APOMPO
Tomás
Uscanga Constantino
Imagen de Internet
UNA tinta china para tu
nobleza antigua. Un biombo de seda para tus raíces de agua. Una instantánea para
tu presencia eterna.
Cuando llueve, el apompo se lava las manos
que después el sol barniza con lacas de un verde oscuro como el atardecer. Cuando
hace sol, las lavanderas arriman a su tallo las bateas y le lanzan burbujas de
espuma que se desvanecen como estrellas fugaces en su fronda.
Cuando florea, el apompo se llena de rayos
que apuntan hacia el sol, que compiten con el sol, que eclipsan el sol con sus
aromas.
Los frutos del apompo son grandes y
alargados, más grandes y redondos, pero con la misma textura que el zapote
mamey. Quienes los ven se los quisieran comer, pero estos frutos están hechos
para adornar: son jícaras llenas con el agua del tiempo, son farolitos
japoneses que esconden velas derritiéndose en jugos acidulces donde se
concentra el sabor de la laguna.
Apenas en la lozanía de su juventud el
apompo se ve invadido por toda clase de parásitas que llegan a hacer casa en su
casa: vecinas abúlicas a las que les da flojera agacharse a tomar agua y
prefieren beberla de los brazos del apompo: bromelias que revientan en largas
varas floridas, pitahayas magentas y rojas como nenúfares terrestres,
encopetados gallos y pachonas gallinitas que cacarean y ponen huevos en los
nidos. Y con este continuo chuparle la sangre, el apompo se hace viejo en un dos
por tres. Porque nació para ser viejo. Para dar consejos con su sabiduría de
anciano. Para ser venerado como templo de Dios.
Y su tronco se bifurca, se comba, se
pliega en dobleces hondos, formando huecos donde entrar a habitar los chaneques;
las raíces se le salen, se le juntan con el tronco, se balancean en olas
semejantes a las de la laguna, se quedan estáticas como arroyos petrificados; y
sus ramas y su fronda se distribuyen en líneas escuetas, sobrias, como si una
mano maestra las dispusiera en armoniosos ikebanas, en cuidados bonsáis para
halagar los ojos.
Sus hermanos lo ven envejecer con respeto:
los amates, las ceibas, los robles, los jobos, las macayas, los dagames
perfumados, los almendros, los borreguitos se le quedan viendo y no les queda
más que admirar su tranquila, su sencilla perfección, porque el apompo nació
para adornar.
Sus frutos no se comen, sus flores no
sirven para llenar jarrones, sus hojas no se usan para hacer té, ni con su
tronco ni con sus raíces se hace brujería; sin embargo, el apompo todo llena,
el apompo todo es un ramo de belleza, el apompo todo es curativo, el apompo
todo es brujería…
Una acuarela desvanecida por el recuerdo. Un
trazo de caligrafía de una mano cordial como tus hojas. Una voz familiar,
honda, lacustre: apompo.
Apompo. Pachira
macrocarpa (Schl. et cham). Árbol, frondoso, corpulento, vistoso y de 25 a 30
m. de altura, de la familia de las
bombacáceas. Las hojas, largamente
pecioladas, se componen de 6 a 8 hojuelas elíptico-oblongas, de 8 a 10 cm.,
coriáceas y lisas. Las flores, casi blancas o poco amarillentas, presentan
estambres largos y purpúreos, que forman un tubo. El fruto, color zapote mamey,
es subgloboso ovoide, de 20 a 30 cm. y con peso de 1 a 3 Kg., mismo que se abre
en 3 valvas. La semilla es del tamaño de una castaña y se come tostada o
hervida, tiene sabor a papa. Se encuentra a lo largo de los ríos,
principalmente de Tabasco, Veracruz y Oaxaca. || Como apompo se conoce también
a Pachira aquatica de Veracruz, Tabasco y Chiapas. Alcanza los 15 a 20 m de
altura. Parecido a la especie macrocarpa, sus hojuelas son de 5 a 7,
oblongo-elípticas u oblanceoladas, de 8 a 20 cm.; y sus pétalos, de 20 a 30 cm.
Sus semillas son comestibles, frescas o asadas; y las flores y las hojas
jóvenes pueden comerse como una verdura. Tanto a ésta como a la especie
anterior se les conoce también por zapote de agua, zapote bobo, zapote reventador,
ceiba de agua y kuy-ché, en lengua maya; moli-tau, matozman (chinanteco, Oax.); axiloxóchitl, acamoyote (náhuatl); clavellina blanca (Chis.); litskoni (totonaco, Ver.); pitón, tura, ture (Mich.); xcuiché (Mich.); guacta (sur de Ver., Tab. y norte de Chis.). Tomado de mí libro Los Tuxtlas… y de Árboles tropicales de México. T.D. Pennington y J. Sarukhán. Primera edición 1968. UNAM, Fondo de Cultura Económica.
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