PININOS
DE AMORES
Antonio
Fco. Rodríguez Alvarado
Imagen de Internet
Ricardo y Donald Cox me
invitaron ese diciembre de 1970 a pasar la temporada navideña con su familia en
la Ciudad de México, D. F. Mi gratitud
eterna a mis amigos por esta invitación. Recuerdo que fueron más de 10 días de
inolvidable vivencia y experiencia. No hubo día que no viviéramos al máximo, éramos
unos jóvenes entre 14 a 16 años, yo el mayor. Repito que, para mi fueron unas
vacaciones de sueño, pero tenía el deseo de pasar la noche de fin de año con mi
madre en Catemaco, así que acudí a la Central de Autobuses de Oriente en la
avenida Fray Servando Teresa de Mier. La fila era enorme, salía a más de una
cuadra fuera del edificio. Después de algunas horas me encontraba a unos 15
metros de la ventanilla, ya dentro del mismo, y aun así se me hacía
interminable el tiempo de espera para comprar mi boleto, de estudiante. Me puse
a leer un libro para atenuar mi desesperación, y hubo un momento en que al alzar
la vista y ver hacia el frente de la fila descubrí a una señora, ya treintona,
de tez blanca y ojos claros, viéndome fijamente, al encontrarse nuestras
miradas ella me sonrió seductoramente. Yo esquivé esa sonrisa, tratando de
ignorarla, y seguí leyendo. Cuando volví a alzar la mirada, esta vez al otro
lado de la fila, la volví a encontrar y me dirigió otra sonrisa. Esta vez sacó
unos billetes de su bolsa, para que yo los notara. Nuevamente me hice el
desatendido. Seguí sintiendo el acoso de su mirada, pero hubo un momento en que
dejé de verla, y fue entonces que ella cruzó la fila frente a mi dejándome, sobre
el libro abierto, una tarjeta de presentación: Fulana de tal. Jardines de San
Manuel, Puebla, Pue. Y escrito a pluma con grandes letras se leía “Vivo sola”. Aclaro que esta mujer en
lugar de inquietarme sexualmente, me dio miedo. Al no responderle su “invitación”
y sentir que no me interesaba, se perdió definitivamente de mi vista. Al fin
llegué a la ventanilla, sólo había cupo para una corrida de las 8 de la noche. No
lo pensé más, aunque llegara por la mañana del primer día del año, a Catemaco,
pero estaría con mi madre.
Esa noche, nuevamente en el ADO, esperando
el anuncio de la salida de nuestro autobús, por no encontrar al conductor,
salimos dos horas después. Sentimos una especie de bendición cuando finalmente
subimos al carro. Ya veníamos casi todos dormidos, cuando el conductor detiene
la unidad, y dándonos unos vasos desechables los medio llenó de sidra de unas
botellas que sacó de una nevera y nos dijo: -Señores
pasajeros, amigos míos, son las 12 de la noche, brindemos por el Nuevo Año.
Agradecimos su gentil atención. Y después de brindar y desearnos parabienes siguió
manejando.
El gesto
del conductor motivó que algunos lo comentáramos con nuestras parejas de
asiento. Yo lo comenté con la joven morena que venía a mi lado, pegada a la
ventanilla. La pareja que venía a un lado de nosotros intercambiaron palabras
con ella. Más adelante, me dijo que eran su hermana y su primo. Me di cuenta
que esta pareja venía prodigándose caricias candentes. La morena y yo no fuimos
inmunes a esa contagiante manifestación de cariño, e hicimos lo propio.
Serían alrededor de las 7 de la mañana
cuando llegué a mi casa en Catemaco. Mi madre no estaba, vi a la gatita de la
casa que siempre se sentaba a esperar en la esquina de la cuadra a que mi madre
le trajera sus topotes del mercado. Aproveché para bañarme y quitarme todo ese
olor de mi aventura amorosa, y ya limpio fui alcanzar a mi madre para apapacharla
y ayudarla con la bolsa del mercado. La gatita venía feliz atrás de nosotros
saboreando el rico olor a pescado fresco.
Esa mañana mi madre y yo festejamos el
Nuevo Año con unas ricas mojarras fritas, unos topotes en chile y limón y unas
tortillas calentadas en el comal con manteca y sal.
Ese día necesitaba descansar. Al día siguiente iría a la iglesia a confesar mi pecado, con el padre.
Veracruz, Ver. 11.02.2017
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