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viernes, 20 de enero de 2017

LA SABIDURÍA DE DON TIMOTEO Fund. Televisa

SALOMÓNICA DECISIÓN
LA SABIDURÍA DE DON TIMOTEO: CUENTO DE JUSTICIA
FUND. TELEVISA

Imagen de Internet

En la región de Los Tuxtlas, en el estado de Veracruz, hay una casita de adobe perdida en las montañas. Allí vive don Timoteo, un anciano a quien todos consideran el hombre más sabio del lugar. Don Timoteo no es juez ni ocupa algún cargo público. Sin embargo, la gente que vive en los caseríos cercanos suele ir a verlo con el fin de que resuelva los conflictos surgidos entre ellos. Su palabra es ley. Esto quiere decir que todos lo respetan y acatan sus resoluciones. Cuando él ordena algo, no hay quien se atreva a desobedecerlo. Una mañana llegaron hasta su vivienda dos muchachos. Venían de San Andrés. Lo encontraron afuera de su casa, sentado en un equipal. Conversaba con un matrimonio que había ido a pedirle consejo, así que los recién llegados tuvieron que esperar su turno. Una vez que la pareja se retiró, don Timoteo hizo un ademán para que los muchachos se aproximaran.


     Cuando estuvieron cerca, el anciano los reconoció: eran Artemio y Eduardo, los hijos de un próspero ganadero fallecido días antes. “Bienvenidos, jóvenes. Lamento mucho la muerte de su padre, era un buen hombre”, les dijo. Luego preguntó a qué se debía su visita. Aun antes de que alguno comenzara a hablar, el anciano se dio cuenta de que existía entre los hermanos una gran rivalidad. Sus rostros reflejaban odio. Artemio tomó la palabra para explicar que su padre les había heredado una fortuna, la cual no era muy grande pero tampoco pequeña. El ganadero había dividido sus bienes en dos partes para que, al morir, cada uno de sus hijos recibiera lo mismo que el otro. “Qué bien”, les dijo don Timoteo. “Pero no veo cuál es el problema.” Entonces hablo Eduardo: “Lo que sucede es que papá dispuso que ambos recibiéramos la misma cantidad, pero mi hermano se quedó con la mayor parte de la herencia. ¡Eso no es justo!” Estas palabras alteraron a Artemio, quien lo interrumpió: “¡Es mentira! Fuiste tú quien se quedó con más”. Cada hermano acusaba al otro de ser un ladrón.



     Ambos comenzaron a gritarse. Luego se pusieron de pie, como si se dispusieran a pelear. Don Timoteo los observó sin decir nada mientras acariciaba su larga barba blanca. Pasado un rato, hizo un gesto para imponer silencio y exclamó: “Dejen de discutir y vuelvan a sentarse”. El anciano reflexionó durante unos segundos. Se dio cuenta de que los hermanos estaban dominados por la codicia, y eso les impedía pensar con claridad. “Vamos a ver si entendí —dijo—. Tú, Artemio, afirmas que tu hermano se quedó con la mayor parte de la herencia. ¿Estás seguro de que fue así?” Artemio asintió con la cabeza. “Y tú, Eduardo, dices que eso no es cierto, que es tu hermano quien recibió más que tú. ¿También estás seguro?” Eduardo dijo que sí. Entonces el anciano se puso de pie para dar su veredicto. Dijo que, si los dos estaban convencidos de que el otro se había quedado con una parte mayor, él les ordenaba intercambiar sus respectivas herencias: “Artemio, entrégale tu parte a Eduardo. Eduardo, haz lo mismo con la tuya. Así los dos estarán satisfechos, pues ambos aseguran que el otro tiene más”. Luego de decir esto, don Timoteo les ordenó que se fueran. Durante el camino de regreso, los hermanos se dieron cuenta de la sabiduría del anciano y reconocieron que ambos se habían dejado cegar por la ambición.


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