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jueves, 20 de abril de 2017

EL VIGILANTE Antonio Fco. Rguez. A.

EL VIGILANTE
Antonio Fco. Rodríguez Alvarado


Imagen de Internet

Esa mañana me encontraba a punto de subirme al tren que me llevaría a un pequeño poblado de la sierra chiapaneca. Una semana antes me habían dado mi nombramiento para ejercer mi pasantía médica en ese lugar. Mi madre me había acompañado a la estación para despedirme y no dejaba de repetirme: -Hijo, llegando busca a tu tío Pedro, él es el cacique del lugar. Recuerda que es un sitio muy peligroso, nunca dudes en ir a verlo, y darle mis saludos a mi hermano. Mi madre no había querido que me fuera a esa parte de la sierra y procuró tenerme a su lado diciéndome: -Hijo, no vayas a ese lugar, quédate aquí, no sé cómo pero yo conseguiré darte lo que te paguen ahí.  

     Le agradecí sus amorosas palabras y le contesté: -Madre, hoy siento que te quiero más que nunca, pero quiero que sepas que ya soy todo un hombre, y que si terminé esta profesión es gracias a tu gran apoyo y a la enorme vocación que tengo por ella. Hay gente que necesita que yo esté ahí para prevenirla y curarla de todos sus males. Nos dimos un gran abrazo lleno de amor. Nuestros ojos se anegaron en llanto, como temiendo no volver a vernos jamás.  El pitido del tren me hizo correr hacia los vagones, de un brinco subí en ellos. Volteé a despedirme de mi madre la cual entre sollozos trató de sonreírme, infundiéndome valor. Me sentí culpable de su llanto y de su dolor, pero no podía dar marcha atrás.


     Ya instalado en mi asiento, empecé a recordar todo lo mal que  había escuchado sobre el destino final de varios médicos pasantes que habían estado antes que yo. Uno de ellos fue encontrado ahogado en una laguna, sospechándose que fue por celos del comisario ejidal, al sorprender a una muchacha del pueblo sonriéndole al galeno. Otro caso fue el del ranchero que fue a buscar al médico para que atendiera el parto de una de sus vacas, y al negarse el médico, por no ser veterinario, fue muerto a tiros.  Se sabe también de doctoras que fueron ultrajadas por machos del pueblo. Traté de bloquear todos estos recuerdos, que sólo me llenaban de nerviosismo y temor. Me quedé dormido y vine a despertar al llegar al poblado.


     Lo primero que hice fue preguntar por la clínica. Ya en ella fui recibido por el médico saliente, el cual amablemente me explicó todo lo relativo a las principales patologías del lugar. Recomendándome con una familia para mi lavado de ropa y alimentación. Al día siguiente mi colega se despidió, y yo quedé como único responsable de la salud de la comunidad.


     Los primeros días fueron de mucha consulta. Varios  pacientes por llegar a conocer al nuevo médico acudían por molestias banales. Casi a la semana, empecé a sentir una presencia que me vigilaba. Desde la ventana del consultorio se divisaba un pequeño cerro y vi en él a un tipo armado de un rifle. Cuando salía a comer o a consultar en algún domicilio, miraba de reojo que me perseguía el mismo individuo del cerro. Una de tantas noches, al regresar de una consulta escuché pasos que corrían detrás de mí y unas voces que me amenazaban. De súbito sonaron dos balazos y los que me perseguían cayeron muertos al suelo. Asustado corrí hasta la clínica, me encerré a piedra y lodo, y lleno de temor no sabía si acostarme sobre la cama, o debajo de ella. Esa noche, tuve mi peor pesadilla, vi que este tipo forzaba la puerta y se metía a la clínica dispuesto a matarme. No sé en qué forma yo me armé de valor y luché contra él, el ruido de grandes toquidos a la puerta me despertó jadeante y sudoroso. Abrí la puerta para atender a un paciente con cólico renal. Di gracias de que solo fuera un mal sueño.


     Los días siguientes, nada cambió, seguí con mis pesadillas, él seguía vigilándome desde lo alto del cerro y a la hora de salir a comer me seguía de cerca. Una vez aminoré mis pasos, volteé a verlo y logré apreciar mejor su fisonomía: era de tez morena oscura, alto, delgado, pero de brazos musculosos, tenía una fea cicatriz la cual le deformaba la cara al gesticular. Tomé una arriesgada decisión. Pensé… si ya lo había enfrentado en sueños, por qué no hacerlo ahora en mis cinco sentidos. Así que, retorné sobre  mis pasos en dirección a él. Esta vez, él fue el sorprendido. Mirándole a los ojos lo encaré diciéndole: -¿Por qué razón me vigilas?, él, turbado y nervioso, me contestó tartamudeando: -No es nada personal. Su tío… don Pedro,  me ha encargado que lo cuidara, sin que usted se entere. Por favor, no vaya a decirle que ya sabe usted esto. Y añadió: -Créame que lo hago con agrado, usted ha curado a mi esposa y a mis hijos.

Imagen de Internet
     
     Al escucharlo, sentí que me quitaba una gran preocupación de encima. La mala impresión que me causaba, ahora se había convertido en afecto. Pero, acorde a lo planeado por mí tío, le pedí a este trabajador que hiciéramos como si nada hubiera pasado, que podíamos  seguir como si nunca hubiéramos hablado. Le di un fuerte apretón de manos como muestra de gratitud. Y cada quién siguió su camino como dos perfectos desconocidos.


     Iría una mañana de estas a visitar a mi tío para llevarle los saludos de mi madre.




    Add. Hace unos 15 años leí el cuento de una escritora, y al no poder rescatarlo, tuve que hacer mi versión sobre el mismo tema.



Veracruz, Ver. 08.04.2017


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