MEDUSA
SE ENAMORA
Antonio
Fco. Rodríguez Alvarado
Imagen Internet
Esa mañana, quise
explorar qué había detrás de este bosque en que yo vivía. Así qué, me preparé pensando en tener una
excelente aventura. Empecé a caminar entre la exuberante fronda, pisando las
intrincadas y estrechas veredas de hojarasca. En la valla de las veredas, los
árboles parecían inclinarse a mi paso simulando un cálido saludo. Yo era parte
de él. El bosque era mi familia, mi casa.
Seguí mi camino acariciando respetuosamente con mis manos a los inmensos
árboles que semejantes a Atlas, sostenían orgullosamente el techo del cielo.
Algunos animalitos, aves entre ellos, haciendo piruetas o alegrando con sus
dulces trinos, me acompañaban por pequeños trechos.
Días después, sentí que el aire empezaba a
enrarecerse, desaparecía la brisa y su frescura. Las copas de los árboles se
hacían más ralas perdiendo sus amadas sombras. Éstos empezaban a estar más espaciados, hasta
desaparecer. Y tuve un mal presentimiento. El temor, hasta entonces asomaba a
mí ser.
Karts o Malpaís. Internet
Bastaron dos días más, para descubrir este
mundo, hasta entonces, desconocido. Una
zona desértica. Un terreno quebrado y pedregoso, cuyo piso es una lava o roca
volcánica de poca profundidad, que provoca la caída frecuente de árboles, sólo
las palmas y ciertos matorrales sobreviven en él. Ocasionalmente veía moverse
en estos suelos a lagartijas, iguanas, serpientes, roedores y alacranes. El calor era tan intenso como en el
mismo infierno. Terminé mi provisión de agua y muy de mañana lamía las gotas de
rocío sobre la escasa vegetación. Una de esas noches caminando sobre unos
senderos iluminados por los rayos lunares, de improviso una densa nube los dejó
en la completa oscuridad. Y los senderos se convirtieron en profundos abismos,
mis instintos me hicieron pegar un gran salto librándome de caer en ellos. De
pronto, me di cuenta que estaba en la
boca de una inmensa cueva, cuyo interior
era tenuemente iluminado por la luz de unas piras, y me adentré en ella.
Viscosas y brillantes serpientes reptaban
cerca de mis pies. No sé si porque no les demostré miedo, o por mi olor a
animales del bosque, que no se atrevían a atacarme.
Imagen Internet
Escuché unos extraños rugidos y
defensivamente alcé unos troncos del suelo, que al palparlos resultaron ser
huesos humanos. Una fugaz silueta discurría velozmente entre las sombras
ocultándose entre los pilares de estalagmitas y estalactitas. Cuando al fin
logré discernirla me horrorizó. Era una mujer madura, de piel cetrina, rostro y
mirada adusta, a la cual le salían decenas de serpientes en la cabeza, como si
los cabellos se hubieran transformados en
ofidios. Inmediatamente le pregunté: -¿Quién, o qué eres? Y ella sacando
una bífida lengua emitió un sonido silbante que era a su vez como un golpeteo
de piedras, un ruido crotálico, que me
pedía huir de ahí. No pude escapar, pues
además de estar estremecido de miedo, estaba condolido de la desgracia de su
ser. Ella al ver que no escapaba de la cueva me dirigió sus ojos de áspid enviándome
un magnetismo maléfico que me hipnotizó. E instantáneamente sentí que todo mi
cuerpo empezaba a endurecerse hasta convertirme en una roca.
Mi corazón había quedado indemne, y dentro
de mi pétreo cuerpo, sus latidos resonaban con tanta fuerza que parecían romper
mi pecho, y con tanta intensidad que Medusa se tapó los oídos con las manos y
siendo insuficiente acallar los reclamos
de mi corazón ella pareció enloquecer, y dando vueltas como un torbellino cayó
vertiginosamente al suelo. Angustiado, pensando en que había muerto, las
lágrimas afloraron por mis ojos, y mi cuerpo volvió a la normalidad. Me acerqué
a ella, la abracé, sentí su piel gélida, incolora, muerta y no pude evitar que
mis lágrimas cayeran en su rostro. Al querer levantarla del suelo sentí que la
embargaba una hermosa calidez. Su cuerpo se estremeció, su piel adquirió un
tono blanco y rosa. Su cabellera se
había vuelto sedosa, radiante y bella. Y abriendo sus ojos pude distinguir en
su mirada unos destellos de amor.
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Veracruz, Ver. México.
02.06.17
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