EL
VIGILANTE
Antonio
Fco. Rodríguez Alvarado
Imagen de Internet
Esa mañana me
encontraba a punto de subirme al tren que me llevaría a un pequeño poblado de
la sierra chiapaneca. Una semana antes me habían dado mi nombramiento para
ejercer mi pasantía médica en ese lugar. Mi madre me había acompañado a la
estación para despedirme y no dejaba de repetirme: -Hijo, llegando busca a tu tío Pedro, él es el cacique del lugar.
Recuerda que es un sitio muy peligroso, nunca dudes en ir a verlo, y darle mis
saludos a mi hermano. Mi madre no había querido que me fuera a esa parte de
la sierra y procuró tenerme a su lado diciéndome: -Hijo, no vayas a ese lugar, quédate aquí, no sé cómo pero yo
conseguiré darte lo que te paguen ahí.
Le agradecí sus amorosas palabras y le
contesté: -Madre, hoy siento que te
quiero más que nunca, pero quiero que sepas que ya soy todo un hombre, y que si
terminé esta profesión es gracias a tu gran apoyo y a la enorme vocación que
tengo por ella. Hay gente que necesita que yo esté ahí para prevenirla y curarla
de todos sus males. Nos dimos un gran abrazo lleno de amor. Nuestros ojos
se anegaron en llanto, como temiendo no volver a vernos jamás. El pitido del tren me hizo correr hacia los
vagones, de un brinco subí en ellos. Volteé a despedirme de mi madre la cual
entre sollozos trató de sonreírme, infundiéndome valor. Me sentí culpable de su
llanto y de su dolor, pero no podía dar marcha atrás.
Ya instalado en mi asiento, empecé a
recordar todo lo mal que había escuchado
sobre el destino final de varios médicos pasantes que habían estado antes que
yo. Uno de ellos fue encontrado ahogado en una laguna, sospechándose que fue
por celos del comisario ejidal, al sorprender a una muchacha del pueblo
sonriéndole al galeno. Otro caso fue el del ranchero que fue a buscar al médico
para que atendiera el parto de una de sus vacas, y al negarse el médico, por no
ser veterinario, fue muerto a tiros. Se
sabe también de doctoras que fueron ultrajadas por machos del pueblo. Traté de
bloquear todos estos recuerdos, que sólo me llenaban de nerviosismo y temor. Me
quedé dormido y vine a despertar al llegar al poblado.
Lo primero que hice fue preguntar por la
clínica. Ya en ella fui recibido por el médico saliente, el cual amablemente me
explicó todo lo relativo a las principales patologías del lugar. Recomendándome
con una familia para mi lavado de ropa y alimentación. Al día siguiente mi
colega se despidió, y yo quedé como único responsable de la salud de la
comunidad.
Los primeros días fueron de mucha
consulta. Varios pacientes por llegar a
conocer al nuevo médico acudían por molestias banales. Casi a la semana, empecé
a sentir una presencia que me vigilaba. Desde la ventana del consultorio se
divisaba un pequeño cerro y vi en él a un tipo armado de un rifle. Cuando salía
a comer o a consultar en algún domicilio, miraba de reojo que me perseguía el
mismo individuo del cerro. Una de tantas noches, al regresar de una consulta
escuché pasos que corrían detrás de mí y unas voces que me amenazaban. De
súbito sonaron dos balazos y los que me perseguían cayeron muertos al suelo.
Asustado corrí hasta la clínica, me encerré a piedra y lodo, y lleno de temor
no sabía si acostarme sobre la cama, o debajo de ella. Esa noche, tuve mi peor
pesadilla, vi que este tipo forzaba la puerta y se metía a la clínica dispuesto
a matarme. No sé en qué forma yo me armé de valor y luché contra él, el ruido
de grandes toquidos a la puerta me despertó jadeante y sudoroso. Abrí la puerta
para atender a un paciente con cólico renal. Di gracias de que solo fuera un
mal sueño.
Los días siguientes, nada cambió, seguí
con mis pesadillas, él seguía vigilándome desde lo alto del cerro y a la hora
de salir a comer me seguía de cerca. Una vez aminoré mis pasos, volteé a verlo
y logré apreciar mejor su fisonomía: era de tez morena oscura, alto, delgado,
pero de brazos musculosos, tenía una fea cicatriz la cual le deformaba la cara
al gesticular. Tomé una arriesgada decisión. Pensé… si ya lo había enfrentado
en sueños, por qué no hacerlo ahora en mis cinco sentidos. Así que, retorné
sobre mis pasos en dirección a él. Esta
vez, él fue el sorprendido. Mirándole a los ojos lo encaré diciéndole: -¿Por qué razón me vigilas?, él, turbado
y nervioso, me contestó tartamudeando: -No
es nada personal. Su tío… don Pedro, me
ha encargado que lo cuidara, sin que usted se entere. Por favor, no vaya a
decirle que ya sabe usted esto. Y añadió: -Créame que lo hago con agrado, usted ha curado a mi esposa y a mis
hijos.
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Al escucharlo, sentí que me quitaba una
gran preocupación de encima. La mala impresión que me causaba, ahora se había
convertido en afecto. Pero, acorde a lo planeado por mí tío, le pedí a este
trabajador que hiciéramos como si nada hubiera pasado, que podíamos seguir como si nunca hubiéramos hablado. Le
di un fuerte apretón de manos como muestra de gratitud. Y cada quién siguió su
camino como dos perfectos desconocidos.
Iría una mañana de estas a visitar a mi
tío para llevarle los saludos de mi madre.
Add. Hace unos 15 años leí el cuento de una
escritora, y al no poder rescatarlo, tuve que hacer mi versión sobre el mismo
tema.
Veracruz, Ver.
08.04.2017
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