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miércoles, 23 de diciembre de 2015

EL COMBATE DE ROSAS Antonio Fco. Rodríguez A.

EL COMBATE DE  ROSAS 
EL BESO DE LA TÍA

Antonio Fco. Rodríguez Alvarado


Imagen de Internet

No creo que haber besado a la tía de mí amigo sea un pecado. Sobre todo cuando el beso nos gustó a los dos. Todo tiene una explicación, una razón de ser, al menos así lo pienso yo. Porque  me hago responsable de las consecuencias de ese inolvidable beso.  

     Esa mañana, decididamente el “Olsen”, mi amigo del segundo semestre de Filosofía y Letras, y yo estuvimos a punto de no haber realizado la encomienda que nos pidió su mamá:   -Entregar un álbum de fotos a unas primas de ella. Después de un gran rato de buscar y haber tocado muchas puertas, al fin dimos con las parientes, el “Olsen” no conocía a sus tías Lucrecia y “Chepina”, ambas eran solteras, se dice que señoritas, de unos 30 a 35 años. Las dos aunque se vestían con un poco de recato, eran bastante guapas, ambas de piel blanca, Lucrecia era la más avispada, muy platicadora, de cabellos rubios y unos bellos ojos castaños; en tanto “Chepina”, era de  ojos y cabellos negros, su mirada era dulce e ingenua.


     La primera impresión al verlas fue de asombro, nunca imaginamos que fueran jóvenes, bellas y, muy atentas. Nos invitaron unas sodas y unas galletas. La plática empezó a girar en torno de la infancia de ellas, de cuando vivían en León, Guanajuato, de lo feliz y unidas que eran sus familias, siempre bajo la custodia del padre o de los hermanos mayores, del respeto y el amor a las tradiciones del pueblo, etc. Fue en esos momentos cuando “Chepina” dirigiéndose a mi amigo comentó:


     - ¡Pues de esas tradiciones naciste tú!

    ¿Cómo, cuéntenos cómo fue eso?


     Mira que una de nuestras más bellas tradiciones "El Combate de Rosas" celebrada la noche del día 16 de septiembre, es una de las fechas más esperadas por todos los jóvenes, que apenas asomando la tarde  se van al parque principal a caminar en la periferia de él; los hombres del lado externo y, nosotras las mujeres del lado de adentro. Las mujeres caminamos en sentido contrario a los muchachos, así nos vamos viendo todo el tiempo unos y otras, a este tipo de paseo le llaman “Retreta”. Pero lo bonito en este día, es que los muchachos llevan una flor en la mano para entregarla a la muchacha que más le guste. En cambio, nosotras cuando algún muchacho nos gusta, nos le plantamos en frente y le damos un beso. Eso fue lo que hizo tu mamá cuando vio por vez primera a tu padre. Nosotras que andábamos con ella, aunque era mayor, nunca esperamos que tuviera tanto valor. Como tu mamá era muy guapa, él ni tardo ni perezoso, la empezó a cortejar hasta llegar a casarse. Él era muy atractivo, un pelirrojo recién llegado de más al norte.


     Mi amigo escuchaba esta historia y ponía una cara de incrédulo, él tampoco se imaginaba ver a su madre haciendo tales “desfiguros”.
    
    
     La tía Lucrecia y yo intercambiábamos miradas de agrado por lo que estaba sucediendo, y fue en una de esas miradas que ya no le pude quitar la vista de encima. Ella inmediatamente lo notó, se ruborizó, y sin dejar de verme soltó un profundo suspiro, el cual mi alma atrapó en el aire y lo hizo mío. Por su parte, “Olsen”, seguía muy atento a los relatos de la tía “Chepina”. En ese instante, en ese pequeño espacio, estando muy cerca las dos parejas, se formaron dos mundos: el de mi amigo y su tía, que ya para entonces habían abierto el álbum de fotos para conocer mejor su historia familiar, y, un mundo de miradas trémulas, hambrientas, ansiosas, que parecían salirse de los ojos para tocar y acariciarse una a la otra.


     La tía Lucrecia carraspeó, como queriendo salir de ese trance que la había atrapado y, me dijo: 


     -¡Disculpa, enseguida regreso!


     Yo mismo me sentí apenado por mi insistencia y lo que consideré una falta de respeto hacia ella.


     Y ella, ya no regresó, sino sólo su voz llamándome desde un balcón que daba a un patio interior. Llegué ante ella y con voz nerviosa me dijo:



     ¡Perdóname, me siento una vieja ridícula, entiendo que tus miradas hicieron vibrar todo mi cuerpo, pero tú eres más joven que yo y tendrás muchas novias de tu edad! Al escuchar sus razonamientos no quise contrariarla, pensé que era lo más sensato. Agaché la cabeza, con cierta humildad, como aceptando lo dicho por ella. Y luego la volteé hacia la sala, dando a entender: el reunirnos con mi amigo y su hermana. De súbito, ella se puso delante de mí, y me dio un cálido beso en la boca, levantó sus párpados para ver mi reacción, volvió a  bajarlos y, su beso se volvió un fuego ardiente, sus labios parecían hechos de piedra volcánica, nunca se había formado lava en ellos. Era como un volcán en su primera erupción. Yo era la primera persona que se fundía en ese fuego interno, que me abrasó y me incineró hasta que sólo quedó un rescoldo de mí.


     …Después de inmolar su doncellez me llenó de besos, húmedos y frescos como agua de manantial, los cuales apagaron el fuego que aún ardía en las entrañas de mi cuerpo.


     Me miró a los ojos, su mirada entró y salió de mi mirada, como cerrando un ciclo de pertenencia de mi ser. Me sonrío con alegría, sus ojos castaños brillaron como astros en el firmamento, me abrazó con ternura, me volvió a recorrer con la mirada  y, con una dulce voz me dijo:


      ¡Gracias…!

     ¡Aunque no trajeras una flor en la mano, te estaba esperando…!

     ¡Siempre pensé darme entera en mi primer beso!


     ¡Gracias…!


     A una pequeña distancia  la tía “Chepina” y mi amigo seguían en su mundo... formando una estampa más de su álbum familiar.


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