VIOLÍN
Historia
de un violín que nadie quería
Felipe
Ramón Río
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Llegue a Veracruz a
principio de los años sesenta procedente de la capital para trabajar en una
compañía Veracruzana, invitado por un tío político.
Esta empresa mayorista,
importadora de productos de ultramar, comercializadora, compradora y
revendedora de productos del campo, dueños de una prestigiada marca de café y
además una de las principales ferretera de la regional, era muy conocida en
todo el sureste de la república hasta Yucatán.
Mi trabajo era de
ventas, de atención al público que llegaba a comprar directamente al mostrador
de la empresa. La mayor parte eran clientes foráneos dueños de grandes negocios
que compraban fuertes cantidades de productos para revender en sus respectivas
localidades.
Entre tantos clientes
que atendí en los diez o doce años que trabaje en ese lugar, recuerdo algunos
que marcaron mi vida por sus enseñanzas y personalidades.
Miguel Ruz era un
hombre de baja estatura de aproximadamente 65 años, delgado, Moreno pelo lacio
muy negro, ojos oscuros vivarachos, serio, pocas veces sonreía, hombre dinámico
su andar era ligero gozaba de gran vitalidad, parecía incansable.
Nació cerca de Mérida
en Yucatán, su residencia era en Veracruz, se dedicaba al comercio entre este
puerto y algunos del golfo y del Caribe, principalmente Cozumel y Chetumal. Se
transportaba con sus mercancías en alguno de los barcos de cabotaje que en esa
época daban ese servicio, si no me falla la memoria uno de ellos se llamaba
Papaloapan.
Cuando llegaba a la
Casa Venta fundada por una familia de españoles, lo atendía casi siempre uno de
los dueños Francisco Obaya. Don Miguel compraba varias toneladas de productos.
En ese entonces no había buenas comunicaciones terrestres todo se hacía por mar
por lo que Veracruz era el principal abastecedor del sureste. Las grandes
empresas, cementeras, cerveceras, aceiteras, harineras, ferreteras etc. enviaban
sus productos por ese conducto.
Un día llegó don Miguel
Ruz para efectuar sus compras como siempre, lo acompañaba un personaje de
aspecto totalmente Maya bajo de estatura, robusto, cabeza "redonda"
vestía una guayabera y un pantalón de una blancura Inmaculada impecablemente
planchados. Me llamo la atención porque abrazaba contra su pecho un viejo
estuche de violín.
Cuando Don Miguel
terminó de realizar su pedido le presentó a Don Pancho O su acompañante quien
puso el estuche sobre el mostrador lo abrió y extrajo un violín.
Mientras yo atendía a
otro de los clientes importantes de la empresa no podía dejar de mirar de reojo
el instrumento y lo que acontecía, Don Pancho llamó a su tío Don Severino O.
Otro de los socios de la Casa Venta (El Alba) quien leía el periódico, ajeno a
lo que estaba sucediendo sentado en un sillón de la recepción, se integró al
grupo. Siguieron con la plática hasta que Don Severino movió varias veces la
cabeza en señal de rechazo. En ese momento me acerqué a ellos para sumar la
lista del pedido de Doña Esperanza Molina en la gran sumadora Mecánica que
estaba junto a ellos. El señor Bolio invitaba a los señores Obaya a leer en el
interior del violín una etiqueta pegada en el fondo, a lo que se negaban,
movido por la curiosidad me asomé a una de las aberturas del instrumento y lo
primero que percibí me dejó atónito, eran las palabras Antonius Stradivarius
Cremona Faciet anno 1731, me emociono mucho leer la etiqueta y solo alcance a
decir, parece que es un Stradivarius.
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Tenía 17 años cuando
aprendí a tocar la guitarra y estuve durante tres años en una orquesta de
cuerdas de 30 miembros por lo que estaba muy familiarizado con los
instrumentos. Me atreví a tomar el violín, y me sorprendió su poco peso, se
notaba su calidad además de su belleza.
Regresé a atender a la
Sra. Esperanza quien estaba atenta a lo que sucedía y me pregunto ¿qué pasa con
ese violín? En eso, me acorde que la señora muy adinerada era aficionada a
comprar alhajas y antigüedades como inversión a futuro. Le contesté que el
señor yucateco quería vender su violín pero los dueños del negocio no se
interesaban por él y agregué tal vez a usted le pueda interesar es un
instrumento que a mí me parece muy interesante para invertir, lo compraría si
tuviera los recursos, pero no puedo.
Doña Esperanza era alta
rubia de ojos azules, tendría tal vez entre 60 y 65 años era de una extraña
belleza su rostro denotaba a veces la dulzura de un bombón y a veces la fuerza
y dureza del acero más templado. Siempre vestía ropa larga de lino almidonado
de blanco inmaculado. Un día que ella buscaba algo entre sus ropas alcance ver
tremendo revólver de grueso calibre.
Como dicen por ahí... "era de armas tomar".
Como comerciante que
manejaba mucho dinero en efectivo, tenía que tomar sus precauciones y no dudo
que supiera manejar muy bien su arma, por lo menos la fuerza, el carácter y la
decisión, los tenía. Desde que la conocí nos unió una gran afinidad le caí bien
y siempre quiso que la atendiera personalmente. Aunque era muy hermética con
los demás a veces me confiaba algunas de sus cosas por eso sabía de su afición
a invertir en alhajas y antigüedades.
En el momento que los
señores Yucatecos se retiraban ella los alcanzó y les pidió que les enseñaran
el violín, lo tomó delicadamente en sus recias manos, volteó hacia mí
preguntándome si valía la pena comprar ese instrumento desarmado sin cuerdas,
le dije que sí que lo importante era "el cajón" lo demás se podía
conseguir fácilmente en la Casa Vercamp de la capital, en cuanto al precio que
lo querían vender era más o menos el de un buen violín nuevo de la época. Podía
ser un gran negocio a futuro si el violín era genuino y si era una copia
también porque se ve muy fino agregué.
Estuvo presente todo el
tiempo el Sr. Ramón Molina sobrino y hombre de confianza de Doña Esperanza ésta
le dirigió unas palabras, se fue a unos de los camiones que estaban cargando en
el patio de la empresa , regresó con una bolsa de tela finamente bordada a mano
con motivos florales de la cual la señora extrajo y contó unos billetes
entregándolos sonriendo al Sr. Bolio quien sin contarlos los tomo regresándole
la sonrisa con una media reverencia.
Al día siguiente llegué temprano al café de la Parroquia a tomar mi desayuno con unos amigos, me
encontré con los Yucatecos desayunando en una de las mesas cerca de la entrada
y me invitaron a tomar un café lo cual acepte con mucho gusto. El Sr Bolio
(nunca pude recordar su nombre completo) me agradeció el apoyo para que pudiera
vender su violín. Aprovechando la oportunidad le comunique mi inquietud por
saber el origen del mismo. Si la memoria no me falla esto es más o menos lo que
me contó. (Don Miguel me traducía sobre la marcha las palabras y expresiones
sea yucatecas sea mayas que yo no entendía.) Fue muy divertido.
Mi bisabuelo contaba,
que hace mucho tiempo por allá de los principios del siglo XIX sus antepasados
se dedicaban al cultivo del henequén en una pequeña hacienda en las afueras de
un pueblito que se llamaba Tzilam, hoy es una ciudad, puerto de cabotaje y
pesca bastante importante (ese nombre si lo puedo recordar fácilmente porque al
instante lo asocie con el de tzigane que son los violinistas gitanos) A veces
venían algunos barcos a cargar productos del henequén. En una ocasión llegaron
a la hacienda un grupo de extranjeros con un herido en una camilla improvisada
pidiendo asilo temporal porque necesitaban de urgencia un médico. Se movilizó
todo el personal para ayudar a colocar con muchos cuidados al enfermo en un
catre de tijera previamente habilitado con ropas de cama que los visitantes
traían en un baúl forrado de cuero, el enfermo era de gran estatura, muy
fuerte, musculoso, de piel bronceada su rostro enmarcado por una larga pero
bien cuidada cabellera canosa y un gran bigote negro se veía pálido con un
rictus de dolor, sudaba profusamente. A veces se retorcía, no encontraba
posición alguna para disminuir su dolor.
Uno de sus acompañantes
parecido físicamente al enfermo pero más joven le sostenía una mano y le
acariciaba la cabeza tratando de darle valor y tranquilidad en un idioma que
dicen era Francés. Otro tocaba en su violín una melodía que el enfermo pedía
con una seña una y otra vez mientras al músico se le escurrían las lágrimas.
Una hermosa y joven mulata limpiaba el sudor de su frente con una toalla que
enjuagaba en agua fresca y le daba de beber algo que parecía un té de hojas.
Mientras, otros cuatro varones, quizá marineros observaban de pie un poco
retirados.
Cuando llegó el médico
todos se apartaron del catre menos la joven mulata quien destapó una pierna del
enfermo, le quito unos vendajes improvisados. Tenía la pierna exageradamente
hinchada parecía el doble de grueso que la otra, olía muy fuerte. Y arriba del
tobillo estaba como cercenada, tenía una plasta de hojas que el médico
cuidadosamente retiro y las tiro en la misma vasija donde la mulata había
tirado las vendas.
Haciendo un movimiento
de desaliento con la cabeza el médico pregunto qué le había pasado a lo que uno
de los acompañantes que hablaba bien el español. Le explico, tuvo un accidente
a bordo del barco parece fractura del tobillo o algún hueso del pie, siguió sus
actividades, y cuando ya no aguanto más el dolor, tuvimos que cortarle la bota
porque a pesar de ser bastante holgada no se la pudimos sacar, se le había
hinchado la pierna y una correa de cuero con un amuleto que tenía amarrada en
el tobillo le cerceno la piel perdiéndose en el surco de la herida. Le cortamos
la pulsera pero la pierna estaba muy dañada y la herida muy profunda, lo
atendimos lo mejor que pudimos con los recursos de abordo pero tardamos
demasiado en llegar a tierra para buscar un médico.
El doctor muy
apesadumbrado moviendo la cabeza les comunicó que él no podía hacer nada para
el enfermo ni siquiera amputándole la pierna, la gangrena estaba muy avanzada y
era un milagro que todavía viviera. En unas pocas horas o quizás minutos
perderá el conocimiento y de ahí es difícil que regrese, su temperatura es
demasiado alta y la verdad debe de ser muy fuerte por haber aguantado esto. Lo
único que podemos hacer es encomendarlo al señor o a quien le tengan fe. Se
retiró el médico, el hombre más alto que se parecía al enfermo le quiso entregar
unas monedas de oro pero este con la mano gentilmente las rechazó.
El que hablaba español
pidió que trajeran un cura que se le pagaría bien pero al indicarle que no
había sacerdote católico en el pueblo, cruzo unas palabras con el grandote y al
voltearse dijo que no importaba que fuera de cualquier religión, entonces le trajeron
una vecina que sabía rezar y la aceptaron. Pocos minutos después de los rezos,
el hombre del violín entonó una música suave algo así como religiosa que
llegaba hasta el alma. El enfermo medio abrió los ojos dijo unas palabras que
nadie entendió, trato de levantar la cabeza apretando la mano del grandote pero
su cuerpo se aflojó y entregó su alma al señor. No hubo llantos por parte de
los visitantes solo un beso del grandote en la frente del difunto que
probablemente era su familiar, pero las muchachas de la servidumbre lloraban a
moco tendido.
Ya era de noche.
Rápidamente envolvieron el cadáver en las ropas del catre lo colocaron de nuevo
en la camilla, recogieron sus cosas, pidieron prestada una pala, solicitaron
que alguien les indicara donde estaba el cementerio y los acompañara para
regresar la herramienta y se fue todo el grupo a paso veloz. Se notaba que
tenían prisa. Dos peones se fueron con ellos para guiarlos y ayudarlos. Eran
como las cuatro de la madrugada cuando regresaron con la pala y una bolsa con
unas monedas de oro para que las entregaran a su patrón. Contaron que
enterraron el cadáver en el lado del cementerio que daba a la playa, con la
cara mirando hacia el mar y clavaron en la tumba una Cruz de madera arrancada
de otra. A lo lejos un gran velero destacaba a la luz de la luna. Corriendo por
la playa llegó una persona que les grito invitándolos a seguirles y sin más,
todos se fueron desvaneciendo en la oscuridad. Al día siguiente el barco ya no
estaba.
Eso es lo que solían
contar mis antepasados. Maravillado por el interesante relato del Sr. Bolio le
pregunte ¿y el violín cómo llegó a ustedes? Porque supongo que era el mismo que
les compró Doña Esperanza.
-Si efectivamente se me
olvidó, resulta que con la prisa de regresar al barco no se sabe si dejaron a
propósito o se les olvidó el baúl de la ropa. El caso fue que lo guardaron sin
revisarlo porque estaba cerrado con llave (y estaba casi vacío) en un tapanco
de la Hacienda por si regresaban.
Con el tiempo el
negocio del henequén se vino abajo, mis familiares no podían sostener la
Hacienda ya muy deteriorada, la vendieron y se trasladaron a Mérida. En la
mudanza entre otras cosas apareció en el tapanco el baúl de cuero casi intacto.
Al abrirlo, la ropa estaba muy manchada y deteriorada, pero en el fondo, bien
protegido, estaba un estuche con el violín, nadie supo que estuvo ahí por tanto
tiempo, lo heredó mi abuelo que antes de morir se lo dio a mi padre y él me lo
regaló, diciéndome ten, arréglalo y aprende a tocarlo. Con las cuerdas
convertidas en polvo y varias piezas sueltas, lo limpié cuidadosamente le quité
algunas manchas con un aceite para madera y como no me servía para nada y no
tenía la menor intención de convertirme en Músico, lo guarde varios años en mi
armario. Soy el último de la familia, me casé y, enviude hace dos años, no
pudimos tener hijos estuve a punto de regalarlo pero mejor decidí venderlo pero
no lo pude lograr ni en Mérida, ni en Veracruz donde se lo ofrecí al dueño de
la casa Ranero. Ni con los señores Obaya, Dueños de la casa Venta. Hasta que tu
interviniste con la señora Esperanza Molina Vda. de Yelmi. Movido por la
curiosidad le hice una pregunta con la advertencia de que fuera la ‘última
porque ya habían pedido la cuenta y tenían prisa. ¿Le contaron algo de cómo
eran esas personas que llevaron al herido? Solían decir que eran extranjeros,
gentes distinguidas, bien vestidas con ropas diferentes a las nuestras con
algunos adornos de oro o plata en sus ropas y, cultas porque entre sí se
comunicaban en varios idiomas diferentes. En mi familia se solía decir que eran
piratas, pero mi bisabuelo pensaba que eran comerciantes, eran demasiado
pulcros y educados para ser maleantes. Les agradecí el café y nos despedimos
después de estar escuchando al Sr. Bolio casi por dos horas.
Poco tiempo después me
separé de la empresa para trabajar por mi cuenta y nunca más supe de los
yucatecos ni de la Sra. Esperanza que falleció por esos tiempos, eran finales
de los años sesenta. Me casé, tuve tres hijos, mi negocio prosperaba, estaba tranquilo
y un día mi compadre el doctor Jorge Pascual Esquinca Me invitó a visitar una
paciente de 13 o 14 años que tenía un comportamiento muy extraño, ni él ni sus
colegas neurólogos, podían curarla y hasta la querían operar, pensando que era
un problema del cerebro. En esos tiempos estudiaba Dianética, la ciencia de la
salud mental creada por Ronald Hubbard un físico norteamericano. La fuimos a
atender y debido a los conocimientos adquiridos pude descubrir inmediatamente
la causa, le hice un proceso de ayuda hasta traer a tiempo presente lo que le
atormentaba y la hacía escapar de la realidad y al estar plenamente consciente
del asunto se curó y no hubo necesidad de operarla ni darle medicinas
psiquiátricas que lo único que provocaban era atontarla y empeorarla.
Esta muchacha, la traté dos días y supe después por mi compadre Jorge, que era sobrina nieta de la Sra.
Esperanza Molina y él, era el médico de toda la familia. Pasaron los años tuve
un cargo muy importante por el cual visitaba periódicamente el pueblo de doña
Esperanza.
Soy socio de un club de
servicio del cual llegue a ser Gobernador Distrital. En una ocasión en que
tuvimos una reunión en la sala de cabildos del ayuntamiento, en un receso se
acercó a mí una joven y hermosa dama que acaba de ingresar como socia en el
primer club de damas del distrito.
Con una hermosa sonrisa
me preguntó ¿es usted el Sr. R.R.? Si contesté intrigado, ¿no me reconoce? La
verdad no, se me hace familiar pero no. Ampliando la sonrisa agregó soy Carmen
la sobrina del Sr. Ramón Molina. ¡Como la voy a reconocer! si han pasado más de
treinta años, usted era una jovencita y ahora mire cómo se convirtió, en una
hermosa Dama.
Nos comprometimos a
tomar un café. Y al día siguiente nos pusimos mutuamente al corriente de
nuestras vidas. En ese momento nació una gran afinidad y amistad que nos llevó
de vez en cuando a reunirnos a tomar un café o desayunar o una buena comida
según el tiempo y las circunstancias de cada quien.
Mi esposa en ese
entonces padecía de Alzheimer en un grado avanzado que finalmente la llevó a un
infarto fulminante años después.
Quedé viudo pero soy
una persona que no se adapta a vivir solo, menos con dos infartos. Después de mucho
pensar y buscar entre mis amistades femeninas con quien pudiera rehacer mi vida,
llegue a la conclusión que la mejor decisión era optar por Carmen, que era
divorciada, si ella aceptaba, ya que tiene 25 años menos que yo.
Me lancé a la tarea de
conquistarla y finalmente aceptó casarse conmigo si la recibía con todo
el" paquete" es decir dos hijas, cuatro mascotas caninas, dos loros y
como (agregado cultural) un yerno.
Así fue como llegue a
ser parte de la familia de la difunta Doña Esperanza y de su sobrino Ramón
quien actualmente tiene 90 años con algunos problemas de salud propios de la
edad.
Un día que fuimos a
visitar a Don Ramón, sus hijas se quejaban que la mascota de la casa, un
precioso bóxer, casi a diario de día o de noche ladraba como enloquecido a algo
que el percibía en el gran patio o en alguna de las bodegas. Esa casa
perteneció a la Sra. Esperanza donde tenía sus negocios, varias bodegas y la
casa donde vivía toda la familia. Se la vendió a su sobrino pero siguió
viviendo ahí hasta que falleció.
El gran patio estaba
rodeado de macetas con plantas de ornato y una docena de pésimas reproducciones
de yeso en tamaño reducido de algunas famosas estatuas romanas y griegas. La
mayor parte estaban muy deterioradas. Les sugerimos que quitaran esas estatuas
las tiraran o las destruyeran porque se notaba (que despedían mala
"vibra"). Así lo hicieron y aprovechando la ocasión también quitaron
muchos fierros y cachivaches que estaban regados por todos los rincones.
Semanas después en
nuestra siguiente visita, nos informaron los parientes que el “King”, la
mascota ya no ladraba en el patio pero si en el interior de la casa en lo que
fueron los aposentos de Doña Esperanza, se le enfrentaba a algo invisible. De
común acuerdo decidimos quemar todas las pertenencias que quedaban de la Sra.
Blanca (así le decían los parientes que la vieron deambular de noche por la
casa vestida como en vida, de ropa de un blanco impecable.) Habilitamos en el
patio un par de grandes tambores de lámina y empezamos a quemar revisándolos
primero todos los papeles, revistas, libros viejos, propaganda un sin fin de
cosas inservibles. Después sus sobrinas decidieron vaciar el gran armario de la
señora porque según ellas lo utilizarían quién sabe para qué. Don Ramón estaba
atento y cuando una de sus hijas le pidió la llave del viejo ropero me llamó; -ven
ayúdame. Me llevo a su cuarto abrió el armario y me enseñó un cajón que no
podía abrir con ninguna de la docena de llaves que tenía amarradas con un
cordón. Después de estudiar la situación, (yo tuve una cerrajería en mi primer
negocio y aprendí algunas mañas), le pedí que me trajera un cuchillo de hoja
ancha y fuerte y lo metí por una rendija y pude abrir la chapa, sin forzarla.
Ahí estaban varias llaves y objetos personales, escogió una al mismo tiempo que
me decía, entretén a mis hijas con las fogatas mientras voy a llevarte una
sorpresa a tu camioneta procura que no estén puestos los seguros, ¿de qué se
trata? pregunté un tanto sorprendido -es algo que probablemente no te acuerdes
pero entenderás cuando lo veas. No hagas ningún comentario, nadie de la familia
debe de enterarse.
Me regresé al patio
para seguir echando cosas a las fogatas y revolviendo las cenizas con un
rastrillo mientras las hijas de don Ramón acarreaban cartones con papeles de la
oficina de Doña Esperanza. Observé de reojo al abuelo que aprovechando un
momento en que las hijas estaban al interior, llevo algo envuelto en un abrigo
y lo metió en la camioneta. Se acercó a mí como si nada y a la primera hija que
salió le entregó la llave del armario.
Después de eso
empezaron a sacar y quemar las ropas de la difunta, pude percibir en ellas un
cierto placer al reconocer cada prenda y echarlas a la lumbre, lástima porque
eran ropas muy finas, la mayor parte se puede decir artísticamente bordadas por
la habilidad de las manos de su dueña.
Antes que oscureciera
tuvimos que retirarnos, dejándolos a todos en la tarea de la quema que
continuaron al día siguiente según supimos días después que regresamos a ver al
abuelo Ramón con el pretexto de llevarle unas medicinas. Entonces nos
informaron que la quema dio resultado porque la mascota se tranquilizó.
El día que regresamos a
nuestro domicilio no pudimos resistir la tentación de revisar lo que don Ramón
puso en el asiento trasero, apenas salimos del pueblo nos paramos a la orilla
de la carretera y cuando abrí el abrigo y vi que asomaba algo que
inmediatamente reconocí (un estuche de violín) no sé cuál fue mi expresión pero
mi esposa que iba manejando me preguntó ¿qué sucede, te sientes bien… qué es? A
lo que conteste sí, mejor que nunca, es un violín. Un violín ¿de dónde salió?
Le tuve que contar durante el camino de regreso a casa todo lo que sabía de ese
instrumento que conocí cuarenta y pico de años atrás y había totalmente olvidado.
Eso cuesta mucho dinero afirmó. Si es genuino si, pero si es una copia quién sabe,
contesté. La siguiente pregunta fue ¿porqué te lo dio? No sé, tenemos que
regresar y preguntarle a solas sin que nadie se entere porque eso me pidió, que
no se entere nadie y menos sus hijas, tus tías
Por eso realmente
regresamos pocos días después. Pudimos hablar con él sentados en unos sillones
de mimbre en el patio lejos de miradas y oídos inoportunos. Solo estaban en la
casa una tía muy enferma y la Esposa de Don Ramón que preparaba algo de comer
en la cocina escuchando su música favorita a todo volumen en un viejo radio.
Don Ramón es de pocas
palabras y de hablar pausado un poco enredado a causa del mal de Parkinson. Nos
contó que su tía Esperanza, desde que compró el violín lo guardó en su ropero
donde nadie más que ella tenía acceso, lo cerraba con una llave que guardada
entre su ropa. Mandó a comprar unas piezas que le faltaban a México pero nunca
lo armo porque no quería que nadie se enterara, no encontró alguien en quien
pudiera confiar lo suficiente. Así se quedó porque al poco tiempo falleció.
Estuvo guardado más de cuarenta años en el armario escondido en el fondo de lo
que solían llamar maletero o sombrerero, cuando empezó la quema me acorde de él
porque tuve miedo que mis hijas lo encontrarán y en su ignorancia lo hubieran
destruido por no estar completo.
Se los entregué como si
fuera mi regalo de boda y de mi Tía para ustedes, ella te apreciaba mucho,
siempre te ponía como un ejemplo del Español inteligente y culto no como los
burros que traían de España los de la casa Venta Y tú Carmen, Siempre fuiste
para mí la sobrina nieta más amada, más querida que mis propias hijas, unas
desagradecidas. Cuando supe que se habían casado los dos me dio mucha alegría,
ahora con lo que pasó estoy cerrando un ciclo con el violín que regresa a quien
lo quería comprar y no tenía los recursos pero provocó y convenció a mi tía que
se quedara con él.
Estoy seguro que donde
quiera que este se alegrará como yo me alegro también de verlos a los dos
felices. Está en buenas manos, estoy seguro que sabrán qué hacer con él, muchas
felicidades.
En esos tiempos, debido
a que Carmen un día me presumió de una moneda antigua que le habían regalado y
resultó relacionada con el famoso pirata Jean Lafitte, me lancé a la tarea de
investigar y saber la vida de ese famoso personaje.
Me sorprendieron las
coincidencias que encontré entre los piratas de los años de 1780 a 1830 y los
personajes que visitaron a los ancestros del amigo yucateco Bolio.
Jean Laffitte.Imagen de Internet
Jean Laffitte nació en
1780 en Francia en Biarritz un puerto de la costa Atlántica al Sur de Burdeos y
falleció (supuestamente en 1827 en las costas de Yucatán donde fue sepultado en
Tzilan de Bravo) precisamente en el lugar donde sucedieron los hechos descritos
por el amigo Yucateco.
Lo único que no estaba
claro es quien fue el personaje herido que atendieron y falleció en ese lugar.
Algunos historiadores
relatan que Jean Laffitte tenía un hermano mayor Pierre, quien fue herido en el
curso de una batalla naval en un pie por un pedazo de metralla, pero debido a
su fortaleza y el fragor del momento siguió peleando hasta que terminaron.
Jean Laffitte. Imagen de Internet
Se le gangrenó la
pierna y finalmente falleció.
Sin embargo existe una
estela en el malecón de Tzilam de Bravo con las fechas de nacimiento y
fallecimiento de Jean Lafitte.
Mi conclusión es que
ese violín con una etiqueta en su interior cuya inscripción reza Antonius Stradivarius,
perteneció al Jean Laffitte quien disfrutaba de la buena música. Y existen
muchos relatos en que sus músicos participaban tanto en fiestas como en
funerales.
Me alegro mucho que
este violín esté en mis manos, sólo falta saber si es un original o una muy
buena copia. Para mí será igual de importante en cualquiera de los casos.
15.Nov.1936 - 17.Sept. 2023
H. Veracruz, Ver.
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Uno de los escritos que me quedaron de mi querido y culto amigo Ing. Felipe Ramón Río
García, que a 9 días de haber tomado el camino de regreso a las estrellas, no deja ningún vacío, deja en el corazón y el alma de parientes, amigos y gente beneficiada y agradecida su pletórica presencia, de una vida del más elevado altruismo, que siempre caracterizó a su personalidad, a sus principios y a sus ideales.
Retomo las muestras de despedida y agradecimiento de dos organizaciones en donde hizo entrega de su gran profesionalismo y humanidad.
¡HASTA SIEMPRE QUERIDO AMIGO!
Carmen Sedano, querida amiga, mi abrazo fraterno y cariñoso.
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