EL
SUSTO
Tomás
Uscanga Constantino
Imagen de Internet
ENTRÓ al cuarto en penumbras y oyó la voz. Era como un quejido apenas perceptible, como un rumor… Se asustó tanto que hasta tiró la vela que apenas iba a prender para alumbrarse.
Salió al fresco del corredor a tomar aire.
Se sentó en un sillón. No bien se había acomodado cuando volvió a oír el
rebullir de voces, esta vez más nítido: como que alguien le reclamaba, le
suplicaba: por favor…
No dudó más y se fue a casa de tío
Tabiano, el curandero. Llegó sofocado por la agitación:
-
Tío, ayúdeme usté… Oigo voces…
-
¿Qué clase de voces?
-
Como que alguien me persigue, me pide
algo… Unas veces es como voz de mujer: finita, delgadita; otras, como voz
dihombre, más gruesa, como si fuera un ronroneo de gato, y otras es un
revoltijo de voces que argüendean entre ellas, como enojadas…
-
¿Dónde oíste esas voces?
Primero en el cuarto, después en el corredor, y ´hora que
venía yo pa´acá me di cuenta que las traigo conmigo, que me andan como
sacudiendo, enchinándome el pellejo… ¿No serán ánimas en pena que quieren que
les rece pa´sacarlas de apuros?
-
A ver, ven acá, acércate.
El brujo puso su mano en la frente del
asustado, después en el pecho, la fue bajando lentamente hasta el estómago, apretó
un poco: el gruñido se dejó venir impetuoso, con desesperación.
-
¿Eso es lo que oyes?
-
Sí…
-
Son tus tripas menso. Tú eres de los que
se espantan hasta de su sombra… ¿Ya cenaste?
-
Algo…
Pos hay que ir a seguirle dando a la
panza, pa´que ya no te espante. No tienes nada, hombre… aunque eso de las
ánimas y del rezo no andabas tan errado. Las tripas son como ánimas en pena que
rezan pidiendo el pan nuestro de cada día. Así que ¡te me vas de una buena vez
a rezar por ellas… pero con un buen caldo de topotes! ¡Ya deja de estarme
quitando el tiempo! ¡Yo no soy curandero de tripas!
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