JEAN
DAVID NAU “EL OLONÉS”
El
más despiadado de los Piratas del Caribe
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Capitán Jean David Nau,
alias Francis L’Ollonais. Francés nacido en Les Sables d’Ollone. En su juventud fue deportado a la isla
francesa de Dominica con un contrato de aprendiz. Habiendo cumplido su servicio
L’Ollonais partió a la Isla de La Española y se unió a los bucaneros que vivían
allí dedicados a la caza de ganado salvaje y a secar su carne o boucan.
Posteriormente realizó varios viajes como
marinero de trinquete y se desempeñó con tal destreza y arrojo que el
Gobernador de la Isla de Tortuga, Monsieur de la Place, le entregó el mando de
un barco y lo envió a buscar fortuna.
Al comienzo el joven bucanero obtuvo
grandes éxitos y apresó muchos barcos españoles, pero a causa del bárbaro
tratamiento que daba a los prisioneros pronto se extendió la fama de una
crueldad que nunca se ha visto superada. En la cumbre de su fortuna su nave
naufragó durante una tormenta y, aunque la mayoría de los piratas ganaron
tierra, enseguida fueron atacados por una partida de españoles que los mató a
todos excepto a L’Ollonais. El capitán se salvó, tras ser herido,
embadurnándose la cara con sangre y arena y ocultándose entre sus compañeros
muertos. Cuando quedó solo se internó en el monte y esperó a que sanaran sus
heridas. Disfrazado de español entró en la ciudad de Campeche, donde ardían
hogueras y tenían lugar otras manifestaciones de público alivio con las que los
ciudadanos festejaban la noticia de la muerte de aquella peste de L’Ollonais.
El fugitivo encontró a varios esclavos
franceses con los que planeó escapar aquella noche en una canoa, lo que
lograron, regresando finalmente a Tortuga, la plaza fuerte de los piratas. Allí
el emprendedor capitán robó una pequeña embarcación y salió de nuevo a cuenta,
pillando los principales productos de tabaco, azúcar y pieles de un pueblo
llamado De los Cayos, en Cuba. Cuando el Gobernador de La Habana tuvo noticia
de la llegada del famoso y, en apariencia, resucitado pirata, envió un navío
bien armado para capturarlo, agregando a la tripulación un verdugo negro con
instrucciones de ahorcar a todos los piratas excepto a L’Ollonais, que debía
ser llevado a La Habana vivo y encadenado.
Sin embargo no fueron los españoles
quienes apresaron a los franceses, sino lo contrario, y todos fueron asesinados
decapitándolos, incluido el matarife negro, salvo un hombre que fue enviado con
una carta al Gobernador en la que L´Ollonais le comunicaba que en adelante
mataría a todo español que cayera en sus manos.
En breve L´Ollonais organizó una
expedición más ambiciosa, asociándose con el célebre filibustero Michael de
Basco y reuniendo ocho barcos y unos cuatrocientos hombres. En 1667 navegó
hasta el Golfo de Venezuela, se internó en el lago y destruyó el fuerte que
custodiaba la embocadura. Desde allí se dirigieron a la ciudad de Maracaibo,
donde encontraron que todos sus habitantes habían huido aterrorizados. Los
filibusteros atraparon a muchos de los pobladores que se ocultaban en los
bosques vecinos y mataron a muchos con la idea de hacer confesar al resto dónde
se encontraba escondido el tesoro. Luego marcharon, hacia la otra orilla del
lago, sobre la ciudad de Gibraltar y la atacaron. Los españoles se defendieron
denodadamente hasta la noche, cuando, tras sumar quinientas bajas, capitularon.
La ciudad fue metida a saco durante cuatro semanas y sus habitantes masacrados,
mientras la tortura y la violación se sucedían día tras día. Por fin, para
alivio de los desdichados habitantes, los bucaneros zarparon hacia la Isla de
Corso, lugar de cita de los bucaneros franceses, con un enorme botín. Allí
repartieron los despojos, que ascendieron a la cifra de doscientas sesenta mil
piezas de a ocho, de las que correspondieron cien a cada hombre, además de
vajilla, seda y joyas.
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También se asignaron lotes para los
allegados de los caídos y recompensas extraordinarias para los que habían
perdido un ojo o un miembro. L´Ollonais era ya extremadamente famoso entre La Cofradía de los Hermanos de la Costa, y comenzó los preparativos de una
expedición aún más osada contra la costa de Nicaragua, en la que rapiñó e
incendió sin compasión, cometiendo las más repulsivas atrocidades con los
pobladores españoles. Bastará con poner un ejemplo de los actos inhumanos de
este monstruo. Sucedió que después de asaltar y masacrar a los habitantes de
Puerto Caballos, se internaron tierra adentro y atacaron a la ciudad de San
Pedro, los bucaneros habían caído en una emboscada en la que habían muerto
muchos, si bien los españoles acabaron retirándose y huyendo. Los piratas
mataron a la mayoría de sus prisioneros pero dejaron algunos con vida para que
L´Ollonais los interrogara sobre otra vía para alcanzar la ciudad. Como no
lograba obtener ninguna información de estos hombres, el francés desenvainó su
sable y abrió de un tajo el pecho de uno de los españoles, le sacó el corazón
palpitante y comenzó a darle dentelladas y a roerlo como un lobo hambriento,
mientras decía a los otros prisioneros: “Otro
tanto os he de hacer si no me mostráis el camino”.
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Poco después de esto muchos de los
bucaneros se separaron de L´Ollonais y se hicieron a la vela al mando de Moses
van Vin, el segundo de la flota. L´Ollonais se dirigió a la costa de Honduras y
llegó al cabo Gracias a Dios. Navegó hacia el sur en su gran barco para la Isla
de Las Perlas, en donde desembarcó en busca de alimentos y agua. Su aventura
iba de mal en peor. La ínsula carecía del preciado líquido en abundancia y por
habitantes tenía a unos indios que si por algo se distinguían era por su
ferocidad. De uno de los piratas que se internó en busca de caza, al día
siguiente sus compañeros encontraron únicamente las manos y los pies mal
asados: la víspera los indios se lo habían comido.
Cuando El Olonés cargó con los víveres y
con el agua que difícilmente pudo conseguir, levó anclas, pero su nave, al
alejarse de la isla, chocó contra unos arrecifes. La embarcación quedó tan
maltrecha que decidieron abandonarla, no sin antes quitar de ella los clavos y
demás objetos que pudieran servirles para fabricar una barca.
Pese a la ferocidad de los indios y al recuerdo
del pirata que sirvió de almuerzo, los náufragos se refugiaron en la isla. Diez
meses permanecieron en ella viviendo de la caza, de la pesca y de los alimentos
vegetales que pudieron conseguir, en tanto que construían la lancha, y cuando
estuvo acabada no podía trasportar más que a la mitad de los bucaneros
sobrevivientes, pues las enfermedades y los ataques de los indios que gustaban
de carne humana, iban en aumento. Se echó a suertes quién partiría y quién se
quedaría.
Los piratas se alejaron de la isla con la idea de atacar a
Cartagena. El clima y el tiempo que
tuvieron por vecinos a los caníbales de la isla, seguramente que turbaron la
mente del Olonés y sus secuaces. ¿Cómo fue que intentaron atacar a Cartagena,
si tan sólo disponían de unas armas y una barca? Cuando llegaron a la costa del
Darién, la sed y el hambre los obligó a desembarcar. Encontraron en la playa a
los indios Kuna, los más salvajes de todo Centro América. Cuando los nativos
tuvieron cerca a los piratas, los atacaron. Unos lograron regresar a la barca,
pero otros quedaron prisioneros, entre ellos El Olonés que se defendió como
nunca, pues sabía el fin que le esperaba. Cuando los indios lograron dominarlo,
lo amarraron a un tronco y lo acercaron a una hoguera en tanto que el rufián
gritaba cuantas maldiciones sabía.
Cuando estuvo bien asado los indios se lo
comieron. “No quedó rastro ni memoria de
tan infame e inhumana criatura”. Así murió este monstruo de crueldad. Semanas
más tarde hicieron lo mismo con los otros prisioneros, no sin antes ponerlos en
engorda, pues les parecieron demasiado delgados para calmar su apetito.
Los piratas que huyeron en la barca, en el
cabo Gracias a Dios recibieron auxilio de otros malhechores.
Por su odio y crueldad hacia los hispanos
fue nombrado “The Flail of the Spanish”
(El Flagelo de los Españoles).
BIBLIOGRAFÍA
Quién es quién en la
Piratería. Philip Gosse. Primera edición en español: Editorial Renacimiento
(Sevilla, España), 2003.
Piratas de la América.
Alexander O. Exquemelin. Primera Edición y prólogo de Manuel Sol. CONACULTA, México,
D. F. 2012.
Los Piratas del Golfo
de México. Francisco Santiago Cruz. Editorial Jus, S. A. México, D. F. 1962.
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