Translate

sábado, 10 de diciembre de 2016

ARCO IRIS Martha Elsa Durazzo M.

ARCO IRIS
Martha Elsa Durazzo Magaña

Imagen de Internet

Luego de adorar al Santísimo, sentada en la banca de una ermita colonial, gozo del silencio y veo las paredes encaladas de color blanco, los gruesos muros, las esculturas de los santos, las lágrimas que humedecen el rostro de la Dolorosa y el crucifijo que corona el altar.

     Ecos e imágenes centenarias impregnan este recinto, reflexiono, cuando un estrépito quiebra el silencio y me hace voltear hacia la entrada…

     Resuenan las botas del hombre blanco, rubio y barbado junto a quien se desplaza un grupo numeroso de amigos, colaboradores y guardias que ruidosos, llenan la pequeña ermita.

     Él se acomoda al frente. Sale un fraile a celebrar el ritual; suena el latín; el aroma del incienso satura la iglesia creando un perfumado y brumoso ambiente que mitiga la claridad ambarina, que parte de de cirios y velas.

     Comulgan don Ignacio y su séquito de acompañantes entre los que destaca la distinción y belleza de una mujer blanca con ojos teñidos de cielo y rizos dorados que escapan del cabello recogido y destellan bajo los encajes bordados de su mantilla… Doña Constanza es la prometida del guerrero conquistador… Murmuran que la noble mujer, sólo por él, atravesó los mares y que él, sólo por ella, envió aquellas naves para escoltar su viaje.

     A la distancia les observan un par de ojos, obsidiana, de una hermosa mujer indígena en cuyo vientre se agita la vida y las pasiones en su alma; de llanto, amor, celos y desesperación está impregnada la mirada que dirige a uno y otra.

     Él, ante el anuncio de la llegada de doña Constanza, le desterró de su habitación y casa, a donde ella, sigilosa, ha vuelto a acercarse y los sirvientes le han informado de las atenciones, jamás dadas a ella, con las cuales él rodea a la hispana.

     Un dolor se clava en el corazón y otro en el vientre que se comprime; la criatura parece revolverse, ante el ritmo de la escena y los sentimientos maternos.

     –– ¡No nacerás!, fruto de mi amor. − Determina Xóchitl.

     El niño se agita. Concluye el rito. El hombre extiende la mano a Constanza quien coloca la suya sobre la de él para salir del templo. Don Ignacio pasa indiferente, frente a la mujer que teje la cascada de su cabello en un par de trenzas.


Antología UNAM noviembre 2008

     Charlas y risas en el atrio de quienes visten brocados y se adornan con alhajas cuyas piedras refulgen al contacto con la luminosidad solar; luego Xóchitl los ve partir, sin que don Ignacio le dirija ninguna mirada, hacia el palacio del hispano. Nuevamente el niño se agita en su seno.

     El fraile ha observado la escena y mira a Xóchitl encaminarse a la ribera del río.
Ella camina despacio, busca un lugar donde no puedan alcanzarla las miradas, ni escucharla ningún oído. Se detiene bajo las ramas de unos árboles que alcanzan los bordes ribereños. Toca el vientre con sus manos morenas y exclama:

     –– ¡Vergüenza sobre mí! ¡Abjuré de mis dioses, abandoné las costumbres y tradiciones y le convertí en mi dios! ¡Piedra es su corazón al canto del mío! Palabras huecas sus promesas. El eclipse de mis días llegó con su presencia. Olvido, no quieres llegar para que cante mi alma con los trinos de las aves y el rumor de las aguas. Piedra de pedernal, en mí corazón, es su olvido. ¡No te agites más en mí vientre, niño! ¡No vivirás con la sal que, por su desprecio, bebí de sus labios! La nobleza de tus ancestros es mayor que la del engendro que engendró tu vida. Deja de llorar en mi vientre porque no conocerás el Sol, el movimiento de los astros, ni beberás la miel de mis pechos; tampoco verás nuestra tierra que ya no canta con la misma pureza; candor, ¿dónde te encuentras? Ahora cubrimos con ropajes lo que antes era inocencia. Tiempos idos. Desfallecen, agonizantes, los sonidos de nuestros instrumentos de barro; cayeron nuestros guerreros y amé a quien violentó nuestra patria. No, no llores por dejar de ver esta tierra que, ahora nos es ajena; no clames por lo que dejo de brillar como siete soles. Que nos arrastren las cantarinas aguas que sobrevuelan las coloridas mariposas y nos conduzcan a la mar. No temas, el tránsito es breve. Más allá del cenit está la libertad. ¡Muere, muere conmigo y juntos renazcamos en donde sale el Sol!

     Va adentrándose en el río; el estruendo, insólito, de un rayo la detiene y un colibrí se posa en su hombro cuando oye un grito de Fray Domingo.

     –– ¡Xóchitl, sal rápido! He de comunicarte que don Ignacio ha muerto; falleció asfixiado con un trozo de carne que, durante la comida, se le atoró en la tráquea; ningún esfuerzo fue suficiente para salvarlo.

     Xóchitl siente que el niño vuelve a agitarse, mira hacia el oriente y suspira; al comenzar a salir del río, siente unas gotas de leche brotar de sus pechos; el agua de sus ojos y de su vientre se une a la del río; lanza el grito contenido; unos segundos después coloca el huipil sobre la tierra; el fraile corre a brindarle ayuda y sigue las instrucciones que ella le dicta, aprendida de las comadronas indígenas; tres, veinte, cincuenta pujidos…

     De entre los troncos de sus piernas, se asoma una cabecita rubia… Fray Domingo ríe, llora y le entrega al niño… Los brazos se extienden y, aún jadeante, le acomoda sobre su pecho.

     –– Arco Iris, te llamaré Arco Iris a ti, luz de mi vida.

     Mientras Fray Domingo corre a pedir ayuda; Xóchitl empieza, muy quedo, a cantarle a su pequeño en náhuatl.


Marha Elsa Durazzo M.

Boca del Río, Veracruz, septiembre 18 de 2007


No hay comentarios:

Publicar un comentario