Satiava a tu tenebrosa mansión".
El dios, al oír aquellas palabras, se
sintió dominado por un gran acceso de cólera, porque de ningún modo podía
borrar la promesa que había hecho a la fiel Savitri. Se vio, pues, precisado a
volverse, sin llevar consigo a Satiava.
Cuando el dios hubo desaparecido,
produciendo el mismo estrépito que al hacerse astillas muchos árboles, Savitri
oprimió fuertemente contra el pecho la cabeza de su esposo, y, en la alegría de
haberle arrancado a la muerte predicha por el oráculo, cubrió su frente de
besos y de lágrimas.
Satiava entonces lanzó un profundo suspiro
y abrió los ojos. Parecía salir de un penoso sueño en el que horribles
pesadillas lo hubieran agitado. El día, mientras que Savitri hablaba al dios,
había ido poco a poco dando lugar a la noche, y Satiava quiso emprender el
camino hacia su casa, donde su padre y su madre debían estarlo esperando con
inquietud.
Las tinieblas, mientras tanto, se llenaron
de ruidos lúgubres. El bosque, durante el día iluminado por el sol y alegre por
el canto de los pájaros, ahora era completamente negro, y en él sólo se oía el
grito de los chacales que aullaban a lo lejos. Satiava dijo entonces a Savitri:
"Vamos pronto a nuestra morada. Mis
miembros ya no están lánguidos. Ayúdame a levantarme y dame el brazo en el
camino, hacia la casa donde me esperan mi padre y mi madre."
Al llegar a casa, tuvo una inmensa alegría
Satiava: sus padres ya no estaban ciegos. Algún tiempo después, recobraron sus
riquezas y su reino; tuvieron numerosos hijos. También Satiava tuvo cien hijos
que le hicieron aún más precioso el amor de Savitri.
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