VIAJE
AL NEVADO DE TOLUCA
Antonio
Fco. Rodríguez Alvarado
Imagen de Internet
Esa semana me encontraba atacado por un tremendo catarro, lo que menos deseaba era salir de casa. Pero tenía el compromiso de pasar una semana en la Hacienda “La Purísima” propiedad de Mario Moreno “Cantinflas”, en la ciudad de Ixtlahuaca, Estado de México. Obligado por las circunstancias, no tuve más remedio que dejar el puerto de Veracruz y viajar en compañía de mi familia hasta Toluca, y 40 minutos después llegamos a la famosa hacienda. Ixtlahuaca se encuentra a 2570 metros sobre el nivel del mar y tiene una humedad del 79%. La algarabía de la familia era general, yo en cambio, me sentí más agravado de mi catarro, pero no quise desanimarlos.
Los primeros días
salimos al “Pueblo Mágico” de Metepec,
una pequeña pero linda ciudad, conurbada a Toluca, en donde se elabora hermosa artesanía, contando
incluso con un museo dedicado a ella. Tiene su leyenda de la Atlanchana, una
sirena de sus antiguos lagos. Obviamente, una rica gastronomía. Disfruté además
de un gran bazar de antigüedades, donde se me fue el tiempo “y los ojos”.
Al día siguiente nos
tocó visitar Malinalco, una ciudad prehispánica esculpida en la roca de una
gran montaña. Era un señorío de Chimalcuauhtli, quien con Malinalxóchitl -la
hechicera hermana del dios Huitzilopochtli- fueron los padres de Copil. En lo
alto de la montaña está el santuario en donde se dice se graduaban a los
mejores guerreros águila y jaguar del poderío azteca.
Al tercer día,
decidimos ir a conocer los lagos del Sol y la Luna, que se encuentran en lo
alto del volcán “Nevado de Toluca”, cuyo nombre prehispánico es “Xinantécatl”. De
4691 msnm. Es la cuarta montaña más alta del país. El borde de su cráter es
elíptico y cuenta con varios picachos, el más alto es el Pico del Fraile. En el
fondo de su cráter, obstruido por la última erupción, hay dos lagunas de agua
dulce, separadas por una corriente de lava, conocidas como la del Sol y la de
la Luna, de 400 y 200 m de diámetro respectivamente y con una profundidad de 12
a 14 m, sus fondos son fangosos y la temperatura del agua es de entre 3 y 7º.C,
según la época del año y llega a temperaturas bajo cero en invierno. De sus profundidades se han extraído restos de
ofrendas de copal, arrojadas por sacerdotes prehispánicos en honor del dios
Tláloc hace 1500 años. Son las más altas del mundo a las que se puede llegar en
auto.
Seis años antes
habíamos intentado subir al volcán, pero esa vez el ejército prohibió el acceso
por presencia de deslaves que hacían peligroso internarse en él. Así que, esta
era nuestra segunda intención de hacerlo. En el ascenso en auto llegamos al
campamento conocido como “Parque de los venados” en donde pagamos 40 pesos de
cuota de admisión (por auto), y seguimos ascendiendo miles de metros más para
estacionarlo en la fila de autos. Nos bajamos de él y seguimos el ascenso
caminando. Entre más nos acercábamos al cráter, unas gélidas ventiscas y unas
fuertes lluvias de arena o tolvaneras -enviadas quizá por los espíritus del volcán
para adrementarnos de continuar avanzando- nos atacaban a cada momento. Debido a
mi catarro, puesto que se me tapaban las fosas nasales, se me dificultaba
enormemente seguir ascendiendo y sufriendo la agresión de los espíritus
guardianes. Empero, animaba a mi familia a que se adelantaran, que yo llegaría después
de ellos. De pronto, me vi envuelto entre decenas de jóvenes que ascendían a
paso veloz. Y como si hubiera recibido una inyección de adrenalina corrí al
mismo paso que ellos, durante unos 200 metros, para detenerme todo extenuado y
sin poder respirar. Pero ni así pensé en claudicar. Seguí subiendo, descansando por minutos cada
100 metros. Desesperado empecé a preguntar qué tanto me faltaba para llegar,
cuando vi a unos jóvenes que venían en dos cuatrimotos, uno de ellos venía solo
y me atreví a pedirle ayuda, y él muy amablemente, me llevó hasta los lagos. Ahí
estaba mi familia disfrutando de la belleza de los mismos. Estábamos tan absortos contemplando la majestuosa belleza del lugar que nos olvidamos de las ventiscas y tolvaneras. Hubo un instante en que todos nos volteamos a ver y en silencio nos paramos, nos tomamos de las manos y empezamos a dar Gracias a la Madre Tierra por habernos permitido llegar y disfrutar de tan singular belleza. Una hora después,
empezó a bajar peligrosamente la temperatura y los
custodios dieron la orden de regresar al campamento.
Los siguientes días nos
las pasamos disfrutando el hermoso Centro Histórico de la ciudad de Toluca, y algunos poblados aledaños, y llegábamos
a la hacienda de “Cantinflas” a descansar. Y finalmente, lo más deseado por mí…
regresar a casa y sanar de mi catarro.
Xalapa, Ver. 22.12.16
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