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domingo, 27 de marzo de 2016

LA DAMA DEL BAR Antonio Fco. Rguez. A.

LA DAMA DEL BAR
Antonio Fco. Rodríguez Alvarado
                                   
   Vino Rojo, óleo de Fabián Pérez. Argentina

Ese día, salí más tarde que nunca de la oficina, me subí al auto con la intención de  dirigirme a casa, en el trayecto lo pensé mejor… nadie me esperaba, la familia había salido de vacaciones. Se me antojó fumar un cigarrillo y, quizá tomarme un par de copas para no sentirme tan solo al llegar a casa. Más adelante aparqué y entré a un Bar, a esa hora, se apreciaban áreas bien iluminadas y bulliciosas, y en cambio otras en penumbras y semisilenciosas; llegué donde el bartender, pedí un coñac. Al acercar un banco para sentarme, alcancé a ver un par de hermosas y bien torneadas piernas, subí más la vista y quedé casi petrificado al apreciar  unos voluptuosos muslos, no pude evitar fijar mi mirada en ellos. Su dueña cruzó las piernas, dejándolas más al descubierto, giró su asiento hacia mí y me dirigió su mirada, regalándome una sensual sonrisa, me sentí un poco turbado al ser descubierto apreciando el corto talle de su vestido azul y el gran escote de su pecho que como puertecilla de una jaula de aves dejaba escapar hacia la libertad un par de grandes senos. Le respondí con otra sonrisa, alcé mi copa y le dije: -¡Salud!, ella sin dejar de sonreír brindó conmigo, empezamos a platicar sobre nosotros, fui el primero en relatar parte de mi vida, seguimos brindando, y cuando a ella le tocó hablar me quedé embelesado viendo el óvalo de su cara, sus carnosos y apetecibles labios rojos, sus ojos color cafés aceitunados, la sombra azul de sus párpados, la trencha de sus sedosos y brillantes cabellos negros, su dulce sonrisa, y su refulgente mirada que me dejaba sin alientos. Por momentos, estábamos inmersos en un ambiente provocado por el barullo de la gente y el humo de nuestros cigarrillos, que nos hacía toser, y escondía fugazmente nuestros rostros. Un par de horas después, espaciamos las palabras, aparecieron los murmullos, acercamos más nuestros cuerpos, iniciamos un discreto toqueteo visual el cual se fue encendiendo obligándonos a pararnos, darnos un fuerte y prolongado abrazo, hondos suspiros y un apasionado beso. Pedí la cuenta, salimos… la noche era joven aún, y era toda nuestra.




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