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jueves, 27 de febrero de 2014

EL CHANEQUITO SILVIO Tomás Uscanga Constantino

EL CHANEQUITO SILVIO
TOMÁS USCANGA CONSTANTINO

No tenía ganas de jugar. Que en otra parte sus parientes se divirtieran encantando a los intrusos profanadores de la selva. Él ahora tenía mucho quehacer: Se había dormido y le habían ganado la partida. Cuando despertó vio troncos derribados, ramas secas, hojas marchitas llorando su desdicha desprendidas del tallo, corazones de árboles heridos sangrando a ras de tierra. Por dondequiera oía lamentos: ¡Ay, me duele! –gemía un suchi. ¡Me muero! – gritaba un encino–roble. ¡Acabaron conmigo! – se lamentaba un cosquelite. Esto obligó a sus padres a emigrar. Su madre, la chaneca achileanchada –famosa por haber logrado un injerto de patololote con hoja de piedra, ala de santiaguillo y pico de tucán, que dio como resultado la flor más hermosa de la selva a la que pusieron el nombre de “polvo de arcoiris” –fue la primera en salir huyendo encocorada.
   
      Su padre el chaneque Chopepe –el que le había mordido el ombligo a un brujo que vino a quererlo zarandear –lo tomó de la mano para llevárselo, pero el chanequito se resistía a pesar de la insistencia de su padre. Aquí nací – le dijo –  No podría vivir en otro bosque que no fuera éste, porque aquí estoy empezando a desarrollar mi magia de encantador. A su padre no le gustaba la idea. Éste era su tesoyote. Los mayores le habían salido medio flojos y traviesos. Un día por poco lo matan. Estaba saboreando unas bolitas de bismalaga y sintió el sabor de un veneno amargo. Los grandulones le habían cambiado el jugo a la fruta y se reían divertidos de su hazaña… En cambio Silvio, su chanequito más pequeño, le había salido responsable y estudioso; no lo iba a dejar que se muriera en medio de tanta sequía. Pero a pesar de sus ruegos el chanequito insistió en quedarse. Allá nos alcanzas – le dijo su padre –  Ya sabes cuáles son los caminos. Y salió despavorido porque la  peste del herbicida ya estaba acabando con él.

     No hay tiempo que perder – se dijo Silvio – Este espacio no me lo van a quitar. Es hora de poner a prueba mis conocimientos. Y diciendo y haciendo: primero masticó una hojitas de dormilona con semillas de berenjena y exprimió en su garganta un tochole de schoschogo para no marearse con el olor de los líquidos matahierbas que habían derramado; después se puso a remover la tierra con sus propias manos de las que habían brotado puntas tan largas y filosas como uñas de gato o como guadañas. Y a medida que caminaba iba formando surcos bien trazados, porque sus pies eran como guatacas que se hundían en la tierra y la aflojaban. Al mismo tiempo iba lanzando en los surcos salivazos que se sembraban junto con sus gotas de sudor.

     Cuando hubo terminado esta faena abrió la llave de la regadera del cielo y él mismo se sembró como semilla en uno de los huecos que había dejado un árbol caído.

     Llovió sin parar durante meses enteros. Y el chanequito Silvio, formando y extendiendo raíces debajo de la tierra, acumulaba savia mientras reía satisfecho.

     En poco tiempo el monte estuvo nuevamente tan verde y tan tupido que el que hubiera visto la devastación anterior no habría creído que de la nada surgiera esta nueva selva, fresca como el principio del mundo.


     Y a medida que los troncos de los árboles iban engrosando, más claramente se oía un coro de carcajadas confundidas con el bramido del viento, con el rugido de los monos saraguatos, lo que hubiera bastado para volver loco a cualquiera que osara internarse en ese lugar.

     DE TIERRA Y AGUA Narraciones, mitos y leyendas de Catemaco. Tomás Uscanga Constantino. Colección Atarazanas. 


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