-Cuando tú
te duermes, aparecen los "chaneques".
Todas las noches cenábamos en la cocina. Era mi nana la que nos daba la cena. A la hora de la comida, lo hacíamos en el comedor, con toda la familia reunida, pero el desayuno y la cena, cada cual lo hacía a diferente hora en la cocina, y cada noche mi nana me impactaba con esos cuentos de los chaneques.
Después de cenar, yo salía de la cocina con mucho miedo y con un nudo en la garganta, y no porque se me atragantara la comida, no; sino por los chaneques, que seguramente me estarían observando escondidos quien sabe dónde... Miraba con temor cada esquina de la casa, y entraba con Pascual a mi recámara. Pascual era un loro. Era mi mascota favorita. Al otro día todo estaba en diferente lugar de donde lo dejara.
-Y, ¿cómo son los chaneques, nana?.. -le preguntaba.
-Nadie los ha visto en su forma real. –me decía- A veces son invisibles, otras ocasiones aparecen corno cualquier animal, perros, gatos, ranas, que de repente se aparecen sin saber de dónde salieron. Pero la más de las veces, toman figura de niños. Son muy traviesos y juguetones. Si tú dejas algo en un lugar, aparece en otro, o te esconden las cosas cuando más las necesitas. Les gustan la música, los perfumes, y las flores. Si pones atención, escucharás su risita.
Al irme a acostar, revisaba mi recámara. Dejaba mis zapatos junto a mi cama; la jaula de mi loro Pascual, estaba en mi recámara, aunque vacía, porque él siempre estaba conmigo, lo dejaba parado en la cabecera de mi cama, hasta para ir a la escuela, me lo llevaba escondido en la mochila. Era mi compañero. Al acostarme, dejaba a mi loro como dije antes, en la cabecera de mi cama, con la consigna de que espantara a los chaneques que se acercaran. ..A los pies, dejaba doblado el sarape. Nunca me han gustado los sarapes. Me pesan y no concilio el sueño rápido.
Todas las noches cenábamos en la cocina. Era mi nana la que nos daba la cena. A la hora de la comida, lo hacíamos en el comedor, con toda la familia reunida, pero el desayuno y la cena, cada cual lo hacía a diferente hora en la cocina, y cada noche mi nana me impactaba con esos cuentos de los chaneques.
Después de cenar, yo salía de la cocina con mucho miedo y con un nudo en la garganta, y no porque se me atragantara la comida, no; sino por los chaneques, que seguramente me estarían observando escondidos quien sabe dónde... Miraba con temor cada esquina de la casa, y entraba con Pascual a mi recámara. Pascual era un loro. Era mi mascota favorita. Al otro día todo estaba en diferente lugar de donde lo dejara.
-Y, ¿cómo son los chaneques, nana?.. -le preguntaba.
-Nadie los ha visto en su forma real. –me decía- A veces son invisibles, otras ocasiones aparecen corno cualquier animal, perros, gatos, ranas, que de repente se aparecen sin saber de dónde salieron. Pero la más de las veces, toman figura de niños. Son muy traviesos y juguetones. Si tú dejas algo en un lugar, aparece en otro, o te esconden las cosas cuando más las necesitas. Les gustan la música, los perfumes, y las flores. Si pones atención, escucharás su risita.
Al irme a acostar, revisaba mi recámara. Dejaba mis zapatos junto a mi cama; la jaula de mi loro Pascual, estaba en mi recámara, aunque vacía, porque él siempre estaba conmigo, lo dejaba parado en la cabecera de mi cama, hasta para ir a la escuela, me lo llevaba escondido en la mochila. Era mi compañero. Al acostarme, dejaba a mi loro como dije antes, en la cabecera de mi cama, con la consigna de que espantara a los chaneques que se acercaran. ..A los pies, dejaba doblado el sarape. Nunca me han gustado los sarapes. Me pesan y no concilio el sueño rápido.
Invariablemente, al despertar, Pascual estaba dentro de su jaula, la cual se hallaba cubierta con la toalla. Eso quería decir que Pascual era sometido por los chaneques, que mi loro no lograba espantarlos... El sarape, extendido sobre mí, acalorándome, y mis zapatos en cualquier lugar, menos donde los dejara. ..Mis juguetes cambiaban del lugar donde los ponía. Buscaba mi tarea, la cual a veces dejaba a medio hacer, y no estaba donde la dejara. Al abrir la mochila, la encontraba ahí, terminada y guardada.
Era tal mi miedo, que nunca dije nada. No lo comenté con nadie, ni siquiera con mi madre o hermanas. Temía que los chaneques se enojaran si decía algo. Sólo, -Nana, ¿qué hago para que los chaneques no vengan a jugar con mis cosas?... -le preguntaba.
-Cuando te vistas, -me decía- ponte la ropa al revés, Cuentas hasta tres, te la quitas y te la vuelves a poner ya bien.
Bueno, hay que reconocer, que en parte, agradecía a los chaneques que me ayudaran con la tarea.
Cuando tuve que ir a estudiar a la capital del Estado, viví en diferentes casas de pensión. Los chaneques dejaron de molestarme y ayudarme. Eso significaba ¡que vivían en mi casal... En una de las visitas a casa, lo comenté con
-Es que ya creciste, mi niña, –me dijo- ya no pienses más en ellos... Ya te vi llegar acompañada. Ahora ya tienes en quién pensar.
Mi nana murió de viejita. Murió en la casa. Se quedó dormida el mismo invierno en que me casé. Tal vez pensó que ya no tenía a quien contarle sus cuentos.
Mi vida se
realizó, cuando llegaron los hijos, aunque de vez en cuando sentía ese
escalofrío al pensar en los chaneques, pero nunca decía nada, y mis hijos
crecieron sin saber de los chaneques.
Una noche calurosa, desperté y noté que mi esposo no estaba en la cama, junto a mí. Me levanté a buscarlo, y en la claridad de la luz de
¡Ah!... Debo confesarles, que hasta la fecha, me pongo primero la ropa al revés, y cuento hasta tres, antes de ponérmela bien.
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