POEMAS
TE
DESNUDAS IGUAL…
Te desnudas igual que si
estuvieras sola
y de pronto descubres que
estás conmigo.
¡Cómo te quiero entonces
entre las sábanas y el
frío!
Te pones a flirtearme
como a un desconocido
y yo te hago la corte
ceremonioso y tibio.
Pienso que soy tu esposo
y que me engañas conmigo.
¡Y como nos queremos
entonces en la risa
de hallarnos solos en el
amor prohibido!
(Después, cuando pasó, te
tengo miedo
TE
QUIERO A LAS DIEZ DE LA MAÑANA
Te quiero a las diez de
la mañana, y a las once, y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con
todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o
a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida
o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte
sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí.
Luego vuelvo a quererte,
cuando nos acostamos y siento que estás hecha para mí, que de algún modo me lo
dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos me convencen de ello, y que no hay
otro lugar en donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo. Tú
vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos
metemos en la boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo hambre o sueño.
Todos los días te quiero
y te odio irremediablemente. Y hay días también, hay horas, en que no te
conozco, en que me eres ajena como la mujer de otro. Me preocupan los hombres,
me preocupo yo, me distraen mis penas. Es probable que no piense en ti durante
mucho tiempo. Ya ves. ¿Quién podría quererte menos que yo, amor mío?
LOS
AMOROSOS
Los amorosos callan.
El amor es el silencio
más fino,
el más tembloroso, el más
insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que
abandonan,
son los que cambian, los
que olvidan.
Su corazón les dice que
nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como
locos
porque están solos,
solos, solos,
entregándose, dándose a
cada rato,
llorando porque no salvan
al amor.
Les preocupa el amor. Los
amorosos
viven al día, no pueden
hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna
parte.
Esperan,
no esperan nada, pero
esperan.
Saben que nunca han de
encontrar.
El amor es la prórroga
perpetua,
siempre el paso
siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los
insaciables,
los que siempre -¡qué
bueno!- han de estar solos.
Los amorosos son la hidra
del cuento.
Tienen serpientes en
lugar de brazos.
Las venas del cuello se
les hinchan
también como serpientes
para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden
dormir
porque si se duermen se
los comen los gusanos.
En la oscuridad abren los
ojos
y les cae en ellos el
espanto.
Encuentran alacranes bajo
la sábana
y su cama flota como
sobre un lago.
Los amorosos son locos,
sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus
cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que
lo saben todo,
de las que aman a
perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el
amor
como una lámpara de
inagotable aceite.
Los amorosos juegan a
coger el agua,
a tatuar el humo, a no
irse.
Juegan el largo, el
triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de
resignarse.
Los amorosos se
avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de
una a otra costilla,
la muerte les fermenta
detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran
hasta la madrugada
en que trenes y gallos se
despiden dolorosamente.
Les llega a veces un olor
a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con
la mano en el sexo,
complacidas,
a arroyos de agua tierna
y a cocinas.
Los amorosos se ponen a
cantar entre labios
una canción no aprendida,
y se van llorando,
llorando,
HE
AQUÍ QUE TÚ ESTÁS SOLA…
He aquí que tú estás sola
y que estoy solo.
Haces tus cosas
diariamente y piensas
y yo pienso y recuerdo y
estoy solo.
A la misma hora nos
recordamos algo
y nos sufrimos. Como una
droga mía y tuya
somos, y una locura
celular nos recorre
y una sangre rebelde y
sin cansancio.
Se me va a hacer llagas
este cuerpo solo,
se me caerá la carne
trozo a trozo.
Esto es lejía y muerte.
El corrosivo estar, el
malestar
muriendo es nuestra
muerte.
Ya no sé dónde estás. Yo
ya he olvidado
quién eres, dónde estás,
cómo te llamas.
Yo soy sólo una parte,
sólo un brazo,
una mitad apenas, sólo un
brazo.
Te recuerdo en mi boca y
en mis manos.
Con mi lengua y mis ojos
y mis manos
te sé, sabes a amor, a
dulce amor, a carne,
a siembra , a flor,
hueles a amor, a ti,
hueles a sal, sabes a
sal, amor y a mí.
En mis labios te sé, te
reconozco,
y giras y eres y miras
incansable
y toda tú me suenas
dentro del corazón como
mi sangre.
Te digo que estoy solo y
que me faltas.
Nos faltamos, amor, y nos
morimos
y nada haremos ya sino
morirnos.
Esto lo sé, amor, esto
sabemos.
Hoy y mañana, así, y
cuando estemos
en nuestros brazos
simples y cansados,
ME
ENCANTA DIOS
Me encanta Dios. Es un
viejo magnífico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega, y a veces
se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente. Pero
esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe con las manos.
Nos ha enviado a
algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo, o Mahoma, o mi tía Chofi, para
que nos digan que nos portemos bien. Pero esto a él no le preocupa mucho: nos
conoce. Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga
a la pequeña, que el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte:
para que la vida -no tú ni yo- la vida, sea para siempre.
Ahora los científicos
salen con su teoría del Big Bang... Pero ¿qué importa si el universo se expande
interminablemente o se contrae? Esto es asunto sólo para agencias de viajes.
A mí me encanta Dios.
Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito en el camino de
las hormigas. Y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha
hecho -frente al ataque de los antibióticos- ¡bacterias mutantes!
Viejo sabio o niño
explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo y de carne y
hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.
Mueve una mano y hace
el mar, y mueve la otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros,
quedan las nubes, pedazos de su aliento.
Dicen que a veces se
enfurece y hace terremotos, y manda tormentas, caudales de fuego, vientos
desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero esto es mentira. Es la
tierra que cambia -y se agita y crece- cuando Dios se aleja.
Dios siempre está de
buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el
más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la
piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche
insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy.
A mí me gusta, a mí me
encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios.
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