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martes, 21 de febrero de 2012

EL PETIRROJO. Selma Lagerlof

EL PETIRROJO
Selma Lagerlof
Escritora sueca (1858-1940)


Era en el tiempo en que Dios creó el cielo y la tierra, también todos los animales y plantas, a los cuales dio nombre al mismo tiempo. Sucedió un día que hallándose Dios en el Paraíso, pintando los pájaros, se le agotaron los colores de la paleta, de modo que el jilguero hubiese quedado incoloro de no darse la casualidad de que Dios no había limpiado aún todos sus pinceles. Fue también entonces cuando Dios dotó al asno de unas largas orejas, por su dificultad en retener su nombre. Lo olvidó apenas hubo dado unos pasos por las vegas del Paraíso, y tres veces se vio obligado a volver a preguntar cuál era su nombre. Así es que Dios, un poquito impaciente, lo tomó por ambas orejas, y le dijo: Tu nombre es: burro, burro, burro. Y mientras así hablaba fue estirando las orejas del asno, de modo que éstas fueron creciendo a fin de que oyera mejor y no olvidase lo que se le decía.El mismo día tuvo que enfadarse con la abeja. Apenas fue creada ésta comenzó a hacer miel. Y cuando el hombre y los animales percibieron su aroma delicado acudieron para probarla. Pero la abeja quiso guardarla toda para sí y echaba a todos los que se acercaban al panal, a fuerza de picarles con su venenoso aguijón. Viéndolo Dios, llamó inmediatamente a la abeja y le dijo: Te he dotado de la facultad de hacer miel, que es el producto más dulce de la creación; pero no te he concedido el derecho de ser dura con tus prójimos.Dios lo pasó crea que  crea, animándolo todo con su hálito, y hacia el fin de la tarde se le ocurrió crear todavía un pequeño pajarillo gris. ¡Te llamarás petirrojo! -dijo Dios al pajarillo, cuando lo tuvo terminado-. Y colocándole sobre la palma de la mano, lo dejó volar. Y cuando el pajarillo hubo revoloteado durante un rato, contemplando la hermosa tierra donde tenía que vivir, le entraron ganas de contemplarse a sí mismo. Entonces observó que era completamente gris, y su pecho, del mismo color que el resto de su cuerpo. El petirrojo se volvía y se revolvía mirándose en el agua; pero en vano: ni una sola pluma colorada descubrió en sí mismo. Y el pajarillo volvió presuroso junto a Nuestro Señor. Dios allí le esperaba, como siempre, bondadoso y amable. El corazón del pajarillo palpitó violentamente, lleno de miedo, pero, trazando airosos círculos, fue acercándose más y más a Dios, hasta que se posó en su mano. Entonces Dios Padre le dijo: ¿Quieres algo? , y el pajarillo contestó: Quería preguntarte una cosa: ¿Qué deseas saber? ¿Por qué llamarme petirrojo si desde el pico a la punta de la cola soy completamente gris? ¿Por qué llamarme petirrojo si no tengo la menor mancha roja en mi cuerpo? Y el pajarillo, con sus grandes ojos negros y suplicantes, miró al Señor, moviendo la cabecita de un lado para otro. En torno suyo veía faisanes de purpúreo plumaje salpicado ligeramente de oro, papagayos con tupidas gorgueras rojas, gallos con crestas encamadas, mariposas, peces de colores y rosas que surgían por doquier. Y pensaba el pajarillo: ¡Me falta tan poco, siquiera fuese una gota de color en el pecho para convertirme en un hermoso pájaro y con aspecto adecuado al nombre! ¿Por qué he de llamarme petirrojo si soy completamente gris?Una vez hubo hablado así, el pajarillo esperó a que Dios le dijera: Ay, amiguito, espera, que esto es cosa de un momento. Nuestro Señor se limitó a sonreír amablemente, y dijo: Te he llamado petirrojo, y petirrojo te llamarás, pero tú mismo tienes que proceder a ganarte las plumas rojas del pecho. Y Dios alzó la mano y nuevamente lo envió al mundo.El pajarillo voló pensativo por el Paraíso. ¿Cómo iba, un pajarillo tan pequeño como él, a ganarse las plumas encarnadas? De lo único de que se vio capaz fue de elegir su nido en un zarzal. Entre las espinas del tupido arbusto edificó su nido. Parecía esperar que una hoja de rosa se adhiriera a su cuello y le cediera su color.Había transcurrido un tiempo muy largo desde aquel día, que fue el más feliz de todos los días de la Tierra. Luego hombres y animales abandonaron el Paraíso, esparciéndose por el mundo. Y los hombres sabían labrar la tierra y navegar por los mares; fabricaban vestidos y objetos de adorno y hacía tiempo que habían aprendido a edificar amplios templos y grandes ciudades como Tebas, Roma y Jerusalén.Y amaneció un nuevo día que no se olvidará nunca en la historia del mundo. En la mañana de aquel día se hallaba sentado el petirrojo en una colina pelada, en las cercanías de los muros de la ciudad de Jerusalén, divirtiendo con su canto a sus pequeñuelos, que descansaban en el nido entre el bajo matorral. El petirrojo narraba a sus pequeñuelos lo que había sucedido el día de la creación y les hablaba de la distribución de nombres, como venía contándolo desde entonces cada petirrojo a sus pequeños. Ya lo veis —terminó diciendo tristemente—, tantos años transcurridos desde el día de la creación, tantas rosas marchitadas, tantos pajarillos salidos del huevo, tantos, que nadie podría contarlos, y, sin embargo, los petirrojos siguen siendo grises. Todavía no han conseguido ganarse la manchita colorada.Los pequeñuelos abrieron desmesuradamente sus piquitos y preguntaron si sus antepasados no se habían esforzado en realizar algún hecho heroico para conseguir la conquista del precioso color encarnado. Todos hemos hecho lo que hemos podido —cantó el pajarillo—, pero ninguno de nosotros ha tenido éxito alguno. ¿Cómo iban a alcanzarlo, si otros antepasados famosos no habían podido conseguirlo? ¿Qué más podrían hacer ellos que amar, cantar y volar? ¿Qué iban a...? El pájaro no acabó su frase, pues por la puerta de Jerusalén se acercaba una multitud hacia la colina donde se hallaba el nido de los pájaros.Se aproximaban caballeros en briosos corceles, guerreros con largas lanzas, ayudantes del verdugo con clavos y martillos, sacerdotes y jueces avanzaban con paso solemne, mujeres que sollozaban y, tras todos ellos, una masa de pueblo bajo y salvaje, de vagabundos que bailaban y chillaban.El pajarillo gris hallábase, tímido, al borde de su nido. A cada momento temía que aplastaran el débil zarzal en que se refugiaba y que mataran a sus pequeñuelos.-Tened cuidado —gorjeó para prevenir a los inermes pajarillos—. Apretaos unos contra otros y no rechistéis. ¡Cuidado, que viene un caballo que va a pasar por encima de nosotros! Allí llega un soldado con sandalias claveteadas. Por allá avanza toda la horda salvaje.De pronto, el pajarillo detuvo sus exclamaciones, se quedó mudo e inmóvil, olvidando casi el peligro en qué se hallaban y, finalmente, se metió en el nido y extendió las alitas sobre los pequeñuelos..¡No, eso es demasiado terrible! —gorjeó—. Quiero evitaros esa visión. Allí van a ser crucificados tres malhechores. Y extendió sus alitas para que los pequeñuelos no pudieran verlo. Sólo percibieron atronadores martillazos, lamentos y el barullo del populacho furibundo. El petirrojo siguió con la vista el espectáculo, y sus ojillos se dilataron por el espanto. No podía apartar su vista de los tres desdichados. ¡Cuán crueles son los hombres! —gorjeó al cabo de un rato—. No les basta clavar en la cruz a esos tres seres, sino que, además, le han puesto a uno de ellos corona de espinas. Veo claramente manar sangre de su frente, herida por la corona. Y ese hombre es tan bello y mira tan dulcemente, que todo el mundo debiera amarle. A la vista de sus martirios parece que me traspasan el corazón con una flecha. La pena del pajarillo por el ajusticiado que llevaba la corona de espinas fue creciendo por momentos. —Si yo fuera águila —pensó— arrancaría los clavos que perforan sus manos y con mis fuertes garras ahuyentaría a todos sus verdugos.El petirrojo vio cómo la sangre goteaba de la frente del crucificado, y no pudo permanecer más tiempo quieto. —Aunque soy pequeño y débil, es preciso que haga algo por ese hombre que sufre —gorjeó para sí-. Y abandonó su nido y voló por los aires. Trazando amplios círculos dio varias vueltas en torno al crucificado sin acercarse a él, pues era un pájaro tan tímido que nunca había osado aproximarse a las personas. Pero, poco a poco, fue tomando ánimos hasta llegar a la cruz y con su menudo piquito sacó una de las espinas de la frente del crucificado. Y mientras esto hacía, salpicó una gota de sangre el pecho del pajarillo, tiñendo de color rojo el delicado plumaje de su garganta. Y el crucificado abrió los labios y susurró al pajarillo: En premio a tu piedad has merecido lo que toda tu estirpe viene anhelando desde el día de la creación. Cuando el pajarillo volvió a su nido, le gorjearon sus pequeños: ¡Tu pecho es rojo, las plumas de tu garganta son más rojas que las rosas!el color no se borró nunca de su pecho, y cuando crecieron sus pequeñuelos, brilló la mancha, roja como la sangre, en las plumitas de sus pechos, tal como brilla aún hoy día en el pecho de todo petirrojo.

     
     Selma Lagerlof (1858-1940). Escritora sueca de fama universal y primera mujer en obtener un premio Nobel de literatura (1909). Amalgama en sus novelas elementos líricos, legendarios y románticos. Ocupó los últimos años de su vida en ayudar a los escritores y pensadores a esconderse, salir del país y luchar contra la dictadura alemana que oprimía a Europa, llegando a donar su medalla de oro del premio Nobel para ser subastada.

     Fue gran amiga de Lucila Godoy Alcayaga (Gabriela Mistral), la primer mujer latinoamericana en ganar el premio Nobel, en 1945.





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