CATEMACO
Mi Tierra Natal
María Boettiger de Álvarez
¡Espléndido el paisaje! ¡Una verde llanura
extiéndese a la falda de montañas azules!
¡Parece una acuarela de exquisita hermosura!
Las cumbres con las nubes se envuelven en la altura,
como en diáfanos tules.
A lo lejos, se mira la fértil arboleda
de los bosques, poblados de pájaros cantores,
y el céfiro acaricia con su música leda,
esa verde campiña, que parece de seda
Matizada de flores.
Muy cerca de estos campos se extiende el caserío,
y como puntos blancos se ven entre el follaje
las casas que componen el pueblecito mío,
donde se oye a lo lejos la corriente de un río
oculto entre el ramaje.
arrulla con sus olas las vidas seductoras
de aquellos campesinos que viven dulcemente
sin penas en el alma ni nubes en la frente
que entristezcan sus horas.
¡Y surge el sol espléndido y brillante,
dorando con sus rayos el límpido cristal
de las aguas, que en chispas de diamante,
forman un centelleo en el lago ondulante
como en un manto real!
Ya empiezan las palomas su nido a abandonar,
saludan con sus trinos al refulgente sol,
las garzas en parvadas se vienen a bañar
y en sus blancos plumajes el agua al resbalar,
se mira tornasol.
Árboles corpulentos inclinarán sus ramajes
hasta besar las aguas de transparencia azul,
y parecen guardianes que rinden homenaje
al lago que retrata magnífico el paisaje
de gasas y de tul.
Y se ven en la playa, hundidas en la arena,
las rústicas piraguas de aquellos pescadores
que salen a la pesca, si la mañana es buena,
y vuelven por la tarde, después de la faena,
a su nido de amores.
Ya esparcen por el bosque sus trinos las alondras,
los árboles ondulan su esplendido follaje,
y vienen las gaviotas a hundirse entre las ondas,
mecidas por el viento que viene de las frondas
y forma el oleaje.
Y el sol, al ocultarse detrás de la colina,
extiende sobre el lago sus pálidos destellos;
asoma por Oriente la estrella vespertina,
formando con las ondas del agua cristalina
los colores más bellos.
Y en esas tristes horas en que la tarde muere,
y las flores del campo cierran ya sus corolas…
Cuando ya ningún trino nuestros oídos hiere,
parece que en el lago cantan un miserere
al rumor de las olas.
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