BALAM
EL BUZO DE LAS PENUMBRAS
Antonio Fco. Rodríguez Alvarado
¡Ahí
estaba él, otra vez!
Parado
en la noche, del otro lado de la puerta, dejándose ver a través del miriñaque
(mosquitero), nunca habló, ni tocó para anunciarse, simplemente se paraba ahí,
siempre de noche, esperando ser visto o, en caso contrario, regresarse por las
mismas sombras de la noche por las cuales él había llegado.
Ocasionalmente yo lo detectaba, le abría
la puerta y lo invitaba a pasar. -¡Hola Balam, buenas noches, pasa!-
-¿Cómo estás?
-Penumbras, el ciclón, la virgen- eran las
palabras que emitidas ininteligiblemente lograba yo comprender.
Aún sabiendo que estaba alcoholizado, lo
miraba con afecto, con paciencia, sabía de su parquedad de palabras. Esperaba
un momento más y le volvía a preguntar, esta vez en su idioma, el maya:
¿K´inam?
(Te duele algo) y me contestaba -Yan puksík´al- (me duele el corazón).
Puksík´al,
es corazón, pero ellos lo ubican a nivel del estómago (tsuk), dando entender
que lo que les duele es este último.
Balam, aparte de significar jaguar, es un
apellido maya.
Me dirigí a la pequeña farmacia de mi
clínica y le di dos frascos de Melox Plus y unas tabletas de Buscapina
compositum, anotándole con pluma como debía tomar el medicamento.
Guardó en un sabucán (morral) la medicina, y sin voltear a verme, lacónicamente
se despidió: -¡Me voy!
¡Cuídate, no dejes de venir…!
Éste era Balam…
Un señor cuarentón, aunque aparentaba ser
mucho mayor. De piel morena, de baja estatura, y que, desde que lo conocí ya
era enfermo alcohólico, estaba considerado como uno de los mejores buzos del
Mar Caribe, entre Akumal y Xel-há. Muy
de mañana se metía a bucear en las cristalinas aguas, azul turquesas, sacando langostas y caracoles y uno que otro
pez, como la lisa o liseta, las cuales
vendía para poder seguir ingiriendo sus copas. Al parecer vivía en casa de una
hermana de él.
En relación a su monólogo, se dice que
durante uno de los frecuentes ciclones que han asolado la región, una noche perdió a
su mujer y a sus dos hijos, no pudiendo salvarlos de la muerte. Nunca pudo
desprenderse de esos dolorosos
recuerdos, que lo dejaron marcado el resto de sus días, y desde entonces trata
de mitigar su pena, su aflicción, en el único consuelo que halló… el alcohol.
Balam, es una persona noble, respetuosa, y
formal cuando tiene que cumplir con algún compromiso. Y además, es muy
agradecido con las atenciones que pudiera recibir.
Siempre me llamó la atención su noctívaga
manía, caminando en la oscuridad más completa de la selva. Su excelente
orientación, para ubicar los sitios a los cuales se dirigía. Y sobre todo, el
que nunca haya sido atacado por serpientes, las cuales abundan en estos
lugares. Solamente una ocasión me tocó suturarle una herida contusa en cara por
caída al suelo.
Una de esas noches en que llegaba por su
medicina, le dije que lechará o encalará el muro de piedras alrededor de la
clínica. Para que no se metieran al patio tantas culebras, alacranes y
tarántulas. Unos días después se presentó, terminándola en dos días de trabajo. Cuando le pregunté cuanto le debía,
me dijo que 20 pesos, no pude creerlo y mucho menos obligarlo a recibir más que
eso. Se negó rotundamente a que le pagara más.
Ese fue el Balam que yo conocí y que dejé
de ver.
Excelente y emocionante relato.
ResponderEliminarGracias amiga poeta, saludos cordiales.
Eliminarmuy BUEN RELATO. tal VEZ SI LE DIERAS UN FINAL MAS ESPECTACULAR, COMO POR EJEMPLO, HABER ENCONTRADO EN LA BUCEADA U GALEON ESPAÑOL Y,YA RICO, CAMBIARA DE VIDA, BUENO, TU ERES QUIEN LO COOCIÓ.
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