HISTORIAS
DE LA CALLE
Por
Pedro Cruz
Camino por la avenida
Independencia. A lo lejos diviso, casi de perfil, la fachada de la catedral de Nuestra Señora de la Asunción. Una ráfaga de viento del norte,
proveniente del mar, entra por una calle paralela al Malecón y me golpea al
rostro, inunda mis pulmones y oxigena mi ánimo. Alzo la vista: veo las nubes
inmensas golpeadas por el color oro de los rayos del sol. El tráfico es
intenso.
Una mujer de enormes
caderas, con un vestido entallado, hace volar mi imaginación. Me siento
relajado. No tengo hambre, no tengo sueño, no tengo calor; me doy el lujo de
sentirme bien, de sentirme vivo. Entonces algo llama mi atención. En el quicio
del aparador de una zapatería una figura cruel, protohumana, emite una especie
de chillido; no debe medir más de 40 centímetros.
Todas sus partes son
desproporcionadas. El tronco grande, la cabeza enorme, las manos cortas, las
piernas torcidas, la lengua bípeda, los ojos saltones. Es un ser no
desarrollado, grotesco. Me acerco. Me pongo en cuclillas a su altura. Puede
hablar. Con una voz infantil me dice: “dame algo de comer”. Me conmueve que el
destino haya sido tan inhumano y desalmado con este ser. Cosa rara en mí, le
doy un billete de 50 pesos. Lo toma, lo enrolla y se lo come.
Veracruz, Ver.
27.01.2017
Relato breve, pero rico en imaginación.
ResponderEliminarFelicidades...
Completamente de acuerdo, muy bien logrado.
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