LA
SEÑORA YAMEZ
Guadalupe
“Pita” Amor
Imagen de Internet
Desde su robusta altivez cubierta de seda negra sostenía con arrogancia una moral inalterable.
Jefa de una de las más prestigiosas sociedades
caritativas de la ciudad, se sentía con la obligación intermitente de dar
buenos consejos.
Había logrado convencer a sus hijos desde
temprana edad, y sin tener tiempo de meditarlo mucho, para que ingresaran en
diferentes órdenes religiosas.
Sentía su dolorosa viudez compensada con
el prestigio espiritual de tener un hijo capuchino. Otro jesuita y a su niña de
novicia en una orden silenciosa.
Habitaba aun la casa matrimonial, el único
vestigio de sus años de esplendor y de abundancia.
Vivía acompañada de un inapreciable
portero y de una sirvienta que ejecutaba sus mandatos con ácida sumisión.
Sus solas ocupaciones eran las
concernientes a la obra pía que encabezaba y la destilación constante de
consejos ejemplares.
Por lo demás, quisiéralo o no, y a falta
de recursos para actividades costosas, tenía que convivir con su sirvienta.
Frecuentemente la acosaba con frases
paradójicas: “Francisca no esté barriendo la escalera, tengo jaqueca y no me
deja descansar”. Y después de unos instantes: “Francisca ¿por qué no terminó de
barrer la escalera como se lo ordené?”
La sirvienta tomaba de nuevo la escoba: “Francisca,
no vaya a salir ahora por el pan; estoy esperando un recado de la Acción
Católica”.
Y a los pocos minutos: “¿Por qué no ha ido
por el pan? ¿No ve que van a cerrar la panadería y esta tarde tengo visitas?”
Al poco tiempo gritaba: “¡Francisca,
Francisca! ¿Dónde está usted? Le he dicho que no se mueva de aquí”.
Cuando llegaban sus invitadas a tomar el
té, con la más falsa de las sonrisas daba órdenes a la criada aparentando
tratarla con una armoniosa mezcla de conmiseración y distinguido alejamiento.
Cuando quedaban solas volvía a sus titubeantes
mandatos: “¿Por qué no lavó esta mañana mis guantes? ¿No ve que son los únicos
blancos que tengo?”
Y a la mañana siguiente: “Francisca,
¿dónde están mis guantes blancos? Voy a salir y los necesito. No me diga que
los ha lavado. ¡Ande, dese prisa y démelos aunque estén mojados!”
Caminaba unos cuantos pasos indecisos y: “Francisca,
¿dónde está usted? Venga a abrocharme el corsé. ¿Por qué se tarda tanto? ¡Pero
por Dios! ¿Cómo cree usted que voy a salir con estos guantes húmedos? ¡Ande,
ande, dese prisa! ¡Cuidado! No me aprieta tanto la faja”.
Y así se encadenaban los días entre
eslabones de insistencia de la señora Yamez.
Pero por la noche, en su alcoba de espejos
marchitos, su soledad le provocaba alarmantes sudores. Entonces, con timidez
convulsiva despertaba a Francisca para que la acompañase. La hacía sentarse
cerca de ella, y del mismo modo que sus carnes se aflojaban sin recelo cuando
se quitaba el corsé, se derrumbaban su orgullo y su despotismo.
-Francisca, estoy muy nerviosa. Límpieme el
cuello que me suda tanto. Francisca mía, no sé cómo ha tenido usted corazón en
separarse de mí.
¡Ay, por favor! Fróteme la rodilla del
reuma. Yo la quiero a usted como a una hermana. ¡Tantos años viuda! Mis hijos…
y el dinero que se necesita… y luego Francisca, las intrigas de la Acción
Católica… Pero la tengo a usted. ¿Verdad que nunca me abandonará?
La paciencia de Francisca lograba
dormirla.
A la mañana siguiente, después de unas
cuantas horas de reposo, renacía en ella su cotidiano temperamento.
“¡Francisca, Francisca! ¿No le he dicho
que no barra a estas horas? No, no vaya a responderme mal. No olvide que no
somos iguales. ¡Cuidado! Yo soy la señora Yamez.
[Galería de
títeres]
GUADALUPE AMOR SCHMIDTLEIN.
Ciudad de México, 30 de mayo de 1920- 8 de mayo del 2000)
Estudió en colegios
católicos de la ciudad de México y de Monterrey. Su inquietud artística la
llevó, antes que, a la literatura, al cine y al teatro. Precedieron a su
persona, en cualquier actividad el elogio y la censura. Nunca pasó inadvertida.
Escritora agónica y metafísica, tiene en
su haber diez volúmenes de poesía y dos de prosa, su novela Yo soy mi casa
(1957) y Galería de títeres (1959), colección de relatos escritos con sangre,
llanto, soledad y miseria, sarcasmo y ternura. En ellos quizá por primera vez
en nuestra narrativa, una mujer se enfrenta, sin concesiones, a su natural
acabamiento, pero no por natural menos doloroso, en un mundo regido por el
hombre. Sus personajes están vistos con una veracidad tal que los engrandece,
no obstantes estar sacados de una realidad áspera, amarga; son dramas en los
que Guadalupe Amor recrea los aspectos más desolados de la existencia humana.
Cuento tomado del libro. CUENTISTAS MEXICANAS Siglo XX. Antología, introducción y notas de AURORA M. OCAMPO. Edit. UNAM México, D, F. 1976.
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