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lunes, 17 de febrero de 2014

William Butler Yeats poesías


William Butler Yeats



Ahora que estamos casi establecidos en nuestra casa

Ahora que estamos casi establecidos en nuestra casa
Nombraré a esos amigos que ya no pueden cenar con nosotros
Junto al fuego de turba en la antigua torre,
Y habiendo charlado hasta muy tarde
Subíamos a los dormitorios por la angosta escalera de caracol;
Descubridores de la olvidada verdad
O simples compañeros de mi juventud,
Todos han muerto y esta noche están en mi pensamiento.
(...)
Ellos fueron mis compañeros íntimos muchos años,
Como si formaran parte de mi vida y mi mente,
Y sin embargo ahora sus rostros sin vida parecen contemplarnos
Desde el viejo grabado de algún libro;
Estoy acostumbrado a su falta de vida.
(...)


¿Cuándo contemplé por vez postrera?

¿Cuándo contemplé por vez postrera
Los redondos ojos verdes y los largos cuerpos ondulantes
De los oscuros leopardos de la Luna?
Todas las locas brujas, las más nobles damas,
Con todas sus escobas y lágrimas,
Lágrimas airadas que se han ido.
Los sagrados centauros de las colinas se esfumaron.
No tengo nada más que el amargo sol,
Proscrita y esfumada se quedó la heroica luna
Y ahora que ya he cumplido los cincuenta
Debo soportar este tímido sol.



Cuando estés vieja y cansada, y vencida por el sueño

Cuando estés vieja y cansada, y vencida por el sueño,
Y dormitando junto al fuego tomes este papel,
Y lentamente leas, y sueñes con la dulce belleza
Que tus ojos tuvieron antaño, y también con sus sombras profundas.
Cuántos amaron tus momentos de alegre dulzura,
Y amaron tu belleza con amor sincero o falso,
Pero sólo un hombre amó en ti tu alma peregrina
Y también las tristezas de tu rostro cambiante.
Y cuando, inclinada junto a las barras candentes,
Murmures, con cierta tristeza, cómo el amor huyó
Y escapó allí arriba por los montes,
Y escondió su rostro entre un tropel de estrellas.



El vino entra en la boca

El vino entra en la boca
Y el amor entra en los ojos;
Esto es todo lo que en verdad conocemos
Antes de envejecer y morir.
Así llevo el vaso a mi boca,
Y te miro y suspiro.



¿Era el doble de mi sueño la mujer?

¿Era el doble de mi sueño
La mujer que a mi lado yacía?
¿Soñaba o compartíamos un sueño
Bajo el primer destello frío del alba?
(...)
Por mucho que viajé por todas partes,
Nunca pude encontrar nada tan querido.
(...)
La habría tocado como un niño,
Mas sabía que mi dedo sólo podría tocar
La fría piedra y el agua. Me enfurecí,
Incluso acusé al cielo
Pues había establecido entre sus leyes
Que nada de lo que amamos en exceso
Es ponderable a nuestro tacto.
Hacia el amanecer soñé
Con frías gotas rociadas sobre mi nariz,
Pero ella a mi lado yacía.
(...)



Grises son tus cabellos

Grises son tus cabellos.
Los jóvenes ya no se quedan sin aliento
Cuando tú pasas;
Pero puede que algún vejete murmure una bendición
Porque fue tu plegaria
Lo que le sacó de su lecho de muerte.
Sólo por ti, que has conocido todos los pesares del corazón
Y a otros has infligido todos esos pesares,
Desde la parca juventud que representa
La onerosa belleza, sólo por ti
El cielo apartó el golpe de su destino
Tan grande es la participación en esa paz que tú otorgas
Con sólo entrar en una habitación.
Tu belleza sólo puede dejar entre nosotros
Vagos recuerdos, sólo vagos recuerdos.
Cuando los viejos callen,
Un joven dirá a uno de ellos:
"Cuéntame de esa dama
Que el apasionado poeta nos cantara
Cuando la edad bien podía haberle helado la sangre".
Vagos recuerdos, sólo vagos recuerdos
Pero en la tumba todo, todo será renovado.
La certeza de que veré a esa dama
Inclinada, erguida o caminando
Con el primer encanto de su feminidad
Y con el fervor de mis jóvenes ojos
Me ha puesto a murmurar como un idiota.
Tú eres más bella que ninguna
Mas tu cuerpo tenía un defecto:
Tus pequeñas manos no eran bellas
Y temo que corras
A hundirlas hasta la muñeca
En ese misterioso lago, siempre rebosante,
Donde aquellos que han obedecido la ley sacra
Las hunden y son perfectos. Deja inmutables
Las manos que he besado
Por amor al tiempo que ha pasado.
Muere la última campanada de la medianoche.
Todo el día en una silla,
De sueño en sueño y de rima en rima he alineado,
En diálogo confuso con una etérea imagen:
Vagos recuerdos, sólo vagos recuerdos.



Llegó, pasó mi cincuenta aniversario
Llegó, pasó mi cincuenta aniversario,
Senteme solitario
En Londres, en un bar abarrotado,
Libro abierto y una taza vacía
Sobre la mesa de mármol.
Y entonces, mientras contemplaba el bar y la calle,
Una súbita llamarada inundó mi cuerpo;
Y por unos veinte minutos creí,
Tan grande era mi felicidad,
Que de algún modo estaba de buena suerte.
Aunque dore el sol de estío
El revuelo de las nubes en el cielo,
O la Luna invernal grabe en el campo
El laberinto que la tormenta desparrama,
No puedo yo mirar hacia allí,
Tanto me agobia mi responsabilidad.
Cosas hechas o dichas hace mucho,
O cosas que no hice ni dije
Sino que sólo pensé decir o hacer
Me agobian, y no pasa un día
Sin que alguna de estas cosas rememore
Con asombro de mi conciencia y vanidad.



¿Por qué no habrían de rabiar los viejos?

¿Por qué no habrían de rabiar los viejos?
Algunos vieron a un muchacho de futuro
Que buen pulso tenía en la pesca con anzuelo
Convertirse en un periodista borracho;
A una muchacha que supo todo Dante de memoria
Vivir para parir hijos de un necio;
A una Helena de sueño benéfico y social
Subir a gritar a una vagoneta.
Algunos piensan que es cosa natural que el destino
Deba matar de hambre a los buenos
Y a los malos hacerles progresar;
Que si sus vecinos imaginaran claramente,
Como en una pantalla iluminada,
Ni una sola historia encontrarían
De una mente feliz que no quebrara
O de un final digno del comienzo.
Los jóvenes no saben nada sobre esto,
Los viejos, que todo observan, bien lo conocen;
Y cuando sepan lo que dicen los libros de antes
Y que nada mejor podemos esperar,
Entonces sabrán por qué habría de rabiar un viejo.


Oí decir a los muy, muy viejos

Oí decir a los muy, muy viejos:
"Todo cambia
Y uno a uno vamos cayendo".
Tenían las manos como garras,
Y las rodillas torcidas como espinos
Junto a las aguas.
Oí decir a los muy, muy viejos:
"Todo lo bello se pierde al pasar,
Como las aguas."

¿Quién soñó que la belleza pasa como un sueño?
¿Quién soñó que la belleza pasa como un sueño
Por estos labios rojos, con todo su triste orgullo,
Tan tristes ya que ninguna maravilla puede presagiar?
Troya se nos fue con destello fúnebre y violento
Y murieron los hijos de Utsna.
Desfilamos, y desfila con nosotros el mundo atareado
Entre las almas de los hombres, que se despiden y ceden su puesto
Como las pálidas aguas en su glacial carrera;
Bajo estrellas que pasan, espuma de los cielos,
Sigue viviendo este rostro solitario.
Inclinaos, arcángeles, en vuestra sombría morada:
Antes de que existierais y antes de que ningún corazón latiera,
Rendida y amable permanecía junto a su trono;
La Belleza hizo que el mundo fuera una senda de hierba
Para que ella posara sus pies errantes.



Restan libros y pinturas

Restan libros y pinturas,
Un acre de verde hierba
Como espacio y ejercicio
Ahora que el cuerpo declina;
Medianoche, una vieja casa
Donde sólo un ratón se mueve.
Mi tentación está en calma.
Aquí cuando la vida acaba
Ni la imaginación sin freno,
Ni el molino de la mente
Que consume sus andrajos y sus huesos
Dan a saber la verdad.
Concédeme el frenesí de un anciano,
Yo mismo debo rehacerme
Hasta ser Timón o Lear,
O bien aquel William Blake
Que golpeó contra el muro
Hasta que la verdad respondió.
Una mente que Miguel Ángel sabía
Capaz de atravesar las mismas nubes
O, por el frenesí inspirada,
Capaz de sacudir a los muertos de sus mortajas;
En lo restante olvidada por la humanidad,
La mente aquilina de un anciano.



Sangre y luna

Bendito sea este lugar
Y aún más bendita esta torre;
Un poder sangriento y arrogante
Se levantó de la raza
Para expresarla, para dominarla,
Se alzó como los muros
De estas cabañas azotadas por la tormenta.
Como burla he construido
Un emblema poderoso
Y lo canto verso a verso,
Como burla de una época
Medio muerta en la cima.




Si tan solo yacieras muerta y fría

Si tan solo yacieras muerta y fría
Y las luces del Oeste se apagaran,
Vendrías aquí e inclinarías tu cabeza,
Y yo reposaría la frente sobre tu pecho
Y tú susurrarías palabras de ternura
Perdonándome, pues ya estás muerta:
No te alzarías ni partirías presurosa,
Aunque tengas voluntad de pájaro errante,
Mas tú sabes que tu pelo está prisionero
En torno al Sol, la Luna y las estrellas;
Quisiera, amada, que yacieras
En la tierra, bajo hojas de bardana,
Mientras las estrellas, una a una, se apagan.



Tus ojos que antaño nunca se cansaron de los míos

"Tus ojos que antaño nunca se cansaron de los míos,
Se inclinan hoy con pesar bajo tus párpados oscilantes
Porque nuestro amor declina".
Y responde ella:
"Aunque nuestro amor se desvanezca,
Permanezcamos junto al borde solitario de este lago,
Juntos en este momento especial
En el que la pasión -pobre criatura cansada- cae dormida.
¡Qué lejanas parecen las estrellas,
Y qué lejano nuestro primer beso,
Y qué viejo parece mi corazón!".
Pensativos caminan por entre marchitas hojas,
Mientras él, lentamente, sosteniendo la mano de ella, replica:
"La pasión ha consumido con frecuencia
Nuestros errantes corazones".
Los bosques les rodeaban, y las hojas ya amarillas
Caían en la penumbra como desvaídos meteoros,
Entonces un animalillo viejo y cojo renqueó camino abajo.
Sobre él cae el otoño; y ahora ambos se detienen
A la orilla del solitario lago una vez más.
Volviéndose, vio que ella había arrojado unas hojas muertas,
Húmedas como sus ojos y en silencio recogidas
Sobre su pecho y su pelo.
"No te lamentes -dijo él- que estamos cansados
Porque otros amores nos esperan,
Odiemos y amemos a través del tiempo imperturbable;
Ante nosotros yace la eternidad,
Nuestras almas son amor y un continuo adiós".


Una joven y vieja mujer

¿Cuál fue el alegre muchacho que más me agradó
De todos cuantos yacieron conmigo?
Respondo que mi alma entregué
Y en el dolor amé,
Mas gran placer me dio un muchacho
Al que físicamente amé.
Libre del cerco de sus brazos
Reía al pensar que era tal su pasión
Que él imaginaba que yo entregaba el alma
Cuando sólo existía el contacto de dos cuerpos,
Y reía sobre su pecho al pensar
Que era la misma entrega que hay entre las bestias.
Di lo que otras dieron
Después de quitarse la ropa,
Mas cuando esta alma del cuerpo se despoje
Y desnuda vaya a lo desnudo
Aquel a quien hallo encontrará allí dentro
Lo que ningún otro conoce.
Y dará lo suyo y tomará lo suyo
Y regirá por derecho propio;
Y aunque amó en el dolor
Tanto se aferra y se cierra,
Que ningún ave diurna
Osaría extinguir tal deleite.

William Butler Yeats.  (Dublín, 1865 - Roquebrune-Cap-Martin, Francia, 1939) Poeta y dramaturgo irlandés. Creador del estilo celta crepuscular, fue sin duda el máximo representante del renacimiento de la literatura irlandesa moderna, y uno de los autores más destacados del siglo XX. Recibió el Premio Nobel de literatura en 1923. El mayor logro de Yeats fue independizar la cultura irlandesa de los moldes ingleses, tanto en la temática como en la expresión. La poesía de Yeats suele estar inspirada en el paisaje, los ambientes y los mitos de la cultura tradicional irlandesa, especialmente en las leyendas de origen celta, con una constante preocupación por la musicalidad del verso.


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