ARCO IRIS
Martha Elsa Durazzo Magaña
Imagen de Internet
Luego de adorar al Santísimo, sentada en la banca de una ermita colonial, gozo del silencio y veo las paredes encaladas de color blanco, los gruesos muros, las esculturas de los santos, las lágrimas que humedecen el rostro de
Ecos e imágenes centenarias impregnan este
recinto, reflexiono, cuando un estrépito quiebra el silencio y me hace voltear
hacia la entrada…
Resuenan las botas del hombre blanco,
rubio y barbado junto a quien se desplaza un grupo numeroso de amigos,
colaboradores y guardias que ruidosos, llenan la pequeña ermita.
Él se acomoda al frente. Sale un fraile a
celebrar el ritual; suena el latín; el aroma del incienso satura la iglesia
creando un perfumado y brumoso ambiente que mitiga la claridad ambarina, que
parte de de cirios y velas.
Comulgan don Ignacio y su séquito de
acompañantes entre los que destaca la distinción y belleza de una mujer blanca
con ojos teñidos de cielo y rizos dorados que escapan del cabello recogido y
destellan bajo los encajes bordados de su mantilla… Doña Constanza es la
prometida del guerrero conquistador… Murmuran que la noble mujer, sólo por él,
atravesó los mares y que él, sólo por ella, envió aquellas naves para escoltar
su viaje.
A la distancia les observan un par de
ojos, obsidiana, de una hermosa mujer indígena en cuyo vientre se agita la vida
y las pasiones en su alma; de llanto, amor, celos y desesperación está
impregnada la mirada que dirige a uno y otra.
Él, ante el anuncio de la llegada de doña
Constanza, le desterró de su habitación y casa, a donde ella, sigilosa, ha
vuelto a acercarse y los sirvientes le han informado de las atenciones, jamás
dadas a ella, con las cuales él rodea a la hispana.
Un dolor se clava en el corazón y otro en
el vientre que se comprime; la criatura parece revolverse, ante el ritmo de la
escena y los sentimientos maternos.
–– ¡No nacerás!, fruto de mi amor. − Determina
Xóchitl.
El niño se agita. Concluye el rito. El hombre
extiende la mano a Constanza quien coloca la suya sobre la de él para salir del
templo. Don Ignacio pasa indiferente, frente a la mujer que teje la cascada de
su cabello en un par de trenzas.
Antología UNAM noviembre 2008
Charlas y risas en el atrio de quienes
visten brocados y se adornan con alhajas cuyas piedras refulgen al contacto con
la luminosidad solar; luego Xóchitl los ve partir, sin que don Ignacio le
dirija ninguna mirada, hacia el palacio del hispano. Nuevamente el niño se
agita en su seno.
El fraile ha observado la escena y mira a
Xóchitl encaminarse a la ribera del río.
Ella
camina despacio, busca un lugar donde no puedan alcanzarla las miradas, ni
escucharla ningún oído. Se detiene bajo las ramas de unos árboles que alcanzan
los bordes ribereños. Toca el vientre con sus manos morenas y exclama:
–– ¡Vergüenza sobre mí! ¡Abjuré de mis
dioses, abandoné las costumbres y tradiciones y le convertí en mi dios! ¡Piedra
es su corazón al canto del mío! Palabras huecas sus promesas. El eclipse de mis
días llegó con su presencia. Olvido, no quieres llegar para que cante mi alma
con los trinos de las aves y el rumor de las aguas. Piedra de pedernal, en mí
corazón, es su olvido. ¡No te agites más en mí vientre, niño! ¡No vivirás con
la sal que, por su desprecio, bebí de sus labios! La nobleza de tus ancestros
es mayor que la del engendro que engendró tu vida. Deja de llorar en mi vientre
porque no conocerás el Sol, el movimiento de los astros, ni beberás la miel de
mis pechos; tampoco verás nuestra tierra que ya no canta con la misma pureza;
candor, ¿dónde te encuentras? Ahora cubrimos con ropajes lo que antes era
inocencia. Tiempos idos. Desfallecen, agonizantes, los sonidos de nuestros
instrumentos de barro; cayeron nuestros guerreros y amé a quien violentó
nuestra patria. No, no llores por dejar de ver esta tierra que, ahora nos es
ajena; no clames por lo que dejo de brillar como siete soles. Que nos arrastren
las cantarinas aguas que sobrevuelan las coloridas mariposas y nos conduzcan a
la mar. No temas, el tránsito es breve. Más allá del cenit está la libertad.
¡Muere, muere conmigo y juntos renazcamos en donde sale el Sol!
Va adentrándose en el río; el estruendo,
insólito, de un rayo la detiene y un colibrí se posa en su hombro cuando oye un
grito de Fray Domingo.
–– ¡Xóchitl, sal rápido! He de comunicarte
que don Ignacio ha muerto; falleció asfixiado con un trozo de carne que,
durante la comida, se le atoró en la tráquea; ningún esfuerzo fue suficiente
para salvarlo.
Xóchitl siente que el niño vuelve a
agitarse, mira hacia el oriente y suspira; al comenzar a salir del río, siente
unas gotas de leche brotar de sus pechos; el agua de sus ojos y de su vientre
se une a la del río; lanza el grito contenido; unos segundos después coloca el
huipil sobre la tierra; el fraile corre a brindarle ayuda y sigue las
instrucciones que ella le dicta, aprendida de las comadronas indígenas; tres,
veinte, cincuenta pujidos…
De entre los troncos de sus piernas, se
asoma una cabecita rubia… Fray Domingo ríe, llora y le entrega al niño… Los
brazos se extienden y, aún jadeante, le acomoda sobre su pecho.
–– Arco Iris, te llamaré Arco Iris a ti,
luz de mi vida.
Mientras Fray Domingo corre a pedir ayuda;
Xóchitl empieza, muy quedo, a cantarle a su pequeño en náhuatl.
Marha Elsa Durazzo M.
Boca del Río, Veracruz, septiembre 18 de 2007
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