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lunes, 14 de septiembre de 2015

ANÉCDOTAS CHUSCAS DEL SERVICIO SOCIAL Antonio Fco. Rguez. A.

ANÉCDOTAS  CHUSCAS DEL SERVICIO SOCIAL
ANTONIO FCO. RODRÍGUEZ ALVARADO

     Zacatecas, Imagen de Internet

     La primera quincena de estar en mi clínica de Sta. Ifigenia, Zacatecas, llegó mi pareja a a visitarme, el ómnibus la dejó en el Restaurante de San Andrés Puerto Madero, por lo qué preguntó a un lugareño: ¿Oiga cómo le hago para llegar a la clínica de Sta. Ifigenia? Contestándole el lugareño: -¡Mire ahorita busco un mueble para llevarla! Obvio que ella al escucharlo pensó que estaba loco ¿cómo la iba a trasportar en un mueble? ¡Ni que fuera Cleopatra!, grande fue su sorpresa a los 20 minutos cuando el individuo regresó manejando un coche y diciéndole: -¡Suba a mi mueble!

     Llegando a la clínica tocaron el claxon, la vi bajar del carro, al tiempo que don Ángel, el conductor, con una sonrisa pícara me decía: - ¡“Dotor” aquí le dejo a una paciente! Le di las gracias, despidiéndolo con la mano, y ella y yo, al vernos solos, fundimos nuestros cuerpos con un apasionado abrazo.

     Serían las 7 de la noche, cuando escuché que me hablaban, era mi asistente médica Chuy, quien acompañada de un hermanito y de un “chucho” (perro) me dijo: ¡Doctor le dije a mi mamá que usted tenía visita, así que les preparó algo para cenar! Salimos todos juntos caminando unas tres cuadras a la casa de doña “Mary” y don Benito. Nos esperaban una calientita sopa de papas y unas carnitas de conejo de las sementeras (sembradíos), refrescos embotellados y café de olla, disfrutando además del calor humano, del rico calorcito del fogón de leña, de la humilde pero cordial casita de adobe.

     Se ofrecieron acompañarnos de regreso a la clínica, para lo cual tomaron unas linternas para “aluzar” el camino en la oscuridad de la noche, pues era frecuente encontrarse con alacranes, serpientes de cascabel y uno que otro coyote.





     



     Ya en la clínica prendí la lámpara “Coleman” y un par de horas después nos quedamos profundamente dormidos.

     Todos los días atendía a un promedio de 20 a 25 pacientes, tanto de Sta. Ifigenia como de comunidades aledañas, los cuales eran llevados en “trokas” (camionetas). Las enfermedades más comunes en adultos eran las crónico-degenerativas, destacando las de tipo reumático; un gran porcentaje de las que acudían a atención prenatal preferían parir con las parteras,  y en los niños las poliparasitosis, predominando la disentería amibiana. Y en ambos casos las enfermedades de vías respiratorias altas. Con cierta frecuencia atendía a niños “tapados” por comer tunas. Era, por decirlo así,  médico único de toda esa vasta región, pues a la clínica del SSA en San Andrés Puerto Madero casi nunca enviaban a un facultativo.

     Casi todos los pacientes eran conocidos por mis asistentes médicas, muchos de ellos inclusive eran sus parientes. Una mañana llegó una señora cincuentona, al verla le dije: ¡Buen día hija, pasa, toma asiento! Respondiéndome ¡Buen día le de Dios, “Dotorcito”! y le pregunté: ¿Qué pasa corazoncito? Y me dice: ¡“Dotor” vengo a verlo porque no me ha llegado mi visita! Obvio que le entendí pero quise disfrutar el momento, y fingiendo seriedad le dije: ¡Pues si tu visita no ha llegado, tú tienes que ir a verla hija! La señora mostrando cierta preocupación me dijo: - ¡“Dotor”, es que ando mal de allá donde le conté! Y le contesto: ¡Hija tú no me has contado nada, apenas nos estamos conociendo! Ya desesperada me dice: -¡“Dotor, ando mal de donde semos mujer¡ antes de seguir hablando me dice mi asistente médica: ¡Doctor, a mi madrina  no le ha llegado su menstruación!, me les quedo viendo a las dos mujeres como saliendo de un gran  embrollo y dirigiéndome a la señora externé:  ¿A ver hija, dime desde cuándo no te ha llegado tu visita? y ella más relajada y hasta contenta me dice: ¡Ya ve “Dotorcito” que si me entendió! En compensación por haberla hecho sufrir tanto, le di sus vitaminas tomadas e inyectadas, sus tabletas de hierro y hasta un desparasitante para toda la familia.

     Don Bernardino, era una amable persona, era el presidente del comité de salud del lugar, seguido me iba a visitar y en lo que platicábamos se ponía a mover la palanca de la cisterna para subir el agua al tanque. En una de esas ocasiones pasó junto a nosotros una señora joven y muy guapa y lo saludó afectuosamente. Yo de cotorreo le digo a mi amigo: ¡Órale don Berna que es gallina joven! Y él me contestó: ¡Ay “Dotor” “que espeta” (que esperanza)! Acabamos riéndonos de nuestras “charras” (chistes).


Imagen de Internet

     Un fin de semana, nos quedamos sin agua del tanque y de la cisterna, y ese día estaban reunidas mis dos asistentes de base y la voluntaria, en un momento dado me pidieron permiso para ausentarse un rato, pero alcancé a ver que jalaban un papel sanitario y se dirigían hacia la parte posterior de la clínica en donde había una cañada seca  con muchos agujeros que parecían cuevas, y preocupado les dije: -¡Muchachas tengan cuidado con los alacranes porque pican por la cola! y antes de que rezongaran les hice un ademán flexionando el dedo índice contra mi mano simulando un piquete de la cola del alacrán y rematé diciendo: ¿O no es cierto, que pican por la cola? Y todavía, en plan de regaño les dije: -¡Mal pensadas! 

     Un poco más tarde me enteré que el motivo de tal reunión en la clínica era para programarse  para un baile. En esa época, los grupos musicales adaptaban sus aparatos a una planta de luz, y las muchachas se prestaban como bailadoras, o sea, quien quisiera bailar con cualquiera de ellas tenía que pagar la pieza, para así el comité ejidal obtuviera dinero, pagando parte del mismo a los músicos. ¡Las tres estaban muy entusiasmadas, eran jóvenes y solteras!


 Imagen de Internet

     Toda la población era de tipo ejidal, así que para ellos el día iniciaba a las 4 o 5 de la mañana, acudían a trabajar y cuidar las sementeras y alrededor del medio día ya estaban de regreso en sus casas. La clínica la cerraba a las 6 de la tarde para amortiguar un poco el frío. Inclusive a esa hora empieza a anochecer.

     Serían las 8 de las noche, ya completamente oscuro, cuando escuché unos fuertes toquidos en la puerta. Por costumbre pregunté: ¿Quién es? Y me respondieron: ¡Yo “Dotor”! volví a preguntar: ¿Quién es..? y nuevamente: ¡Yo “Dotor”!, ya desesperado e intrigado queriendo que me dijera su nombre alcé más la voz y pregunté: ¿Y quién…soy yo? e inmediatamente respondió: ¡Pos usté “Dotor”! al notarle tan brillante deducción casi solté la carcajada para reírme de mí mismo,  abrí la puerta y lo deje pasar.

     La costumbre de recetar algunos medicamentos de acuerdo al peso hizo que una vez le dijera, un poco en broma, a una señora: ¡Mire, de este gotero le va a dar 8 gotas y media cada 8 horas!, al poco rato regresó y me preguntó cómo podía partir la gota en mitades. Le expliqué que si se le dificultaba no había ningún problema con darle media gota más o media gota menos.

     En una ocasión me tocó atender a un paciente de la tercera edad que se sentía galán y presumía de amores. Me dice: ¡Ay Dotor con tanta muchacha guapa creo que ando mal del alma! Me le quedé viendo, empecé a sonreír e inmediatamente pensé: ¿Del Alma..? ¡Será del Alma...naque!

    Algunos pacientes tenían dificultades, errores y ocurrencias para decir algunas palabras, por ejemplo: habían quienes decían “estógamo”, o decían tomates para señalar ojos rojos (conjuntivitis),   chamorros en lugar de piernas. Atendiendo a un adulto mayor que cada vez que decía “estógamo” yo le respondía: ¡Ah, sí, el estómago!, quise ser categórico con él y alcé la voz para decir ¡SÍ, EL ESTÓMAGO! Y él molesto me contestó: ¡SÍ, EL ESTÓGAMO! Plop.

     Mis asistentes Chuy y Ramona, eran primas, y como se dice se tragaban pero no se digerían, Chuy era, digamos, un poco modosita y Ramona era más extrovertida, sería alrededor de las 3 de la tarde cuando llegó “La Güera” Ramona y nos sorprendió a Chuy y a mí casi acabando de comer unos hot cakes que yo había preparado.  Y Preguntó: ¿Qué hacen? Y demostrando el gusto de haber probado algo sabroso contesto Chuy: -¡Pues aquí, comiendo unos ricos “cotgeís” que preparó el Doctor! Ya para esto Ramona había visto la caja y le dijo con sorna: ¡“Prenuncia” bien, se dice hot cakes!







    





 ¡La verdad es que yo me divertía de sus sanos enfrentamientos, pero no podía reírme por respeto a ambas!


     El Padre de la iglesia de San Andrés estaba muy agradecido conmigo porque en dos o tres ocasiones me tocó atender de crisis hipertensivas a su mamá. Una tarde que estaba mi pareja de visita en la clínica supimos que iba a oficiar una misa en Sta. Ifigenia y fuimos a la capilla. La misa ya había comenzado, distinguimos que los hombres se colocaban en el lado derecho de la línea media y las mujeres en el izquierdo. Yo le pedí a mí pareja que se quedara conmigo en la fila de hombres, y aprecié en la cara del padre que esto no le agradó. Era una boda, entonces el Padre preguntó si querían la misa con consejo o sin él, con consejo costaba varios pesos más. Y el consejo se resumía en indicar a cada uno de los novios que si sus parientes necesitaban de ellos ya no era de su incumbencia, pues ahora sólo se debían el uno para el otro. 

     Al checar el dinero de la charola regañó a todos los feligreses por tacaños, pues no había sacado ni para la gasolina del mueble. Y al terminar la misa y dirigirse con una mirada seria hacia mí, pensando yo que quería amonestarme por haber infligido las normas de las filas, le pregunté: ¿Padre cómo es posible que si Dios une al hombre y a la mujer... en su propia casa los separe? Lo turbé, y él todo nervioso sólo alcanzo a darme un frío abrazo y agradecerme por haber acudido a misa.

     ¡Es lo bueno de haber estudiado en escuela de monjas! jeje.


     Pues bien, este es un repaso general de algunos momentos chuscos durante mi Servicio Social que me hacen aún sonreír y reír al recordarlos. La vida está formada por momentos y el buen humor le da sazón a la misma.


Zacatecas. Imagen de Internet


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