MANHATTAN,
N.Y.
(Crónica
de un viaje realizado)
Antonio
Fco. Rodríguez Alvarado
Tomé muy temprano el vuelo de México a
Houston, al cual llegué como a las 9 de la mañana, y con la novedad que se
habían cancelados los vuelos a Nueva York, por la presencia de una tormenta, y
después de esperar todo el día y la tarde, anunciaron un vuelo especial, a las
7.30 de la noche, el cual abordaríamos todos los pasajeros que teníamos
programado salir a diferentes horas. El avión rebasaba en gran medida el
estándar de los vuelos comunes a ese destino. En el trayecto, pese a ser un
avión colosal, se sentía muy fuerte el zarandeo por la tormenta, y obvio que,
en un momento dado, me dio miedo. No recuerdo bien, si 3 o 4 horas después,
alguien comentó que ya volábamos sobre la ciudad. Abrí la ventanilla y pude
apreciar por sobre las nubes un mundo de luces de brillantes colores, una vista
bellísima que tardó varios minutos, la ciudad era interminable, sentí que me
regresó el alma al cuerpo y en automático me acordé de la canción “Luces de
Nueva York” interpretada magistralmente por la Sonora Santanera, y me dije:
Después de ver esto, ya me puedo morir…
Era mi primera vez en la isla de
Manhattan, al fin conocía la hermosa ciudad de los rascacielos, Nueva York, me
resultó muy fácil y agradable recorrerla caminando. Un año antes habían
derribado las torres gemelas e hicieron en el mismo lugar un parque
conmemorativo el cual no quise conocer pensando en tantos sufrimientos y
desgracias que ahí ocurrieron. Pero no se salva uno de este tipo de recuerdos,
a la entrada al Central Park, lo primero que me enteré era que el centro del
parque fue llamado “Strawberry Fields Forever", en memoria de John Lennon,
al cual habían matado, en aquel trágico 8 de diciembre de 1980, en la entrada
del edificio Dakota situado enfrente, que es donde él vivía. En mi recorrido dentro
del bello parque me emocionó escuchar una melodía tocada con saxofón, seguí el
origen de la música y me sorprendió ver recargado sobre la arcada de un puente
a un señor ya viejo tocando su amado sax. Son ese tipo de vivencias que te
recargan y se quedan impresas en el alma. Pasé al Museo Americano de Historia
Natural, saludando en el pórtico a la estatua ecuestre de Theodore Roosevelt.
Vi un grupo de personas y me les uní, no sabía que estaban esperando que
llegara su guía y que habían pagado sus 20 dólares de entrada, así que con
mucha pena entré sin pagar boleto. Quedé maravillado con tanta información y
tan bien presentada, obvio que mi mayor entusiasmo fue al descubrir la sala
sobre las culturas ancestrales de México prehispánico.
Había visto tantas películas americanas de
policías que aparcaban sus patrullas y salían a comer unos ricos hotdogs, que
en la misma esquina de Broadway vi un puesto de ellos y pedí uno, fue horrible,
nada que ver con los nuestros, de México. No me quedé con las ganas de ver mi cara
en el alto edificio así que pasé a que me tomaran la foto para proyectarla.
Existen centenas de edificios, muy bonitos, pero muy desangelados, de colores
metalizados, nada qué ver con los colonial artístico y romántico de nuestra
Ciudad de los Palacios, México, D.F. y que por cierto, es la ciudad con el
mayor número de museos en todo el mundo.
Broadway
Algo que me llamó poderosamente la
atención fue encontrarme gran cantidad de pennys o monedas de un centavo de
dólar tirados en la calle, vi que la gente no les hacía caso, pero yo como buen
cristiano me iba agachando a levantarlos. A diario juntaba arriba de treinta
monedas. Nunca pregunté, si los neoyorquinos los tiraban por pensar que les
traía suerte, o por despreciarlos.
Admirable que los
autobuses urbanos respeten la parada de los minusválidos y senectos y que
inclusive tengan una escalerilla mecánica especial para facilitar su ingreso. Y
en relación al mito sobre la violenta persecución en automóviles de algunas
películas americanas, me percaté que está penalizado correr a altas
velocidades, no respetar el paso peatonal y sobre todo el uso sin sentido del
claxon.
Existen infinidad de áreas verdes, todas
muy bien condicionadas con mesas y sillas para el confort del ciudadano que
quiera lonchar, leer y escribir o usar su laptop, me senté en una de las bancas
de un céntrico parque, y observé el ir y venir de las personas sobre las
avenidas, me levanté tan distraído que olvidé mi paraguas en la banca. Me tocó
pasar por afuera de un parque enrejado y con puertas cerradas, al parecer era
exclusivo para cierta élite. E igual me sorprendió que haya parques equipados
con juegos para las mascotas.
Una de los mayores deseos en mi vida fue
conocer el Empire State, aquí entre nos me recordaba a la guapa Jesicca Lange
en brazos de King Kong. Me formé en la gran fila de acceso, y una vez arriba no
pude apreciar todo el panorama debido a lo nublado de la tarde, bueno, pero me
encontré un paraguas olvidado y, así pude compensar el que había dejado en la
banca del parque. A la salida, en la esquina del edificio hay una tienda en
donde venden juguetes de los superhéroes, compré algunos de ellos.
Me acosó el hambre, distinguí un
restaurante de comida mexicana, nada que ver, no tienen el sazón de acá. Y
descubrí que para comer hamburguesas no hay nada mejor que un establecimiento
atendido por portorriqueños. Finalmente los siguientes días preferí ir a comer
comida china en el Chinatown e italiana en el Little Italy. Los dos barrios
colindan.
Me había dado gran tristeza ver que en la
película americana The Day After Tomorrow, son quemados los libros de The New
York Public Library para combatir el frío glacial. Llegué a ella, en la entrada
me pidieron mi paraguas el cual metieron en una máquina que los forra para no
mojar con su goteo dentro de la biblioteca. Pedí varios títulos para leer, casi
todos hubo, pedí copiar uno de ellos, el cual estaba tan deshidratado que
parecía un viejo pergamino. Hay una sala equipada con varias copiadoras, uno
mismo puede copiar sus libros, pero en el caso del mío, tenía que hacerlo una
persona especializada, y entregarlo en dos días, mismos que me pasé leyendo en
la biblioteca. En dónde además me dieron mi credencial de miembro de ella. Cada
copia cuesta 20 centavos de dólar, tuve que pagar arriba de 800 pesos de los
nuestros por mi copia. Fue muy doloroso apreciar en las copias que a cada
impresión se rompieran las hojas del libro. Unos seis años después, en una
nueva librería de usados en Xalapa, Ver., encontré y compré el mismo libro,
seminuevo, bien envuelto, a 80 pesos. Aclaro que nunca más lo he vuelto a ver a
la venta.
La vuelta en barco sobre los ríos Hudson y
East, es un deleite de 2 a 3 horas, aprecias la emblemática estatua de La
Libertad, en su isleta, cerca de la desembocadura del río Hudson. Pasas por
debajo de hermosos puentes como el Brooklyn, y unas vistas formidables de la
ciudad.
Brooklyn Bridge
Por cierto, que me imaginaba enorme a la
estatua de la Libertad. Realmente no era cómo me esperaba. En películas y
documentales le ponen efectos para verse imponente. Estaba cerrada al público
por mantenimiento de la misma.
Uno de los lugares que más me gusto es
Greenwich Village, lo sentí más bohemio, más europeizante, lleno de cafés,
restaurantes, pastelerías, tiendas con mesas sobre la banqueta, se escuchaba la
música de jazz.
Checando que tipo de comidas ofrecían los
restaurantes del área, y curioseando en tiendas y bazares, encontré a una joven
americana que tenía en venta algunos artículos fuera de su casa. Me llamó la
atención una tetera china de cobre, y al momento de preguntarle el precio, se
acercó un cartero y le entregó una carta que al instante de verla la llenó de
alegría, los ojos le brillaron y esbozó una amplia sonrisa. Me contagió su
alegría y le eché “porras”. Aproveché la ocasión para preguntarle por el precio
de la tetera y me dijo 10 dólares. Cómo yo traía los bolsillos llenos de
“pennys” (centavos), y monedas de 5 ctvos. (níquel), de 10 ctvos. (dime) y 25
ctvos. (quarter) empecé a contar y al verme me exclamó ¡Is free, is for you!,
le di las gracias y me retiré contento con mi tetera china de cobre. Ahí
entendí que a los neoyorquinos nos les agradan mucho las monedas de pequeño
valor.
Por cierto, todo este
relato es porque vi hoy mi bella tetetera china de cobre.
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