CASADO
CON UNA BRUJA
Antonio
Fco. Rodríguez Alvarado
Imagen de Internet
El campesino regresaba
cansado después de haber trabajado su milpa casi todo el día. Le alcanzó la
noche y las sombras de la oscuridad se hicieron tan densas que el pobre hombre
más bien caminaba a ciegas, orientándolo
su instinto desarrollado después de haber andado miles de veces el mismo
sendero que lo regresaba a casa. Ensimismado en sus pensamientos por querer
llegar a tumbarse en su hamaca, no supo de dónde salió esa bola de fuego, que pasó rozando su cuerpo, espantándolo y haciéndole
perder el equilibrio, cayendo sobre su
espalda. La bola vino a estrellarse contras unos árboles de cópite, o siricote, provocando
una gran llamarada cuyo resplandor hizo relumbrar el color ígneo de sus flores
y quemó algunas de sus hojas de lija las cuales convertidas en cenizas se
desprendían de las ramas.
Absorto, se quedó mirando como el fuego
crecía y decrecía, y se asombró que, surgiendo del corazón de las llamas,
apareció ante él la mujer más hermosa que haya visto en toda su vida. Ella se
dirigió hacia él, diciéndole palabras cariñosas, con una melosa voz, que lo
subyugaba de amor. Él, incitado de deseos la abrazó con todas sus fuerzas,
entonces ella convirtiéndose en una gran guajolota se escurrió debajo de ese
abrazo y velozmente huyó hacia la negra espesura del monte. Él, espantado quedó
inmóvil un par de minutos y cuando salió
de ese trance, lo primero que hizo fue correr golpeándose en esa negrura contra
un árbol, perdiendo el conocimiento. Al
día siguiente, despertó con todo el cuerpo arañado y adolorido y la ropa destrozada.
Y al borde de una inmensa cueva que dejaba ver debajo una profunda cañada.
Pasaron alrededor de tres días para que él
pudiera reencontrar el camino a casa. Sus amigos y parientes, al verlo en tan
lastimosas condiciones lo llevaron con un curandero que le quitó el espanto,
regresándole el ánima a su cuerpo. Dos semanas después él, se hallaba completamente
restablecido. Pero, cada vez que miraba a una mujer hermosa se llenaba de
pavor, recordando su horrible experiencia. Años después, buscó entre las
mujeres físicamente menos agraciadas, a una para casarse con ella.
Al comienzo todo era dicha, ella era muy
hacendosa y excelente cocinera, llegando él a enamorarse de esta mujer. Al paso
del tiempo, empezó a notarle, preferentemente al despertar, que despedía de su
boca un aroma a sangre, y presentaba restos de carbón en su dentadura. Y el
colmo fue esa mañana en que dormida le vio en lugar de piernas, unas patas de
guajolote. Preocupado, consultó al más anciano de la aldea, el cual le dijo que
tuviera mucho cuidado pues su esposa era una bruja. Antes de despedirse, el
anciano le explicó cómo podía acabar con ella. Muy decepcionado, al ver que se
había equivocado en elegirla como esposa,
regresó con cierto temor a su casa.
Desde entonces, se puso a vigilarla. Y se
dio cuenta de que al igual que todos los nahuales, ella no ingería sal en sus comidas. Y finalmente, una medianoche, oscura y sin luna, la sintió salirse muy cautelosamente de su
hamaca y dirigirse hacia el patio de la casa, en donde quemó unos trozos de
leña, saltó tres veces sobre el fuego, apartó un poco de carbón y dejó que el resto se redujera a cenizas. Una
vez que se enfriaron las llamas, ella se botó al suelo revolcándose en las
cenizas. Se jaló una larga hebra de sus negros cabellos, y con la misma rodeó y
cortó desde la altura de sus muslos las
dos piernas las cuales escondió, poniéndose en lugar de ellas un par de patas
de guajolote. Guardó un par de carbones en sus ropas, que en caso de cansancio los ingeriría para recobrar las fuerzas. Tomó dos pequeños petates y los usó como si fueran alas y pegando grandes brincos se marchó de ahí, para empezar
a realizar sus fechorías, robar y comerse las gallinas, pero su alimento
preferido es la sangre de los niños recién nacidos. Chupar la sangre prolonga
la vida de los nahuales.
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Así en forma de una gran ave; revoloteando
se para en el techo de una casa, y lanzando un silbido largo y tenue, suelta un
hilo largo hasta el corazón de la víctima y le chupa la sangre, varias noches
consecutivas, mostrándose sus pequeñas víctimas pálidas y llorosas. Los niños
son frecuentes víctimas de estos y otros naguales. Los pobladores en defensa
contra las brujas ponen tijeras y
cuchillos debajo de la cama o la estera, o frente a la puerta de la choza para
evitar que ellas puedan adormecer a los perros y a las personas que vigilan a
los niños.
Pueden ser también vistas como relámpagos
o bolas de fuego, porque traen una luz encendida dentro del abdomen.
El marido, recuperado de la fuerte
impresión de ver como se transformó su mujer, buscó las piernas que ésta había
dejado escondidas y les puso una sal tratada o embrujada dada por el curandero y
finalmente las tiró a la lumbre para que se consumieran. Al momento que lo
hacía recordaba las palabras del viejo curandero: -Si alguien encuentra las piernas humanas que fueron separadas del cuerpo
y las destruye, produce la muerte de la hechicera, que es incapaz de recuperar
su verdadera forma.
Días después fue a buscar a su mujer y
encontró su cadáver sin piernas. Las patas de guajolota se le salieron al irse
muriendo. El resto de su cuerpo estaba intacto, pese a la presencia de algunos
zopilotes, pues éstos no digieren la carne de nahual.
El pobre viudo, nunca más volvió a casarse…
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