TERROR
EN EL PANTANO
Antonio
Fco. Rodríguez Alvarado
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Era ya muy noche cuando
me despedí de mis amigos y caminé rumbo a casa.
Empezaba a llover, y un poco más tarde se soltó un chubasco, después
aminoró. Unas nubes negras oscurecieron aún más el camino, divisé una entrañable casa
con hermoso huerto que había sido mía. Ahora vivía yo más adelante. No di con
ella, e inexplicablemente proseguí mis pasos. Dejé atrás el caserío y un claro de
luz perforó las nubes maravillándome al contemplar un hermoso paisaje: un
pequeño lago de azules y transparentes aguas, en medio de un verde y exuberante
follaje. La luz era tan radiante que parecía de día. Una suave y fragante brisa
refrescó y reanimó el cansancio de mi cuerpo. E instintivamente cerré los ojos
e inhalé profundamente. ¡Y oh cielos! El perfumado aroma se había convertido en
azufre y estiércol. Asombrado, volví a abrir los ojos, y sólo entonces, aprecié
sobre una piedra del lago una enorme serpiente nauyaca. Al querer huir de ese
lugar, el camino mojado se había vuelto fangoso y resbalé cayendo sobre el
suelo lodoso. De la vera del camino empezaron a salir peligrosas culebrillas,
ciempiés y gusanos de esos que se meten debajo de la piel haciendo quemantes
túneles.
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Yo seguía tirado en el suelo,
queriendo levantarme y escapar rápidamente de ahí. Pero por más que trataba de
moverme para incorporarme, no tenía fuerzas para hacerlo. Me sentía como un
muñeco de trapo. Estaba todo panicado, con escalofríos y sudando profusamente. Los
bichos ya estaban más cerca de mí. Opté por gritar pidiendo auxilio. Las negras nubes volvieron a tapar los rayos
de luna y se hizo nuevamente la oscuridad. Para mí fue peor, acrecentó mi
miedo, pues aunque ya no los veía, mis oídos sentían un terebrante sonido del
reptar, caminar y silbar de estos animales.
Estuve a punto de perder vertiginosamente la consciencia, cuando
de pronto escuché que a lo lejos gritaban mi nombre: -¡Francisco, Francisco…!
Vi una luz en medio del camino que se acercaba a mí, era mi mujer que
preocupaba, al ver que no llegaba, salió a buscarme en plena oscuridad
alumbrándose con un tizón encendido. En lo que arrojaba, paso a paso, a ambos lados del camino su inseparable polvo
de mostaza que era su repelente contra todo lo maligno.
Veracruz, Ver. México.
10-06.17
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