ELLA
SE LLAMABA MARTHA
Antonio
Fco. Rodríguez Alvarado
Imagen de Internet
No sabía cuál era su
nombre, pero varios días pasaba por su salón con tal de verla. Ambos
estudiábamos en la ESBAO, en Córdoba, Ver.
Ella pertenecía a una de las familias más ricas de esa ciudad. Y cómo vivía
cerca de la escuela, todas las noches regresaba, siempre sola, caminando a
su casa. Ella para mí desprendía un aire de misterio, que la hacía más
atrayente y especial. Era incomparable, única. Nunca hice el intento de hablarle, lo más
cerca que estuve de ella fue una ocasión en que no sé cómo me encontré jugando
a “la botella” con otros 4 amigos en común. No tuve la suerte que la botella
nos señalara. Dos años después, durante un carnaval en Veracruz, la encontré
sola en el zócalo. Era el momento indicado, me acerqué a ella:
-¡Hola, cómo estás! Me da gusto volver a
verte, hace dos años estudiamos en la ESBAO.
Se quedó viéndome como quien ve a alguien
por primera vez. Más sin embargo, se sonrió y me dijo: -¡Hola, estoy bien,
gracias! ¿Y tú, qué haces aquí? Estudio medicina, le dije. Oye qué padre, yo
estudio odontología, realmente estamos muy cerca. ¿Y tú, andas sola…? le dije.
Sí, me escapé de mi grupo de amigos, ellos empezaron a tomar y eso no me
agradó. Su comentario me dio mayor confianza para seguir al lado de ella. Y a
la vez, sentía que un magnetismo nos
atraía a uno y a otro.
Un momento más y nos hallábamos sentados
sobre el murito del arriate del zócalo. Era la época del boom de las películas
espectaculares, el cine era el tema más en boga. Afortunadamente acababa de
leer un libro sobre la historia del cine en Europa y Norteamérica. Conocimiento
que aproveché para impresionarla con mi plática. Nunca le dije que había leído
el libro.
Más tarde, empezó a oscurecer y nosotros seguíamos
platicando como si el tiempo no corriera. Antes de que se despidiera le pedí
ser mi novia. –Déjame pensarlo unos días, me dijo. Yo, mirándola seriamente le contesté: -¡Tengo
tanto tiempo, esperando este momento de estar contigo que no puedo esperar más!
Ella, se puso lívida y movía los ojos, como luchando contra sí misma y, como si
perdiera una batalla, con voz débil respondió: -¡Está bien, quiero ser tu novia!
Un abrazo y un cálido beso que poco a poco se fue encendiendo confirmaron nuestro
noviazgo.
La fui a dejar a la residencia en donde ella vivía con una de sus abuelas. Antes de
entrar nos abrazamos apasionadamente y nos dimos varios besos.
Me regresé caminando felizmente a casa, saboreando ese sueño que tenía años… queriéndolo
alcanzar.
Actualmente, los tres estamos casados con
diferentes parejas. Pero ocasionalmente nos encontramos y nos saludamos con
cariño y afecto.
A la mañana siguiente, muy temprano sonó
el teléfono de la casa, era Martha, que quería que la acompañara a un desayuno
a Mocambo. Me bañé y me vestí con celeridad, ella me esperaba en su casa. Al verme
llegar me dio las llaves de un Maverick, estacionado sobre la banqueta. En el
desayuno, después de presentarme, se desatendió de mí. Afortunadamente, una de
sus amigas se acercó a acompañarme para platicar conmigo. Rosita, era una
gentil y guapa joven, que no se separó de mí y se ofrecía a traerme el buffet. De
regreso al puerto, le dimos el aventón a Rosita hasta su casa. Ella insistió en
que pasáramos a saludar a su mamá, una
bella y amable señora, la cual nos recibió con gran afecto. Antes de llegar a
casa de Martha, nos detuvimos a platicar sobre el malecón. No le reclamé el
haberme dejado solo, pues así, tuve la oportunidad de conocer a Rosita. La cual
era una de sus mejores amigas. No había reunión en que no estuviera ella, yo
empezaba a extrañarla, era muy tierna en su trato, siempre con esa linda
sonrisa y esa mirada que era una caricia para el alma. Definitivamente, mi
relación con Martha, no era lo que yo esperaba. Estando solos era puro amor,
pero estando sus amigas yo pasaba a segundo término. La llegué a entender y,
aunque no quisiera decirlo, también a agradecer, pues gracias a ella conocí a
Rosita, la cual ya se había metido en mi corazón, y me daba cuenta que era
correspondido por ella.
Hablé con Martha, le expliqué que no
deseaba engañarla, que yo respetaba nuestro noviazgo, pero mis sentimientos se
habían encausado hacia la guapa y gentil amiga. Al inicio, pensó que era una
broma mía. Fue entonces que le señalé su falta de atención en las reuniones.
Me
dijo: -Pero si siempre pienso en ti y te pido que vengas conmigo. Sí, pero tú no
estás conmigo, le respondí. Se quedó callada, viéndome, como si digiriera mis
palabras. En su rostro se dibujó un rictus de dolor, las lágrimas resbalaron
por sus mejillas y, entre sollozos me dijo: -Perdóname, tienes toda la razón. No
sé dónde he tenido la cabeza. Me arrepiento que esto haya sucedido. Lo lamento
mucho. Verla así, me dolió también a mí. Pero entendí que era un mal necesario.
Y que ya no había marcha atrás. Así como un abrazo y un beso habían confirmado
nuestro noviazgo, ahora confirmaban nuestra separación. Con los rostros
humedecidos por el llanto, sonreímos y nos dijimos adiós.
Esperé un tiempo prudente antes de ir a
ver a su mejor amiga. Fue lo mejor que me pudo haber pasado.
Con Rosita disfruté el caminar abrazados o
agarrados de la mano, siempre juntos, uno al otro, en cualquier lugar. La amistad
con Martha se conservó a través del tiempo.
Xalapa, Ver. 02.01.17
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