LA
CHANECA
Del
lago de Catemaco
Antonio
Fco. Rodríguez Alvarado
Lago de Catemaco, pescador. AFRA
Aparecían tímidamente
los polícromos rayos solares encima de las montañas que circundaban el lago,
irradiando de luz y colores selváticos todo el paisaje montañoso y lacustre. El
fresco de la noche se retiraba con ella. A lo lejos, sobre las pocas casas de
la villa, las luces de las farolas se apagaban, para dar turno a la luz del
sol.
En esta forma, los habitantes de la noche,
se iban a refugiar a sus cuevas o
madrigueras. Y los de la luz, despertaban ante el fulgor y el calor del sol.
El ruido del par de remos que parecían
caminar sobre la superficie del agua,
empujaban al pescador y a su lancha en una rítmica placidez hacia la orilla del
lago.
Rufino, saltó de la embarcación y la
arrastró un par de metros de la playa. Terminó de limpiar bien su chinchorro,
guardando los topotes y mojarras en un par de cubetas con agua.
Apompo. Lago Catemaco. Alvaroromeropelaez.
Antes de dirigirse a su hogar se dirigió a
un pequeño apompal, sacando entre las raíces acuáticas de los árboles los
ategogolos y una que otra somnolienta anguila.
Esperó que Rosita, su mujer, viniera a
ayudarlo a cargar sus herramientas y el producto de su trabajo. Y al no verla,
caminó con gran preocupación a casa. Al llegar a ella, vio salir a doña María,
la curandera. Rosita, lo esperaba con el rostro lleno de lágrimas, Carmelita,
su hija, estaba enferma, con fiebre. Doña María había dicho que era un empacho
y que con unos ungüentos y un té estaría fuera de peligro.
La mujer le preparó el desayuno a su marido.
Sentada junto a él esperó, sin probar bocado, a que él terminara. Le dio un
café con bastante azúcar, y canela, antes de que éste se fuera a descansar a su
hamaca.
Rosita salió a vender la pesca de esa
mañana. De regreso traía lo recetado por la curandera, despertó a su marido y
le dio el dinero de la venta.
Rufino, como era su costumbre, salió de su
casa y se encaminó a la cantina. Le dio una bolsa con ategogolos al dueño, y se
sentó en una de las mesas con dos o tres amigos suyos. Entre tragos de vinos y
cervezas corrió la tarde.
Esta vez no regresaría solo a casa.
Rosita, al no ver mejoría de la niña, fue por él. Doña María, les dijo que ya
no había más nada que hacer por la pequeña Carmelita, que su empacho se había
enconado e iba para mal. La madre nuevamente rompió a llorar, ante la
impotencia y preocupación de Rufino. Hacia un par de años que no llegaban
médicos a la villa, por la preferencia de la población hacia los curanderos. El
médico más cercano estaba en una población distante, y por otro lado, no había
dinero. En ese momento, dentro de su dolor, él se sintió culpable.
Ni las plegarias ni los ruegos a la Santa
Virgen del Carmen, fueron suficientes. La pequeña alma de su Carmelita, había
abandonado su cuerpo.
Lago Catemaco. AFRA.
Rufino dejo de tomar. Rosita,
comprendiendo su dolor, lo apoyó en todo. Una semana después, él retomó su
trabajo. Alejándose de la costa más de lo acostumbrado para que ningún otro
pescador lo viera o escuchara llorando. Cada una de sus lágrimas bajaba intacta hasta el fondo del lago, golpeando y
removiendo su sedimento de frío lodo volcánico, despertando a los entes del
lugar. Fue en estos sitios donde él creyó escuchar una pequeña voz de mujer y
de ahí un chapoteo, que se repetían en dos o tres ocasiones. Intrigado le
comentó ésta experiencia a su mujer, quien después de escucharlo le sugirió que
fueran a ver a don Juan, el más anciano pescador. Don Juan, no cabía de júbilo
en sí mismo. No podía creerlo. Lo que él siempre supuso, era real. Él sabía que
el lago era un lugar encantado. ¡La chaneca, la chaneca! ¡Es la chaneca!
Gritaba todo emocionado.
Después del gran momento de felicidad, don
Juan, le ofreció a Rufino decirle un gran secreto, el cual no tendría que ser
escuchado por ninguna mujer.
A las 12 de la noche de los días martes y
viernes, Rufino rezaba, en ese lugar encantado, las oraciones enseñadas por don
Juan, y a la vez, echaba al agua pedazos de copal, alimento muy apreciado por
la chaneca.
A la séptima noche Rufino escuchó
claramente la pequeña voz. Volteó la cabeza para todos lados tratando de ver a
la chaneca, lo que nunca consiguió porque ella era de aire igual que su voz.
Supo que ella se acercaba a él al escucharla mejor. Y ella le dijo: - Veo que
eres un buen hombre, y noto que tienes un gran dolor dentro del pecho, tu
corazón que debe ser de rosas y flores, lo tienes hecho de piedra. Gracias por
propiciarme, por traerme el divino copal. A partir de este momento tu corazón
volverá a ser de rosas y flores. Podrás adivinar el futuro, y sobre todo
tendrás EL PODER DE CURAR, pero quiero que sepas que ante lo inevitable no
tenemos ninguna solución. Cuida mucho este poder, que solo puedes perder ante
la soberbia y la avaricia. Por cada favor te será dado recibir, más nunca
pedir.
Un chapoteo lo regreso a sí mismo.
El destino había cumplido su función.
Ahora él, tenía el poder, el conocimiento. La experiencia la obtendría día tras
día. Él era joven aún... le quedaba mucho camino por recorrer.
Rufino se sintió liberado de la pesadumbre
que lo acongojaba, y con renovados bríos bogó hacia la orilla.
Él no sabía que...
Rosita, acariciándose el vientre, desesperada aguardaba en la playa para darle una magnífica noticia.
¡Precioso relato!
ResponderEliminarGracias estimado amigo José Manuel, un gran abrazo.
EliminarMe encanto!
ResponderEliminarGracias Conchita. Me enamoré de como salió esta leyenda. Un cariñoso abrazo. Saludos.
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