Antonio Fco. Rodríguez Alvarado
Imagen de Internet
Llegamos
mi novia y yo al apartado centro recreativo ubicado en el corazón de la selva
negra. Ella provenía de antiguas familias de este lugar, y venimos juntos a
conocerlas. No encontramos a ningún pariente de ella, al parecer alguna amenaza
los había hecho huir. Una anciana nos dijo que habían huido por ser licántropos.
-¡Patrañas, le respondimos! La anciana sólo
sonrío. Nos olvidamos de los molestos comentarios. Así qué nos dedicamos a
explorar tan bellos lugares de exuberante
vegetación. Los paseos nocturnos eran maravillosos, la luna llena nos
mostraba casi todos los rincones de este selvático entorno. Nos divertía jugar
a escondernos en las sombras, en la oscuridad reinante debajo de una gran
arboleda. El que fuera encontrado tenía que prometer cumplir una fantasía
sexual al retornar al hotel. En uno de esos recorridos mi pareja tropezó al
meter el pie en un hoyanco, en forma de descomunal pisada, cubierto de agua de lluvia. Aún así tuvo el ánimo
de correr a esconderse para continuar con nuestro juego. En un momento dado, escuché
unos horripilantes aullidos de lobo cerca de donde estábamos, me dio miedo por
mi pareja. Nos juntamos y corrimos hacia el hotel. Entrando a la habitación nos fascinó que la mucama
haya adornado nuestro lecho con un corazón de pétalos de rosas blancas y rojas,
que haya encendido un par de velas aromáticas en los burós, y sobre una pequeña
mesa haya puesto una botella de vino con dos copas. Una corriente de aire que
entraba por la ventana tendía la luz de los pabilos, provocando un ambiente de
claro-oscuros. Nos miramos a los ojos con una morbosa complicidad, todo
auguraba una gran noche de fantasías sexuales. Descansamos un rato en un cómodo
sofá, ella me dijo que le inquietó que después de mojarse el pie, tuvo la
sensación de que esa humedad le subió a todo el cuerpo, presentando un gran
escalofrío, y perdió la noción por un breve lapso de tiempo, saliendo de su estupor al escuchar mis gritos llamándola. Nos dimos un baño,
nuestros cuerpos se adherían como dos gotas de agua. Un pequeño vapor ascendió
del cuerpo desnudo de ella el cual se sentía caliente, emitió un par de finos
gemidos y salió apresurada del baño con rumbo a la recamara. Temí que fuera su
“regla”. Al terminar de bañarme, salí
a alcanzarla a la cama, la habitación estaba a oscuras, la ventana estaba más
abierta y el aire apagó las velas. Al acercarme a ella un vaho caliente y
fétido se impregnó a mi cuerpo. -¿Estás
bien? Le pregunté sin obtener respuesta. Preocupado, alargué mi brazo para
tocarla y me electricé de pavor al sentir unas piernas peludas con garras. Pensé
estar viviendo una pesadilla. Todavía le pregunté: -¿Eres tu cariño?, por toda respuesta escuché unos gemidos, e
inmediatamente después con una voz cavernosa y angustiante me dijo: - ¡Tengo mucho miedo, no sé que está pasando
conmigo y con mi cuerpo! Una pausa, y continúo: ¡Pero quiero que sepas que te quiero mucho! No aguanté más, me senté junto a ella, le
acaricié la cabeza y la llené de besos y lágrimas que habían desbordado mis
emociones, mis preocupaciones y mis miedos. Me acosté a su lado. Tratando de
minimizar tan grave momento, le dije: -¿Aún
sigues con tus fantasías sexuales de comerme por completo? -¡Sí…! me dijo
llorando. Se montó encima de mí e hicimos el amor. A la mañana siguiente, ella
volvió a su supuesta normalidad. Y a partir de esta, su primera vez, cada luna
llena la loba volvía a ella. Pero ya no estaba sola: las lágrimas, el sudor y
las mordidas de amor de esa noche también me habían transformado.
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