“LA
BRUJA”
Antonio
Fco. Rodríguez Alvarado
Imagen de Internet
Anoche, como es
habitual, me estaba quedando dormido leyendo. Recuerdo que los bostezos me
jalaban hacia la recámara. Me resistía
por estar atrapado en una apasionante lectura. Así que, para hacer sinergia a
mi pasión me levanté del asiento y me serví una taza de negro y caliente café.
No me sirvió por mucho mi estrategia. Opté por hacerle caso a mis bostezos. Me
acosté boca arriba sin dejar de leer. En dos o tres ocasiones, me venció
nuevamente el sueño, cayendo y golpeándome el libro sobre la cara. Algo que yo
disfrutaba. Claudiqué a mi lectura y me acomodé para dormir.
Unos toquidos ininterrumpidos a la puerta hicieron
levantarme para averiguar quién tocaba a esas horas de la
noche. Antes de abrir pregunté quién era y nadie me contestó. Intrigado abrí la
puerta y en efecto, nadie había. Excepción de un maloliente aroma humano. Es mí cansancio de tantas noches sin dormir bien –pensé.
Me acosté nuevamente a dormir. Pero ya no
pude conciliar bien el sueño, escuchaba ruidos fuera de casa. Y mis narinas se
habían impregnado del miasma de la entrada. Trataba de no darles importancia
alguna. Me venció nuevamente el cansancio y me quedé dormido, pero creo que no fue por
mucho tiempo. Entre sueños escuché el estrépito y el caer de cristales junto a
mi cama. Sentí que una férrea mano me jalaba de un brazo. En ese momento supe
que no estaba soñando, que no era presa de una terrible pesadilla. Abrí los
ojos y me espanté de ver una cabeza con greñuda cabellera y la horrenda faz de
una mujer cuyos ojos azabaches tenían destellos vesánicos. Realmente estaba empanicado, bloqueado de terror. Para entonces,
ella ya había sacado parte de mí brazo por la ventana y lo mordía queriendo
comérselo. El dolor me hizo retorcer todo el cuerpo. En eso reparé en el gran
crucifijo metálico que estaba sobre la cabecera de mi cama, y con un
sobreesfuerzo lo agarré y con él empecé a golpear la mano que me sujetaba.
Escuché sus quejidos que más bien sonaban
como monstruosas carcajadas, soltó mi brazo y arremetió queriendo romper la
ventana que nos separaba. Cerré con mucha dificultad las dos hojas de la misma,
y rezando me atreví a recargar el crucifijo en ellas pensando en que fuera una
bruja u otro ser endemoniado.
Realmente sentí que estaba llegando al
límite de mis fuerzas, aumentando mi preocupación y mis miedos. Cerraba mis ojos
pensando que al volverlos abrir despertaría de esta cruenta pesadilla.
A lo lejos, se oía el ulular de la sirena
de una ambulancia, la cual se acercaba a gran velocidad. Escuché que frenó con
rudeza del otro lado de mi ventana, oyéndose distintas voces, gritos, fuertes pisadas
corriendo. Alguien gritó – ¡la tengo! y al unísono sonaron las monstruosas carcajadas.
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