EL CHANEQUITO SILVIO
No
tenía ganas de jugar. Que en otra parte sus parientes se divirtieran encantando
a los intrusos profanadores de la selva. Él ahora tenía mucho quehacer: Se había
dormido y le habían ganado la partida. Cuando despertó vio troncos derribados,
ramas secas, hojas marchitas llorando su desdicha desprendidas del tallo,
corazones de árboles heridos sangrando a ras de tierra. Por dondequiera oía
lamentos: ¡Ay, me duele! –gemía un
suchi. ¡Me muero! – gritaba un encino–roble.
¡Acabaron conmigo! – se lamentaba un cosquelite. Esto obligó a sus padres a
emigrar. Su madre, la chaneca achileanchada –famosa por haber logrado un
injerto de patololote con hoja de piedra, ala de santiaguillo y pico de tucán,
que dio como resultado la flor más hermosa de la selva a la que pusieron el
nombre de “polvo de arcoiris” –fue la primera en salir huyendo encocorada.
Su padre
el chaneque Chopepe –el que le había mordido el ombligo a un brujo que vino a
quererlo zarandear –lo tomó de la mano para llevárselo, pero el chanequito se
resistía a pesar de la insistencia de su padre. Aquí nací – le dijo – No podría
vivir en otro bosque que no fuera éste, porque aquí estoy empezando a
desarrollar mi magia de encantador. A su padre no le gustaba la idea. Éste era
su tesoyote. Los mayores le habían salido medio flojos y traviesos. Un día por
poco lo matan. Estaba saboreando unas bolitas de bismalaga y sintió el sabor de
un veneno amargo. Los grandulones le habían cambiado el jugo a la fruta y se reían
divertidos de su hazaña… En cambio Silvio, su chanequito más pequeño, le había
salido responsable y estudioso; no lo iba a dejar que se muriera en medio de
tanta sequía. Pero a pesar de sus ruegos el chanequito insistió en quedarse. Allá nos alcanzas – le dijo su padre – Ya sabes
cuáles son los caminos. Y salió despavorido porque la peste del herbicida ya estaba acabando con él.
No hay
tiempo que perder – se dijo Silvio – Este
espacio no me lo van a quitar. Es hora de poner a prueba mis conocimientos.
Y diciendo y haciendo: primero masticó una hojitas de dormilona con semillas de
berenjena y exprimió en su garganta un tochole de schoschogo para no marearse
con el olor de los líquidos matahierbas que habían derramado; después se puso a
remover la tierra con sus propias manos de las que habían brotado puntas tan
largas y filosas como uñas de gato o como guadañas. Y a medida que caminaba iba
formando surcos bien trazados, porque sus pies eran como guatacas que se hundían
en la tierra y la aflojaban. Al mismo tiempo iba lanzando en los surcos
salivazos que se sembraban junto con sus gotas de sudor.
Cuando hubo terminado esta faena abrió la
llave de la regadera del cielo y él mismo se sembró como semilla en uno de los
huecos que había dejado un árbol caído.
Llovió sin parar durante meses enteros. Y el
chanequito Silvio, formando y extendiendo raíces debajo de la tierra, acumulaba
savia mientras reía satisfecho.
En poco tiempo el monte estuvo nuevamente
tan verde y tan tupido que el que hubiera visto la devastación anterior no habría
creído que de la nada surgiera esta nueva selva, fresca como el principio del
mundo.
Y a medida que los troncos de los árboles
iban engrosando, más claramente se oía un coro de carcajadas confundidas con el
bramido del viento, con el rugido de los monos saraguatos, lo que hubiera
bastado para volver loco a cualquiera que osara internarse en ese lugar.
DE TIERRA Y AGUA Narraciones, mitos y leyendas de Catemaco. Tomás Uscanga Constantino. Colección Atarazanas.
DE TIERRA Y AGUA Narraciones, mitos y leyendas de Catemaco. Tomás Uscanga Constantino. Colección Atarazanas.
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